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Los condenados: 08

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Escena VI

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BARBUÉS, PATERNOY.


BARBUÉS.- Pues este majadero de Gastón no quiere oírme, hablaré contigo.

PATERNOY.- (Sentándose meditabundo, algo fatigado.) Di lo que quieras.

BARBUÉS.- (Que permanece en pie.) Allá voy. Dispensa la curiosidad, Santiago de mi alma. Pero te quiero, y... Vamos a ver, ¿es cierto que te casas con la sobrinita?

PATERNOY.- Hombre... ¡qué sé yo!... La chiquilla me gusta, y aunque le doblo la edad, podría ser que... Verás: hace más de quince años, más, sí... antes de irme a Francia... cuando yo era un mocetón y ella una criatura, que levantaba del suelo tanto así, iba conmigo al monte a coger avellanas. Yo charlaba con ella en lenguaje infantil... «¿quere niña mí?» Esto me encantaba. Y ella: «yo tigo, yo tigo, siempre tigo.» ¡Me quería más la chiquilla!...

BARBUÉS.- Pues ya no te quiere.

PATERNOY.- ¿Tú que sabes?

BARBUÉS.- Has estado ausente el tiempo necesario para que la niña crezca y se despabile... y ahora, cuando sube al monte, en vez de coger avellanas maduras, coge hombres verdes.

PATERNOY.- ¡Barbués!

BARBUÉS.- Lo dicho dicho... ¿Pero no has visto mi impaciencia, mi comezón por coger de mi cuenta a Jerónimo, y quitarle de los ojos las telarañas, que no le dejan ver su deshonra?

PATERNOY.- ¡Deshonra! (Exaltándose.) Barbués, corazón duro, alma seca, lengua dañina, eso no es verdad. (Le agarra violentamente por la muñeca, y le sacude. Pero se domina de improviso con poderosa voluntad.) ¡Oh!... Pierdo la calma... yo, que había hecho propósito de no incomodarme nunca... (Con frialdad, sentándose de nuevo.) Sigue.

BARBUÉS.- Pues revolotea por aquí un gavilán, que ha hecho presa en la chica.

PATERNOY.- ¡Mira lo que dices!

BARBUÉS.- Rumores de deshonra han llegado a estos oídos... Estos ojos, algo vieron también, no diré dónde ni cuándo, en la noche obscura.

PATERNOY.- (Después de una pausa.) ¿Y quién es... él?

BARBUÉS.- ¿Has oído hablar de un tal José León?

PATERNOY.- (Recordando.) José León... ¡Ah, sí! Buena presencia, aire de persona fina, despejado él... sí, sí.

BARBUÉS.- Endemoniada la tiene ese pillo. Si tú le oyes hablar, te engatusa también, y te vuelve loco. Porque no hay otro de más sal en la mollera, ni de más prontitud y soltura en el voquible. ¡Pero a mí!... (Con misterio.) Y si yo te dijera en confianza, Santiago...

PATERNOY.- ¿Qué?

BARBUÉS.- Pues... sospecho que ese hombre tuvo arte y parte en la muerte de mi hermano Alonso.

PATERNOY.- ¿De veras?

BARBUÉS.- Y en el incendio de tus casas, de las casas de los Paternoy, en Hecho.

PATERNOY.- (Flemático.) ¿Sospechas nada más?

BARBUÉS.- Corazonadas que a mí no me engañan. Mi corazón sabe mucho, y yo le creo como a la palabra de Dios. Si ese tunante me hurga tanto así, te juro que le quito de enmedio en menos que se dice.

PATERNOY.- ¡Rencoroso! ¿Cuándo ha sido cristiano castigar un crimen con otro crimen?

BARBUÉS.- Ojo por ojo.

PATERNOY.- Pues qué, ¿ya no hay justicia?

BARBUÉS.- (Con gran energía.) No.

PATERNOY.- ¿No hay tribunales?

BARBUÉS.- No.

PATERNOY.- (Recobrando su calma.) Pues mejor. Deja que le castigue Dios si lo merece.

BARBUÉS.- Anda, que con esas... tiologías, tu rinconcico del Limbo no hay quien te lo dispute. Te birla la muchacha y encima le das chocolate con mojicón.

PATERNOY.- No seas bruto, y óyeme tranquilo. Indagaremos, buscando la verdad, la evidencia. Si ello resulta como tu malicia lo cuenta, ¿qué remedio tengo más que conformarme? Te diré: hace más de un año que se inició en mí el hastío del trabajo mercantil, el asco de las riquezas, la repugnancia de las mil vanidades que componen esto que llamamos mundo... Sentí anhelos de vida religiosa, austera... Al principio, creí que esto era como un empacho, el dejo amargo de la refinada civilización que nos rodea. «Yo estoy monomaniaco, yo estoy enfermo,» me decía... Vine a mi país natal, donde los hombres son tan inocentes como bravía la Naturaleza, y aquí no tardé en sentirme curado, a mi parecer. Ver a Salomé y cambiar de ansiedades, fue todo uno... ¡Matrimonio, una mujer hermosa y buena, mi casita, hijos...! ¡Qué encanto! Y cátate que cuando más encariñado estoy con tan risueñas imágenes, vienes tú, y me echas en el oído este veneno, y en el alma estas hieles... (Suspirando fuerte.) Pues aquí me tienes otra vez solicitado de aquella idea que juzgué insana, y ahora veo que fue sugerida por Dios. A ella me atengo, a Dios, al claustro, a la paz y a la purificación del alma. Lo que creí falsa vocación es la verdadera, Sí. (Levántase y se expresa con ardor.) ¡Ah! Si me pierdo, Barbués amigo, no me busques donde haya bullicio, placeres, cariños mundanos; búscame donde haya soledad, penitencia, pobreza voluntaria y sacrificio... Cierto que tu revelación me causa algún trastorno. ¿Pero qué es ello? Nada. Un relámpago de ira o despecho, remusguillo del amor propio, un poco de dolor aquí, y después... calma otra vez; esa calma de que sólo goza el que posee la verdadera salud.

BARBUÉS.- (Con entusiasmo, descubriéndose.) ¡Santo, santo, santo!... ¡Hosanna... Alleluia... (Bendiciéndole cómicamente.) Benedictus... in nomine patri!...