Ir al contenido

Los condenados: 21

De Wikisource, la biblioteca libre.


Escena V

[editar]

JOSÉ LEÓN, GINÉS.


JOSÉ LEÓN.- (Cerrando las dos puertas de la izquierda, y cerciorándose de que no le oyen.) ¿Qué hay? ¿Qué noticias me traes?

GINÉS.- Medianas... La viuda...

JOSÉ LEÓN.- Habla bajo... Pero di, ¿cómo has vuelto tan pronto?

GINÉS.- Si está aquí, en la huerta del Temple. Cuando yo iba para allá, me la encontré en su borriquilla. Hoy viene a pasar el día aquí, con los niños.

JOSÉ LEÓN.- ¡Ah, maldita! ¿Sabes lo que esto significa? Una persecución en toda regla.

GINÉS.- Pues volvime con ella. Hízome entrar en la casita...

JOSÉ LEÓN.- ¿Leyó mi carta?

GINÉS.- Sí; pero... como si no.

JOSÉ LEÓN.- ¿Le dijiste de palabra lo que pretendemos?

GINÉS.- ¡Menudo sermón eché por esta boca!

JOSÉ LEÓN.- (Impaciente.) Pero ¿qué respondo?

GINÉS.- A ver si recuerdo una por una sus palabras: «Dile a ese perdido que si quiere la granjilla y el molino, que se fastidie y venga a verme y a tratar conmigo, y que no me mande acá... pasmarotes.»

JOSÉ LEÓN.- ¡Bribona! Quiere que yo la visite, le ruegue, le... ¡Oh, la conozco bien!

GINÉS.- ¡Pues, hijo, vaya un trabajo!... Vas, le dices...

JOSÉ LEÓN.- No, no iré. Salomé es muy celosa. Podría creer...

GINÉS.- ¡Ay, Dios mío, qué escrúpulos! No veo yo por qué se ha de enterar Salomé... Pues no tendremos la granjilla si no vas, ea. La señora, bien se le conoce, quiere verte de cerca, hablar contigo... tiene de ti, según parece, recuerdos muy gratos.

JOSÉ LEÓN.- No lo son tanto para mí. (Receloso de que le oigan, y bajando la voz.) A ti, Ginés, que eres mi amigo más leal, puedo contarte... Dos años ha me encontré a esa mujer en Sangüesa. Entonces tenía yo mejor pelaje que ahora.

GINÉS.- Lo creo.

JOSÉ LEÓN.- Entonces no era posible que viese yo a una mujer guapa, aldeana o señora, sin que al instante, con una audacia impetuosa y hasta grosera, no la requiriese de amores. ¡Oh, qué tiempos, Ginés!

GINÉS.- Total, que...

JOSÉ LEÓN.- Que a mi acometividad, para enamorarla, correspondió ella con su prontitud para prendarse de mí. Le caí tan en gracia, que... En fin, conquista más rápida y feliz, no podrías imaginarla.

GINÉS.- (Oyéndole gozoso.) Todo, todito me lo imagino. Sigue.

JOSÉ LEÓN.- Entonces era yo un perdido.

GINÉS.- ¿Entonces?

JOSÉ LEÓN.- Aún tenía algún dinero. No pensaba más que en satisfacer mis locos apetitos. Donde hubiera pendencias, desorden, aventuras, embriaguez, juego, mujeres, allí estaba yo.

GINÉS.- (Regodeándose.) ¡Ay, qué vida!

JOSÉ LEÓN.- Después... la cruel realidad me ha enseñado mucho; he cambiado radicalmente; y por fin, desde que me deparó mi suerte la incomparable mujer que a mi lado tengo, todo aquel pasado escandaloso me inspira vergüenza, repugnancia.

GINÉS.- Ya... el diablo harto de carne... Sigue contando.

JOSÉ LEÓN.- Pues si rápida fue la victoria, no tardó más mi cansancio. Mientras yo tenla que disimular con mil artificios corteses mi antipatía, dila me abrumaba con su amorosa constancia. Huí, me siguió, no ciertamente con pretensiones de matrimonio, pues no quiere volver a casarse.

GINÉS.- Pues mira tú, ese desinterés me gusta.

JOSÉ LEÓN.- Es, por demás, extraña esa mujer. Su egoísmo tiene un fondo de abnegación que le desconcierta a uno, y... En fin, Ginesillo, a fuerza de astucia y flexibilidad para no dejarme coger, logré poner entre esa mujer y yo, una honesta distancia. Acabó la historia de amor. Pero luego la fatalidad que llevo conmigo, me ha deparado dos o tres encuentros con mi antigua conquista. Y no es eso lo peor, sino que, siempre que con ella me tropiezo, se disponen los pícaros acontecimientos de modo que yo necesito de algún favor o auxilio, y que ella se brinda generosamente a prestármelos. Y aquí me tienes nuevamente amarrado a mi falta por la gratitud, que en este caso, como en otros muchos, mi querido Ginés, es un castigo, un cruelísimo castigo.

GINÉS.- Pues, amiguito, vete a verla; pero pronto, pronto, y tendremos la granjilla.

JOSÉ LEÓN.- ¿Lo crees tú?

GINÉS.- Como si la tuviera en la mano. Y te va a conceder el arrendamiento gratis et amore... ¡Oh, ganga de las gangas! ¡Hombre, corre, no pierdas un minuto! Si no vas, no cuentes conmigo... yo te dejo... Yo no aguanto más esta vida de presidiario... Me vuelvo con mis monjitas.

JOSÉ LEÓN.- (Meditabundo, mirando al suelo.) Iré; no hay más remedio que ir y humillarme... Tienes razón; lo primero es buscar medios de subsistencia, salir de este nido de lechuzas...

GINÉS.- Pero, ¡qué mayor gloria para ti que tener el remedio de tus cuitas tan a la mano, en la voluntad de esa viuda tierna...!

JOSÉ LEÓN.- Iré, no lo dudes... ¡pero si vieras lo que me cuesta!

GINÉS.- Pues, chico, yo no tendría inconveniente en ir en tu lugar...

JOSÉ LEÓN.- No bromees...

GINÉS.- Y en último caso, ¿qué temes tú, que tu mujer...? Pero si no ha de saberlo. (Mirando por las rendijas de la puerta de la izquierda.) Salomé, muy enfrascada en sus pucheros; la santa, fregoteando con jabón y estropajo... ¡José León, ahora o nunca! Media horita, hijo, y mañana tenemos casa, huerta, molino, saltos de agua, y saltamos de la pobreza a la fortuna, y ganaremos dinero, y seremos ricos, digo, honrados, digo, las dos cosas.

JOSÉ LEÓN.- (Decidiéndose, después de vacilar.) Tienes razón: el mal camino, andarlo pronto. (Da unos pasos hacia el fondo. GINÉS le detiene.)

GINÉS.- Un momentito... Ya no me acordaba...

JOSÉ LEÓN.- Qué, ¿hay alguien por ahí? Entonces, no voy. Me desagradaría que me viesen...

GINÉS.- (Mirando al campo por el fondo.) Al venir acá, vi a Paternoy a caballo.

JOSÉ LEÓN.- ¡Paternoy!

GINÉS.- Parado estaba en las casas de Larraz. Habrá pasado ya... No le veo.

JOSÉ LEÓN.- No salgo... Te digo que no voy.

GINÉS.- ¡Ah, sí!... Mírale, más allá del puente, hablando con dos hombres a pie. Aguárdate a que pase.

JOSÉ LEÓN.- ¿Y si no pasa?

GINÉS.- ¡Ah! (Con una idea feliz.) Vete por ahí, por las ruinas. (Señalando la escalera de piedra.) ¡Qué tonto, no haber discurrido!... Mira, pasas por un gran hueco que hay en la parte de allá de la torre... sigues por el muro como unos diez pasos, luego un saltito, ¡pin! y estás en la huerta.

JOSÉ LEÓN.- Pero de veras, ¿se puede...?

GINÉS.- ¡Tonto, si por ahí salto yo todos los días para afanar un par de cebollas quandoque lechugam! Por ahí no te ven ni las moscas.

JOSÉ LEÓN.- (Receloso, mirando a la izquierda.) Salomé...

GINÉS.- No hay cuidado... (Vigilando las puertas de la izquierda.) Pronto, León... Luego te vuelves por afuera.

JOSÉ LEÓN.- Allá voy...

GINÉS.- Buena suerte, hijo. (Vase JOSÉ LEÓN por la escalera, procurando no hacer ruido.)