Los dioses de la Pampa: 04

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Los dioses de la Pampa de Godofredo Daireaux
Capítulo III: Quejidos musicales



El viento, en la llanura, se queja, se queja siempre; con silbidos agudos o con llantos suaves, o con roncos gritos, su voz es un eterno lamento. De las pajas y de los juncales no arranca más que gemidos. Si corre despacio, suspira, triste; y cuando sopla, poderoso, lo que casi siempre hace, sus plañidos estridentes hacen estremecerse la Tierra.

El Viento de la llanura, cuando quiso probar la flauta de Pan, la quebró en mil pedazos; arrancó la lira de las manos de Apolo y reventó las flautillas de Euterpe, quedando él solo para enseñar la música en la Pampa.

Y por esto es que en estos sus dominios, no hay gorjeos armoniosos y que desapareció, tapándose los oídos, la ninfa Eco.

Quiso formar discípulos.

Pensó que con los pájaros de la Pampa, la tarea sería fácil. Les había enseñado a volar y les quiso enseñar también a cantar.

El tero, el chajá, el chimango, la gaviota y la lechuza fueron sus discípulos más aventajados, llegando a cubrir el canto triste del viento con cantos más tristes aún.

En su desconsuelo, se resignó el maestro a emprenderla con el Hombre, de quien no se había hasta entonces querido ocupar, convencido que de él, no podría sacar nada. Nómada, inquieto siempre, hambriento; obligado, para sostener su precaria existencia, a guerrear siempre; no viendo más en la abundancia casual que un pretexto para orgías sin alegría; incapaz de iluminar siquiera de un rayo de ternura la satisfacción brutal de sus apetitos, ni quería, ni seguramente podría entender nada de música, bastándole los ruidos ensordecedores y los gritos destemplados.

Pero sucedió que el Hombre, de costumbres ya más refinadas, menos andariego, menos hambriento, de corazón más sensible, prestándose a escucharlo, trató de expresar cantando, lo que sentía su alma naciente: imitó el canto del Viento entre las pajas de la Pampa. Pero como la voz del Viento siempre parece lamento, el gaucho cantó sus amores con lamentos, cantó la gloria con llantos, y su vida con quejidos, y el fragor de las batallas con gritos estridentes y roncos acentos.

Y cuando, de allende los mares, un Orfeo desconocido trajo la guitarra y se la donó, nació -melancólico cantor de canciones quejumbrosas como las del Viento en la Pampa- el Payador Argentino.