Los dioses de la Pampa: 36

De Wikisource, la biblioteca libre.


Estruendosos gritos de rabia, lamentos y rugidos, vociferaciones de combatientes encarnizados; chis chas de armas locamente esgrimidas y sordos retumbos de cañonazos, cargas estrepitosas de caballería, regueros de sangre derramada; batallas, derrotas, fugas y persecuciones, miembros partidos y cráneos destrozados; pechos atravesados en los cuales acaba en borborigmo el impotente anatema de la tiranía vencida al libertador; de océano a océano, un estremecimiento terrible que conmueve llanuras y cerros; y del cruento y doloroso, alumbramiento nace la República Argentina.

Y fue gloriosa madre, ella, de catorce hijas hermosas, hermanas, hoy estrechamente unidas alrededor suyo, para tejer el esplendido manto de riquezas con que, poco a poco, a medida que adelantase la tarea, va deslumbrando al Mundo atónito.

Pacíficamente poderosa, infunde, en su majestuosa tranquilidad, a los envidiosos el respeto de su fuerza y detiene con un gesto sus avances; y generosa, ofrece a los hijos de todos los países del orbe su liberal hospitalidad, con la vida fácil para los laboriosos que dedican sus esfuerzos a ayudar en su obra a cualquiera de sus hijas.

No faltan telares y cualquier tejedor, según sus aptitudes, puede elegir su sitio. ¿Sabrá, en las extensas y verdes praderas, cuidar con esmero las haciendas y rebaños productores de la lana que abriga y de la carne nutritiva que apetecen y piden a gritos las poblaciones europeas, amenazadas por el hombre? Si prefiere, con el arado que reluce, abrir en la tierra el surco profundo, nacerá el trigo, rubia melena de los suelos ricos.

Al pie de los Andes, otro cultivará la vid cuya fruta proporciona al trabajador la fuerza alegre, o bien en muchas partes, podrá con el hacha, beneficiar las selvas inmensas de ricas maderas, ahorro secular de la naturaleza benévola.

La corona de la República necesita por adornos pedrerías reglas, y no faltará quien las busque en las minas inagotables de las Cordilleras. Y a la par de las montañas, el océano y los grandes ríos propinarán sus riquezas al marino audaz y paciente.

El círculo familiar aumenta paulatinamente; otros hijos, pequeñuelos aún, se vienen juntando y criando fuerzas, ofreciendo ya cada cual a la obra común, su tributo de selvas y de llanuras, de costas y de montañas; su clima áspero, unos, que produce los hombres vigorosos, otros su clima cálido, propicio al cultivo de las plantas tropicales útiles al hombre. Y atraídas insensiblemente en la órbita del astro fraternal, otras hermanas, mayores de edad, se juntarán con él, atrayendo a su vez a otras más, hasta formar la gran familia latina de la América del Sur, unida e invencible.