Los ocho libros sobre los inventores/Libro primero

De Wikisource, la biblioteca libre.

Índice[editar]

  • Cap. 1: El primer origen de los dioses, y por qué se le llama Dios
  • Cap. 2: El inicio de las cosas
  • Cap. 3: El primer surgimiento de los hombres y el origen de la variedad de las lenguas. ¿Hablaban los romanos una sola lengua o no? La primera división de los pueblos
  • Cap. 4: El origen de las uniones conyugales y las diversas costumbres de los pueblos: cuáles copulan en público como bestias y en cuáles debe acudir una nueva doncella ante el hombre. El origen del divorcio y cuál era el ritual del matrimonio en la antigüedad
  • Cap. 5: El origen de la religión: ¿quiénes fueron los primeros creadores del culto a los dioses y se consagraron al verdadero Dios?
  • Cap. 6: ¿Quién inventó el alfabeto o, mejor dicho, lo trajo al Lacio? El aumento de su número, su repertorio, fuerza y sonido
  • Cap. 7 : El origen de la gramática y su importancia
  • Cap. 8: El origen de la literatura y su relevancia. El pasaje del Catón de Cicerón corregido
  • Cap. 9: El origen de la métrica y los distintos tipos de versos
  • Cap. 10: El comienzo de la tragedia y de la comedia
  • Cap. 11: El origen de la sátira y de la comedia nueva
  • Cap. 12: ¿Quién fundó el género histórico? Su utilidad. ¿Quién descubrió la prosa? Las reglas para escribir una crónica
  • Cap. 13: El origen de la retórica y los contenidos que abarca su estudio
  • Cap. 14: ¿Quién halló la música? Su valía para soportar el sufrimiento de la vida humana
  • Cap. 15: ¿Quiénes descubrieron los instrumentos musicales de diversos tipos y los trajeron al Lacio en la Antigüedad? ¿Qué es un órgano? El antiquísimo uso de las flautas en la guerra
  • Cap. 16: El origen de la filosofía y sus dos principios. ¿Quién descubrió la ética e introdujo los diálogos?
  • Cap. 17: ¿Quiénes descubrieron la astrología y el recorrido de algunas estrellas, la esfera de los cielos, los motivos de los vientos y cuántos hay, y las observaciones de las estrellas para la navegación?
  • Cap. 18: ¿Quiénes descubrieron la geometría y la aritmética?
  • Cap. 19: ¿Quiénes revelaron los pesos, medidas y números? Las distintas formas de contar en cada pueblo
  • Cap. 20: ¿Quién descubrió la medicina y en cuántas partes se divide? ¿En qué pueblos no se conocía antaño la medicina?
  • Cap. 21: Los descubridores de las hierbas medicinales y curativas y las medicinas elaboradas con miel? ¿Qué remedios aprendieron los hombres de los animales?
  • Cap. 22: ¿Quién descubrió la disciplina mágica y quiénes la emplearon? ¿Quién reveló la forma de rehuir los demonios y los hechizos para calmar las enfermedades?
  • Cap. 23: El origen de la nigromancia, la piromancia, la acromancia, la hidromancia, la geomancia y la quiromancia.
  • Cap. 24: Las dos clases de adiviniación. El origen del arte augural y de las suertes prenestinas. ¿Quién enseñó la interpretación de los sueños?

Cap. 1: El primer origen de los dioses, y por qué se le llama Dios[editar]

Antaño los démones terrestres (es decir, del aire) o los espíritus del infierno, a quienes los autores sagrados llaman "príncipes del mundo", fueron consagrados como divinidades a través de ídolos para los mortales: les predijeron el futuro y con sus malvadas artes fingieron ser buenos demonios, dioses celestes o incluso almas de héroes u otros tipos de espíritus. Hasta tal punto engañaron los corazones de los hombres que enseguida separaron a buena parte de las mentes humanas del culto al verdadero Dios. Tampoco debería asombrarte que unos malos demonios adopten la imagen de dioses, cuando el propio Satanás, tal y como afirma Pablo el Apóstol[1]: se transforma en ángel de luz, esto es, en Dios, que es luz. Por esto los Apóstoles[2], cuando iban embarcados por alta mar y fueron azotados por una tormenta, se sintieron perturbados al ver llegar a Jesús caminando sobre las aguas, porque pensaban que era un fantasma y, aunque les habló directamente a ellos, incluso Pedro se pensó que estaba viendo una aparición y no creyó que era Jesús hasta que de primera mano lo comprobó él mismo al andar también sobre las aguas a su orden: tanto miedo había a los engaños de los demonios como algo habitual.

Pero vuelvo al tema. Como estos espíritus eran ligeros, adoptaban el nombre de "genios". En la Antigüedad se pensaba que cada uno contaba con dos genios (también los llamaban démones), y no solo las personas, sino también los lugares y los edificios: uno se esfuerza en perjudicarnos; el segundo, en beneficiarnos. No hay motivo para dudar del buen guardián, cuando Cristo[3] nos enseña que estamos protegidos por los ángeles con estas palabras: "En verdad os digo que los ángeles del cielo siempre miran al rostro de mi Padre." San Jerónimo explica este pasaje: "Es tan grande la dignidad de las almas que a cada una de ellas se le designa desde el nacimiento la vigilancia de un ángel."

De igual manera, estos démones ocupaban los hogares desde las puertas y fácilmente se introducían en los cuerpos de los hombres: ocultos entre sus vísceras, corrompían la salud, provocaban enfermedades y los aterrorizaban con pesadillas. Con estos males obligaban a los mortales a recurrir a su ayuda y a suplicar por unas respuestas que, aposta, daban ambiguas para no demostrar su ignorancia. Al final, con todo, estas armas del mal fueron reemplazadas cuando se difundieron nuestra religión cristiana y sus instituciones (como después se explicará con mayor extensión).

Así pues, gracias a estas malas acciones se los consideraba dioses, de tal manera que algunos los denominaron dioses, como más adelante mostraremos, y los adoraron con gran devoción. De esta manera, esa superstición de que existía una multitud de dioses se tomó por cierta cuando se pasó de pensar en ídolos a espíritus invisibles, y creció hasta tal punto que empezó a superar en número la población de seres celestiales a la de humanos. Por este motivo, amalgamaron sobre los dioses un sinfín de opiniones de filósofos que se habían reunido para estudiar la religión con el motivo de buscar y perseguir la verdad, dejando de lado sus actos públicos y privados. Por ejemplo, Tales de Mileto fue el primero en investigar este tema [como atestigua Cicerón en su primer libro sobre la Naturaleza de los dioses] y afirmó que todo nació del agua, que la divinidad era la mente a partir de la cual todo se formó con agua. Pitágoras determinó que la divinidad era un espíritu que se extendía viajando por toda la naturaleza, gracias al cual cobraban su vitalidad todos los seres animados al nacer. Cleantes y Anaxímenes consideraron que la divinidad era el Aire, mientras que Virgilio (en su segundo libro de las Geórgicas) afirma:

Entonces el Padre omnipotente, aire de fecundos chubascos,
descendió al regazo de su feliz consorte y, al entremezclarse, grande,
con el gran cuerpo de ella, nutrió a todos sus descendientes.

Anaxágoras pensó que la divinidad era una mente ilimitada, que se movía por sí misma. Antístenes dijo que había muchos dioses populares, pero tan solo uno era el artífice natural de la suma de todo. Crisipo denomina Dios a una fuerza natural dotada de razón divina y, a veces, al destino determinado por la divinidad, aunque Zenón lo llama un ley divina y natural. Jenócrates pensó que había ocho dioses, mientras que otros afirmaron que los dioses existían, pero que no lo sabían seguro y algunos directamente los negaron; Pitágoras negó que se pudiera saber algo seguro sobre los dioses, es decir, sobre si existían o no, por lo que los atenienses lo expulsaron de su ciudad. Diágoras el ateo, igual que Teodoro de Cirene, pensaban que no existía ningún dios. Epicuro, por su parte, afirmó que Dios existía, pero no le atribuía ninguna cualidad, puesto que ni retribuía ninguna acción ni se preocupaba por nada. Lucrecio afirma: "No captan su benevolencia las buenas acciones, ni les afecta la ira." Virgilio, en su poema Damón[4], escribe: "¿No creerás en que hay algún dios que se preocupa por los asuntos de los mortales?"

Por todo esto, Cicerón (hacia el final de su primer libro sobre la Naturaleza de los dioses) afirma no en vano: "si Dios tiene tales características, no se puede considerar que tenga o sienta simpatía o amor alguno por los hombres..." Se deduce que Epicuro no podría haber dicho algo más absurdo: si ese ser fuera tal y como dijo, de ninguna manera se le podría llamar Dios sino más bien monstruo desalmado, y por eso arrancó de cuajo la religión de las almas de los hombres.

La opinión de Anaximandro [que transmite Cicerón] es que los dioses eran personas normales con unas vidas muy longevas, pero debemos disentir sobre un origen tal de los dioses para poder llegar hasta la verdad.

Los egipcios se vanaglorian de que el primer linaje de dioses surgió entre ellos, porque, como después mostraremos, fueron evidentemente los primeros en habitar la tierra [según Diodoro Sículo en el primer libro de sus Historias] y pensaron que había dos dioses, eternos, el Sol y la Luna, a los que llamaron por unos determinados motivos Osiris a él e Isis a ella. Por otro lado, Lactancio (en el primer libro de Instituciones divinas) llama a Saturno "padre de todos los dioses" porque [según Ennio, en su Historia Sagrada>ref>La nota original del editor lo llama Ennio, actualmente es más conocido como Evémero.</ref>] engendró con Ops a Júpiter, Juno, Neptuno, Plutón y Glauca, que fueron considerados dioses al realizar acciones de renombre entre los mortales.

Con todo, hay muchos dioses cuyo nacimiento es conocido: como afirma Perseo, alumno de Zenón, cada pueblo consideró como dioses, por más que nacieran como mortales, a quienes descubrieron algo de gran ayuda para el desarrollo de la vida, a los fundadores de comunidades o ciudades, a mujeres de destacada castidad o a hombres de grandísima valentía: lo hicieron los egipcios con Isis, los mauros con Juba, los afros[5] con Neptuno, los macedonios con Gabiro, los persas con Mitra, los rodios y masagetas con Sol, los romanos con Quirino, Atenas con Minerva, Samos con Juno, Pafos con Venus, Delfos con Apolo, Lemnos con Vulcano, Naxos con Dioniso, los cretenses con Júpiter, los armenios con Anaitide, los babilonios y asirios con Bel, los berecintes con Rea y así otros pueblos con otros mortales. Es más, aunque me avergüence decirlo y me parezca descabellado, después de divinizar a hombres, también crearon a dioses a partir de animales y los adoraron.

Por tanto, los griegos [según Heródoto en su primer libro] no en vano percibían que los dioses habían surgido de los hombres: era muy difícil determinar el origen de los dioses, porque los propios dioses eran particularmente vanidosos, todos sus descendientes fueron mortales y, especialmente, porque protagonizaron fugas, muertes y heridas. ¡Cuánto más correcto es dirigir los ojos y la oración allí donde reside el verdadero Dios! A Él lo debemos adorar con pureza, integridad e incorruptibilidad, de mente y de palabra. Sin embargo, es peligroso, como afirman los sabios, decir verdades al hablar de Dios, porque nuestros ojos no pueden contemplarlo (en efecto, nuestra mirada de mortales, que nos entregó Dios como un regalo, enseguida se aparta de un golpe de luz o de un resplandor) y ni nuestro espíritu ni nuestra agudeza mental pueden siquiera concebirlo. Esto lo explicó [según Cicerón] el poeta Simónides, un hombre muy sabio, cuando el tirano Hierón le preguntó qué o cómo era Dios. Pidió un día para reflexionar y, cuando le preguntó lo mismo al día siguiente, pidió dos días más y así cada vez que le preguntaban pedía el doble de tiempo. Sorprendido, Hierón le preguntó por qué actuaba así, a lo que respondió: cuanto más lo medito, más oscuro me parece el asunto. Si esto lo hubieran hecho los filósofos, que andaban a tientas por la oscuridad como unos andábatas mientras deliraban continuamente, no hubieran ofendido a Dios, su Creador, con tantas opiniones impías. Es bastante mejor ignorar la verdad que enseñar falsedades.

Así pues, Dios siempre es uno solo: no le afecta el paso del tiempo sino que siempre se mantiene igual y da nombre al principio de todas las cosas. En Isaías dijo: "Yo soy Dios, no hubo nadie antes de mí y después de mí tampoco habrá nadie." Cicerón señala (en su primer libro de las tusculanas) que no tiene origen; Moisés afirma: "Al principio Dios creó el cielo y la tierra." San Jerónimo afirma (en su 4ª carta a Dámaso): "La naturaleza de Dios solo es una, que es verdadera; a este respecto, no toma su sustancia de otro lugar, sino que es propiamente suya." Después comenta: "Solo Dios es eterno, es decir, no tiene principio; tiene el verdaderno nombre de la Esencia..." También Virgilio parece abordar en su poema este tema (en su libro sexto de la Eneida), aunque muy alejado de la verdad:

Al principio, al cielo, a la tierra y a los líquidos mares
al orbe relumbrante de la luna y a los titánides astros
un espíritu interior los alimenta así como da vida a toda la materia,
esa mente insuflada en sus uniones, que se entremezcla con su gran cuerpo.

Entre otras citas, Ovidio en su 12º libro de las Metamorfosis: "Aquel artesano, el origen del mejor mundo natural."

También Platón, al que todos consideran el más sabio, menciona a un solo Dios y afirma que él creó todo este mundo.

Aunque no tengamos costumbre de invocarlo como sí hacen los poetas, es menester que aquel a quien llaman Dios otorgue un buen final a esta obra sobre los primeros inventores, porque es Él quien concede todos los bienes a los mortales.

Respecto a la palabra "dios", algunos la derivan del griego theos (θεός), que significa Dios o "que nada le falte"; otros de theaomai (θεάομαι), que significa "ver, observar" y otros de deos (δέος), que significa "miedo". San Ambrosio aprueba ambas explicaciones cuando escribe: "Se le llama Dios porque todo lo ve y todos lo temen."

Cap. 2: El inicio de las cosas[editar]

Aunque parecía que al comienzo de nuestra obra deberíamos tratar el inicio de las cosas para después tratar sobre el origen de los dioses, que surgen de los mismos principios, mi reverencia por el verdadero Dios me ha conmovido y ha hecho que prefiera empezar esta obra por aquello que está delante de todo. Así pues, este es el lugar más razonable para que recorramos las opiniones de los filósofos sobre los orígenes de las cosas mientras, poco a poco, me aproximo a la verdad.

Tales de Mileto, uno de los siete sabios, afirmó que el agua (como hemos mencionado antes) era el inicio de las cosas y que la divinidad era la mente a partir de la cual todo se formó con agua. Por contra, Hipaso de Metaponto y Heráclito de Éfeso, al que por su oscura forma de escribir llaman en griego skoteinos (σκοτεινός), es decir, tenebroso (según S. Jerónimo en su Contra Joviniano), afirmaron que todo fue creado a partir del fuego. Empédocles, por otro lado, considera que surge de cuatro elementos, afirmación que Lucrecio resume en su verso "De la lluvia, la tierra, el aire y el fuego nacen".

Anaxímenes señala que el Aire es el principio, Metodoro de Quíos dice que el Universo siempre ha existido; por su parte, Epicuro, que regó su jardín con las aguas del manantial de Demócrito, propone dos principios: el Cuerpo y el Vacío. Todo lo que existe, o contiene o es contenido. Por Cuerpo entiende que son los átomos, es decir, unas partes pequeñísimas que no pueden recibir tomé (τομήν), es decir, corte (de donde viene el nombre átomo), a las que podemos ver cuando entran los rayos de sol por una ventana; por Vacío se refiere al espacio en el que existen los átomos. A partir de estos átomos defiende que se crearon los cuatro elementos (fuero, aire, agua, tierra) y de estos elementos el resto de cosas. Por eso Virgilio (en su poema Sileno) afirma:

Pues cantaba que entre el gran vacío
las semillas de las tierras, las brisas y el mar se reunieron,
a la vez que las del líquido fuego, de tal forma que con estos inicios
todos los comienzos, incluso el del tierno orbe terrestre, fueron conformándose.

Baste con lo dicho hasta ahora sobre las opiniones de los filósofos; ahora vamos a ofrecer lo que contienen las Sagradas Escrituras, para que no parezca que somos unos ignorantes, desconocedores de la razón y la verdad. Así pues, desde los inicios Dios lo creó todo desde la nada (como atestiguan Moisés y después explica con todo detalle Josefo [en su primer libro de Antigüedades judías]). También Juan el evangelista dice: "Todo lo hizo por sí mismo." Lactancio (en Instituciones Divinas, 2) lo relata con mucha claridad: "Que nadie busque la materia a partir de la que Dios realizó una obra tan grande y maravillosa: lo hizo todo a partir de la nada." Y (en otro lugar): "Dios lo hizo a partir de lo que no existe." También [en su libro La ira de Dios]: "Solo uno es el comienzo y origen de las cosas: Dios." San Jerónimo dice: "¿Hay alguien que dude de que Dios es el creador de todo?" Incluso el propio Platón (en el Timeo) lo sintió así cuando explicó este hecho.

En definitiva, este fue el verdadero comienzo de todas las cosas; después, a partir de ahí, los hombres, a medida que fueron surgiendo, fueron descubriendo la mayor parte de elementos que caracterizan las distintas formas de vivir.

Una vez que ya he pagado el precio de explicar el primer origen de la naturaleza, considero que se puede entender de dónde ha surgido la materia con la que los hombres, que trabajan con lo que existe, han creado aquellas costumbres sobre las que voy a escribir.

Cap. 3: El primer surgimiento de los hombres y el origen de la variedad de las lenguas. ¿Hablaban los romanos una sola lengua o no? La primera división de los pueblos[editar]

Respecto al primer origen de los hombres, los más destacados autores que han tratado la naturaleza de las cosas han ofrecido una doble explicación, según nos cuenta Diodoro: algunos creían que desde siempre, sin que fueran creados en un momento en concreto, han existido el mundo, incorruptible antes de su materialización, así como un linaje humano. Según Censorino, así opinaban Pitágoras de Samos, Arquitas de Tarento, Platón de Atenas, Jenócrates, Aristóteles de Estagira y también muchos otros peripatéticos, que afirmaban "Todo lo que ha existido y existirá en ese mundo eterno, no ha tenido ningún inicio, pero existe un mundo esférico de seres que se generan (o nacen) en el que parece que el inicio y el fin de cada uno de estos seres sucede a la vez.”

Algunos, por contra, pensaron que el mundo sí fue generado y se corrompe, y los hombres tuvieron su origen a medida que pasó el tiempo. Por este motivo los egipcios afirman que son el primer pueblo en haber surgido debido, primero, a la fertilidad de su tierra y aire y a su clima templado y, segundo, al Nilo, que gracias a las inundaciones de limo genera y alimenta mucha vida por su propia naturaleza. De hecho, de los campos Tebas (según el mismo Diodoro) nacen ratones, algo que provoca un particular asombro, ya que ven moverse entre el limo la parte delantera de estos animales, como si estuviera viva en la parte del pecho, pero la posterior no ha empezado a moldearse sino que es informe.

De hecho, Psamético, cuando ascendió al trono, sintió el deseo de conocer quiénes fueron de verdad los primeros hombres y averiguó que los primeros fueron los frigios y los egipcios, los segundos. Como Psamético no podía averiguarlo de ninguna otra manera [según relata Herodoto en su libro segundo], entregó a un pastor a dos niños recién nacidos para que los criase entre rebaños, ordenándole que no les dirigiera la palabra para que no aprendiesen ninguna palabra: así podrían saber cuál sería la primera palabra que saldría de sus bocas. Después de dos años, cuando se abrió la puerta (los niños dentro se alimentaban de cabras), ambos niños se lanzaron a los brazos del pastor mientras gritaban becos (βεκός), una palabra que se sabe que en frigio significa pan. De este modo descubrieron que los frigios fueron el primero de todos los pueblos.


Además, hubo una gran disputa entre egipcios y escitas [según Justino, en su segundo libro sobre la Antigüedad del linaje]: en esta competición, fueron derrotados los egipcios, ya que se consideró que los escitas eran más antiguos. Los etíopes también dicen ser los primeros hombres de la creación, con el siguiente argumento: como a su región no han llegado otros pueblos de ningún lugar y todo el mundo los considera nativos de aquel lugar, deberían ser considerados el pueblo original. Diodoro [en su cuarto libro] comenta a su respecto: "Es verosímil que aquellos que viven al sur fueron los primeros hombres en aparecer: la acción del sol calienta la tierra, que es húmeda y da la vida a todos, por lo que es consecuente que el lugar más cercano al sol haya sido el primero en ofrecer vida animada." En este sentido, Anaximandro de Mileto afirma que los hombres nacieron de agua y tierra calentadas y Empédocles dice casi lo mismo: asevera que cada uno de los miembros del cuerpo humano ha surgido, en todos los lugares, de la tierra, como si hubiera estado embarazada, y que después estos miembros se unieron y construyeron la materia sólida de un hombre, una mezcla al mismo tiempo de fuego y agua. Demócrito de Abdera dice que los hombres fueron creados al principio a partir de agua y fango, mientras que Zenón de Citio pensó que el principio de la raza humana se constituyó a partir del nuevo mundo, y los primeros hombres solamente con la ayuda del fuego divino, es decir, que nacieron gracias a la providencia divina.

Los poetas, en cambio, relatan que los hombres o bien fueron formados a partir del maleable fango de Prometeo [10] o bien a partir de las duras rocas de Deucalión y Pirra, como dice Virgilio:


En aquel tiempo, a aquel primer

mundo vacío Deucalión arrojó las piedras
de las que nacieron los hombres, duro linaje.

Con todo, para que nuestro relato no dé la impresión de que aprobamos estas tonterías, vamos a desvelar lo que contienen las Sagradas Escrituras, que son mucho más verdaderas. El primer hombre nació entre los judíos. Dios, padre de los dioses y rey de los hombres [como dice el poeta], entregó un mundo terminado a Adán, el primero de los hombres que hizo a partir de barro [según relata Josefo en su primer libro de Antigüedades, así como el Antiguo Testamento]; incluso Ovidio dice:

El hombre nació, o lo hizo a partir de una simiente divina
aquel artífice del mundo...

San Jerónimo también cuenta [Carta 49] "El hombre fue fabricado a partir del fango" [y, en otro lugar] "Dios nos creó a imagen y semejanza de sí mismo". Por esto Lactancio [en el 6 libro de las Instituciones Divinas] afirma que "es inteligente llamar al hombre una representación de Dios" y, también [en La obra creadora de Dios]: "Hay una vasija, en cierto modo maleable, que alberga el espíritu (es decir, el hombre verdadero), pero no fue creada por Prometeo, como relatan los poetas, sino por Dios, el sumo creador y artífice del mundo." Cicerón transmite la misma idea, aunque desconocía las Escrituras celestiales [en su primer libro sobre Las Leyes]: "Este animal prudente, sagaz, complejo, avispado, memorioso, racional y reflexivo, al que llamamos hombre, fue producido por un Dios supremo en un momento ilustre de creación: solamente él de entre todas las especies de animales y de toda la naturaleza tiene una parte racional y meditativa, mientras que todas las demás carecen de ella."

Invención de las artes[editar]

Así pues, Adán fue el primer hombre creado por Dios y, después infringir las órdenes de Dios (como opina S. Jerónimo) y haberse casado con Eva, fue quien engendró todo el linaje humano futuro. El propio Jerónimo afirma: "Dios creó dos hombres al principio, de quienes desciende toda el bosque humano." Después de esto, los hombres llevaban una vida dura, pues no sabían nada y no tenían ninguna ayuda, pero poco a poco, como dice Virgilio, fueron forjando diversas artes gracias a la reflexión: al recibir idea de muchas cosas y obligados por la necesidad, en un breve tiempo descubrieron el resto de comodidades para la vida humana. Así pues, entonces alcanzaron diversas artes, como canta el mismo poeta:


Todo lo vence un esfuerzo

desmesurado y en la adversidad, la urgente necesidad.

Cuando Dios creó al hombre, incluyó una lengua en su boca, la única intérprete del alma, capaz de diferenciar en palabras la voz con sus movimientos. No en vano, habrá a quien se maravillará al pensar en la procedencia de la gran diversidad de lenguas humanas, hasta tal punto que hay tantas lenguas como regiones en el mundo. Por esto, he pensado que no debo pasar por alto el origen de este hecho.

Nemrod, hijo de Cam, hijo de Noé, después del diluvio intentó apartar del temor a Dios a los hombres, que se habían asustado del poder de las aguas, ya que pensaba que debían depositar sus esperanzas en sus propias fuerzas, y los convenció, por tanto, para que levantasen una torre (como se explicará mejor en otro momento) tan alta que las aguas no pudieran cubrirla. Sin embargo, se volvieron locos cuando empezaron la obra, porque Dios dividió su lenguaje para que la discordia de distintas voces hiciera que no pudieran entenderse entre ellos: este es el origen de la diversidad de lenguas que hoy en día los hombres usan [según Josefo en su primer libro de Antigüedades].

Tampoco es descabellado tratar ahora brevemente un tema de debate entre eruditos: ¿los romanos hablaron desde un principio latín o tuvieron dos lenguas a la vez, como sucede con nosotros, los griegos y otros pueblos, que en nuestro tiempo tenemos una lengua a la que llamamos vulgar o vernácula y otra a la que denominamos latina o ática? A mi juicio, no vamos a esforzarnos en explicar algo evidente, así que lo dejaremos claro con el elocuente testimonio de Cicerón [en su libro 3 de El orador], donde afirma que hubo un idioma propio del pueblo romano y de la ciudad, como demuestra el ejemplo de la mujer de Lelio, que la hablaba de tal forma que, quien la escuchaba, pensaba que hablaba con Plauto o Nevio. Y para que nadie piense que Lelia había aprendido una lengua (es decir, la latina) y que en casa desde niña había mamado otra distinta, la propia del lugar, afirma un poco más abajo: "Nadie nunca se ha sorprendido porque un orador hable en latín; en cambio, si hablaba de otra forma, se burlaban de él." Y también [en El perfecto orador] afirma: "Si en un verso una sílaba se hace más breve o más larga, todo el teatro rompe en abucheos." Y comenta [en su primer libro de las Tusculanas]: "A menudo a la audiencia de un teatro, entre quienes hay mujeres y niños, la conmueve oír tan gran canción."

De todos estos pasajes queda claro que había una sola lengua, que por supuesto era la latina, y que fue común para todos, dado que incluso los niños y las mujeres la conocían. Con todo, Cicerón era un experto retor, que había aprendido a disfrutar con las palabras y a juzgar correctamente con su oído cómo apreciar este disfrute, algo que no se puede alcanzar sin formación retórica: si bien todos los romanos hablaban latín, no todos conocían la retórica, aspecto que tambien queda claro con uno de sus testimonios. [En el Bruto] pone en boca de Pomponio Ático las siguientes palabras: "Ves un discurso correcto latino, que goza de gran prestigio, no por preparación o concimiento sino, por así decirlo, por la costumbre de lo que es bueno." Y añade: "A Tito Flaminio, que fue cónsul con Quinto Metelo, lo vimos hablar de niño, y se consideraba que hablaba buen latín, pero no había recibido formación retórica."

¿Queda alguien que todavía sospeche, después de haber visto lo que rey del latín ha dicho, que los romanos no tenían la misma lengua que nosotros? Al igual que entre los romanos hablaban un latín menos puro y elegante aquellos que vivían fuera de la ciudad, también entre los latinos[6] ya desde antiguo aquella lengua propia se vio oscurecida por la barbarie de aquellos salvajes que a veces han ocupado Italia así como por su antigüedad.

Vuelvo al tema. El ya citado Josefo nos transmite también este hecho: tras la separación de las lenguas, los bisnietos de Noé y sus descendientes enseguida se dividieron y cada uno avanzó para ocupar las distintas regiones de la tierra como colonias, de tal manera que no solo dieron su nombre a los distintos pueblos y gentes que fundaron, sino que también la mayoría de ciudades recibieron de ellos su denominación. Luego los griegos, horrorizados por estas bárbaras palabras o bien las cambiaron por entero (como afirma Josefo) o bien las alteraron en gran medida, para que fueran muy distintas de su forma antigua.

Con todo, demuestra que todavía existen algunas que concuerdan con su nombre antiguo, como Tiro en Fenicia, Tarso en Cilicia, así como los nombres de los capadocios, paflagonios, panfilios, frigios, palestinos, cilicios, sabeos, sirios y, al sur, los egipcios, libios y mauros, que todavía conservan los nombres de los fundadores de su linaje; también añade a los medas, armenios e íberos y los propios hebreos, que descienden de Noé. Eusebio explica además [en sus Crónicas] que los hijos de Noé fueron Sem, Cam y Jafet; los hijos de Sem fueron Elam, que será el fundador de los elamitas; Asur, de los asirios; Arfaxad, de los árabes; Lud, de los lidios; Aram, de los sirios (a los que también se les llama arameos, en tanto que hijos de Aram). Los hijos de Cam son Cus, fundador de los etíopes; Mestre, de los egipcios; Furgur, de un pueblo etíope; Canaán, de los cananeos. Los hijos de Cus son Saba, fundador de los sabeos y Evilat, de los evilea. El hijo de Jafet es Gomer y de Gomer, Ascenez, fundador de los germanos.

De igual manera, es razonable creer que de estos surgieron la multitud de pueblos restantes que después han llenado el mundo entero.

Cap. 4: El origen de las uniones conyugales y las diversas costumbres de los pueblos: cuáles copulan en público como bestias y en cuáles debe acudir la novia virgen ante el hombre. El origen del divorcio y cuál era el ritual del matrimonio en la antigüedad[editar]

Dios modeló el mundo y colocó su suprema mano sobre él así como el resto de cosas, tal y como cuenta Moisés, y por último dio forma al hombre: no hay dudas de que creó el mundo y el resto de animales por él, como claramente demuestra Cicerón [en su segundo libro sobre la Naturaleza de los Dioses]. Ambos puntos los atestigua Ovidio [en su primer libro de las Metamorfosis]:

El animal más sagrado, de mente más profunda y capaz,
todavía faltaba; para que pudiera ser el amo sobre los demás,
nació el hombre.

Cicerón [en su primer libro sobre Las leyes] afirma: "Porque al hombre lo produjo y generó Dios, porque quiso que fuera el fundamento para el resto de cosas." Josefo: "Dios creó al hombre como el amo de todas las cosas." También Plinio: "Por derecho se atribuye al hombre el dominio, que parece el motivo por el cual la naturaleza lo ha generado todo." Es más, en las elegantes palabras del propio Cicerón: "¿Quién contempla el cielo, si no es el hombre? ¿Quién el sol, quién la luna, quién se maravilla de las obras de Dios, si no es el hombre? ¿En qué buenos terrenos hay una organización que no sea humana? Nosotros cultivamos la tierra, cosechamos sus frutos, nosotros cruzamos el mar, nosotros domamos a peces, aves y ganado. Así pues, todo lo hizo Dios por el hombre, puesto que todo lo cedió para su uso.

Después, para que la especie humana se propagase y no se extinguiera en una sola generación, fue necesario modelar una mujer y unirla al hombre mediante los sagrados vínculos del matrimonio para que no rigieran su vida al modo de las fieras salvajes. Aunque luego relataré lo que cuentan las fábulas de poetas, Dios enseguida unió en matrimonio a Adán, antes de que pecase (según creen algunos), el primer hombre que creó [como relata Josefo en su primer libro de Antigüedades], con Eva, a la que hizo a semejanza del propio Adán, para que al unirse ambos sexos pudieran propagar su descendencia y que una multitud ocupase la tierra. San Jerónimo [en la carta a Eustaquio sobre mantener la virginidad] transmite que esto fue hecho por Dios después de que Adán y Eva infringieran sus órdenes: "Eva fue virgen en el paraíso; el casamiento tuvo lugar después de que se cubrieran con abrigos de pieles." El mismo autor [en su libro contra Joviniano] dice: "Tenemos que decir que, antes de su ofensa, Adán y Eva fueron vírgenes en el Paraíso; después de su pecado, las bodas tuvieron lugar en cuanto fueron expulsados del Paraíso." Este es el verdadero origen del matrimonio.

En la Antigüedad [según Trogo], se contaba que el rey Cécrope había instituido el matrimonio antes de los tiempos de Decualión, por lo que a este lo representaron con un doble rostro. Sin embargo, no todos celebraban el matrimonio con los mismos rituales: entre los númidas, mauros, egipcios, indos, hebreros, persas, garamantes, partos, taxilos, nasamontes, tracios y casi todos los pueblos bárbaros, cada hombre tenía el mayor número posible de esposas, hasta diez o incluso más, como una muestra más de riqueza. Los escitas, agatirsos, britanos y atenienses tenían mujeres e hijos en comunidad, según las ideas de Platón en la República, y descontrolados se unían al modo de las bestias. Los masagetas tenían una esposa distinta cada uno, pero luego las usaban en común, al igual que solía suceder entre los britanos [tal y como relata César]. Entre los árabes que habitan en la Arabia Feliz, era costumbre que la esposa fuera una familiar: [según atestigua Estrabón en su libro 16 de Geografía] el primero que entraba en una casa, dejaba su bastón a la entrada (todos llevan uno por costumbre) y se acostaba con la mujer; sin embargo, ella pasaba las noches con el mayor de todos. De esta manera, todos eran hermanos entre sí. Entre ellos, se castigaba con la muerte al adúltero, al cual capturaban porque no pertenecía a la familia.

Una vez sucedió este hecho memorable: hubo un rey que tenía una hija con una belleza que maravillaba y quince hermanos. Los hermanos estaban todos enamorados por igual de ella, por lo que continuamente acudían uno tras otro a ella. Al final ella se cansó de estas frecuentes uniones y pensó lo siguiente: talló unas ramas con unas formas similares a los bastones de los hermanos y, en cuanto alguien salía, ponía un bastón similar ante la puerta, de tal manera que el resto de hermanos que iban a entrar a continuación, al ver el bastón colocado ante la puerta y pensar que había otro hermano dentro, evitaban entrar. Sin embargo, una vez todos los hermanos se encontraron en la plaza y, cuando uno de ellos vio un bastón en la puerta, sospechó que dentro había un adúltero (pues sabía que había dejado a todos sus hermanos en la plaza), así que corrió a acusar a su hermana por adulterio ante su padre pero, cuando se conoció todo, fue condenado por acusarla en falso.

Los cántabros entregan una dote a su mujer. Algunos se unen con familiares de sangre, especialmente con sus madres y hermanas, con las que incluso se casan, como los caníbales, los medas, los magos, algunos etíopes y los árabes. Entre los nasamones y augilas, pueblos de Libia, había la costumbre de que, cuando un hombre se casaba por primera vez, la primera noche se uniera a todos los invitados como si fuera la esposa para conseguir el favor de Venus, y después llevaba una vida de castidad. Los adirmaquidas, un pueblo púnico que pertenece a Egipto, [según relata Heródoto en su libro primero, cap. 10] tenían la costumbre de mostrar a las doncellas que se iban a casar al rey, que podía ser el primero en mancillar a las que quisiera. También los escoceses tenían la misma costumbre, por la que el señor del lugar podía acostarse con la recién casada antes que el marido. Como esta costumbre era extremadamente inaceptable después del cristianismo, el rey Malcolm III de Escocia, el mejor de los gobernantes, la eliminó alrededor del año 1090 d.C. y decretó que las jóvenes pagasen una moneda de oro a los señores del lugar para conservar su virginidad, una costumbre que todavía hoy se conserva. Las hijas de los lidios hacían negocio ofreciendo su cuerpo en público hasta que conseguían su dote y después se casaban.

Por último, hay otros pueblos que viven sin casarse, como algunos tracios (que se denominan "cristas", es decir, los creadores) y los esenos, el tercer pueblo de sabios entre los judíos. De estos, algunos yacen en público al modo de las fieras, como los indios, los masagetas, los nasamones y los caníbales. Con esto queda claro de qué forma tan inaceptable todos estos pueblos se han entregado a sus deseos con desenfreno. Pero ¿por qué nos tienen que sorprender que estos pueblos, que carecían de la luz, es decir, que desconocían a Dios, se entregasen a toda clase de sacrilegios al albur de sus deseos? ¿O de que mostrasen, sin ninguna reflexión, todo tipo de hechos abominables y hasta vergonzosos y repugnantes de decir?

Así pues, nosotros somos mucho más felices que ellos, porque ha sido Dios quien ha establecido ese ilustre pacto del matrimonio [como recoge Jerónimo en su Contra Joviniano y en su carta a Eustaquio sobre mantener la virginidad]: nosotros, hombres imbuidos de fe cristiana, ¡tenemos suficiente con una sola mujer! ¡Vaya que sí! Los que han respetado y venerado esta sagrada institución desde más antiguo han sido los hebreros: aunque fueron los primeros que recibieron la orden de Dios (antes tenían, como dijimos, muchas mujeres), mancillaban esta ley con su multitud de esposas. Más adelante explicaremos por qué motivo actuaban así antes, cuando hablemos sobre el cristianismo en el quinto libro de esta obra: allí aclararemos también con qué grado de consanguineidad se prohibía antes y ahora en el matrimonio. Pero volvamos al tema.

Entre los romanos, el matrimonio se mantenía vigente hasta que hubiera un divorcio, el cual la Santa Iglesia a duras penas concede actualmente, aunque entonces era uno de los motivos por los que las matronas protegían con mayor empeño su castidad. El primero en divorciarse fue Espurio Carvilio [según relatan Dionisio de Halicarnaso en su libro segundo y Plutarco en su Vida de Rómulo], en el año 523 desde la fundación de la ciudad[7], cuando fueron cónsules Marco Pomponio y Cayo Papirio, a causa de la esterilidad de su mujer. Es evidente que desde un principio el matrimonio fue un pacto muy sagrado entre los romanos, ya que permaneció tantos siglos sin romperse y Espurio Carvilio, cuando lo rompió, siempre tuvo que escuchar al pueblo hablar mal de él por este tema, si bien había jurado ante los censores que se había casado solo para tener hijos.

Por los decretos transmitidos de Moisés, es bien sabido que él fue el primero en legislar el divorcio [según se ve en Deuteronomio, 24]. Moisés, al ver que algunos judíos maltrataban a sus mujeres y a veces hasta las mataban por avaricia, por inconveniencias domésticas o movidos por pasión, ya que así podían tomar esposas nuevas, más ricas, más hermosas o más jóvenes, les dio la posibilidad de divorciarse de sus primeras esposas para conseguir la paz doméstica. Con todo, también determinó que el hombre le entregase a la esposa repudiada un escrito en el que estuvieran claramente escritas las siguientes palabras [según atestigua Josefo en el cuarto libro de sus Antigüedades de los judíos]: "Prometo que no te volveré a requerir" y, con este documento, la mujer podría casarse de nuevo con cualquier otro. No está reconocido de ninguna otra manera por ley, para que no se rompa aquella afirmación de "Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre." Así, queda claro que el primer divorcio tuvo lugar entre los judíos con el permiso (que no orden) de Moisés; Cristo ratifica ambos extremos [en Mateo, 19]: "Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre." y añade después: "Ante la dureza de vuestro corazón, Moisés os permitió repudiar a vuestras mujeres, pero en un inicio no fue así." Y dijo las palabras "ante la dureza" porque se comportaban cruelmente con sus mujeres, porque es salvaje y duro no quererlas. Y después Jesús mostró su aprobación para que no se despreciara el divorcio, si se producía exclusivamente por motivo de adulterio. Esto es lo que tengo que decir sobre los inicios del divorcio entre los romanos y los judíos. Con todo, había diferencias: entre los judíos, el divorcio no lo podían pedir ambos, sino que solo el hombre podía abandonar a la mujer; por contra, entre los romanos ambos podían hacerlo.

Ahora es el momento de hablar de cómo era el ritual del matrimonio antiguamente y qué rasgos perduran todavía. [Según Festo], entre los romanos eran tres niños, pátrimos y mátrimos, es decir, con sus padres y madres vivos, llevaban a la novia: uno llevaba una antorcha de pino blanco (pues las bodas se celebraban de noche, [según relata Plutarco en sus Problemas]) y los otros dos llevaban de la mano a la esposa. Esta antorcha la precedía en calidad de honra de Ceres: al igual que Ceres alimenta a los mortales, porque se la consideraba la madre de la tierra y la creadora de todos los frutos, así también la novia, convertida después en la madre de la familia, alimentaría a sus hijos. Esta costumbre se mantiene especialmente en Inglaterra, donde dos niños, como "paraninfos", es decir, como testigos (antiguamente se les llamaba auspices, porque observaban los augurios antes de celebrar la boda), llevan a la novia al templo, donde un sacerdote bendecirá a los dos cónyuges, y de ahí dos hombres los llevan a casa y un tercero, en lugar de una antorcha, porta una pequeña vasija de oro o plata. Especialmente en el campo la esposa cubre su cabeza con una corona de espigas o la lleva en su mano; otras veces se lanza trigo sobre su cabeza para conjurar buenos augurios cuando entra en casa.

Mientras sucedía esto, a menudo se invocaba el nombre de Talasio para confirmar la virginidad de la novia, bien porque durante el rapto de las sabinas le había tocado una virgen o bien porque se advertía con el nombre de Talasio para que cumplieran con sus tareas del hogar y del tejido de la lana, por lo que también recibía el nombre de Calato. También se hacía, según transmiten Plutarco y Plinio, que las novias llevasen una rueca engarlanada con lana y un huso, lo que en la región italiana de Venecia todavía perdura. También se les daba, antes de la llegada del novio, fuego y agua para que los tocasen y así se purificasen con estos elementos, como después se explicará en otro lugar, ya que con esto simbolizaban que sería casta y pura. Cuando la novia entraba, se le daba a probar una bebida recién hecha, según Ovidio en los Fastos:

Que no se avergüence de tomar nívea leche con polvo
de amapola y mieles licuadas de panales escurridos:
nada más presentaron a Venus ante su deseoso marido,
ella lo bebió y desde ese momento estuvo casada.

Actualmente, se cuenta que en Roma dan miel en vez de todo esto; entre los ingleses, la novia, después de haber recibido la bendición sacerdotal, empieza a beber, mientras el novio y el resto de asistentes también lo hacen.

Entonces se colocaba una lanza extraída del cuerpo de un gladiador como muestra del inmediato castigo que recibirá quien violente su alcoba, ya fuera porque las matronas quedaban bajo la protección de Juno Curete (que recibe este nombre por portar una lanza, que en lengua sabina se denomina "curis") o porque según el derecho matrimonial la esposa queda bajo la potestad de su marido. Los germanos todavía mantienen esta costumbre como antaño. Además, griegos y romanos tenían la costumbre [20] de ceñir sus genitales con unos paños hasta el día del matrimonio. Esto lo menciona Homero [en la Odisea] respecto a la virgen de Tiro violada por Neptuno, y también Catulo con su "desató su ropaje largo tiempo ceñido." Además, la nueva novia rodeaba su cuerpo con un ceñidor de lana de oveja que desataba el marido en el lecho: al mismo tiempo que la novia era introducida en la casa, el marido era atado y ceñido.

En Roma, según Festo, las novias también solían llevar tres ases de hierro[8]: uno, que lo llevaban en la mano, se lo daban al marido, como si lo comprasen; otro, que lo llevaban en el pie, lo dejaban en el fuego a los lares de la familia, costumbre que hoy en día no se mantiene en ningún lugar de Italia; el tercero solían hacerlo sonar en un saciperio (así llama Nono Marcio a este tipo de saquitos) en la encrucijada más próxima. También había otro tipo de compra que sucedía cuando se casaban "in manum", tal y como relata Boecio en su comentario a los Tópicos de Cicerón. Ambos se hacían las siguientes preguntas sucesivamente: el hombre le preguntaba a la mujer si quería ser madre de familia y ella respondía que lo deseaba; de igual manera, la mujer le preguntaba al hombre si deseaba ser padre de familia y él respondía que lo deseaba. Y así la mujer daba la mano al marido: ambos se daban la diestra, se besaban y, por último, el marido adornaba un dedo de la esposa con un anillo de oro, como si la ligase a sí con tal prenda.

Ambas costumbres las atestigua Tertuliano [en su libro sobre conservar la virginidad y en su Apologético, 6]. Esta compra de la mujer la recuerda Virgilio en aquel versillo: "Como su yerno te compra Tetis con sus olas."

Por último, la esposa ungía las jambas del hogar familiar con sangre de cerdo, porque pensaban que alejarían el mal del hogar y de uncir, mujer[9]. De igual manera, tampoco le permitían cruzar el umbral por su propio pie, sino que la llevaban en brazos, porque así parecía que perdía su virginidad a la fuerza. Y se conservan no pocas costumbres repletas de superstición, aunque consideramos inútil recordarlas todas.

Cap. 5: El origen de la religión: ¿quiénes fueron los primeros creadores del culto a los dioses y se consagraron al verdadero Dios?[editar]

No cabe duda de que los hombres, que antes llevaban una vida salvaje sin ningún tipo de guía, empezaron a elevar a los cielos a sus primeros reyes con alabanzas y nuevas honras, de tal manera que los empezaron a llamar dioses engañados por los presagios de los demonios, como ya hemos comentados, o también (como suele suceder) para adular al actual gobernante o para conseguir algún beneficio en su favor. De esta manera, cuando los reyes eran queridos, dejaban tras su muerte un gran anhelo de su presencia, por lo que los hombres modelaban estatuas de ellos para colmar esos deseos contemplando estas imágenes. De ahí que empezaran a recibir honras como si fueran dioses, especialmente para reforzar la excelencia: por ejemplo, en tiempos de la República cualquier ciudadano arrostraba el peligro con gusto, como el mejor de los hombres, ya que conocía el recuerdo de otros hombres esforzados y que acabaría consagrado con las honras de los dioses inmortales. Así pues, con este razonamiento [según nos muestra S. Cipriano en su libro contra los ídolos] empezó a existir una religión vacía, cuando los primeros padres inculcaron estos rituales en sus hijos y estos en los suyos y así sucesivamente. Por esto, en tiempos de Júpier [según Lactancio, 2, 11] se construyeron los primeros templos y empezó a existir el nuevo culto a los dioses, o un poco antes, porque esto puede que sucediera [según afirma el mismo autor] o antes o mientras todavía Júpiter era niño, cuando Meliso, que crió a Júpiter, difundió los ritos de adoración a los dioses (como después explicaremos) y decretó el culto a la madre de su alumno, a su abuela, Telus, y a su padre, Saturno.

Con todo, para aclarar el origen hasta el más mínimo detalle, contaremos que el inicio de esta costumbre se remonta a los tiempos de Belo, padre de Nino, que aproximadamente en el año 3180 desde la creación del mundo fue el primero rey de los asirios. A este Belo los babilonios y los asirios lo adoraban como a un dios. Por esto había quienes defendían que el culto a los dioses existió desde el principio del mundo. En cambio, la verdadera religión no ha brotado de ningún otro lugar que no sea el propio Dios: en efecto, fue Dios quien nos creó a causa de la religión [según atestigua Lactancio en su libro "La ira de Dios"], para que nada más nacer nosotros le rindiéramos la justa y debida honra y solo lo adorásemos a Él, solo lo siguiéramos a Él y solo descansáramos en Él [tal y como se menciona en Deuteronomio, 6], pues así lo ordenó el Señor: "Adorarás a tu Dios y solo le rendirás culto a Él." Por este vínculo de piedad estamos amarrados y ligados a Dios: de ahí, según Lactancio, la religión tomó su nombre[10]. Por contra, Cicerón [en su segundo libro sobre la Naturaleza de los Dioses] piensa que religión se relaciona con releer[11]: "A quienes han tratado todo lo relacionado con el culto de los dioses, como si lo releyeran, se les ha llamado religiosos por releer."

Pero regresemos al tema de la adoración de los dioses, un importante punto al cual muchos autores han dedicado su atención. Los egipcios fueron los primeros [según el segundo libro de Heródoto y Estrabón en el libro 17 de su Geografía] que levantaron altares, estatuas y santuarios a los dioses y cuidaron los sacrificios y rituales, como después han recordado a los viajeros. Sin embargo, algunos defienden que Mercurio fue el primero en determinar con qué rituales sagrados debería adorarse a los dioses; otros, que fue el rey Mena [según Diodoro, en su libro 1], aunque el mismo autor afirma en su libro 4 que los etíopes fueron los primeros en adorar a los dioses: "Afirman que su pueblo fue el primero en descubrir el culto a los dioses, y que además inventaron las procesiones sagradas, los festivales populares así como el resto de ritos con los que se cubre de honras a los dioses. Por este motivo se difundió entre todos los pueblos la piedad y religiosidad de los etíopes hacia los dioses, y parece que los rituales sagrados de los etíopes resultan particularmente agradables a los dioses. Este punto lo confirma el testimonio del poeta más antiguo y, en concreto, más famoso de los griegos, el cual en la Ilíada presenta a Júpiter junto con el resto de dioses en Etiopía, tanto para asistir a los sacrificios con los que allí les honran según su costumbre, como para disfrutar de la dulzura de sus perfumes. También se dice que los etíopes recibieron una recompensa por su piedad para con los dioses, ya que nunca fueron conquistados por un rey extranjero, sino que siempre han permanecido libres. Lactancio, [en su primer libro de Instituciones], transmite que el primero que hizo un sacrificio a los dioses fue Meliso, rey de Creta, y que introdujo nuevos rituales y procesiones sagradas. Se cuenta que sus hijas fueron Amaltea y Melisa, las cuales alimentaron con leche de cabra y miel a Júpiter cuando era un niño; por esto los poetas contaron que unas abejas se acercaron volando y llenaron de miel la boca del niño.

Además, hubo otras personas que inventaron otros tipos de rituales sagrados de este estilo, como Fauno en el Lacio, el cual [según el ya citado Lactancio] decretó sacrificios en honor de su abuelo saturno. Algunos escriben que antes de Fauno reinó Jano, el cual enseñó el culto divino a los romanos. Numa Pompilio fue el creador de una nueva religión, al igual que Orfeo, que fue el primero en introducir sacrificios al Padre Líber en Grecia, que se denominaban "orgías", el nombre que antaño se le daba en Grecia a los rituales sagrados [según Servio, en su comentario a Eneida, 4], mientras que los latinos los llamaban "ceremonias"; también fue Orfeo el que introdujo la costumbre de los "iniciados" y otros misterios[12] [según Diodoro y Lactancio]. Por contra, Eusebio disiente radicalmente de esta afirmación [en su 10 libro sobre la Preparación evangélica]: "Cadmo, hijo de Agenor, fue el primero que trajo a Grecia desde Fenicia los misterios y los cultos solemnes a los dioses; también las estatuas dedicadas y los himnos; después ya llegó Orfeo desde Tracia." Heródoto, en cambio, [en su libro segundo] afirma que los griegos tomaron parte de su religión sagrada de los egipcios y parte de los pelasgos[13] y que los atenienses fueron los primeros, cuando se estableció el oráculo más antiguo de todos en Dodona [14]. Entre los griegos, sigue Heródoto, Hesíodo y Homero fueron los primeros en dar forma a los dioses. Eusebio concuerda con Heródoto, cuando afirma [en el prefacio de su Crónica]: Cécrope Difies fue el primero de todos que dio nombre a Júpiter, inventó los ídolos, levantó un altar y sacrificó víctimas, acciones todas ellas nunca antes vistas en Grecia. Ciertamente, Cécrope fue el primer rey del Ática y parejo en antigüedad a Moisés. Por lo que respecta a las orgías entre los tracios, Ecio fue su inventor [según el ya citado Eusebio]. Estos fueron los orígenes de la religión entre estos pueblos.

Por otro lado, a Dios omnipotente, al cual nosotros los cristianos adoramos y según cuya voluntad todo tiene lugar, fueron Caín y Abel, los hijos de Adán, los primeros en hacerle un sacrificio [según Josefo en su primer libro de Antigüedades]. Enos fue el primero que invocó el nombre de Dios [según recoge Jerónimo en su Contra Joviniano]; sus sucesores celebraron los sacrificios sin estar iniciados en ningún sacramento, hasta que Dios estableció el sacerdocio, un estatus que se concedió por primera vez a Aarón, hermano de Moisés [según Josefo en su 3 libro de Antigüedades]. Desde entonces fue ley religiosa entre los hebreos que nadie ejerciera ningún cargo sacerdotal si no descendía del linaje de Aarón: tan solo estos sacerdotes tenían permitido realizar cualquier acto sagrado, al igual que actualmente entre nosotros tan solo lo pueden realizar aquellos sacerdotes que han sido iniciados en lo sagrado por un obispo. Sin embargo, hablaremos con mayor extensión de los orígenes de la verdadera religión y del inicio del sacerdocio.

Cap. 6: ¿Quién inventó el alfabeto o, mejor dicho, lo trajo al Lacio? El aumento de su número, su repertorio, fuerza y sonido[editar]

Dado que el eterno recuerdo solo se sostiene en el uso de la escritura y así se protege lo digno de recordar de la afrenta del olvido, consideramos que debemos tratar este punto antes que todos los demás: su descubrimiento deja claro que es maravilloso el vigor de la inteligencia y la memoria de aquel hombre que fue el primero de delimitar los sonidos de la voz, que parecen infinitos, en un pequeño grupo de letras. Aunque su nombre, perdido en la Antigüedad, no nos ha llegado, sin embargo se le reconoce el mayor de los honores. Así, Diodoro atestigua [en su libro primero] que Mercurio fue el primero de todos en inventar las letras en Egipto; Cicerón [en el tercer libro de "Naturaleza de los Dioses"] transmite que Mercurio fue el quinto que entregó las letras a Egipto. También el ya citado Diodoro [un poco más abajo] (veo que hay un gran discusión sobre el primer inventor entre los autores fiables) parece atribuir a los egipcios la invención de la escritura: "Afirman los egipcios que las letras, los recorridos de las estrellas, la geometría y muchísimas artes las inventaron ellos." Algunos señalan que un tal Menón fue quien las descubrió en Egipto, aunque no debemos pasar por alto que entre ellos se usaban dibujos en lugar de letras para presentar un significado[15] (como explicaremos cuando recordemos los obeliscos).

Plinio, en cambio, [al final de su libro 7 de Historia Natural], afirma que él siempre pensó que las letras son asirias, pero que Cadmo fue el primero que las llevó a Grecia desde Fenicia. Eran 16 en total, A B C D E G I L M N O P R S T V, a las que, en tiempos de la guerra de Troya, Palamedes añadió cuatro con estas formas: Θ Ξ Φ Υ. Después de él, Simónides de Melos añadió Ψ Ζ Ν (sic) Ω, cuya influencia se reconoce en las nuestras. Aristóteles, en cambio, recuerda que 18 fueron los símbolos más antiguos, Α Β Γ Δ Ε Ζ Ι Κ Λ Μ Ν Ο Π Ρ Σ Τ Υ Φ y que Epicarmo (y no Palamedes) añadió dos más, Θ y Ρ (ο Ψ, según Hermolao). Algunos, en cambio, arguyen que no fue Cadmo sino los fenicios que lo acompañaban o, incluso, que no fue para nada Cadmo, sino que llegaron muchos siglos después. De hecho, Heródoto de Halicarnaso, "el padre de la historia" según dicen los griegos [en su libro quinto, cuando trata sobre los fenicios] dice así: los fenicios que llegaron con Cadmo, entre los cuales estuvieron los cefireos, mientras vivían en esta región, introdujeron muchos otros conocimientos en Grecia así como la escritura, que no existía previamente entre los griegos y que las primeras letras que tuvieron fueron todas aquellas que usaban los fenicios. Así también lo afirma Diodoro [en su libro sexto]: "En efecto, hay quienes afirman que quienes transmitieron las letras que habían recibido de las musas a los griegos fueron los fenicios, que son los que navegaron con Cadmo hasta Europa. Por este motivo, los griegos llamaban a sus letras 'fenicias'". Por esto Lucano:

Los fenicios fueron los primeros, si nos fiamos de la tradición, que se atrevieron
a consignar una voz que perdura en unas bastas imágenes.

Por otro lado, Diodoro muestra claramente que Cadmo no fue el primero en traer las letras a Grecia, sino que llegaron mucho después, cuando afirma: Cuando Actino, hijo del Sol, cruzaba Egipto, enseñó la astrología a los egipcios; después, cuando Grecia quedó inundada por el diluvio, muchos hombres murieron y se borró el recuerdo de las letras. Por este motivo, después de muchos siglos, se pensó que Cadmo, el hijo de Agenor, fue el primero que llevó la escritura a Grecia y los griegos, debido al habitual desconocimiento, transmitieron que el descubrimiento de la escritura se debía a él. Es más, Josefo [en el primer libro de sus Antigüedades o contra Apión] afirma que los griegos carecían de alfabeto antes de los tiempos de Homero cuando dice: "Además, a menudo se ha investigado y debatido si los griegos usaban la escritura. Hay más argumentos a favor de que no sabían usar el alfabeto moderno; está claro que no se encuentra ningún texto escrito más antiguo que los poemas de Homero, y es evidente que Homero fue posterior a la Guerra de Troya".

Por otro lado, Cicerón transmite otra opinión [en el Bruto]: "No cabe duda de que existieron otros poetas antes que Homero, lo cual puede deducirse a partir de los poemas que se cantan en los banquetes en su casa, en Feacia y en Procoro." También Eusebio [en su 10 libro sobre la Preparación evangélica] relata que, antes de Homero, dejaron textos escritos Lino, Filamón, Tamira, Anfión, Orfeo, Museo, Demodoto, Epiménides, Aristeo y otros muchos más. Otros [según Diodoro, libro 4] afirman que los primeros en descubrir la escritura fueron los etíopes; los colonos egipcios las aprendieron de ellos y los demás de los egipcios.

Con todo, Eupolemo, según entiende Eusebio, desveló sin lugar a dudas cuál fue el verdadero origen de la escritura: Moisés [según el propio Eusebio, en su libro Los tiempos y el 10 libro de la Preparación evangélica], que vivió mucho antes que Cadmo, fue el primero en transmitir a los judíos la escritura; de los judíos las tomaron los fenicios y los griegos las tomaron, por último, de los fenicios; una opinión que el mismo Eusebio demuestra al perfección [en sus libros 8 y 10]. Con esta teoría concuerda aquel pasaje de Plinio que antes mencionamos, en el que los se decía que la escritura fue descubierta entre los sirios, cuando los sirios también son hebreos [según Eusebio] y, además, Judea se encuentra en Siria, según transmite el propio Plinio [lib. 5]: “Siria, la mayor región de todas, recibe muchos nombres distintos: Palestina en la parte que toca con los árabes; Judea, Cele, Fenicia...”

Sin embargo, encontramos que la escritura se había usado incluso antes del diluvio de Noé: Josefo [en Antigüedades, 1] transmite que los hijos de Set, hijo de Adán, en dos columnas (como más adelante explicaremos con más detalle en el apartado sobre la astrología) escribieron que ellos habían sido los primeros en descubrir la ciencia de lo celeste. Esto tuvo que estar escrito, aunque quizá las letras se borraron con la fuerza de las aguas cuando Moisés después llegó hasta ellas; no obstante, Josefo afirma que una de las columnas, la de piedra, había perdurado hasta sus tiempos en Siria. Por este motivo, a mi juicio la opinión más correcta es la de Filón, que atribuye a Abraham, que fue anterior a Moisés, a no ser que se asigne su descubrimiento a los hijos de Set, que precedieron en muchos años al propio Abraham.

Las letras hebreas son, en total, 22 [según el propio Eusebio], igual que nuestras latinas, las cuales, si creemos a S. Jerónimo, son nuevas y fueron creadas por Esdra. Así lo escribe [en su prefacio a los libros de los Reyes]: "Es seguro que Esdra, escribano y doctor en leyes, inventó otras letras después de la captura de Jerusalén y la construcción del Templo, en tiempos del rey Zorobabel. Estas letras son las que se usan actualmente, si bien hasta aquel entonces los caracteres samaritanos y los hebreos eran idénticos."

Las letras griegas antiguas, en cambio, eran casi idénticas a las actuales latinas: la prueba está en la tabla de bronce de Delfos, la cual, consagrada en el palacio de Minerva, se podía contemplar en la Biblioteca en tiempos de Plinio (según él mismo nos cuenta). [Según Plinio y Solino], los pelasgos fueron los que trajeron estas letras al Lacio, aunque algunos defienden que fue Nicóstrata, madre de Evandro de Arcadia, la primera en enseñárselas. Dionisio [en su primer libro] afirma que los propios arcadios fueron los primeros en traerlas a Italia, y luego ya llegaron los pelasgos. Livio considera que lo hizo Evandro [en su segundo libro Desde la fundación de la ciudad] en este fragmento: "Por aquel entonces Evandro, que había huido del Peloponeso, reinaba sobre aquellos lugares gracias a su autoridad más que a su poder: era un hombre respetado por haber enseñado a unos hombres rudos en todas las artes el milagro de la escritura." Coincide con él Cornelio Tácito, quien transmite que los aborígenes aprendieron de Evandro la escritura.

Plinio, por contra, intenta demostrar, siguiendo a Epigeno [en su séptimo libro] que el uso de las letras ha existido desde siempre, un uso que, como hemos demostrado con el testimonio de Josefo, es ciertamente muy antiguo. Heródoto no opina igual, ya que afirma, como hemos explicado antes, que en Grecia no existió ningún alfabeto previo a la llegada de los fenicios; no así Eupolemo o Eusebio, quienes atribuyen, como hemos dicho, la invención de la escritura a Moisés, ni tampoco Diodoro, el cual [en su primer libro] señala: "No podemos saber quiénes fueron los primeros reyes en la tierra, ya que ningún historiador nos transmite sus nombres; no hay forma de que las letras sean igual de antiguas que los primeros reyes."

Es más, la escritura llegó tarde al Lacio, lo que atestigua Livio [al inicio del sexto de su Desde la fundación de la ciudad] con estas palabras: "Por aquellos mismos tiempos, la escritura era escasa, de poca importancia, una custodia fiel para el recuerdo de las hazañas." Por este motivo, el mismo autor [en su libro noveno] relata que entonces los niños romanos no solo recibían educación en el alfabeto griego, sino también en el etrusco: gracias a este detalle, podemos saber que los etruscos también tuvieron antaño su propio alfabeto, el cual (como sucederá al final también con todo lo nuestro) el tiempo ha consumido tanto que ni siquiera se conoce nada de ellas. Según Cornelio Tácito [en su Historia Augusta, 2], fue Demarato de Corinto el primero en enseñárselas a los etruscos. Los frigios también tenían su propio alfabeto, según atestigua Cicerón [en su La naturaleza de los dioses] en el siguiente fragmento: "Se cuenta que hubo otro Hércules nacido en Egipto, del cual dicen que escribió las letras frigias."

Igual que los griegos fueron poco a poco aumentando su número de letras, como comentamos previamente, también los latinos sintieron el mismo deseo, pues a las 16 letras antiguas añadieron estas 6: F K Q X Y Z H.

  • La H no es una letra, sino tan solo la marca de una aspiración.
  • La F, o digamma, la tomaron de los eolios, porque [según documenta Prisciano] tenía el mismo valor entre los latinos más antiguos y los eolios: casi el mismo que actualmente tiene la F lo indicaba la P con una aspiración[16], tal y como escribimos nosotros algunas palabras griegas como Orpheus. Después el emperador Claudio, según Tácito, determinó que debía usarse la F en lugar de la V consonante, de tal manera que se escribiera fulgo en vez de vulgo y fifió en vez de vivió. Según Quintiliano, no era una idea descabellada que Claudio propusiera el uso de la F eolia en esos contextos; de hecho, el pueblo germano todavía la pronuncia así cuando habla en latín. Al final, en las palabras latinas se empezó a escribir F en vez de PH como, por ejemplo, fama.
  • La K fue una letra también recibida de los griegos, aunque todos los que consideramos buenos autores defienden que no debe usarse en ninguna palabra.
  • La Q fue añadida porque parece dar un sonido más redondo que la C
  • La X la hemos tomado de los griegos, aunque podríamos haber carecido de ella, según Quintiliano, ya que usábamos en su lugar CS o GS, como "apecs" y "gregs" en vez de "apex" y "grex".
  • La Y y la Z también brotaron de la misma fuente griega y su uso se limitó exclusivamente a las palabras griegas que las contenían.

Cap. 7 : El origen de la gramática y su importancia[editar]

Parece lógico que, una vez explicado el origen de las letras, trate el origen de la gramática antes de pasar a explicar otros temas: esta es la más importante de todas las artes liberales, ya que es la única base de todas las demás. Su nombre procede de "letra", ya que grama (γράμμα) en griego significa letra. Entre los nuestros[17], a la gramática se la llamaba (según Fabio) "literatura" y a los gramáticos, "literadores" o "literarios", aunque algunos llamaban (según Suetonio en su Gramática) "literadores" a los que tenían una educación mediocre, al igual que a los gramatistas en griego.

La gramática es la ciencia que consiste en escribir y hablar correctamente, de tal manera que las letras custodien su sentido y lo entreguen a los lectores como si se tratara de una caja fuerte. Según Quintiliano [en su libro primero], se divide en dos partes: la ciencia de hablar correctamente y la declamación de los poetas. Cicerón [en su Orador] explica: “En los gramáticos se encuentra el estudio de los poetas, el conocimiento de las historias, la interpretación de las palabras y la declamación de algunos sonidos.” Su inicio, según atestigua Suetonio [en su libro sobre la Gramática], fue claramente el mismo que el de la retórica: la observación de qué expresiones orales eran adecuadas o inadecuadas. Los hombres que se fijaron en qué había que imitar y qué evitar crearon esta ciencia, igual que la oratoria. Los conocimientos del gramático son los mismos que los del orador: cómo se debe hablar en público, según se puede entender de las palabras de Cicerón [en su libro tercero sobre El orador]: “Para explicarnos en latín, no solo tenemos que preocuparnos de usar palabras que nadie pueda criticar por derecho, sino también de mantenerlas en los casos, tiempos, género y número correctos, de tal manera que nada resulte molesto, discordante o absurdo, sino que también debemos usar con mesura el propio sonido de la voz.” Todo esto tan solo lo enseña la gramática. [Según Laercio en su libro décimo,] el escritor Hermipo se la enseñó por primera vez a Epicuro, y Platón fue el primero en investigar su poder. En Roma, en cambio [según Suetonio], la gramática no tenía ningún uso y ya no digamos honra: fue Crates de Malos quien introdujo en la ciudad el estudio de la gramática cuando llegó como embajador ante el Senado del rey Átalo, entre la segunda y tercera guerra púnica, al poco de morir Enio.

La gramática tiene la posición más destacada entre todas las demás artes, ya que es la única que ofrece una vía para acceder a las demás, [Fabio] porque no se puede alcanzar la cima de ninguna ciencia sin pasar previamente por sus inicios. [En otro lugar afirma] No deben tolerarse las palabras de quienes critican esta disciplina como algo flojo y de poca consistencia: a no ser que apliques unos cimientos de confianza para un futuro orador, cualquier cosa que construyas encima se derrumbará. Es necesaria para los niños, alegre para los mayores, dulce compañera de secretos y la única de todos los estudios que tiene más de sustancia que de ostentación. Por su desconocimiento se manifiestan cada día miles de errores, así como las más inadecuadas interpretaciones en los textos de poetas, oradores, historiadores, médicos, abogados civiles y del resto de diciplinas; esto no sucedería si aprendiesen primero gramática los que vayan a dedicar alguna vez a escribir o si aquellos no ignorasen que es parte de la gramática tener un conocimiento de casi todas las artes: entre los antiguos, solamente los gramáticos, de todos los escritores, fueron censores y jueces, a los que también se les llamó críticos [del verbo krino (κρίνω)[18]].

Así pues, cuando alguien empieza a hablar en latín chabacano, no debería lanzarse a escribir cualquier cosa antes de haber aprendido gramática. Antaño destacaron en este campo Dídimo, al cual Macrobio pone por delante de todos los gramáticos; Antonio Enifo, cuya escuela visitaba a menudo Cicerón después de sus obligaciones judiciales; Nigidio Fígulo o el más erudito de todos, M. Varrón, M. Valerio Probo, Palemón, el más arrogante, y muchos más. Entre los griegos, Aristarco, Aristóteles o Teodotes.

Cap. 8: El origen de la literatura y su relevancia. El pasaje del Catón de Cicerón corregido[editar]

La literatura, por muchos motivos, vaya que sí, precede al resto de disciplinas: porque los hombres no pueden alcanzar casi ninguna arte si no le dedican mucho tiempo, porque prácticamente alberga a todas las demás ciencias en su interior, como bellamente explica Estrabón [en su primer libro de Geografía, contra Eratóstenes] o bien porque, de todas las artes que surgen la excelencia del ingenio humano solamente en la literatura se percibe algo de pasión divina. En efecto, los poetas, inspirados por esta pasión, cantan asuntos dignos de toda clase de admiración y sorpresa y, sin esa pasión, Demócrito decía que no podía existir un gran poeta [según Cicerón en su primer libro de Adivinación]. Esta categoría no depende de su arte, sino de su naturaleza, y se muestran como grandes vates en el momento que esa pasión divina los posee [afirmación que compartían Demócrito y Platón]. Horacio, en su Arte Poética:

Porque considera al ingenio más afortunado
que la triste arte, y aparta a los poetas cuerdos del Helicón:
Demócrito.

En otro lugar:

Se preguntó si un poema digno de elogio surge
de la naturaleza o del arte.

Así pues, los poetas no se hacen, sino que nacen. Por esto Virgilio en sus Bucólicas afirma: Pastores, coronad de hiedra al poeta que todavía está creciendo.

Por esto, Ovidio en su Arte de Amar, 3 dice: Hay un dios en nosotros, y hay intercambio con los cielos.

Virgilio también llama "divino" al poeta: Este canto tuyo, divino poeta, a nosotros...

Ser un vate es un regalo de la divinidad. Pero Cicerón [En defensa del poeta Arquias] nos explica de una forma mucho más brillante de qué manera sucede esto: "Así de los hombres más excelsos y refinados hemos aprendido que el resto de estudios se fundamentan en el aprendizaje, los preceptos y la técnica, pero que el poeta se vale de su propia naturaleza, se anima con las fuerzas de su propia mente y se hincha con una especie de hálito divino. Por este motivo, con todo el derecho nuestro querido Ennio llama sagrados a los poetas, porque parece que nos han sido entregados como un regalo y una distinción de parte de los dioses."

El origen de esta arte es muy antigua; según Eusebio [en su libro 11 sobre la Preparación Evangélica], floreció por primera vez entre los hebreos más antiguos, que existieron mucho antes que los poetas griegos. Pues Moisés, el gran líder de los hebreos, en cuanto cruzó el mar Rojo al abrirse las aguas por impulso divino mientras los llevaba de vuelta a su patria, inspirado por un espíritu divino recitó en público un poema en hexámetros para dar las gracias a Dios [según Josefo en su segundo libro de las Antigüedades judías]. Después el divino David, profeta de Dios, compuso himnos en diversos metros. El ya citado Josefo [en su libro 7] afirma: "Así pues, cuando David se liberó de los combates y peligros y disfrutaba de una paz muy estable, compuso cánticos e himnos en honor a Dios en diversos metros, algunos trímetros y otros pentámetros." San Jerónimo lo explica con gran erudición [en su prefacio a la Crónica de Eusebio]: "¿Qué resulta más agradable al oído que un salmo? A la manera de nuestro querido Horacio y del griego Píndaro, ahora discurre en yambos, ahora resuena en estrofas alcaicas, ahora se engrandece en estrofa sáfica, ahora avanza un semipié. ¿Qué hay más hermoso que el cántico del Deuteronomio y de Isaías? ¿Y más profundo que Salomón? ¿Y más completo que Job?” Todos estos versos, compuestos por aquel pueblo, discurren en hexámetros y pentámetros. Así las cosas, no es de extrañar que debamos reconocer que los inicios de esta arte tuvieron lugar entre los hebreos, al igual que casi todas las demás disciplinas.

También se han transmitido de palabra los oráculos de algunos vates, como atestigua Horacio [en su Arte Poética]: El azar reflejado en poemas.

[Según Porfirio], Orfeo fue el primero que dio lustre a la literatura, y después Homero y Hesíodo. En cambio, nosotros la recibimos más tarde, puesto que fue Livio Andrónico (según transmitieron Ciceron [en su primer libro de Tusculanas]) y Quintiliano [en su 10º]) el que compuso la primera obra literaria el año que fueron cónsules el hijo de Apio Claudio el ciego y M. Tuditano, un año antes del nacimiento de Enio, el 513 desde la fundación de la ciudad[19]. Además, a partir del cómputo del tiempo que realiza Livio y según el testimonio del propio Cicerón en su Catón cuando habla de Livio Andrónico, queda claro que cónsul que acompañó a Marco Sempronio Tuditano fue Gayo Claudio Centón, aunque las menciones en esa obra claramente mencionan a Cetego en vez de a Centón, y no a Apio Claudio. Si se entendiera de esta manera, cuadraría el cómputo temporal, por cuyo motivo se menciona a los cónsules en este lugar; si no, no tendría sentido.[20]. Antes de Livio Andrónico, como afirma el ya citado Cicerón, no había ninguna honra en la literatura: de hecho, hasta tal punto se veía con malos ojos que, si alguien se entregaba a la literatura, se le consideraba un maleante (tal y como atestigua Gelio citando a Catón [en el libro de las Noches Áticas, 11, 2]).

Cap. 9: El origen de la métrica y los distintos tipos de versos[editar]

Aunque quizá haya quien pense que se me debería criticar con motivo por haber descrito antes los orígenes de la literatura que relatado los orígenes de la métrica, que es lo que da forma a la literatura[21], que nadie se inflame de rabia contra mí: lo motivó la dignidad del tema, y no me parece muy inapropiado tratar de la métrica a continuación.

El origen de la métrica está en el Dios supremo y mejor, que distribuyó este mundo terrestre y todo lo que contiene con una lógica concreta, casi como la métrica: nadie duda, vaya que no, que hay una cierta armonía en todo lo celestial y terrestre, como enseñó Pitágoras. ¿De qué forma podría existir el mundo, sino estuviera predefinido por una cierta lógica y números? Todos los instrumentos que usamos se convierten en una especie de medida, es decir, en una métrica. Y si esto ya sucede en todas las cosas, ¿cuánto más no sucederá en la oración, que abarca todo lo demás? De hecho, Diodoro, aunque se cree las historias, cuando habla del oficio de las Musas [en su libro sexto] atribuye a Júpiter, es decir, al Dios inmortal, la invención de la métrica: "A las Musas su padre les concedió la invención de la literatura y el ritmo de los poemas, lo que se denomina poesía." La métrica tuvo su inicio en Dios y, entre los mortales, los vates, a los que recordamos, fueron los primeros en usarla, repletos de hálito divino.

Hay muchos tipos de metros distintos, los cuales han recibido una denominación a partir de aquello que describen [según Servio], como el "heroico" o hexámetro: según se ha dicho antes, el primero en usar este metro fue Moisés y sin embargo, como Homero y quienes los siguieron después usaron este verso para describir gestas heroicas, se lo llamó heroico (aunque también se usaba antes de Homero para dar los oráculos de Apolo Pitio, por lo que, según pienso, Plinio afirma [en su libro 7º]: "Debemos el verso heroico al oráculo de Apolo." Además, los propios oráculos en respuesta a las peticiones se hacían en verso [según Estrabón en su libro 9º de la Geografía], lo cual confirma Cicerón [en su 2º libro de Adivinación] con estas palabras: "Además, en tiempos del rey Pirro, Apolo había dejado de dar versos." Otros metros recibieron su nombre a partir de su inventor, como el asclepiadeo, o del pie, como el yámbico, que descubrió Arquíloco por primera vez según Horació en su Poética: A Arquíloco lo armó la rabia con sus propios yambos.

Y también hubo metros a los que se nombró según el número de pies, como el hexámetro y el pentámetro, que también se denomina elegiaco[22], cuyo inventor, según dicen, se desconoce. Horacio:

¿Quién fue el creador de los suaves versos elegíacos?
Discuten los gramáticos, y todavía el resultado está en el aire.

Del estilo bucólico, el inventor fue Dafnis, hijo de Mercurio [según Diodoro, 5]. Así también fueron otros los inventores del resto de versos, que nosotros, habida cuenta de la brevedad de esta obra, omitiremos: tenemos bastante con haber contado el origen de la métrica.

Cap. 10: El comienzo de la tragedia y de la comedia[editar]

La tragedia y la comedia, según Donato, tuvieron sus inicios en los actos religiosos, con los que los antiguos se esforzaban en cumplir sus promesas a la divinidad en reconocimiento por los resultados. Tras encender un fuego en los altares y acercar un chivo, el tipo de canto que el coro sagrado realizaba en honor del Padre Líber[23] se denominaba tragedia y se ofrecía el chivo como premio por el canto a los autores trágicos (Horacio dice: el que competía con una tragedia por un simple chivo), que después se sacrificaba en honor del Padre Líber, ya que, según cuenta Varrón, es un animal perjudicial para las vides. Por tanto, de tragos (τράγος), es decir, chivo, procede el término tragedia, ya fuera porque, según algunos, se le regalaba al autor de la obra el chivo, ya fuera porque el premio era un odre de piel de chivo repleto de vino, ya fuera por los posos, porque, antes de que Esquilo inventara el uso de máscaras, los actores representaban las obras untándose la cara con posos de aceite[24]. Horacio en su Arte Poética[25]: Se dice que Tespis inventó el desconocido género de la musa trágica y transportó sus obras en su carro, que recitaban y representaban, untadas sus caras de heces. Tras él, el inventor de la máscara y la honrada capa fue Esquilo.

Las primeras tragedias las representó [según Fabio en su libro 10º] Esquilo, pero quienes le dieron mucho más lustre al género fueron Sófocles y Eurípides. Entre nosotros [según Donato], Livio Andrónico fue el primero en descubrir la tragedia, en la que destacaron Acio, Pacuvio, Ovidio y Séneca.

Sin embargo, como todavía no se habían reunido los atenienses en la ciudad, la juventud ateniense recitaba cánticos festivos y solemnes para conseguir el favor de los dioses alrededor de las aldeas, villas, pueblos y encrucijadas. Así nació la comedia, del verbo comadso (κομάζω), lo que significa divertirse, o también de la palabra comon (κώμος), que significa fiesta, o también de come (κώμη), que significa aldea, junto con aidé (αἰδή), canto. No obstante, según entiende Donato, hay dudas de quién descubrió la comedia en Grecia, ya que tenían de dos tipos, la antigua y la nueva. Los autores más destacados fueron Aristófanes, Eupolis y Cartino. Entre los latinos, el primero que la descubrió (según atestiguan Livio [en su Desde la fundación de la ciudad] y Donato) fue Livio Andrónico.

En la tragedia se presentan héroes, caudillos y reyes, y el lenguaje es grandilocuente. Ovidio dice: A cualquier obra escrita la tragedia la supera en compostura.

En la comedia, en cambio, se presentan amoríos e incluso raptos de doncellas. La seriedad de la tragedia es particular, por lo que Eurípides, cuando el rey Arquelao le pidió que escribiera una tragedia sobre él, se negó y rogó que a Arquelao no le sucediera nada digno de una tragedia, porque siempre tiene un final infeliz, mientras que las comedias tienen final feliz.

Cap. 11: El origen de la sátira y de la comedia nueva[editar]

Es evidente que hay dos géneros de sátira. El primero es más antiguo y lo usaron tanto griegos como romanos; constaba de un solo tipo de composiciones, casi idénticas a la comedia, aunque tenían algo más de juguetonas. Autores de este género fueron Demetrio de Tarso, poeta satírico [según Laercio] y Menipo el esclavo [tal y como indican Apuleyo y Gelio], cuya obra imitó M. Varrón en sus sátiras, a las que llamó menipeas en latín. El segundo género de sátiras es más reciente y faltón, pues se compone para criticar los defectos humanos. Este género tan solo lo ejercieron los latinos; según Fabio Quintiliano, "la satira es toda nuestra."

Según Donato, la sátira tuvo este origen: en la comedia antigua, los autores antiguos representaban no argumentos que hubieran creado en abstracto, sino que abiertamente se comentaban las acciones que algunos ciudadanos, con nombres y apellidos, habían llevado a cabo. Esto tenía consecuencias positivas en el compartamiento de los ciudadanos, ya que cada uno se cuidaba de no servir de espectáculo a los demás por su culpa y por la vergüenza de su familia; sin embargo, los propios poetas empezaron a abusar de su pluma con demasiada libertad y a menudo su ansia les hizo atacar a muchos buenos ciudadanos: por esto, se decretó por ley que ningún autor podía criticar los defectos de un ciudadano concreto.

Así fue como tuvo lugar la muerte de la comedia antigua, pero tuvo sus inicios la sátira que los latinos fundaron. Entonces los poetas inventaron la comedia nueva, que critica en general a gente común y cotidiana, y con menos amargor, y con estas obras aportaron un gran disfrute a los espectadores. De este género fueron autores Menandro y Filemón, que suavizaron toda la agresividad de la comedia anterior; de ellos aprendieron nuestros autores, Cecilio, Nevio, Licino, Plauto, Terencio y otros antiquísimos, la forma de componer una comedia divertida y al mismo tiempo agradable. Con todo, si creemos a Quintiliano, estos apenas imitaron una difusa sombra, ya que la lengua romana no parecía ser capaz de acoger aquel gracejo que solo les fue concedida a los atenienses en este género.

La palabra Sátira, según defiende Donato, procede de sátiro, que eran unas divinidades sucias y lujuriosas; según Festo, procede de una comida llamada sátira, que se cocinaba con diversos ingredientes. En este género [según Quintiliano, 10] el primero que destacó por el reconocimiento que recibió fue Lucilio pero, a juicio de este autor, el más puro y pulido fue Horacio; Persio también se hizo merecedor de gran gloria, aunque escribió un solo libro; además, Juvenal fue muy elegante, del cual Quintiliano en su 10º libro afirmó: "También existen hoy algunos autores ilustres, que en un futuro serán recordados."

Cap. 12: ¿Quién fundó el género histórico? Su utilidad. ¿Quién descubrió la prosa? La regla para redactar la propia historia[editar]

El género histórico[26] descolla sobre el resto de obras escritas de la misma forma que la eternidad de los tiempos ofrece muchos más ejemplos para cualquier situación que una simple vida humana. Debe considerársela como el género más útil para dirigir la vida de uno mismo, característica que expresó Cicerón de forma ilustre [en su Sobre el orador]: "Es el único testimonio de los tiempos, la luz de la verdad, la vida de la memoria y la maestra de la vida. Gracias a sus ejemplos en multitud de situaciones, volvió a los ciudadanos particulares dignos de un imperio, empujó a los generales a realizar acciones ilustres en aras de una gloria inmortal, incitó a los soldados a enfrentarse con más entusiasmo frente a los peligros que amenazaban al Estado gracias a la alabanza que acompaña a quienes destacan en la entrega de su vida y alejó a los malvados de sus defectos por el miedo a la mala fama."

[Según Plinio, 7,] Cadmo de Mileto fue el primer escritor de este género, pero Josefo [en su primer libro de Antigüedades] lo explica con más tino: aunque señala que los primeros libros de historia se escribieron entre los griegos, puesto que los griegos [tal y como él mismo indica] llevan existiendo desde ayer y anteayer, es más verosímil que los antiquísimos hebreos, que ya habían escrito sus libros sagrados, fueran los primeros en inventar la redacción de las historias (en efecto, Cadmo de Milesio, según deducimos a partir del testimonio de Eusebio [en su libro 10º de la Preparación Evangélica], vivió mucho después que Moisés); también parece apuntar a los sacerdotes egipcios o babilonios [en su primer libro contra Apión] cuando dice: "Dado que entre los egipcios y los babilonios, desde muy atrás en el tiempo, hubo un gran esfuerzo por registrar los hechos, puesto que era tarea de los sacerdotes, y especulaban mucho sobre ellos." Después añade: "No hace falta que hable de nuestros antepasados, puesto que hicieron el mismo esfuerzo por registrarlos, o incluso mayor, ya que lo habían ordenado los sacerdotes y profetas." Por esto Eusebio, a mi juicio con muchísimo acierto, considera más adecuado atribuir esta invención a Moisés [en su libro 11º sobre la Preparación Evangélica] con estas palabras: Por esto, Moisés, uno de los hombres más sabios, que fue el primero en registrar las vidas de cada uno de los más antiguos entre los hebreros, enseñó con sus narraciones históricas el modo de vivir en comunidad, centrado en la política.

Por otro lado, no parece muy probable lo que afirman Plinio [en su libro 7º] y Apuleyo [en su Florida] de que Ferécides de Siria fue el primero en escribir en prosa[27], en tiempos del rey Ciro. Sin embargo, ¿quién no entiende que se les debería atribuir esta distinción a quienes escribieron las primeras crónicas? Y estas historias, claro como el día, se escribieron en prosa: porque, además, Ferécides, por no mencionar a los sacerdotes egipcios y babilonios que ya redactaron crónicas antes que los griegos, vivió mucho después que Moisés, el cual, siguiendo el testimonio de Eusebio, ya hemos señalado que fue el primero de todos en descubrir la historia. Ferécides, nacido en Siria, [según Eusebio en su 10º libro de Preparación Evangélica] escribió su principal obra alrededor de los tiempos de la primera Olimpiada[28]; de Moisés, según deducimos de este autor, hasta Joatan, rey de los judíos[29], en cuya época empezaron las Olimpiadas griegas, pasaron casi 788 años. Por otro lado, Estrabó [en su primer libro de Geografía] no solo le atribuye la invención a Cadmo, sino a Cadmo y a Hecateo a la vez, aunque ambos son posteriores, como es evidente, al propio Moisés. De entre los filósofos [según Diógenes Laercio], el primero en redactar una crónica fue Jenofonte, del cual Quintiliano señala cuando habla de los historiadores: "No me olvido de Jenofonte, aunque debería catalogársele entre los filósofos.” Como historiadores, destacaron en Grecia Tucídides, Heródoto y Teopompo; entre nosotros, Tito Livio, Salustio Crispo y otros muchos más. En un principio, los romanos, según atestigua Quintiliano, en vez de crónicas tenían los registros pontificales donde recopilaban año por año lo que había sucedido. Del inicio del género histórico, tenía esto que decir; ahora queremos reflexionar sobre las reglas de composición de este género.

La primera ley que debe cumplir un historiador [según el testimonio de Cicerón en su Sobre el orador] es que no se atreva a decir nada falso; después, que no se atreva a callar ninguna verdad, que no haya ninguna sospecha de que intenta congraciarse con alguien por sus palabras ni que haya sospechas de enemistad. La propia construcción de una crónica se basa en los hechos y en las palabras: la razón de los hechos requiere tanto una ordenación en el tiempo como una descripción de los lugares, así como de las costumbres de los hombres, sus vidas, decisiones, motivaciones, discursos, acciones, azares y destinos. Por otro lado, el estilo lingüístico necesito un estilo oratorio lento, reposado, en el que la pura e insigne brevedad sea el adorno.

Cap. 13: El origen de la retórica y los contenidos que abarca su estudio[editar]

No hay duda de que los hombres que nacieron al principio recibieron el lenguaje de la Naturaleza, es decir, de Dios, por quien fueron creados y bien pronto ellos, al igual que con la medicina crearon una disciplina basada en la observación de lo salubre e insalubre, también se dieron cuenta de que había algunas herramientas útiles para hablar y otras no: así crearon la retórica. Según Diodoro [en su libro primero] y defienden los poetas, Mercurio fue su creador. Horacio dice en un poema:

Mercurio, elocuente nieto de Atlas,
que modelaste con la voz las fieras maneras
de los recién creados hombres...

Aunque el mismo Diodoro [en su libro sexto] parece que se muestra en contra: "(Mercurio) Recibió el nombre de intérprete no porque fue el inventor de los nombres o los discursos, como algunos dicen, sino porque transmitía con mayor cuidado que los demás las órdenes,”a no ser que se entienda, como es su costumbre, que en un lugar ha hecho caso de la fábula y en otro de la verdad. Por otro lado, Aristóteles afirma que Empédocles fue el inventor de esta disciplina; Quintiliano piensa casi igual [en su libro tercero] cuando dice: "Después de aquellos que los poetas han transmitido que sabían alguna cosa de la Retórica, el primero fue Empédocles."

Es bien sabido que, [según Suetonio, en su Los oradores ilustres], durante mucho tiempo estuvo prohibido ejercerla en Roma, pero a medida de que poco a poco se percibió su utilidad y honradez, hubo muchos que la persiguieron para lograr la gloria de la defensa judicial, hasta tal punto que algunos lograron alcanzar el orden senatorial y los más altos honores desde la procedencia más humilde. Los autores más antiguos que se conservan de esta disciplina son Córax y Tisias, de Sicilia, a los que siguió Gorgias de Leontino, de esa misma isla. Entre los demás pueblos, el más destacado rétor entre los griegos fue Demóstenes, igual que entre nosotros M. Tulio Cicerón fue una brillantísima lumbrera en esta disciplina y un manantial inagotable de elocuencia romana. Con esto, hemos dicho suficiente sobre los inicios de la retórica; ahora hablemos de su fuerza y capacidad.

La retórica [según Cicerón en su Sobre el orador] se divide en cinco partes: primero el orador debe encontrar qué quiere decir, después debe meditar sobre el orden en el que dirá lo que ha encontrado y, por último, adornarlo en su contexto. Después, debe guardarlo en su memoria y por último debe pronunciarlo en público con una dignidad igual a la gracia. Además, mientras lo pronuncia [según Quintiliano], debe esforzarse para agradar, enseñar y conmover. El buen orador deleita los espíritus de la audiencia cuando habla correctamente, pues lo que es adecuado resulta enteramente provechoso y agradable. Después enseña cuando explica la situación, lo que lleva a la disputa entre la partes y cuáles son las partes implicadas entre las que ha surgido esa disputa. Por último, conmueve, dado que una buena disposición entre los jueces ayuda al favor o la piedad, o bien deshace la seriedad intercalando chascarrillos en el momento adecuado, si considera que es necesario. Todo lo relacionado con la acción o la palabra queda incluido dentro de la ciencia de la retórica: por esto a los oradores especializados en juicios se les llamaba rétores [ῥήτορες] en Grecia. Nosotros, en cambio, diferenciamos entre el orador, que es quien habla en juicios; retor, que explica la retórica y declamador, que expone causas ficticias para enseñar a otros o para ejercitarse.

Cap. 14: ¿Quién halló la música? Su valía para soportar el sufrimiento de la vida humana[editar]

La música es antiquísima, eso lo atestiguan los más ilustres de los poetas: Orfeo y Lino, ambos descendientes de divinidades, fueron ambos unos músicos destacados. El primero apaciguó los ánimos bastos y silvestres de los hombres y con su canto atraía no solo las fieras, sino también las piedras y hasta los bosques, según los relatos. Horacio dice en su Arte Poética:

A los hombres salvajes, el consagrado intérprete de los dioses,
Orfeo, los apartó de las matanzas y la brutalidad:
se dice de él que, por esto, amansó a los tigres y los rápidos leones.

Virgilio, en su Égloga cuarta:

No me vencerá con sus cantos ni Orfeo de Tracia
ni Lino, aunque de aquel su madre sea Callíope
y de este, su padre, el hermoso Apolo.

También en estos mismos autores, las alabanzas a dioses y héroes se cantan con una cítara entre banquetes de reyes, como el Jopas de Virgilio, que canta a la Luna errabunda y las tareas del Sol. El inventor de la música [según Plinio, 7] fue Anfión de Antíope, hijo de Júpiter por lo que se dice. Por esto el poeta afirma en las Bucólicas:

Canto lo que solía, cada vez que llamaba a sus rebaños,
Anfión Dirceo en el Aracinto de Acteo.

También se cuenta que movía las piedras. Horacio en su Arte Poética:

Incluso se dice de Anfión, fundador de la ciudad de Tebas,
que movía las piedras al son de su lira.

Y Estacio en Tebaida, 1:

Y seguiré con el poema con el que Anfión
ordenó a los montes tirios acercarse al interior de los muros.

Por contra, [según Eusebio, Preparación Evangélica, 2] los griegos atribuyen a Dioniso el descubrimiento de la armonía musical. Pero el mismo autor [en el libro 10 de la misma obra] llama a los hermanos Ceto y Anfión, que vivieron en tiempos de Cadmo, inventores de la música. Solino opinaba que el estudio de esta arte brotó en Creta: "Los estudios musicales surgieron allí, cuando los Dáctilos de Ida[30] transportaron unos modos concretos de golpes y tañidos a un orden versificado." Polibio, en cambio, [en su libro 4] se lo atribuye a los antiguos arcadios, ya que siempre han sido unos apasionados de este tema.

La armonía de voces, según Diodor, fue descubierta por Mercurio. Los griegos llaman armonía [ἁρμονία] a lo que nosotros llamaríamos concordancia entre distintos.

Pero la razón exige que Anfión y los demás músicos sean posteriores: Josefo afirma [Antigüedades, 1] que el hebreo Jubal, hijo de Lamec, que vivió mucho antes que todos aquellos a los que se consideran inventores de la música, se dedicó con gran pasión a la música y cantó con el salterio y la cítara.

Con esto hemos dicho suficiente sobre este tema; sin embargo, el origen de la música parece moverse en el campo de la duda, por lo que, en definitiva, conviene explicar claramente este punto. Ya desde un principio, parece que la música fue entregada a los mortales como un regalo, dado que es muy capaz de aliviar los sufrimientos de la vida humana. Si un bebé recién nacido empieza a llorar en la cuna, enseguida se queda dormido al oír el canturreo de su aya: los bebés lloran enseguida porque se les enrolla con telas para que sus brazos y piernas crezcan correctamente y así empiezan a vivir su miserable vida desde el sufrimiento. Después, en casi cualquier tarea humana hay alguna tosca música que suaviza el cansancio. Virgilio:

Desde aquí cantará bajo el profundo risco el agricultor hasta los cielos

Así se animan los remeros, así el labrador, el conductor o el arriero se recupera silbando una canción durante el trabajo y el camino. ¿Y qué más? Porque no solo ellos, sino incluso para las bestias de carga se vuelve más ligero el esfuerzo con estos cantos. Gracias a su uso frecuente, se ha descubierto que los mulos disfrutan mucho con el sonido de los cascabeles que se suelen colgar en el collar de su arnés, para que les resulten más llevaderas sus tareas de carga. También se conoce que la música tiene el mismo impacto entre otros animales: los caballos, cuando los azuza en la guerra el estrépito de las trompetas, no saben quedarse en su lugar y ansían lanzarse al combate; los leones sienten un pánico extremo frente al estrépito de los instrumentos metálicos. Y me pregunto el por qué de los conciertos de las aves que resuenan en cualquier campo en su debido momento. ¿Quién le enseñó a un ruiseñor tan gran variedad de melodías? Ese pajarito es capaz de emitir un sonido modulado con un perfecto conocimiento de la música: en un momento, es capaz enseguida de alargar su incesante cántico, en otro le da la vuelta a la melodía, en otro lo diferencia acortando el canto; lo une torciendo la melodía, lo extiende, lo retrae, lo oscurece de repente... y mientras tanto también murmura consigo mismo, con voz llana, grave, aguda, abundante, extensa. Para resumir, es posible oir, de una garganta tan pequeña, todos los sonidos posibles que el arte humana ha conseguido lograr con la fabricación de las flatas más delicadas, tal y como dice Plinio[31]

La naturaleza es la maestra de la armonía: desde un principio enseñó la música a algunos animales que tienen una voz adecuada para un tipo de sonido, como hemos contado antes. Este es el verdadero origen de esta arte.

Por lo demás la música, aunque los egipcios [según relata Diodoro] prohibieron a los jóvenes aprenderla porque entendían que afeminaba a los hombres y Éforo, según Polibio, transmite en el proemio de sus Historias que se descubrió para ridiculizar y engañar a los hombres, gozó de gran prestigio: según Quintiliano, Sócrates afirmó que un viejo no debería avergonzarse de aprender a usar la lira y Cicerón [en Tusculanas, 1] afirma que Temístocles, que rechazaba el uso de la lira en los banquetes, fue tenido por un gran inculto y, además, entre los romanos, los salios cantaban sus versos por toda la ciudad. Con todo, destaca especialmente David, aquel gran profeta, que cantó los misterios de Dios con sus cánticos divinos y también aquel dicho griego: "Los indoctos en las Artes están lejos de las Gracias", que ya expliqué en mi libro de proverbios.

Hay tres géneros musicales: uno es el que se realiza con instrumentos, del cual hablaremos a continuación; otro compone la letra de la canción, por lo que es necesario que la poesía sea, en parte, música y el tercero que distingue la parte instrumental y la letra. Por esto Cicerón acierta al decir [Sobre el Orador, 1] que la música consta de medidas, sonidos y ritmos.

Cap. 15: ¿Quiénes descubrieron los instrumentos musicales de diversos tipos y los trajeron al Lacio en la Antigüedad? ¿Qué es un órgano? El antiquísimo uso de las flautas en la guerra[editar]

Se dice que Mercurio, hijo de Maya, fue el primero en fabricar una lira a partir del caparazón de una tortuga: cuentan que, una vez, cuando el Nilo había desbordado sus cauces e inundado todo Egipto, al volver a su lecho, dejó a diversos animales abandonados en los campos. Entre ellos, se quedó una tortuga y, cuando aquel se la encontró, con la carne consumida pero todavía con los nervios intactos, con un golpe la hizo resonar y con este modelo, construyó una lira. Horació, Odas, 1:

Te cantaré, mensajero del gran Júpiter
y de los dioses, padre de la curva lira.

A partir de las tres cuerdas que fabricó con los nervios, a imagen de los tres tiempos del año [según Diodoro Sículo], dispuso tres voces, aguda, grave y media: la aguda, por el verano, la grave por el invierno y la media de la primavera. [Según Servio, en su comentario al cuarto libro de la Eneida], se la regaló a Apolo a cambio del caduceo que este le dio, por lo que Virgilio afirma:

Entonces toma su vara: a unas almas las llama, pálidas,
del Orco, a otras las envía al cruel Tártaro.

Algunos cuentan que no se la regaló a Apolo, sino a Orfeo, mientras que otros defienden que Apolo se la dio después a Orfeo. A los poetas que componían versos para recitarlos con su acompañamiento se los llamó líricos. También he encontrado (por no omitir nada relacionado con este tema) que se le colocaban siete cuerdas, según el número de las hijas de Atlas, ya que Maya, madre de Mercurio, era una de ellas, y que después se le añadieron dos más para representar el número de las nueve Musas. Se comenta que su sonido eran tan dulce que, según se dice, Orfeo era capaz de conducir a los árboles, las piedras y las fieras salvajes, como se ha dicho más arriba.

Además, Mercurio [según Plinio, 7] inventó también el monaulos, es decir, la flauta de una caña. El primero en inventar el aulós[32] fue Marsias [según Diodoro y Eusebio: Plinio cuenta que se la encontró doble. Otros se lo atribuyen a Apolo, como la invención de la lira o la zampoña, pues había una estatua suya en Delos que se dice que llevaba en la diestra un arco y en la zurda a las Gracias, y cada una de ellas llevaban un instrumentos musical en las manos: una, una lira; otra, un aulós y la que estaba en el medio sostenía una zampoña. El inventor del aulós de cañas oblicuas fue Midas, en Frigia. Primero las cañas se hacían con tibias de grulla, de donde tomaron el nombre[33] y después ya se hicieron de caña, cuyo uso musical lo estableció Dárdano de Trecén. El modo lidio lo descubrió Anfión, el dorio Tamiras el tractio, el frigio Marsias de Frigia y muchos otros Terpandro.

La flauta de Pan, según relatan Plinio y Servio, fue inventada por este dios campestre: cuando este dios ardía de pasión por Siringa, una ninfa de Arcadia [según Ovidio, en su primer libro de las Metamorfosis], la ninfa huyó de él hasta llegar al río Ladón y, como el río le impedía la huida, suplicó ayuda al resto de ninfas, que la convirtieron en unas cañas de río. Pan las cortó y con ellas, para aliviar su amor, fue el primer en fabricar una flauta. Virgilio en su Coridón:

Pan fue el primero que muchos juncos decidió unir
con cera.

Sin embargo, hay quienes le atribuyen la invención a Apolo.

Herófilo fue el primero que dividió el pulso de las venas en pies musicales, según los pasos de la vida.

La flauta de Pan, a la que los griegos llaman siringa [según Eusebio, en su segundo libro de la Preparación Evangélica], la inventó Cibele.

El inventor de la cítara, según defiende Plinio, fue Anfión; para algunos, fue Orfeo y, para otros, fue Lino, aunque para Diodoro fue Apolo [cuando afirma en su libro quinto]: "Apolo fue el primero en usar la cítara simple y Marsias, la flauta." Higino opina igual. Terpandro le añadió siete cuerdas, como atestigua Vrigilio en su libro sexto:

Acompaña los versos con las armonías de las siete voces.

Simónides le añadió la octava y la novena, Timoteo. Tamiras fue el primero que la tocó sin cantar, y Anfión el que la usó para acompañar el canto, aunque según otros fue Lino. [Esto según Plinio]

Sin embargo, el hebreo Tubal usó la cítara mucho antes, como hemos mencionado en el anterior capítulo. Era una cítara muy distinta de la que usaron estos personajes que hemos citado en este capítulo, según atestigua San Jerónimo [en su carta a Dardanio sobre los instrumentos musicales, o quienquiera que sea el autor, ya que hay dudas al respecto] cuando describe que la cítara entre los hebreos tenía 24 cuerdas y una forma de letra Δ. También David, aquel gran profeta de Dios, inventó diversos instrumentos, según Josefo [en Antigüedades, 7]: enseñó a hacer diversos órganos, para que, en los días del Sabat y en otras festividades solemenes, según dispone el Levítico, canten los himnos a Dios. El aspecto de los órganos es este: una cítara cantora con 10 cuerdas, que se golpena con un plectro; aunque la nabla tiene doce sonidos y se toca con los dedos.

Ahora es necesario aclarar en qué se diferencian los órganos de David de los que actualmente se usan a menudo en nuestros templos: mientras que ellos lo tocaban con plectro, el nuestro se hincha con unos fuelles por donde brota el sonido a través de muchos huecos desiguales que se excitan al paso, y así surge la armonía. Aunque Josefo decía "a hacer diversos órganos", parece que se refería a un solo instrumento musical. Agustín lo entendía igual, puesto que denomina a todos los instrumentos musicales, especialmente a los más destacados, "órganos". Sin embargo, no nos ha llegado el nombre del inventor de nuestro órgano armónico, aunque haya un gran debate al respecto, como se explicará a finales del tercer libro.

La sambuca era también un instrumento musical que [según Clemente] inventaron los pueblos trogloditas de África, [según defiende Solino]

La trompeta de bronce [según Plinio] la inventó Piseo de Etruria, aunque Diodoro [libro 6] no se la atribuye a Piseo sino a todos los etruscos, cuando escribe: "los etruscos, también muy fuertes en sus tropas de infantería, descubrieron primero la trompeta, muy útil para la guerra." Si embargo, no hay que criticar a Diodoro por oponerse a la opinión de Plinio: con todo el derecho se puede que Héctor fue derrotado por los griegos, aunque solo lo pudiera matar Aquiles. Igual opina Virgilio [Eneida, 8];

El estrépito etrusco resuena por los aires con la trompeta.

A partir de estos versos del Arte Poética de Horacio:

Tras ellos, ilustre Homero,
Dirceo afiló los viriles espíritus para las guerras de Marte
con versos.

Acrón afirma en su comentario que Dirceo fue el primer poeta en usar la trompeta, porque fue el primero en dar unos ritmos a la tromepta [según afirma Porfirio]. Cuando los lacedemonios[34] [según Justino, 3] hacían la guerra a los mesenios y las dudas sobre el resultado de la guerra se extendían, recibieron un oráculo de Apolo que les decía que, si querían vencer, debían tener un líder ateniense. Los atenienses, cuando recibieron esta petición, les enviaron a Dirceo para ofenderlos, pues era cojo y tuerto y todo su cuerpo era deforme. Los lacedemonios, sin embargo, aprovecharon su ayuda, ya que les enseñó el canto de las trompetas, con cuyo inusual sonido atemorizaron y pusieron en fuga a los mesenios: así consiguieron la victoria. (No obstante, en los códices de Justino encuentro el nombre de Tirteo, cambiando las t como es habitual en otros errores).

Pero, ¿para qué decir más? Si está claro que Moisés, el conocido líder de los hebreos inspirado por Dios, fue el inventor de la trompeta, tal y como afirma Josefo [en Antigüedades, 3]: Encontró una forma de hacer trompetas de plata con esta forma: con una longitud de casi un codo, eran estrechas como una flauta pero más anchas que una caña, tenían una amplitud adecuada para recibir el aliento de una boca y similar al sonido habitual para dar señales en la guerra, que se denomina en lengua hebrea asostra.

No sé por qué se ha producido tan gran discusión entre los escritores sobre los primeros inventores de la trompeta, a no ser que entedamos que cada uno inventó un género distinto de trompeta, pues hay muchos tipos distintos y cada uno se descubrió en un lugar diferente. Los arcadios fueron los primeros que trajeron los instrumentos musicales [según Dionisio de Halicarnaso] al Lacio, cuando antes se usaban las flautas solo como instrumentos pastoriles.

Fue muy habitual en la Antigüedad el uso de las trompetas en el combate. Tucídides, un autor muy respetado, nos transmite que los lacedemonios solían servirse de las señales de la trompeta para el combate: cuando ambos ejércitos se habían dispuesto en líneas de batalla y cada una empezaba a marchar contra el enemigo, los cornetistas, ubicados entre ambos ejércitos, empezaban a tocar, no por placer sino para entrar en combate con una ayuda para mantener el ritmo de la marcha. Este hecho lo mencionan Polibio [libro 4], Quintiliano [libro 1] y Plutarco [Vida de Licurgo]. Esta costumbre la mantiene todavía hoy nuestra infantería, aunque con el añadido de unos platillos. También Aliates, rey de los lidios [según Heródoto, 1] tuvo a flautistas y cornetistas tocando en su guerra contra los milesios; también ha quedado registro de que los cretenses solían entrar en combate marcando el paso al son y ritmo de una cítara [según Gelio]. Por su parte, los partos tenía la costumbre de entrar en combate al ritmo de unos platillos, según atestigua Plutarco [en su vida de Craso] y Apiano de Alejandría [en su libro sobre la guerra contra los partos]. Casi todos los demás, como es costumbre hoy en día, usaban las trompetas en combate. Por eso Virgilio dice del trompetista de Miseno:

No hubo otro más excelente
en incitar a los hombres con el bronce y encender la batalla con su canto.

Cap. 16: El origen de la filosofía y sus dos principios. ¿Quién descubrió la ética e introdujo los diálogos?[editar]

La filosofía es, en palabras de Cicerón [en sus libros sobre Los deberes], la pasión por la sabiduría, la investigación de la verdad [en sus Tusculanas] y el rechazo de los vicios. La mayoría defiende que llegó hasta los griegos desde los bárbaros, pues afirman que entre los persas destacaron previamente como sabios los magos; entre los babilonios y asirios, los caldeos; entre los indios, los gimnosofistas[35], de cuya secta el líder se llamaba Buda [según Jerónimo en su Contra Joviniano]; entre los britanos y celtas (o galos), los druidas; entre los fenicios, Orco; entre los tracios, Zamolsi y Orfeo; entre los libios, Atlas: a todos estos se los consideró sabios [según Diógenes Laercio]. En cambio, los egipcios afirman que Vulcano fue hijo de Nilo y que fue él quien sentó las bases de la filosofía. Pero el mismo Laercio afirma que la filosofía brotó de los griegos, porque dicen que, entre ellos, Museo y Lino fueron los primeros sabios.

Por otro lado, [según Eusebio] la filosofía remonta sus orígenes, al igual que casi todas las demás disciplinas, a los hebreos. Por esto es evidente que los filósofos griegos (que, según el testimonio de Porfirio, vivieron más de mil años después que Moisés) tomaron de los judíos la filosofía, aunque al principio no tenía el nombre de filosofía entre ellos, sino después: en efecto, Pitágoras fue el primero de todos [según Lactancio, 3] en acuñar el término “filosofía”, es decir, amor por la sabiduría y en llamarse a sí mismo filósofo, es decir, amante de la sabiduría, diciendo que solo Dios es sabio (antes se llamaba sofía, es decir, sabiduría a lo que ahora se llama filosofía, y a los que la ejercían se les llamaba sofi, es decir, sabios).

Dos fueron los inicios de la filosofía: a uno Anaximandro lo denominó "jónico", porque Tales de Mileto era de Jonia y fue el maestro de Anaximandro; al otro se lo llama "itálico" por Pitágoras, ya que Pitágoras, su representante, se dedicó en cuerpo y alma a la filosofía en Italia. Eusebio [Preparación Evangélica, 10] añade un tercer inicio, el cleático, y señala a Jenófanes de Colofón como su creador. Además, la filosofía se divide en tres partes [según Cicerón, en su Sobre el orador]: la que se dedica a la oscuridad de la naturaleza, la que se dedica a la finura en la expresión y la que se dedica a la vida y las costumbres. Los griegos denominan a la primera "física"; a la segunda, "dialéctica" y a la tercera, ética. Esta división [según afirma Eusebio] la tomó Platón de los hebreros, al igual que cada una de las ideas de su filosofía.

Es propio de la física discurrir sobre el mundo y lo que existe en él, y el primero en traerla a Atenas desde Jonia fue Arquelao. La ética trata sobre la vida y las costumbres, y la descubrió Sócrates. Cicerón [Tusculanas, 5] dice: "Sócrates fue el primero que bajó la filosofía del cielo y la ubicó en la ciudad y, lo que es más, la introdujo hasta en las casas: la obligó a preguntarse sobre la vida y las costumbres, sobre lo bueno y lo malo”. La dialéctica aporta razones de ambas partes, y tuvo su inicio con Zenón de Elea. Por otro lado, hay otros que la dividen en cinco partes: física, metafísica, ética, matemática y lógica.

Sin embargo, nosotros ya hemos sobrepasado nuestros límites: nuestra labor es, tan solo, mostrar los orígenes de cada cosa, no definirlas y explicar cada una de ellas. Por tanto, es el momento de volver al sendero que nos marcamos: los diálogos, según aprendemos de Laercio, Platón fue el primero que los introdujo en una obra o, mejor dicho, fue quien mejor los mostró, ya que según Aristóteles [en su primer libro de la Poética] transmite que esta forma de escribir fue inventada por Alexámeno de Esciros, o de Telos.

Cap. 17: ¿Quiénes descubrieron la astrología y el recorrido de algunas estrellas, la esfera de los cielos, los motivos de los vientos y cuántos hay, y las observaciones de las estrellas para la navegación?[editar]

La tierra puede ofrecer unas cosechas especialmente fértiles según la intervención de los astros, como nosotros explicamos en este proverbio: “El año da los frutos, no la tierra”. La naturaleza de los hombres, si creemos en los sueños de Julio Firmico, como así diremos, está particularmente sometida a los astros. Afirma el autor: "Quien tenga un horóscopo en una cuarta parte de mercurio, será un pensador; quien lo tenga en el caballo, conductor; quien en una séptima parte de aries, será chepudo o jorobado". En otro lugar, "La luna alumbra a los blancos, saturno a los negros, Marte a los sonrosados.”

Afirmaría que esta disciplina procede de los egipcios, pues Heródoto escribe sobre su religión: "Además algunas cosas fueron ideadas por los egipcios: qué es un mes o un día, a qué dios pertenece, qué fortalezas tendrá alguien nacido en tal o cual día, cuándo morirá y cómo será". En cambio, los Caldeos [según Diodoro, libro tercero] decían que los planetas ejercen una gran influencia a la hora de alcanzar tanto buenos como malos resultados. Por esto se queja Hermione así [en Ovidio]:

¿Qué injuría mía provocó la injusticia de los celestes?
Pobre de mí, ¿de qué estrella hostil me lamentaré?

Así pues, a partir de la observación de los cielos los humanos inventaron la astrología, en la que se definió con un arte concreta la rotación de los cielos, los nacimientos, las muertes y los movimientos de las estrellas. Los egipcios [según recoge Diodoro] afirman que ellos fueron los primeros en descubrirla, pero otros afirman que Mercurio. Con todo, el mismo autor [libro 5] señala que Actino, hijo del Sol, fue quien los introdujo en esta disciplina. Por su parte, Josefo [Antigüedades, 1] realiza una brillante demostración de que fue Abram quien enseñó la astrología, descubierta por sus antepasados, a los egipcios [como más adelante comentaremos], cuando se refugió en Egipto y, de allí llegó a los caldeos, a los que muchos autores señalan como los inventores de esta ciencia a causa del continuado esfuerzo que dedicaron a observar los astros y que, de estos, se extendió hasta los griegos. [En su primer libro contra Apión] explica: "De aquellos que, entre los griegos, filosofaron por primera vez sobre los asuntos celestes y divinos, es decir, Ferécides de Siria, Pitágoras y Tales, de todos ellos se dice fueron discípulos de los egipcios o de los caldeos." Además, Plinio [libro 7] dice que Atlas, hijo de Libia, descubrió la astrología: por esto los poetas contaron que soportaba el cielo sobre sus hombros. Virgilio en su libro sexto:

Donde el cielífero Atlas
gira sobre sus hombros el polo tachonado de ardientes astros.

Pero el mismo Plinio [libro 6] adscribe la invención a Júpiter Belo: "Allí perdura todavía el templo de Júpiter Belo, inventor de la ciencia de los astros." En otro lugar [libro 5] escribe: "Este mismo pueblo de los fenicios, en la gran gloria de haber descubierto la escritura y los astros." Otros defienden que la inventaron los asirios; sin embargo, Servio les responde [en su comentario a la sexta égloga de las Bucólicas] que Prometeo fue el primero en enseñar astrología.

Sin embargo, aunque a todos los que hemos mencionado se les ha considerado inventores de esta disciplina en distintos lugares, ya desde el momento de la creación de la Tierra los hijos de Set, hijo de Adán, el primero de los seres humanos, descubrieron la ciencia de lo celeste. Para que no se perdiera lo que habían descubierto o desapareciera antes de que se difundiera (pues Adán les había predicho que todo desaparecería), erigieron dos columnas, una de ladrillo y otra de piedra, de tal manera que si la de ladrillo desaparecía por las lluvias, la de piedra se conservaría entera y permitiría que se conociera su mensaje íntegro, ya que en estas columnas inscribieron lo relacionado con la observación de los astros. Así pues, da igual creer que la astrología llegó de los hebreos a los egipcios o caldeos, y ya de ahí se difundió entre los demás pueblos. Así fue el inicio de la disciplina de la astrología, ideada desde un principio para el delirio de las mentes sanas.

El primer romano que predijo un eclipse solar y lunar fue Sulpicio Galo [según Plinio, libro 2] y, entre los griegos, Tales de Mileto; del curso de la Luna, [según el mismo autor], Endimión. Por su parte, Plutarco afirma que Anaxágoras fue el primero en predecir un eclipse lunar, pues afirma [en su vida de Nicias]: "El primero que entendió el motivo de la luz y sombra de la luna y se atrevió a ponerlo por escrito fue Anaxágoras." Incluso demuestra que era un desconocido con una anécdota: cuando Nicias decidió abandonar Sicilia después de una desastrosa mala campaña, por casualidad aquella noche se produjo un eclipse de luna y todos los soldados, que ignoraban el motivo (aunque Anaxágoras lo había explicado un poco antes) se sintieron perturbados y juzgaron que aquel era un mal augurio.

Pitágoras de Samos investigó la naturaleza de la estrella de Venus, porque es la misma que llamamos Lucifer, que surge antes del amanecer y del anochecer, ya que brilla después del ocaso. Laercio [libro 9] afiirma que Parménides fue el primero en darse cuenta.

Arquímedes de Siracusa [según Cicerón, Tusculanas, 1] fue el primer descubridor de la esfera, lo que Diógenes atribuye a Museo y Plinio [libro 7] a Anaximandro o más bien [como aparece en el libro 8] a Atlas.

La distribución de los vientos se dice que la descubrió Eolo, una atribución que se difundió, a mi parecer, porque [según Estrabón, libro 6 y Plinio, libro 3] desde la cima de las islas que hay cerca de Sicilia, donde el propio Eolo reinaba, algunos habitantes predecían con tres días de antelación qué vientos iban a soplar: por esto, se creyó que Eolo generaba los vientos. Según algunos, había cuatro vientos: del levante equinoccial, el Solano; del mediodía, el Austro; del poniente equinoccial, el Favonio; del septentrión, el Septentrión[36]. De esta manera, cada región del cielo tenía su propio viento, pues hay cuatro regiones en total: levante, poniente, mediodía y septentrión. La salida y la puesta son variables y móviles, mientras que mediodía y septentrión se mantienen siempre estables.

Sin embargo, los que han tratado este tema con mayor dedicación han transmitido que el número de vientos era ocho; añadieron a los cuatro anteriores estos otros: Euro, Ábrego, Coro y Aquilón. El primer autor fue Andrónico de Cirro, que en Atenas [según Vitruvio] construyó una torre en la que, en cada costado, tenía esculpida la imagen de cada viento que soplaba contra ese lado y la coronó con un techo cónico de mármol. Encima del techo había un figura de bronce de Tritón que portaba una vara en su diestra; este Tritón estaba fabricado de tal manera que, según soplase el viento, siempre se oponía a la dirección del viento y con la vara señalaba la imagen del viento correspondiente.[37] De esta forma, Andrónico de Cirro mostró exactamente de dónde soplaba cada viento, una costumbre que muchos pueblos conservan colocando en lo alto del lugar una flecha de bronce para indicar de dónde sopla el viento.

Así pues, el Euro, que sopla del levante invernal, fue ubicado entre el Solano y el Austro; el Ábrego, que sopla desde el poniente invernal, entre el Austro y el Favonio; el Coro, entre el Favonio y el Septentrión y el Aquilón entre el Septentrión y el Solano. El Aquilón recibe su nombre del potente vuelo del águila y en griego lo llamaban Bóreas (de boo [βῶ], gritar), porque es un viento de sonoro soplido. Así pues, los vientos orientales son tres: empezando por el levante invernal, el Euro, el Solano (al que algunos llaman Siroco) y el Aquilón. Los vientos occidentales también son tres, el Ábrego, el Favonio y el Coro. Así pues, el Euro sopla enfrentado al Ábrego, el Solano contra el Favonio, el Aquilón contra el Coro.

El Favonio es limpio, el más saludable, y recibe su nombre de "favorecer", porque tiene un soplo vivificador; los griegos los llamaban Céfiro, como zoen feron [ζωὴν φέρων], es decir, "que trae la vida". De igual modo, el Austro es nebuloso y corrupto, especialmente en Roma, y los griegos lo llamaban Nota, de noti [νοτί], humedad.

Sin embargo, como el viento no es más que un flujo de aire y los flujos de viento, cada uno en cada lugar, se despiertan de formas distintas según la naturaleza de los lugares, ha sucedido que los habitantes de cada región han dado unos nombres distintos y regionales a los vientos proprios del lugar, como el Esciro de los atenienses, el Circio de la región de Narbona, el Jápix de Apulia y así en cada zona.

Respecto al uso de los astros para la navegación, el descubridor fue un fenicio, según Plinio [Historia Natural, 7]

Cap. 18: ¿Quiénes descubrieron la geometría y la aritmética?[editar]

Más famoso que ningún otro río del mundo, el Nilo inunda todos los años Egipto entero con una inmensa cantidad de agua desde el solsticio de verano hasta el equinoccio de otoño, según atestiguan Heródoto [libro 2] y Diodoro [libro 1]. Según sea la subida de las aguas, los egipcios previenen la abundancia o penuria de las futuras cosechas: si sube 12 codos, pasarán hambre; si 13, no habrá hambre; si 14, muestran alegría; si 15, seguridad; si 16, felicidad, que es lo que consideran una subida justa. La mayor subida se dio en tiempos del emperador Claudio, cuando alcanzó los 18 codos; el mínimo, con la Guerra de Farsalia, como si fuera una señal de rechazo al asesinato de Pompeyo Magno [según Plinio, 5 y Estrabón, 17].

Dado que estas crecidas del Nilo confundían los límites entre los campos, a veces reduciendo, a veces cambiando y a veces incluso destruyendo las marcas con las que se diferencia lo propio de lo ajeno, era necesario medir la misma tierra una y otra vez, por lo que Estrabón [Geografía, 17] y Heródoto [2] afirman que algunos transmitieron que los egipcios fueron los primeros inventores de la geometría, al igual que los fenicios inventaron la aritmética, esto es, la disciplina de las cuentas, para comerciar. Sin embargo, Josefo parece atribuir ambos inventos a los hebreos cuando escribe [Antigüedades, 1]: "Puesto que eran religiosos, dado que tenían preparada su comida para un tiempo mayor, vivían el discurrir de tantos años de acuerdo a los rituales: después, gracias a las virtudes que continuamente analizaban, es decir, la astrología y la geometría, Dios les concedió unas vidas más extensas." Después, [cuando menciona a Abram] añade: "También les trajo la aritmética y él mismo les ofreció a cambio todo lo relacionado con la astrología", pues antes de la llegada de Abram a Egipto, los egipcios las desconocían por completo. [Según explica Cicerón], se dice que después Pitágoras amplió muchísimo esta disciplina.

La geometría [según el propio Cicerón en su Sobre el orador] trata sobre las delineaciones, formas, intervalos y tamaños. Contiene también la geografía, que describe el mundo, en la que destacó Estrabón en tiempos del emperador Tiberio, y Ptolomeo, en los reinados de los emperadores Trajano y Antonino. Entre los nuestros, Plinio trató el tema en toda su extensión, y Solino en sus Colecciones.

Cap. 19: ¿Quiénes revelaron los pesos, medidas y números? Las distintas formas de contar en cada pueblo[editar]

Parece que ahora la ocasión exige que indiquemos expliquemos ahora quién descubrió los pesos, medidas y números, antes de cambiiar tema, puesto que estos elementos forman parte, sobre todo, de la geometría y la aritmética y los autores muestran un claro desacuerdo respecto a quién los descubrió.

Eutropio [nada más empezar el libro 1] transmite que Sidonio descubrió las medidas y los pesos en los tiempos en los que Procas reinó entre los albanos (y Aza entre los hebreos y Jeroboam en Jerusalén. Otros defienden que fue Mercurio, el segundo hijo de Júpiter y Creta, aunque Plinio [lib. 7] se lo atribuye principalmente a Fidón de Argos o, como piensa Gelio, a Palamedes mientras que Estrabón [lib. 5] afirma que lo descubrió Fedón de Élide. De todo esto creo que debemos entender que cada pueblo tuvo un descubridor distinto: según afirma Diógenes Laercio [lib. 9], Pitágoras fue su descubridor en Grecia, mientras que Josefo [Ant., 1] dice que Caín, hijo de Adán, el primero de todos los mortales (como debe creerse), fue el primero que los estableció.

Respecto al inventor de los números, hay quienes señalan a Pitágoras de Samos, aunque otros dicen que fue otro Pitágoras, el de Regio, un escultor, y hay otros que señalan a Mercurio. Livio afirma que la opinión popular era que Minerva había descubierto los números.

La forma griega de contar los años era por Olimpiadas, cuyo número anotaban a través de sus letras. Entre los romanos, primero se contaban por lustros, que se cerraban cada cinco años [que se explicará con mayor extensión en el cap. 4 del próximo libro] y, después, por clavos, que se denominaban "anuales" o también a través de los cónsules. Se clavaba un clavo cada año en la parte del templo de Júpiter que miraba al santuario de Minerva, de tal manera que con ellos se podía contar el número de años. De hecho, había una ley, escrita con caracteres y palabras antiguas, que ordenaba que el pretor máximo fijase un clavo en las idus de septiembre: dado que en aquellos tiempos las letras eran inusuales, los clavos servían como cuenta de los años. Esta ley se había anunciado al público en el templo de Minerva, ya que se consideraba que los números eran un invento de ella. También los volsinios tenían unos clavos fijos en el templo de Norcia, diosa etrusca, para contar el número. Después los cónsules asumieron esta tarea y finalmente el solemne acto de fijar el clavo pasó a los dictadores. Sin embargo, esta costumbre se perdió y, después de sufrir durante un largo tiempo los efectos de una plaga, la memoria de los más ancianos recordó que, una vez, una enfermedad amainó gracias a que un dictador hizo este ritual. Por este motivo, se nombró a Lucio Manlio dictador, que nombró a Tito Pinario su jefe de caballería. Desde luego, esta fue una hermosa forma de apaciguamiento o, mejor dicho, una competición de niños, que suelen jugar así: en verdad, ¿qué clase de religión puede haber en hincar un clavo en una pared? ¡Si así la pared del templo se abre más que se cierra! Pero esta era la desdicha de aquellos tiempos, cuando todavía no había llegado a los romanos el conocimiento del Dios supremo y máximo.

Nosotros, igual que los antiguos, usamos siete letras, C, D, I, L, M, V, X para indicar los números, o también otros símbolos, 1 2 3 4 5 6 7 8 9. En ambos casos, son muy conocidos, por lo que no hay nada más que añadir ni tenemos que explicar su funcionamiento.

Cap. 20: ¿Quién descubrió la medicina y en cuántas partes se divide? ¿En qué pueblos no se conocía antaño la medicina?[editar]

La medicina, que por doquier ofrece sin duda una gran y rápida protección con sus, por así decirlo, divinos remedios a unos mortales que vivimos entre tantas clases distintas de enfermedades que por todas partes nos atacan, adscribió el descubrimiento de su disciplina primero a los dioses[38] y de hecho se la solicitó de muchas formas distintas a los oráculos de los dioses. En efecto, [según Diodoro], se cree que Mercurio fue el primero en descubrirla entre los egipcios; según los antiguos, fue Apis, rey de Egipto, aunque otros [según Plinio, 7] lo atribuyen a Árabo, hijo de Apolo y Babiló y otros al propio Apolo. Por esto le dice a la joven Dafne en Ovidio [Metamorofosis, 1]: Es mío el descubrimiento de la medicina, y por el mundo rico me dicen.

Y Enone, sobre el mismo dios:

Se dice que él, descubridor de las curas, atemorizó a las vacas de Tesalia.

Macrobio [Satur., 1] ofrece el verdadero motivo detrás de esta creencia: "Por esto sucede que se le atribuye a este mismo dios el poder de la curación: el calor templado del sol pone en fuga a todas las enfermedades[39]. Clemente atribuye claramente su invención a los egipcios pero su engrandecimiento a Esculapio, hijo de Apolo. En esta ciencia también mereció reconocimiento Esculapio, tercer hijo de Arsipo y Arsínoe, de quien, entre otras cosas [según Cicerón, en su Naturaleza de los dioses] se dice que descubrió cómo extraer los dientes y purgar los intestinos.

Con todo, sea quien sea quien la descubriera primero, se cuenta que se ideó de la siguiente manera: según propone Quintiliano, cuando los hombres, como antes explicamos, percibieron claramente a partir de la observación de la naturaleza qué cosas parecían saludables y cuáles no, dieron forma a esta disciplina para curar los cuerpos. Por su parte, Celso demuestra sus conocimientos explicando el descubrimiento de esta disciplina [lib. 1]: "A menudo la causa es aparente, como por ejemplo en una conjuntivitis o en una herida, y por esto el tratamiento está claro; pero si no hay una causa evidente que sugiera el tratamiento, algo dudoso puede sugerir un remedio en mucha menor medida. Así pues, aunque sea algo incierto e incomprensible, puede conseguirse una protección a partir de lo seguro y, mejor dicho, conocido, es decir, de aquello que la exprencia nos ha enseñado en estas mismas curas, al igual que en el resto de disciplinas: pues con un agricultor o un timonel está claro que no actúan según un debate académico, sino por la práctica.

Pero esa forma de actuar no atañe en nada a la medicina, donde cada uno ofrece, en base a sus ideas sobre la materia, distintos métodos de curación, y no por oscuros motivos o por acción natural, sino a partir de su experiencia, según la respuesta que cada tratamiento dio a la hora de devolver la salud a sus pacientes. Apuntaron también que, de los enfermos que no tenían un médico, algunos enseguida ingerían alimentos desde los primeros días por gula [58] y otros, por náuseas, se abstenían de comer, y que resultó más ligera la enfermedad de quienes se abstuvieron; de igual manera, algunos, mientras tenían fiebre, comieron algo, otros un poco antes y otros algo después de que decayera y se recuperaron mejor aquellos que comieron después de remitiera la fiebre.

De igual manera, hubo quienes, desde un principio, enseguida empezaron a ingerir muchos alimentos mientras que otros muy pocos, y sufrieron más aquellos que se llenaron de comida. A medida que cosas similares sucedían cada día, aquellas personas que iban fijándose laboriosamente en tales situaciones al final determinaron qué resultaba útil para los enfermos. Así queda claro cómo nació la medicina en todos los pueblos".

Después la medicina se ha divido en tres partes: la primera, la que cura con la dieta; la segunda, con las medicinas; la tercera, con las operaciones. Los griegos llaman a la primera dietética [διατητική], farmacéutica [φαρμακευτική] a la segunda y cirugía [χειρουγική] a la tercera: así la enfermedad se purga con la dieta o medicinas y se cura con operaciones. De esta última parte, la cirugía, se dice que el primer descubridor fue Esculapio, de quien los griegos dicen que fue el primero en coser una herida.

Con todo, como no hay ninguna disciplina más variable que la medicina [como dice Plinio] ni ninguna que cambie más a menudo (puesto que ninguna hay que dé mejores resultados) durante mucho tiempo se ha ocultado en la más oscura de las noches y ha estado del todo perdida [según el mismo Plinio, Historia Natural, 29]. Hipócrates, nacido en la isla de Cos, consagrada a Esculapio, la trajo de nuevo a la luz. Dado que existía la costumbre [según Estrabón, Geografía, 8] de que los que se habían librado de la enfermedad escribieran en el templo de este dios de qué les habían curado, se cuenta que Hipócrates sacó de esos escritos cuáles eran las similitudes: fue así el primero en la historia de la humanidad que redactó unas normas para la curación.

Es bien sabido que el primer médico que vino a Roma fue Arcagato del Peloponeso, hijo de Lisania, el año que L. Emilio Paulo y M. Livio fueron cónsules, el 535 desde la fundaciónde la ciudad, y le fue concedida la ciudadanía y se le compró un local en la encrucijada de Acilio[40]. Especializado en el tratamiento de las heridas, fue el primero al que se llamó carnicero por su crueldad a la hora de cortar y cauterizar; después, cuando llegaron otros médicos grieguecillos y se vio que hacían lo mismo, todos provocaron a la vez náuseas contra sus métodos. Por este motivo, fueron criticados por M. Catón el Viejo y expulsados de Roma y de Italia. Estas son las palabras que escribió a su hijo sobre los médicos: "En otro lugar comentaré, Marco, hijo mío, qué de Atenas me parece excelente y qué de buenos hay en observar, pero no aprender su literatura. Derrotaré a este pueblo, insolente y el más inútil, y piensa en lo que dijo el profeta: «Cada vez que esa gente expande su literatura, todo lo corrompe», e incluso más, si envía aquí a sus médicos. Entre sí han jurado matar a todos los bárbaros con su medicina, pero actúan como si estuvieran haciendo un favor, para que se tenga confianza en ellos y después fácilmente puedan causar la ruina. A nosotros también nos llaman bárbaros y despreciables, y a nosotros, más que otros, nos echan en cara que somos unos brutos". Incluso Plinio comenta sobre estos carniceros al inicio de su libro 29 (aunque existen también médicos muy diestros, que son realmente la única ayuda que los humanos tenemos frente a tantos tipos de enfermedades): "No hay duda de que todos los medicuchos, al acecho de algo de fama por cualquier noticia, hacen negocio con nuestras vidas: por esto se producen todas esas tristes discusiones alrededor de los enfermos, sin que nadie diga lo mismo que los demás, para que no parezca que está de acuerdo con otros. Ahí está aquella desdichada inscripción funeraria: «Murió entre una multitud de médicos»". [Poco después] añade: "Además, ninguna ley que castiga los crímenes capitales castiga la acción médica: aprenden de nuestros peligros, experimentan a través de las muertes y el médico que acaba de matar a un hombre tiene una impunidad absoluta".

Los babilonios actuaban con juicio y [según Heródoto, lib. 1 y Estrabón, lib. 16] no tenían médicos: llevaban a los enfermos a la plaza mayor, para que los hombres que se acercasen les aconsejasen y animasen a hacer lo que ellos mismos habían hecho para escapar de una enfermedad similar; de hecho, era pecado que alguien pasara junto a un enfermo en silencio. Lo mismo solían hacer los bastetanos, unos montañeses que habitan en la región de Hispania que da al norte y los egipcios. Por esto Estrabón [Geo., 3], cuando menciona a los lusitanos, dice: "Los bastetanos dejan a los enfermos en las plazas, siguiendo un antiguo ritual egipcio, para que quienes han sufrido una enfermedad similar les ayuden a curarse”. Aunque Heródoto nos explica que los egipcios no siempre usaron el mismo ritual cuando escribe [lib. 2]: "La medicina está repartida de tal manera que cada médico se especializa en una clase de enfermedades, y no en muchas. Así todo está repleto de médicos: hay algunos médicos para curar los ojos, otros para la cabeza, otros para los dientes, otros para el resto de partes y otros para enfermedades ocultas".

Después hubo muchísimos médicos que destacaron; entre ellos, Casio Calpiciano, Aruncio Rubrio, Antonio Musa (muy estimado por César Augusto), Galeno, en tiempos de Antonino Pío y no mucho después Avicena.

Cap. 21: Los descubridores de las hierbas medicinales y curativas y las medicinas de miel ¿Qué remedios aprendieron los hombres de los animales?[editar]

No cabe duda de que la Naturaleza ha engendrado hierbas para curarnos o hacernos disfrutar, como se ve en múltiples ejemplos. Janto, historiador, [según Plinio, lib. 25] relata que un dragón devolvió la vida a un cachorro suyo asesinado con una hierba a la que llama "balin". El pájaro carpintero obliga a salir a la cuña que se ha introducido en su madriguera al mover una determinada hierba. Es más, algunos de los indios [según Heródoto, lib. 2] sobreviven solo con hierbas. Incluso Apiano escribe que los partos, cuando pasaban hambre después su derrota contra Antonio, se encontraron con una hierba que hacía que los que la comían se olvidasen de todo y no entendieran nada: lo único que hacían era excavar continuamente piedras, como si fueran a construir una gran obra y con ese frenesí morían al final vomitando bilis. ¿Qué más se puede decir? Nada hay que no se pudiera conseguir con el poder de las hierbas, si no fuera porque se desconocen el poder de la mayoría. En efecto [según Plinio] la medicina antiguamente era así, cuyo descubridor [según el mismo autor, 7] fue Quirón, el más justo de los centauros, hijo de Saturno y Fílira, que también inventó los tratamientos con medicinas para curar heridas, úlceras y afecciones similares, aunque otros se lo atribuyen a Apolo. Por esto el propio Apolo dice en un texto de Ovidio:

El poder de las hierbas, a mí sometido.

Otros, en cambio, se lo atribuyen a Esculapio, su hijo, del cual Ovidio dice [Metamorf.] que lo aprendió de Quirón, a quien Apolo entregó a su hijo para que lo criase. Quizá por esto dijeron que fue Quirón el primer descubridor, ya que [según afirma Plinio, lib. 25, cap. 4] él descubrió la hierba centáurea, con la que, según el mismo autor, se dice que se curó de una herida en el pie provocada por una flecha envenenada con la sangre de la hidra que se cayó de improviso de las manos de Hércules: en efecto, se le cayó una flecha al pie mientras cogía las armas de Hércules, al que había acogido en hospitalidad. Ovidio [Fastos, 5]:

Mientras el anciano toma las armas tiznadas de veneno,
cayó una flecha que se clavó en su pie izquierdo.

Sin embargo, Ovidio piensa que murió de esta herida, pues escribe:

Llegó el noveno día, cuando tu cuerpo, Quirón, el más justo,
quedó engarzado entre dos veces siete estrellas.

Sin embargo, el uso de las medicinas parar curar las enfermedades, según Celso [al inicio del libro 5], es antiquísimo: no deja caer ningún nombre, aunque relata que Asclepio probó en sus carnes el uso de la gran mayoría, porque todos los medicamentos tienen mal sabor y perjudican al estómago; también determinó que todas las partes de la medicina están tan unidas que no se pueden separar. Por esto la medicina que cura con la dieta de vez en cuando administra medicamentos y la que purga las enfermedades con medicamentos también guarda una proporción con la dieta y protege, de esta forma, la salud o la recobra si se ha perdido. Pero vuelvo al tema de las hierbas.

Así también hubo otros que descubrieron otras hierbas, como Mercurio con la moli, Aquiles con la aquilea, Esculapio con la panacea y muchos otros, aunque sería muy largo y no vale la pena seguir, cuando Plinio, por encima de todos, ya lo transmite con toda la erudición. Sin embargo, la medicina en miel [según Plinio] la inventó Sol, el hijo de Océano.

Además, algunos animales (asombra lo mucho que los humanos hemos aprendido de las bestias) nos enseñaron algunas hierbas y remedios que después resultaron útiles para los hombres: así, por ejemplo, la hierba gitanera, útil para extraer una flecha, se la enseñaron los ciervos a los hombres, ya que expulsaban la flecha después de comer esta hierba (aunque Cicerón se lo atribuye [en su La naturaleza de los dioses, 2] a las cabras salvajes). Los mismos ciervos, cuando les picaba una tarántula, un tipo de araña, se curaban comiendo esclarea. Las golondrinas mostraron que la celidonia era muy saludable para la vista, ya que curaban los ojos heridos de sus pollos con esta hierba, aunque Celso [lib. 6] lo atribuye a la propia naturaleza de esta ave y no a la hierba: "Si un golpe externo hiere el ojo de tal manera que parezca inyectado en sangre, nada hay más adecuado que la sangre de paloma, tórtola o golondrina. Esto no sucede sin motivo, ya que después de un tiempo la agudeza visual, herida por una causa externa, vuelve a su estado original, y con sangre de golondrina es el método más rápido. De aquí también surgió este tópico de las historias, de que los pájaros mayores recuperan la visión con la hierba, cuando se les cura por sí sola."

Los tortugas comen un tipo de orégano, al que llaman búbula, que protege sus fuerzas contra el veneno de las serpientes. Los jabalís se tratan las heridas con la hiedra y del hipopótamo (una especie de caballo de río, que existe en el Nilo) los médicos aprendieron a hacer sangrados, lo que se llama flebotomía. Cuando estos animales se sienten pesados de saciedad, salen del río para examinar las cañas que están recién cortadas y aprietan su cuerpo con la que les parece más afilada, de tal manera que se hieren en una vena de la pierna y así con la sangría aligeran su cuerpo; después recubren la herida con fango. También enseñó lo mismo un pájaro de Egipto, llamado ibis, similar a las cigüeñas y enemigo de las serpientes. Esta ave se lava a conciencia con la parte ganchuda del pico por donde se han acostumbrado a expulsar el peso de la comida, y de ella aprendieron los médicos el uso de los enemas. La comadreja se protege de los ataques de las culebras con la ruta, la cigüeña en el orégano.

Sobre los usos de las hierbas, el primero que se recuerda que escribió fue Orfeo, con gran precisión; después de él, Museo, aunque se dice que ambos vivieron en la misma época, y también destacó Dioscórides. Entre los nuestros, el primero fue Marco Catón, y después Pompeyo Leneo, liberto de Pompeyo Magno, que a las órdenes de Pompeyo Magno, que se había apoderado de las propiedades del rey Mitrídates, tradujo a nuestra lengua las anotaciones y ejemplos del rey sobre el poder de las plantas. Plinio dice que, hasta donde él sabe, ese fue el primer momento en el que llegó el conocimiento de las plantas a los romanos.

Cap. 22: ¿Quién descubrió la magia y quiénes la emplearon? ¿Quién reveló la forma de rehuir los demonios y los hechizos para calmar las enfermedades?[editar]

Es necesario que en este momento, antes de que acabemos el libro, comentemos el origen de la disciplina de la magia, ya que nadie duda de que surgió primero de la medicina. Así pues, en la obra de Pérside [según Plinio, lib. 30], como se recoge en otros autores, se cuenta que la descubrió Zoroastro. Justino, al inicio de su Epítome, dice de este Zoroastro, el descubridor de la magia, que fue un rey de Bactria y, [según Eusebio en su Los tiempos y en La preparación evangélica, 10] vivió casi 800 años de la guerra de Troya, en la época en la que vivieron también Abram y Nino, cuando habían pasado 3185 años desde la creación del mundo. Unos 815 años después, Troya fue capturada por los griegos, que fue en el año 4000 desde la creación del mundo.

Por su parte, Lactancio y Eusebio transmiten que unos demonios malignos inventaron esta disciplina junto con el resto de artes malvadas, y Plinio afirma que es la disciplina más engañosa de todas y se sorprende de cómo ha sido tan importante en toda la tierra durante tantos siglos, aunque lo explica por este motivo: es la única de las artes que ha congregado y combinado en sí misma las otras tres artes que mayor influencia ejercen sobre la mente humana. En efecto, primero brotó de la medicina, como se ha dicho, y con este aspecto salvador sutilmente devino en más sagrada que la medicina y así añadió a sus más que deseables promesas la fuerza de la religión, a la que las mentes humanas se sienten particularmente atadas. Después, dado que no hay nadie que esté ansioso por conocer su futuro que no piense que se puede conocer la verdad a partir de los cielos, se combinó con la astrología. Así se apoderó de los sentidos humanos y con este nudo triple creció hasta que fue la más importante para una gran parte de la población y, como atestiguan los poetas, siempre ha gozado de gran fuerza. Virgilio, [en su Damón], comenta sobre Circe: Con sus encantamiento Circe transformó a los compañeros de Ulises.

Y cómo en otro lugar hechiza los alimentos: Y vi cómo cambiaba de lugar el trigo maduro.

Es más, se pensaba que, solo con la violencia de un encantamiento se podía atacar a los elementos y, sin ningún veneno, perturbar las mentes de los hombres. Virgilio:

  • Los encantamientos pueden bajar la Luna del cielo.
  • La fría culebra con un hechizo se puede quebrar en los prados.

Ovidio [Amores, 3, 6]

Con un hechizo se desvanece Ceres en la estéril hierba
y desaparecen las aguas de la fuente herida por el hechizo.

Lucano:

La mente, no contaminada con la miasma de un veneno consumido
muere hechizada.

El mal de la brujería, aunque se ha extendido por todo el mundo, [según Lucano, Farsalia, 6, Apuleyo, Sobre la magia, 1 y Plinio, 30] ha calcinado particularmente Tesalia, porque para los tesalios no hay tradición más antigua que la de estudiar con atención esta disciplina maléfica y enseñarla al resto de pueblos vecinos. Incluso en tiempos de Plinio, según él mismo relata, quedaban restos de esto entre los pueblos de Italia en la ley de las 12 tablas.

Circe, que vivía en el monte Circeo, cerca de Cayeta, mostró unos resultados sorprendentes con esta disciplina. Y así fue la invención de la magia.

No nos ha llegado una información clara sobre quién fue el primer autor en escribir sobre la magia. Plinio [lib. 30] dice que Hostán fue el primero en explicarla y que Pitágoras, Empédocles, Demócrito y Platón viajaron por mar para aprenderla y que, a su vuelta, la enseñaron y mantuvieron en secreto, pero sobre todo Demócrito: por esto explica que, al mismo tiempo, florecieron la magia bajo la guía de Demócrito y la medicina bajo Hipócrates, unos 300 años después de la fundación de Roma. El propio Plinio, que en esta parte no es, ni de lejos, el más modesto de los hombres, afirma: "También hay otro grupo de magos que desciende de los judíos Moisés y Jocabel, la madre del propio Moisés". Además, de la pluma de Plinio surge este error, según creo, por descuido, porque, cuando Dios indicó, con unas señales que el pueblo hebreo pudiera interpretar fácilmente, que Él mismo había elegido a Moisés como su líder, el Faraón (pues así llaman los egipcios en su lengua al rey [según Josefo, Antigüedades, 8]) se burló de las señales como si fueran falsas y ordenó a los sacerdotes egipcios que hicieran lo mismo, los cuales convirtieron enseguida sus bastones en culebras. Pero Moisés, para demostrar que la potencia divina es mucho mayor que la humana, arrojó su bastó al suelo, que se convirtió en una serpiente que devoró de repente los bastones de los egipcios que se habían convertido en culebras [Josefo, Antigüedades de los judíos, 2 y Eusebio, Preparación Evangélica, 9]. Puesto que Moisés hizo esto y muchas otras cosas más propias de un dios, los hombres, que tienden a creer más en lo falso que en lo verdadero, pensaban que lo conseguía mediante la magia.

Las formas de expulsar a los demonios que a menudo atormentan los cuerpos humanos y los sortilegios con los que se suelen calmar las enfermedades, Salomón fue el primero en enseñarlos [según relata Josefo, Antigüedades, 8]. Por su parte, Dios también se le apareció para que aprendiera el arte contra los demonios para ayudar a la humanidad, y determinó los encantamientos con los que se suelen apaciguar las enfermedades e incluso descubrió los conjuros con los que se ata a los demonios para expulsarlos y que no vuelvan de nuevo. Además, la siguiente anécdota claramente muestra de qué manera se expulsa a los demonios de esta clase: "Vi a alguien que pertenecía a la tribu de Eleazar, mientras lo rodeaban Vespasiano, sus hijos y tribunos y también otro ejército, que curaba a quienes eran atacados por los demonios. Su forma de tratarlos era la siguiente: puso debajo de la nariz de aquel que sufría el ataque de los demonios un anillo que tenía debajo del sello la raíz de la planta que descubrió Salomón [41]. Después, mientras olía la raíz, extrajo al demonio por la nariz y de repente el hombre cayó al suelo. Después, para que el demonio no entrara de nuevo en su cuerpo, hizo que el hombre repitiera el juramento de Salomón, es decir, aquellos cánnticos que aquel compuso con la intención de que se dirigieran así a él..."

También hoy, nuestros sacerdotes, como vemos, obligan a los demonios a abandonar los cuerpos humanos con algunas palabras sagradas con las que también se bendice a los enfermos, y se encuentran mucho mejor. Ciertamente, este poder se lo concedió Cristo nuestro salvador a sus apóstoles, cuando dijo en el Evangelio de Marcos: "Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a todas las criaturas. Quien crea en él y se haya bautizado, se salvará; quien no lo crea, será condenado. Estas serán las señales que seguirán a aquellos que hayan creído: con mi nombre, expulsarán a los demonios, hablarán nuevas lenguas y, si han bebido algo letal, no les perjudicará. Impondrán sus manos sobres los enfermos y se curarán."

Consideré que este era el mejor lugar para recordar estas palabras, para que los lectores comprendan fácilmente que las palabras divinas tienen una fuerza mayor que los demonios o que la magia.

Cap. 23: El origen de la nigromancia, la piromancia, la acromancia, la hidromancia, la geomancia y la quiromancia[editar]

Los magos, que es el nombre que en persa se les da a los sabios, entre los persas eran los que se encargaban [según Laercio] principalmente del culto a los dioses: les suplicaban y les hacían promesas y sacrificios. Al principio vivían con frugalidad, debatiendo sobre la la sustancia de los dioses (es decir, su fuerza y naturaleza) y su genealogía, pero su vanidad creció hasta tal punto que prometían no solo predecir el futuro a través de la astrología sino que, merced a sus artes, de las cuales algunas poseían una sombre de verdad, y sus maleficios de hecho y de palabra, podían saberlo y lograrlo todo. De ellos surgieron las seis disciplinas mágicas: necromancia, piromancia, aeromancia, hidromancia, geomancia y quiromancia, aunque Varrón [Asuntos divinos, 7] tan solo recogió las primeras cuatro.

La necromancia es la adviniación a través de los cadáveres, como el muerto reanimado [Lucano, 6] que le predijo a Sexto Pomeyo el desenlace de la guerra civil

Llaman piromancia a la adivinación a través del fuego, mientras contemplamos qué significa un relámpago, un rayo o la fuerza del fuego, como Tanaquil, la mujer del rey Tarquinio el antiguo [según Livio en su Desde la fundación de la ciudad y Dionisio, 4]: cuando vio que las llamas lamían la cabeza de Servio Tulio, predijo que sería el rey de los romanos.

La aeromancia es la adivinación por el aire, como, por ejemplo, a través del vuelo, marcas reconocibles y canto de las aves o de inusuales vendavales o granizadas, como la vez que llovió hierro en Lucania [según afirma Plinio, 2], que indicó la muerte de Marco Craso contra los partos o cuando llovió piedra [según Livio en su primer libre sobre la Segunda Guerra Púnica] en el Piceno, que anunció las calamidades que Aníbal trajo a Italia.

La hidromana se sirve del agua, como Varrón, que relata la anécdota de un niño que vio una estatua de Mercurio en el agua que predijo todo el resultado de la guerra contra Mitrídates en 150 versos.

La geomancia es la adivinación según las brechas en la tierra.

La quiromancia es la adivinación a través del examen de las líneas de la mano. Juvenal, Sátira, 6: Ofrecerá su frente y su mano al profeta.

Todas estas disciplinas son producto de la superstición y totalmente risibles, ya que aquellos que las practican siempre padecen la misma carencia: según Cicerón [a finales de su primer libro sobre la Adivinación] aunque no conocen cómo lograrlo para sí mismos, muestran a los demás un camino con el que les prometen riquezas... y les piden sus monedas. Así pues, debemos apartarnos, como si fueran una superstición maléfica, de estos hombres que todo lo corrompen, todo lo contaminan y, por esto merecen siempre recibir malas críticas; es más, debemos perseguirlos, como corresponde a quienes estamos imbuidos de la religión verdadera y santa.

Cap. 24: Las dos clases de adivinación. El origen de la ciencia augural y de las suertes prenestinas. ¿Quién enseñó la interpretación de los sueños?[editar]

Hay dos [según Cicerón, La adivinación, 1] clases de adivinación, de las cuales una es propia de la naturaleza y la otra de la ciencia. Procede de la naturaleza la de aquellos que presienten el futuro no por la razón o la observación ni por anotar unas señales que se han visto, sino por a causa de una particular excitación del ánimo o por una turbación desatada y libre, como a menudo sucede en sueños y a algunos que predicen el futuro poseídos por un trance furioso, como leemos que le sucedió a la sibila Eritrea y a algunos sacerdotes. Esta clase de oráculos (como los oráculos de Apolo, de Amón o del resto de dioses, que frecuentemente eran motivo de burla) deben considerarse como unas respuestas surgidas de las artes demoníacas o del engaño humano. En cambio los profetas, que estaban inspirados por un espíritu divino y no por una locura furiosa, nunca se equivocaban.

Por otro lado, practican la adivinación basada en la ciencia los que persiguen el porvenir con sus conjeturas y aprendieron de las observaciones de los antiguos, que disponían de la aruspicina, los augurios, la astrología y las suertes.

La aruspicina [según Cicerón, La adivinación, 1] tuvo sus inicios entre los etruscos, tal y como ellos mismos les gustaba presumir. En efecto, a un labrador, mientras trabaja en un campo de Tarquinio y hacía más profundo un surco, se le apareció de reprente de la tierra un hombre, llamado Tages, todavía con cara infantil pero con unos conocimientos adultos. De él aprendieron todos los etruscos la aruspicina, que toma su nombre de "ara" e "inspeccionar". En cambio, Plinio [lib. 7] atribuye a un tal Delfo su descubrimiento, así como a Anfiarao la observación del fuego. Esta disciplina incluye las entrañas, los rayos y prodigios. Una víctima sacrificada a los dioses se acerca al altar y allí se abre para examinar cómo están el corazón, el hígado y el resto de entrañas y, a partir de su aspecto y color se conjetura el futuro, como sucedió en aquel día en el que César se sentó por primera vez en una silla dorada, cuando el buey que había sacrificado carecía de corazón. Por este motivo, los arúspices predijeron que tendría un mal final.

Los prodigios son aquellos hechos que se salen de lo que habitualmente sucede en la naturaleza, anuncian algo que pasará: así sucedió en el ejército de Jerjes que había cruzado a Europa, en el que una yegua, un animal muy guerrero, parió a una liebre, el animal más temeroso, lo que, según se cuenta, presagió que tan gran ejército se disolvería en la fuga. [Según Cicerón] son prodigios porque anuncian, presagian, enseñan, predicen y, por tanto, se les llama anuncios, presagios, portentos, maravillas y prodigios.

La terceraparte de la aruspicia consiste de los rayos, relámpagos y truenos. Virgilio: Recuerdo que las encinas tocadas de cielo predicen...

Todo esto entra en el campo de la aruspicina, pues el mismo Cicerón afirma: "Dado que ya hemos debatido lo suficiente sobre las entrañas y los rayos, quedan los prodigios, para tratar la totalidad de la aruspicina." En esto consiste la aruspicina y a quienes la practican se les llama tanto arúspices como extíspices[42]

En la segunda parte de la adivinación como ciencia se toman en consideración los auspicios o augurios. Los auspicios (término que procede de "ave" e "inspeccionar"), como los augurios procedentes de las marcas o trino de las aves, se dice que fueron descubiertos por Tiresias de Tebas, según Plinio [lib. 7].

Según el mismo autor, los augurios a partir de la observación de las aves los descubrió Caras, por lo que también se los denomina "carios"; de los demás animales, los añadió Orfeo. Por contra, algunos afirman que esta técnica de auguración llegó de los caldeos a los griegos, entre los que Anfiarao, Mopso, Calcas fueron los más destacados augures. Después, de los griegos pasó a los etruscos y de los etruscos a los latinos.

Por lo que respecta a las aves, había tres formas distintas de emitir el augurio:

  • según el vuelto de las aves, en el caso de las ágiles, cuyo vuelo los frigios fueron los primeros en observar [según Clemente].
  • según el canto, las cantoras o, según sus marcas, las demás predecían el futuro.
  • en tercer lugar, el consumo ritual de semillas también indicaba el futuro. Este consumo, llamado "solistimo tripudio" era el augurio que se producía cada día con la forma en la que caían las semillas que se daba de comer a los pollitos (y, de suelo, solistimo).

Con todo, la importancia que debe dársele a la ciencia augural la explicó Mosolano, un hombre realmente sabio, a los judíos: [como transmite Josefo en Antigüedades 1, contra Apión, basándose en Hecateo] mientras un grupo viajaba con un sacerdote en tiempos de guerra, este ordenó a todos que se quedaran quietos hasta que pudieran extraer el augurio a partir de un ave que estaba cerca. Entonces, él en silencio empuñó el arco y mató de un flechazo el ave, lo que ofendió al sacerdote y a algunosotros. "¿Por qué --les increpó-- os enfadáis, demonios malignos? Esta ave, que ignoraba cómo salvarse a sí misma, podía predecirnos el resultado de nuestro viaje? Si hubiera podido predecir el porvenir, de ninguna manera hubiera pasado por aquí, porque habría tenido miedo de que el judío Mosolano le disparase una flecha".

Por lo demás, en muchos lugares Cicerón atestigua la gran importancia que tuvo esta disciplina entre casi todos los pueblos, en particular cuando escribe: "¿Qué rey, qué pueblo ha existido nunca que no se sirviera de las predicciones divinas, y no solo en la paz sino también la guerra?" Sin embargo, el mismo autor afirma que los romanos fueron los primeros en usarla: "Dejo al margen nuestro pueblo, que no acometen nada en la guerra sin consultar las entrañas ni en la paz sin examinar los augurios." Además, los antiguos romanos [según atestiguan Livio, Dionisio y Fenestela] respetaban con gran reverencia al colegio de augures, cuyas decisiones constituían la mayor y más eminente ley de la República romana [según Cicerón, Leyes, 2]. [Tal y como afirma Plutarco en sus Problemas], ¿por qué sucedía que un augur no era privado de su cargo por ninguna mala acción? Porque el renombre del augur no se debía a su honra o a su cargo político, sino a su conocimiento y técnica.

También se realizaba la adivinación a través de las suertes, cuyo descubridor fue Numerio Sufusio entre los prenestinos [según atestigua Cicerón en el segundo libro de la Adivinación]. La mano de un niño entremezclaba unas anotaciones inscritas con letras antiguas en madera de roble y elegía algunas en representación del consejo de los dioses; también Suetonio las menciona [en su Vida de Tiberio].

La interpretación de los sueños [según Plinio, 7] fue Anfictión el primero en enseñarla, lo que Trogo atribuye a José, hijo de Jacob, que fue un intérprete muy preciso de los sueños (lo mismo afirma Josefo en Antigüedades, 2); en cambio, Clemente lo asigna a los telemesinos.

Sin embargo, todo esto fue descubierto con engaños, ya fuera para llevar a la superstición, al engaño o para lucrarse, cuando los hombres que lo practican están tan lejos de ser beneficiosos como perjudiciales son. Como decía Favorino [según Gelio, Noches áticas, 14], si presagian prosperidad y se engañan, serás un desgraciado esperando esa prosperidad en vano; si presagian adversidad y te mienten, serás un desgraciado en vano temiendo esa adversidad. Si te responden que no tendrás prosperidad, te sentirás un desgraciado antes de que se cumpla tu destino; si te prometen un porvenir afortunado, la expectativa de ese porvenir te tendrá en vilo y esa propia esperanza te privará del disfrute de ese gozo futuro. Además, ¿en qué ayuda o favorece la cautela saber que algo sucederá, cuando eso sucederá sin duda aunque, sin embargo, no pueda predecirse de ninguna manera? Virgilio: La mente del hombre, ignorante de su destino, su suerte y su fortuna.

Por este motivo, Moisés, un hombre muy sabio, prohibió a su pueblo estas mortíferas artes, con estas órdenes: "No haréis augurios ni examinaréis los sueños ni os inclinaréis ante los magos ni aprenderéis nada de los adivinos". Y también con el primer mandamiento de la ley divina: "Adoraréis al único Dios verdadero", y también prohibió estas artes o, mejor dicho, Dios en persona las prohibió. Nuestro Salvador, Cristo, quiso que todo esto quedase lejos de nosotros cuando dijo: "Respeta los mandamientos". Pero se tratará este tema en otro lugar, cuando se hable del cristianismo.

FIN DEL PRIMER LIBRO

Notas[editar]

  1. Cap. 9, 2º Carta a los corintios
  2. Evangelio de Mateo, cap. 14
  3. Mateo, cap. 18
  4. Nombre de la octava égloga.
  5. Los antiguos romanos denominaban así a los habitantes de, aproximadamente, la zona del actual Túnez.
  6. Usado aquí con el significado actual de "italianos".
  7. 230 a.C.
  8. Moneda de bajísimo valor
  9. Falsa relación etimológica entre el verbo ungere, "ungir" y uxor, "esposa".
  10. Lactancio deriva la palabra religión de "religo", es decir, "atar".
  11. El verbo "relego" tiene varias acepciones; en este contexto, la que más se le ajusta es "volver a leer o tratar", aunque también puede entenderse como "leer en voz alta".
  12. En la religión griega se conoce con el nombre de misterios a unos cultos cerrados de particular adoración a los dioses. Para participar en ellos era necesario superar unas pruebas e iniciarse en el culto.
  13. Nombre genérico con el que los griegos denominaban a los habitantes nativos de Grecia antes de su llegada.
  14. Esta afirmación no tiene mucho sentido, ya que Dodona (que ciertamente tenía la fama de ser el oráculo más antiguo de Grecia) está muy lejos de Atenas.
  15. En el original, usa la expresión “sensus mentis”, que significa literalmente algo como “percepción de la mente.”
  16. Es decir, el dígrafo PH.
  17. El autor usa los nuestros como sinónimo de los latinos, con lo que queda claro que se considera parte del mismo pueblo que los antiguos romanos. Esta expresión la usará a menudo.
  18. Significa "juzgar".
  19. 242 a.C.
  20. Es significativa esta muestra de reflexión sobre las fuentes y crítica textual, un aspecto en el que los estudiosos renacentistas fueron unos abanderados. Quizá el mejor ejemplo de este hecho fue la argumentación de Lorenzo Valla para demostrar la falsedad la "Donación de Constantino", un documento mediante el cual la Iglesia se arrogaba el control sobre extensos territorios.
  21. Debe tenerse en cuenta que la literatura antigua tenía un carácter fundamentalmente oral, donde el ritmo del mensaje es muy importante. Esta importancia, aunque disminuida, se mantendrá durante la Edad Media y el Renacimiento, donde importantes capas de la población eran analfabetas.
  22. Estrictamente hablando, es la combinación de un hexámetro y un pentámetro lo que crea un dístico elegíaco.
  23. Nombre con el que los romanos se referían a un dios de características similares al Dioniso griego.
  24. Sorprende que hable de posos de aceite en vez de vino el autor.
  25. 275ss.
  26. La historia en la Antigüedad no se concebía como una ciencia que estudia el discurso histórico, sino como una recopilación de anécdotas con fines educativos. Esta mentalidad es la que aparecerá aquí reflejada.
  27. El original usa el término "oratio soluta", literalmente, "oración suelta". Es un término ciceroniano que alude a los textos compuestos con un estilo libro sin métrica ni ritmo, lo que nosotros entenderíamos como "prosa" sin más.
  28. 776 a.C.
  29. Hijo de Sadok, sumo sacerdote hebreo
  30. Un grupo de adoradores de Cibeles que, míticamente, se ubicaban en el monte Ida de Creta.
  31. Historia Natural, 10, 43.
  32. Lo llama tibia en el original, el nombre genérico para flauta en latín.
  33. Recuérdese que a este instrumento se le llemaba tibia en latín.
  34. Habitantes de Lacedemonia, en Grecia, cuya ciudad más importante era Esparta.
  35. ¿Quizá se esté refiriendo a los faquires?
  36. Nótese que no está hablando exactamente de los puntos cardinales, sino de referencias basadas en la salida y puesta del sol: por eso especifica "levante equinoccial", ya que el punto de salida y puesta del sol varía según las estaciones.
  37. Hemos trasladado esta última frase de su lugar original, dos párrafos más abajo, a este, donde parece encajar mejor.
  38. Este "a los dioses" lo entiendo cambiando un "diu" (que significa "hace tiempo") del original por "diis", ya que, de otro modo, el pasaje no tiene sentido -- e incluso con este cambio, tiene una estructura muy forzada.
  39. De nuevo, enmendamos el original: en vez de "membrorum" (que hubiera quedado: pone en fuga a todos los miembros) leemos "morborum", es decir, "enfermedades".
  40. En latín, Commpitum Acili, un hito relativamente conocido de la Antigua Roma.
  41. Posible referencia a esta planta, el Polygonatum odoratum
  42. De exta (entraña) + spicio (examinar).