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Los que están a la mira

De Wikisource, la biblioteca libre.
Tradiciones peruanas - Octava serie
Los que están a la mira

de Ricardo Palma


Fue el licenciado Polo de Ondegardo, autor de una interesante crónica historial del Perú, que, según Prescott, se conserva aún inédita, hombre de agudo ingenio y muy arraigo de jugar con los vocablos. Pruébalo el que habiéndose querellado ante él dos individuos que se dieron de golpes, empleando el uno una vara de medir, y el otro una pesa de cobre, díjoles el juez: «En este litigio no cabe sentencia, porque el asunto se ha ventilado ya con peso y medida».

Cupo al Demonio de los Andes, Francisco de Carvajal, bautizar con el nombre de tejedores a los que en política se manejan con doblez y que bailan al son que tocan. En ese siglo de revueltas hubo no pocos que huyendo de comprometerse en los bandos, esperaban a última hora para exhibirse como partidarios de la causa que, entre cien, contara con noventa y nueve probabilidades de éxito.

Polo de Ondegardo bautizó con el nombre de los que están a la mina a esos politiqueros de encrucijada que en nuestros días llamamos oportunistas o amigos de la víspera, y que de paso sea dicho, son los que se adueñan de las mejores tajadas, dando autoridad al refrán que dice: «Nadie sabe para quién trabaja».

Estos oportunistas son siempre el colmo en materia de adulación, y capaces de dejar tamañito al mismísimo poeta Antón de Montoro, que dedicó a la reina doña Isabel la Católica la más gorda lisonja que ingenio y bajeza humanos han producido, pues le dijo:


     «Alta reina soberana,
 si fuérades antes Vos
 que la fija de Santa Ana,
 de Vos el fijo de Dios
 recibiera carne humana».


Enviado Ondegardo a Charcas con el carácter de gobernador por don Pedro de la Gasca, se vio en el caso de investigar el comportamiento de los principales vecinos durante la ya vencida revolución de Gonzalo Pizarro, para premiar en ellos su lealtad y servicios a la causa del rey, o bien para imponer castigo a los que resultasen contaminados con la lepra de la rebeldía. Si bien de estos últimos sólo encontró dos que enviar sin escrúpulo a la horca, en cambio tampoco halló a nadie digno de obtener mercedes; que era el licenciado juez muy exigente en esto de aquilatar el merecimiento ajeno. Para manga ancha las juntas calificadoras de nuestros tiempos, en que resultan hasta vencedores en un combate prójimos que se hallaron a cien leguas de distancia. Muy cómodo es hacer caridades a expensas del tesoro fiscal y no del propio.

Después de escuchar el alegato de méritos y servicios de cada vecino, Polo de Ondegardo, entre risueño y grave, formulaba objeciones; y como no le contestaban exhibiendo documentos que comprobasen no haber sido el sujeto tibio en la defensa de la bandera real, concluía el licenciado con estas frases:

-Está visto, mi amigo, que vuesa merced no ha arriesgado un cabello en favor del rey y que ha militado entre los que están a la mira. No ha sido bobo vuesa merced; pero para mí, más gracia merece el enemigo declarado que quien está a la de viva quien venza. Lo pagará su bolsa, y así escarmentará para en otra no estarse a la mira, sino comprometerse con San Miguel o con el diablo.

Y a todos los de la mira les impuso una multa para el tesoro de Su Majestad, desde cien hasta mil ducados, según la posición y teneres de la persona.

Y fueron tantos los que resultaron pecadores de haber estado a la mira, que pasó de un millón de pesos la suma que Polo de Ondegardo remitió a España, con destino a la real persona de Su Majestad don Felipe II.