Los seis velos/II
Parte Segunda.
[editar]
(Habla Rafael.) -La segunda vez que la vi fue tres años después.
Era una hermosa tarde de primavera.
Paseaba yo por los alrededores de Sevilla, solo aún, siempre solo, con el corazón henchido de reconcentradas ternuras, todavía sin historia de amores, aunque más enamorado que nunca de mi aparición.
Un año antes había ido a buscarla al pueblo en que la encontré; pero ya no estaba allí, ni nadie me dio razón de tal persona.
La casa de las cortinillas blancas era un parador de diligencias, aunque en otros tiempos hubiera sido palacio de no sé qué noble familia. Sólo un criado del parador hizo memoria (cuando le hube designado la fecha y el balcón en que vi a la desconocida) de que era soltera, de que estuvo allí tres días, de que se llamaba Matilde y de que viajaba con su padre, el cual se vio obligado a hacer tan larga parada en aquella aldea por resultas de una enfermedad.
Desesperé, pues, de volver a hallar a Matilde, y hasta sentí saber su nombre, comprendiendo que éste me serviría únicamente para dar más cuerpo y violencia a la rara pasión, que iba tomando caracteres de manía y hasta, de locura en mi debilitado cerebro...
Una tarde, digo, me paseaba por los alrededores de Sevilla, cuando en cierto angosto y solitario camino rural, me alcanzó un lujoso carruaje tirado por dos magníficas yeguas.
Mientras yo me apartaba contra un áspero seto para no ser atropellado, el coche tuvo que detenerse; y al través del cristal, y junto a una medio descorrida cortinilla de color de rosa, distinguí un rostro bello y sonriente, que no podía confundir con ningún otro...
¡Era ella! ¡Era Matilde! ¡Matilde, sin noticia tal vez de que yo sabía su nombre, de que yo la amaba, de que su hermosura era mi constante pensamiento hacía tres años!
Miróme atentamente, y no sé si me reconoció...
Yo me llevé la mano al sombrero, y aun pensaba indicarle que bajase el cristal, cuando de pronto... (bien que todo esto era pronto, rápido, instantáneo) observé que enfrente de ella iba una nodriza con un niño en brazos...
Quedéme frío, insensato, estúpido...; y cuando llegué a dominar en parte mi emoción la carretela había ya desaparecido al trote con dirección a la gran capital.
¡Oh desventura! Mis antiguos presentimientos se habían realizado. ¡Otro hombre la había conocido después que yo!... ¡Matilde se había casado con él! ¡Matilde tenía un hijo que no era mío!...
¿Sabes tú la angustia, la envidia, los rábiosos celos, la desesperación que se experimenta al ver casada con otro a la mujer a quien se adoró cuando era virgen?
¿Sabes tú las adivinaciones, las intuiciones, las recreaciones infernales a que se entrega la desvergonzada imaginación del mísero y defraudado amante?
¿Te figuras cuánto padecería yo en aquel momento, al enterarme de la traición de Matilde?
¡Oh! ¡Y qué hermosa iba, medio oculta tras aquel velo de color de rosa!.. En medio de mi infortunio parecióme ver a la diosa de la tarde, dormida ya en su lecho de esplendorosas nubes, al otro lado del horizonte de mi vida...
Comentario del autor
[editar]La tarde ha sido de color de rosa; de color de rosa la cortina de seda del carruaje, segundo velo de nuestra heroína; de color de rosa es la luna de miel, primavera del matrimonio; de color de rosa es el porvenir del primogénito de una rica familia. La hora, pues, el sitio, la estación y todas las circunstancias de la anterior escena han sido rosadas y sonrientes... Justo es, por tanto, que la segunda parte de esta relación se llame El velo de color de rosa.
Y aquí reparo por primera vez en que el nombre de este color es una tontería.
Se dice: «una ilusión, un vestido, un panorama de color de rosa...»; con lo cual no se ha dicho nada, puesto que hay rosas blancas, opalinas, doradas, pajizas, purpúreas, carmesíes...
AGUSTÍN BONNAT. (Interrumpiéndome.) -Es que quizá habrá una rosa por antonomasia, desde que Venus matizó los campos con la sangre de sus pies...
-Convengo en ello: hay una rosa de color de sí misma; hay una rosa, modelo, de la cual son variedades las demás...
Prescindamos, pues, de las demás y ciñámonos a ella.
Queda planteada así la cuestión:
-¿De qué color es una rosa?
AGUSTÍN BONNAT. -De color de rosa.
-¿Y una rosa de color de rosa?
AGUSTÍN BONNAT.-Rosada.
-Eso no puede ser. Déjame pensar un rato. Yo daré con ello. Fuma si quieres.
Una rosa..., una rosa..., es de color de... de...
De color de uñas. (Yo gusto de las uñas bonitas, largas, sonrosadas...)
De color de labios de niño. (¡Qué grato es tener por amigo íntimo, no a ningún hombre, sino a un chiquillo de tres años!...)
De color de billetes de quinientos reales.
De color de... (Aquí vuelvo a recordar el cantar de Salomón.)
De color de rubor... ¡Bendito sea él! ¡Bendito sea cuando abrasa una mejilla morena sellada por un beso...;
Cuando sube a la frente de una virgen e impone respeto a un atrevido galán;
Cuando invade las orejas de un hombre tímido;
Cuando atestigua honradez, vergüenza, indignación, modestia...
¡Bendito sea él cuando decimos al verlo: ¡Mire usted, mire usted: el embuste le sale a la cara!
O cuando ha sido comprado en una perfumería y se lo lleva en los labios un D. Juan entre bastidores;
O cuando es producido por el deseo, más bien que por el temor;
O cuando ilumina de júbilo y de entusiasmo un rostro marchito antes de tiempo;
O cuando viene seguido de una apoplejía fulminante!...
Pero vuelvo a la rosa.
Una rosa es:
De color de viaje a Madrid cuando lleva uno, la cartera atestada de cartas de recomendación... (Yo llegué a Madrid sin cartera, ni más ni menos que hoy se halla el Presidente del Consejo de Ministros).
-De color de herida que empieza a sanar;
De color de María, llamada Rosa Mystica, denominación, por cierto, muy tierna e inspirada... ¡Bien que toda la Letanía es un cántico divino que parece escrito por los ángeles, un Rosario de dulcísimas metáforas que equivale a un ramillete de ricas flores!...
¡Ah! Yo gusto de recordar a mis solas la Letanía, y siempre me dejo algo.
Pero a propósito de Rosario:
Una rosa puede ser también:
De color de rosario, puesto que rosario significa guirnalda de rosas...;
De color de cierto rosoli del mismo nombre, que beben los imperitos;
De color de polvos dentífricos de Quiroga... (Los recomiendo);
De color de alegría;
De color de fresa;
De color de amor, de dicha, de esperanza, de juventud, de castillos en el aire, de salud, de amanecer, de flor entreabierta, de fruto sano, de escenas pastoriles, de gloria, de adolescencia, y de papel secante para que no se borre esta novela...
¡Escoged!