Los trabajos de Persiles y Sigismunda (Sevilla Arroyo ed.)/Libro I/XVII
Primer Libro
Capítulo Diez y Siete
[editar]Da cuenta Arnaldo del suceso de Taurisa
Con gran deseo estaba Auristela de saber lo que Arnaldo y Periandro pasaron en la plática que tuvieron fuera del hospedaje, y aguardaba comodidad para preguntárselo a Periandro, y para saber de Arnaldo qué se había hecho su doncella Taurisa.
Y, como si Arnaldo le adevinara los pensamientos, le dijo:
-Las desgracias que has pasado, hermosa Auristela, te habrán llevado de la memoria las que tenías en obligación de acordarte dellas, entre las cuales querría que hubiesen borrado de ella a mí mismo, que, con sola la imaginación de pensar que algún tiempo he estado en ella, viviría contento, pues no puede haber olvido de aquello de quien no se ha tenido acuerdo. El olvido presente cae sobre la memoria del acuerdo pasado; pero, comoquiera que sea, acuérdesete de mí o no te acuerdes, de todo lo que hicieres estoy contento; que los cielos, que me han destinado para ser tuyo, no me dejan hacer otra cosa: mi albedrío lo es para obedecerte. Tu hermano Periandro me ha contado muchas de las cosas que después que te robaron de mi reino te han sucedido: unas me han admirado, otras supendido, y éstas y aquéllas espantado. Veo, asimismo, que tienen fuerza las desgracias para borrar de la memoria algunas obligaciones que parecen forzosas: ni me has preguntado por mi padre, ni por Ta urisa, tu doncella; a él dejé yo bueno y con deseo de que te buscase y te hallase, a ella la traje conmigo, con intención de venderla a los bárbaros, para que sirviese de espía y viese si la fortuna te había llevado a su poder. De cómo vino al mío tu hermano Periandro, ya él te lo habrá contado, y el concierto que entre los dos hicimos; y, aunque muchas veces he probado volver a la isla Bárbara, los vientos contrarios no me han dejado, y ahora volvía con la misma intención y con el mismo deseo, el cual me ha cumplido el cielo con bienes de tantas ventajas, como son de tenerte en mi presencia, alivio universal de mis cuidados. Taurisa, tu doncella, habrá dos días que la entregué a dos caballeros amigos míos, que encontré en medio dese mar, que en un poderoso navío iban a Irlanda, a causa que Taurisa iba muy mala y con poca seguridad de la vida; y, como este navío en que yo ando más se puede llamar de cosario que de hijo de rey, viendo que en él no había regalos ni medicinas, que piden los enfermos, se la entregué para que la llevasen a Irlanda y la entregasen a su príncipe, que la regalase, curase y guardase, hasta que yo mismo fuese por ella. Hoy he dejado apuntado con tu hermano Periandro que nos partamos mañana, o ya para Inglaterra, o ya para España o Francia, que, a doquiera que arribemos, tendremos segura comodidad para poner en efeto los honestos pensamientos que tu hermano me ha dicho que tienes; y yo en este entretanto llevaré sobre los hombros de mi paciencia mis esperanzas, sustentadas con el arrimo de tu buen entendimiento. Con todo esto, te ruego, señora, y te suplico que mires si con nuestro parecer viene y ajusta el tuyo, que, si algún tanto disuena, no le pondremos en ejecución.
-Yo no tengo otra voluntad -respondió Auristela- sino la de mi hermano Periandro, ni él, pues es discreto, querrá salir un punto de la tuya.
-Pues si así es -replicó Arnaldo-, no quiero mandar, sino obedecer, porque no digan que por la calidad de mi persona me quiero alzar con el mando a mayores.
Esto fue lo que pasó a Arna ldo con Auristela, la cual se lo contó todo a Periandro. Y aquella noche Arnaldo, Periandro, Mauricio, Ladislao y los dos capitanes del navío inglés, con todos los que salieron de la isla bárbara, entraron en consejo, y ordenaron su partida en la forma siguiente: