Los tres reinos de la Naturaleza

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​Los tres reinos de la Naturaleza
(Traducción de Andrés Bello)​
 de Jacques Delille


Fragmento

 La ciudad por el campo dejé un día
 y recorriendo vagoroso el bello
 distrito que a la vista se me ofrece
 el prado cruzo y la montaña trepo;
 llevé por la espesura de la selva
 de mi libre vagar el rumbo incierto;
 del arroyuelo el tortüoso giro
 seguí; pasé el torrente; oí el estruendo
 de la cascada; contemplé la tierra,
 y osé curioso interrogar al cielo.
 El sol se puso y envolvió la noche
 la creación, mas por su triple imperio
 discurre aún la mente vagorosa.
 Descendió de los astros el silencio
 derramando en mi ser sabrosa calma;
 y de mil formas peregrinas veo
 el mágico prodigio todavía
 y aún no da tregua a la memoria el sueño.
 Pareciome mirar al Genio augusto
 de la naturaleza, entre severo
 y apacible el semblante, en luminosa
 ropa velados los divinos miembros.
 De sus siete matices Iris bella
 bordole el manto; Urania el rubio pelo
 le coronó de estrellas; doce signos
 el cinto, le divisan; arma el fuego
 de Júpiter su diestra, y su mirada
 meteoros de luz esparce al viento.
 Bajo sus huellas brota el campo rosas;
 ábrense a su mandado mil veneros
 de cristalinas ondas; las fragantes
 alas Favonio agita; o silba el Euro
 acaudillando procelosas nubes,
 se inflama el aire, y ronco estalla el trueno.
 Puéblase el ancho suelo de vivientes
 y el hondo mar; en derredor el Tiempo
 con mano infatigable alza, derriba,
 cría, destruye; sus despojos yertos
 la tumba reanima; y da la Parca
 eterna juventud al universo.
 Cuanto le miro más, mayor parece:
 «¡Mortal!, me dice al fin, si hasta aquí fueron
 las formas exteriores que este globo
 muestra a la vista, a tu pincel sujeto
 a empresa superior la fantasía
 levanta ya; sus íntimos cimientos
 cala, y de su escondida arquitectura
 revela a los humanos los misterios;
 los primitivos elementos canta,
 su mutua lid, sus treguas y conciertos,
 Mide con huella audaz la escala inmensa
 que sube desde el polvo hasta el Eterno.
 Haz que en sus vetas el metal se cuaje;
 desarrolla la flor; somete al cetro
 del hombre el bruto; eleva a Dios el hombre.
 Yo a tu pintura infundiré mi aliento,
 y durará cuanto yo dure». Dijo;
 y a obedecerle voy; mas lejos, lejos
 de mí, sistemas vanos, parto espurio
 de la razón que demasiado tiempo
 tuvisteis en cadenas afrentosas,
 de sí mismo olvidado, el pensamiento.
   
 Sobre apoyos aéreos erigido,
 obra de presuntuosa fantasía
 que desprecia el examen, un sistema
 hasta los cielos la cabeza empina,
 y de los hombres usurpando el culto
 reina siglos tal vez; mas no bien brilla
 la clara luz de un hecho inesperado,
 la hueca mole en humo se disipa.
 Los vórtices pasaron de Cartesio;
 pasaron las esferas cristalinas
 de Ptolomeo; y con flamantes alas
 en torno al sol la grave tierra gira.
 De sus frágiles basas derrocados
 así también vendrán abajo un día
 tantos sueños famosos; como aquella
 estatua del monarca de la Asiria,
 que de oro, plata y bronce fabricada
 se sustentaba en flacos pies de arcilla;
 y desprendida de una cumbre apenas
 el tosco barro hirió menuda guija,
 se estremece el coloso, y desplomado
 cubre en torno la tierra de rüinas.
 Sigamos pues de la experiencia sola
 el seguro fanal; ella me dicta,
 yo escribo; a sus oráculos atento,
 celebro ya la luz; a la luz rinda
 su homenaje primero el canto mío,
 a la sutil esencia peregrina
 que los cuerpos fomenta, alumbra, cala;
 que el verde tallo de la planta anima,
 su pureza vital conserva al aire,
 llena el espacio inmenso en que caminan
 los mundos, y en su rápida carrera
 a la mirada del Eterno imita;
 fuente de la beldad, pincel del mundo,
 de la naturaleza espejo y vida.
 A la celeste bóveda mi vuelo
 dirige tú, Delambre, que combinas
 gusto y saber, y la elegancia amable
 con el severo cálculo maridas.
 Y pues Newton de su potente mano
 a la tuya pasó no menos digna
 las riendas de los Orbes luminosos;
 tiende a tu admirador la diestra amiga;
 subir me da sobre tu carro alado,
 y la hueste de esferas infinita,
 que en raudo curso surcan golfos de oro,
 o equilibradas penden de sí mismas,
 veré contigo, y su dïurna vuelta,
 y su anuo giro, y de qué ley regidas,
 ora se buscan con amantes ansias,
 ora el consorcio apetecido esquivan.
 No te conduce allá la gloria sólo
 de interpretar ocultas maravillas,
 ni en la región te engolfas de la duda,
 en que sistemas con sistemas lidian;
 mas del Gran Ser la soberana idea,
 y el pacto eterno exploras que armoniza
 ese de luz imperio portentoso
 donde al orden común todo conspira;
 donde el cometa mismo, que la roja
 melena desgreñando, pone grima,
 guarda en su vasta fuga el señalado
 rumbo, y el patrio hogar jamás olvida.
 Pura es allí de la beldad la fuente,
 cuyo ideal modelo te cautiva;
 mas ¡ah! que en esos rutilantes orbes
 do el ángel de la luz con ojos mira
 de piedad este cieno que habitamos,
 do te ofrece un abismo cada línea,
 cada astro un punto, y cada punto un mundo,
 no es posible, Delambre, que te siga.
 En pos de objetos, que a Virgilio mismo
 dieron pavor, no vuelo ya. Campiñas
 y prados y boscajes me enamoran;
 ellas, como al mantuano, me convidan;
 a gozar voy su asilo venturoso;
 y mientras tú con alas atrevidas
 corres tu reino etéreo, y pides cuenta
 de su prestado resplandor a Cintia,
 o del soberbio carro del Tonante
 contemplas la lumbrosa comitiva,
 te veré yo desde mi fuente amada
 en los astros dejar tu fama escrita,
 y menos animoso, a cantar sólo
 la bella luz acordaré mi lira.
   
 A cada ser su colorida ropa
 viste la luz; si toda le penetra,
 oscuro luto; si refleja toda,
 pura le cubre y cándida librea.
 Rompe también a veces y divide
 su trama de oro en separadas hebras,
 y reflejada en parte, en parte al seno
 osando descender de la materia,
 visos le da y matices diferentes.
 Mas otras veces rápida atraviesa
 el interior tejido; y lo más duro,
 variamente doblada, trasparenta.
 Ora a la superficie en que resurte,
 con ángulos iguales busca y deja;
 ora a diverso medio trasmitida,
 según es denso, así los rayos quiebra.
 
 Antes que de Newton el alto ingenio
 de la luz los prodigios descubriera,
 mostrose siempre en haces concentrada.
 Él descogió la espléndida madeja
 y de la magia de su prisma armado
 del iris desplegó la cinta etérea.
 Mas a las maravillas de tu prisma
 precedió, inglés profundo, la ampolluela
 de jabón, con que el niño sin saberlo
 desenvolviendo los colores, juega.
 Lo que inocente pasatiempo al niño,
 fue a ti lección; así naturaleza
 fía al atento estudio sus arcanos,
 o un acaso felice los revela,

 De los siete colores la familia,
 si toda se reúne, el brillo engendra
 de la radiante luz; y si con varia
 asociación sus varios tintes mezcla,
 ya del metal el esplendor produce,
 ya el oro de la mies que el viento ondea,
 ya los matices que a la flor adornan,
 ya los celajes que la nube ostenta,
 y de los campos el verdor alegre,
 y el velo azul de la celeste esfera;
 su púrpura el racimo, y su vistosa
 cuna de nácar le debió la perla.
 ¿Y quién los dones de la luz no sabe?
 Triste la planta y lánguida sin ella
 niega a la flor colores, niega al fruto
 dulce sabor, y adonde alcanza a verla,
 allá los ojos y los tiernos ramos
 descolorida tiende y macilenta.
 ¿Ves de enfermiza palidez cubrirse
 la endibia en honda estancia prisionera?
 ¿Ves en la zona do a torrentes de oro
 derrama el sol su luz, cuál hermosea
 florida pompa el oloroso bosque?
 Empapadas allí de blanda esencia
 bate las alas céfiro lascivo,
 dorada pluma el avecilla peina,
 abril florece sin cultura eterno,
 y toda es vida y júbilo la selva;
 mientras del norte la región sombría
 de funeral horror yace cubierta.
 ¿Pero qué digo? allá en el norte helado
 es do mejor sus maravillas muestra
 la bella luz; brillantes meteoros
 el largo imperio de la noche alegran,
 y la atezada oscuridad en llamas
 rompe de celestial magnificencia,
 con quien el alba misma no compite
 en el clima feliz que la despierta.
 Ora la lumbre boreal el aire
 cautiva tiene en tenebrosa niebla,
 ora le da salida y la derrama
 en fúlgidas vislumbres; ora vuela
 en rayos dividida, ora se tiende
 en ancha zona; aquí relampaguea
 bruñida plata; allá con el zafiro
 el amatiste y el topacio alternan
 y del rubí la ensangrentada llama;
 ya un alterado piélago semeja
 que de furiosa ráfaga al embate
 montes lanza de fuego a las estrellas;
 ya estandartes tremola luminosos;
 bóvedas alza; en carros de oro rueda;
 columnas finge; o risco sobre risco,
 fábrica de gigantes, aglomera;
 y hace el horror de la estación sombría
 de maravillas variada escena.
   
 Creyolas la ignorancia largo tiempo
 ígneas exhalaciones que en la densa
 nieve del septentrión reverberadas,
 a las naciones presagiaban guerra,
 iras, tumulto, y vacilar hacían
 del tirano en la frente la diadema.
 Otros el polo helado imaginaron
 ver envuelto en el limbo de la inmensa
 atmósfera solar, cuyos reflejos
 denso el aire o sutil rechaza, alberga,
 difunde en modos varios o acumula,
 y su luz tiñe, y formas mil le presta.
   
 Refieren los poetas (de natura
 elegantes intérpretes) que Jove
 a dos bellas hermanas hizo reinas,
 una del rico oriente, otra del norte.
 La Boreal Aurora cierto día
 (añaden) viendo que su hermana el goce
 de la divinidad obtiene sola
 y el incienso le usurpa de los hombres,
 al Sol su padre va a quejarse, y mientras
 que de sus ojos tierno llanto corre:
 «¡Oh eterno rey del día! ¡oh padre!, exclama,
 ¿hasta cuándo será que me deshonren
 los que hija de la tierra me apellidan
 y parto vil de frígidos vapores?
 ¿Hasta cuándo querrás que oprobio tanto
 infame tu linaje? El manto rompe
 de púrpura que visto, y de mis galas
 la inútil pompa en luto se trasforme,
 arranca de mis sienes la corona,
 si por hija ¡ay de mí! me desconoces.
 ¡Oh cuánto es más feliz la hermana mía!
 La hospeda el cielo, y la bendice el orbe,
 conságranle sus cánticos tus musas,
 y en blando coro la saluda el bosque.
 ¿Y a qué beldad honores tales debe?
 ¿Por qué la adora el mundo, y de mi nombre
 se acuerda apenas? ¿Vale tanto acaso
 el falso lustre de caducas flores
 que a un leve soplo el ábrego deshoja?
 Siempre descoloridos arreboles
 la ven nacer, y de abalorios vanos
 las trenzas orna que a tu luz descoge.
 Mas yo de oro y de púrpura y diamantes
 recamo el cielo; yo a la parda noche
 hago dejar sus lúgubres capuces
 y alas de luz vestir; por mí depone
 su sobrecejo la arrugada bruma;
 por mí Naturaleza, en medio el torpe
 letargo del invierno, abre los ojos
 y tu brillante imperio reconoce.
 Mi hermana, dicen, a servirte atenta
 madruga cada día, y tus veloces
 caballos unce, y a la tierra el velo
 de la tiniebla fúnebre descorre.
 Sí, sábelo el Olimpo, que dejando
 la cama de Titón, va con el joven
 Céfalo a solazarse, y no se cura
 de que a la tarda luz el mundo invoque.
 ¿Por qué, pues, ha de ser la hermana mía
 única en tu cariño y tus favores?
 ¿Por qué, si hija soy tuya, no me es dado
 beber contigo el néctar de los dioses?»
 «Cese tu duelo, cese, ¡oh sangre mía!
 tus lágrimas enjuga (el Sol responde);
 yo vengaré tu largo vituperio.
 Un mortal he elegido que pregone
 la alteza de tu cuna, y a su cargo
 con noble empeño tu defensa tome.
 El diga tu linaje; y las estrellas,
 cual hija de su rey, de hoy más te adoren».
 Dice; ella parte; el rey del cielo un rayo
 de su frente inmortal desprende entonces
 (de aquellos con que a espíritus felices
 de estro divino inflama, y lleva a donde
 los haces de tus obras confidentes,
 naturaleza, y tus arcanos oyen);
 el nombre en él grabó de su hija amada
 y la estirpe y las gracias; y lanzóle
 al ilustre Mairán; el dardo vuela,
 hiérele; y ya inspirado los blasones
 de la hiperbórea diosa canta el sabio.
 La Aurora de los climas de Bootes,
 como la del oriente, es ensalzada,
 y adoradores tiene, imperio y corte.
 
 Así cantaron las divinas musas.
 Otros la vasta atmósfera suponen
 de eléctricos principios agitada,
 que en intestina lid hierven discordes,
 y el cielo hinchiendo de tumulto y guerra
 alzan sobre el atónito horizonte
 lúcidos meteoros; mas, en medio
 de encontradas hipótesis, esconde
 su lumbre la verdad, y el juicio ignora
 donde la planta mal segura apoye.