Los zánganos de la prensa

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Escritos de juventud
Los zánganos de la prensa​
 de José María de Pereda

- I -

Como quiera que hay todavía en el mundo señores que se pudren bajo el cascarón de su modestia sin atreverse a sacar fuera de él ni las narices para respirar el aire de la actual efervescencia social, juzgo como obra meritoria presentar a la consideración de esos desgraciados el plano detallado de una senda para ellos desconocida, y por la cual se llega, cuando menos, hasta el respeto y la admiración de las almas sencillas, de esas almas destinadas por el Hacedor Supremo a ser público inocente en el teatro del mundo y a no llegar a actor jamás.

Voy a presentar al desnudo una variedad de periodismo, industrial, entre otras muchas que citar pudiera, la más fácil, la más asequible, la de más lustre.

No se trata del periodismo grande, del periodismo que no paga multas, ni derecho de timbre, ni otras gabelas semejantes: del periodismo Político, en fin. Por éste, es verdad, se llega a veces a los altos destinos de la nación o, cuando menos, a tutear a los ministros de la Corona o hacerlos vacilar en sus puestos; pero se necesita para ello alguna travesura, un poco de talento y, con frecuencia, mucho trabajo. Se necesita, en una palabra, ser abeja, y lo que yo quiero para mis protegidos es que sean zánganos de esa gran colmena en que elabora la miel intelectual.

Para esto es casi indispensable residir en una capital de provincia, y de todo punto necesario fundar en ella un periódico de intereses morales y materiales. Este es nuestro terreno.

Marchando por él no llega ni siquiera a gobernador de segunda clase; hay que tener esto muy en cuenta; pero, en cambio, se consigue ser la pesadilla de los Municipios, ganarse el respeto de sus agentes diurnos y nocturnos, el de los malos actores de la compañía que trabaja en el teatro de la localidad, el de los maestros de Primera enseñanza, consideración en algunos establecimientos públicos, billetes de invitación para actos académicos, nombramientos de vocal en casi todas las Comisiones locales, los finos saludos de comerciantes e industriales del pan cuando se encuentran lastimados sus intereses, aliquando la honra de ser miembro ad honorem del Consejo de Administración de alguna Sociedad anónima de ruido y fama, las dulcísimas sonrisas de las damas que reciben ciertos días a la semana, el entusiasmo de los tontos, que ya es ganar; el aprecio más cordial de los licurgos callejeros que viven en perpetuo comunicado y de sempiterna queja, y tutti quanti.

Esto puede conseguirse en provincias sin una chispa de talento, sin el más leve trabajo. Osadía y una tijera; he aquí lo que se necesita. Desdichado de aquel que intentara llegar a igual fin con desvelos, estudio, conciencia y asiduidad. En provincias, más que en la corte, en el terreno de los intereses morales y materiales, más que en el político, es donde más inconveniente hay en ser abeja, donde más indispensable se hace ser zángano.

Y ya de lleno en el asunto, expliquemos..., a todo el que no lo sepa, el mecanismo de la Prensa zángana de España, el de las tres cuartas partes de los periódicos grandes y pequeños que circulan por esos correos de Dios; la manera económica de ser publicista y hombre de importancia; el arte, en fin, de presentarse pavo real sin dejar de ser grajo.



- II -

Todo periódico de tijera bien montado debe cambiar con cuantos científicos y económicos se publiquen en el reino, en la inteligencia de que una colección bien surtida de éstos es su principal elemento. Debe haberse procurado, y esto es de muy buen efecto, obtener el permiso competente para estampar a la cabeza de la publicación, siquiera una vez al mes, una larga lista, por orden alfabético, de nombres célebres en ciencias, artes y letras, la cual se llamará: «Lista de colaboradores de nuestro periódico».

Este permiso se consigue casi siempre que se solicita de dichas notabilidades, y la adquisición de él es utilísima, como iremos viendo.

Provisto, pues, el periódico del arsenal de los científicos y económicos y de los de noticias de Madrid y provincias, que también aceptan siempre el cambio, pasemos a examinar las tareas diarias de su Redacción.

El jefe o director de ello busca en la consabida colección el artículo que más se acerque a las necesidades de la localidad en que pasa la escena y que más quepa dentro de la condición no política del periódico. Si el artículo no lleva firma, mejor; si lleva la de alguno de nuestros colaboradores, retemejor, y si es desconocida, es decir, que no es la de ninguno de nuestros muy queridos amigos, calificación que daremos a todo escritor de nota, aunque no figure en la lista consabida, la eliminaremos y asunto concluido.

Elegido el artículo, se toma la tijera, se recorta escrupulosamente, se llama a un cajista, se le pone la tira en la mano y se le dice en tono muy hueco y campanudo: «Fondo». El cajista sale, el redactor deja la sección de diarios económicos, rebusca en los de noticias, fijase en los extractos de la Gaceta, marca algunas disposiciones del Gobierno sobre instrucción, obras públicas, marina, etcétera; vuelve a empuñar la tijera, recorta tres o cuatro pedazos, llama de nuevo al cajista y, poniéndoselos en la mano, le despide diciendo con la misma gravedad de antes: «Sueltos».

No siempre se escribe así la sección editorial de un zángano. Tanto para hacer creer mejor que son originales los artículos publicados en ella sin advertencia alguna, como para distraer un poco la atención de sus legítimos autores, es costumbre encabezar lo reproducido con las siguientes palabras:

«Retiramos con gusto el artículo editorial que habíamos escrito para este número para dar cabida al siguiente, que tomamos del N***, por creer su asunto del mayor interés para nuestros lectores...».

O con estas otras:

«Por estar enteramente de acuerdo con las ideas emitidas en el siguiente artículo, que publica el N*** (si no lleva firma), o que publica en el N*** (si la lleva) nuestro muy querido amigo el señor X, le damos cabida en nuestro diario, retirando hasta otro día los materiales que teníamos dispuestos para hoy...».

Esto lo cree el lector cándido como artículo de fe, y admira el celo y el trabajo que se toma el periódico por los intereses públicos; y cuando, al día siguiente, ve un artículo, sin encabezado ni firma, tratando altas cuestiones financieras, se le traga como pan bendito, como de Redacción, y no cree es de tijera si se lo juran.

Y explicadas ya las dificultades ordinarias de la sección editorial del periódico zángano, paso a exponer la manera de llenar la de noticias generales.

Esta operación ofrece menos dificultades aún que la anterior. Si las noticias son a secas, es decir, sin comentarios, se toman lo mismo que se hallan, y, previo tijeretazo, se envían a las cajas. Si están comentadas, después de recortadas se pegan con una oblea a una cuartilla de papel y se ponen encima estas palabras:

«Nos escriben de*** lo siguiente... ».

Si la noticia envuelve algún interés o se refiere a algún acontecimiento ruidoso, trágico o cómico; si contiene, en una palabra, detalles interesantes, se le pone a la cabeza este párrafo:

«Nuestro celoso y activo corresponsal de*** nos comunica los siguientes pormenores acerca de un asunto que está llamando fuertemente la atención en aquella localidad...».

Cuando se teme que el suceso se haya popularizado mucho y esté relatado de una misma manera en varios periódicos, se dirá solamente al frente de la noticia:

«Escriben de*** lo siguiente...».

De este modo no puede ofenderse el periódico que se copia, y cree nuestro escritor que nos referimos a correspondencias particulares; es decir, que sabemos algo más de lo que sabe el público.

Así se escriben las correspondencias nacionales de las cuatro quintas partes de los periódicos de España.

Sepa ahora cómo se tiene corresponsales extranjeros. Se toman varias noticias extranjeras, no de los periódicos extranjeros, pues esto exigiría trabajo para traducirlas y dinero para adquirirlas, sino de los periódicos nacionales que han hecho estas tonterías; se colocan en buen orden, se pone encima: «París, tantos de tal mes, etc. -Señor director del Z. -Muy señor mío y amigo...».

Se corona todo con este paréntesis («Correspondencia particular del Z»), y se firma con una discretísima X.

Las demás noticias extranjeras se toman como están en los periódicos españoles.

No hay más dificultades que éstas para la confección de la sección de noticias generales.

Veamos la de gacetillas.

Esta exige algún trabajo de mollera propia, pero un trabajo de facilísimo desempeño. El alcalde, los perros, los serenos, el empedrado, los mercados, los guardias municipales, etc., etc., dan materia más que suficiente para escribir cada día un par de sueltos como el siguiente:

«Abusos. -Lo cometen, y no pequeño, los vigilantes nocturnos cantando la hora de un modo tan confuso que nadie entiende lo que quieren decir. ¿Es esto cumplir con su deber? ¿Para esto se les paga? ¿Será posible que el señor alcalde no tenga fuerza de autoridad bastante para hacer que aquellos señores canten más claro? Esta y no otra es la misión de los serenos».

Pues, señor, que se enmendaron y cantan la hora como ruiseñores; ahí entramos nosotros:

«Esto es insoportable. -Lo que está pasando con los serenos no tiene nombre. En su afán de cantar claro las horas, dan cada grito que hacen imposible el sueño en la vecindad. La misión del sereno no es cantar, sino vigilar. ¿Qué hace el Ayuntamiento que no pone coto a estos desmanes?».

Ya ve el lector cómo es imposible que falte material para dos o tres sueltecitos diarios de esta clase, otros tres o cuatro de sucesos raros (que se hallarán irremisiblemente en las gacetillas extranjeras de La España o El Clamor Público) y unos versitos melosos con el epígrafe A***, en los cuales haya «desdenes, corazón» y «torcedores» y se pida «aliento de rosas, fuego de ojos» y «calor de mejillas», como si todo ello fuera humo de pajas, versos que, por desgracia de la musa castellana, se hallan en el primer periódico a que se echa mano, llenan cumplidamente la sección. Las mujeres la devoran, y se creen cada una objeto de la poesía que contiene; la novia del gacetillero (pues por feo y raro que éste sea es de rigor que la tenga) admira la inspiración de su amante; éste se pavonea e hispe en público como si quisiera meterle por los ojos su talento, y los cándidos, al verle, no pueden menos de contemplarle en éxtasis y de exclamar luego:

-¡Qué muchacho! ¡Lo que él sabe...!

Fáltame hablar de la sección de variedades. Esta no es diaria; pero puede serlo si se quiere, porque es de las más cómodas del periódico. El primer artículo bonito que nos echarnos a la cara sirve para el objeto después de quitarle la firma. Es muy probable que haya en la cartera de la Redacción dos o tres docenas de poesías de jóvenes sin pretensiones o de actores aficionados a la musa, poesías que habrán ido a parar allí desechadas por otros periódicos más abejas; publiquese alguna de ellas, y estamos despachados. «En obsequio de nuestras bellas y amables escritoras» podemos dar también en esta sección un artículo de modas que nos remite desde el centro mismo del mundo elegante nuestro corresponsal ad hoc, persona competentísima en la materia, pues tanto por su elevada posición social como por otras especiales prendas que en él concurren está, como nadie, al pormenor de los acontecimientos fashionables de la sociedad parisiense. Es decir, podemos poner este encabezado a un artículo que arrancamos de un periódico de modas o que tomamos de otro que, a su vez, le tomó de él.

Se ve, pues, que el procedimiento para hacer esta sección no puede ser más sencillo.

En cuanto a la parte mercantil, un amigo cualquiera nos da hecha la reseña de la plaza a cambio de un número que le damos gratis; las revistas de otros mercados las tomamos de los periódicos de sus respectivas localidades.

Y con esto dejo bien explicada la manera de vivir de los zánganos de la Prensa española; la cantidad de talento, de desvelos y de todo género de sacrificios que se necesita diariamente para la confección de esa clase de órganos soi disant de la opinión pública.


- III -

Quiero ahora, para terminar mejor el cuadro, exponer a la consideración de mis neófitos los trabajos extraordinarios que deben hacerse en toda redacción de tijera que aprecie algo su dignidad. Y mucho ojo en este asunto, porque es de alta importancia.

Una vez cada quince días, por lo menos, debe acometerse a la corporación municipal, pidiéndole precisamente lo que no esté en sus fuerzas conceder, o desaprobando en todas sus partes cual, quier proyecto suyo que esté ejecutándose. Nada de contemplaciones de ella. ¿Hace una fuente? Abajo con ella, porque el dinero que cuesta estaría mejor empleado en empedrar calles, ensanchar la población, etc., etc. ¿Se están empedrando algunas calles o se están derribando tapias? Que a qué viene ese lujo de ruinas, cuando no hay bastantes fuentes en la capital; que por arriba, que por abajo, que la mala administración, que el abuso, etc., etc. La gran ocasión de echar un párrafo es cuando se sabe que deben haber ingresado algunas cantidades en el Tesoro municipal. Al ingresar: «¿Qué se piensa hacer de esos fondos? ¿Nos darán esto? ¿Se nos dará lo otro? ¿Se pagará a Juan? ¿Se indemnizará a Pedro?». Cuando se supone que se han invertido los fondos: «¿En qué paró aquello? Ni se nos ha dado, ni lo otro, ni se ha indemnizado a Pedro, ni se ha pagado a Juan. Protestamos contra este despilfarro. El alcalde es un tal y sus compañeros de Municipio unos cuales». Adviértase que el fuerte de todo periódico zángano ha de ser la fiscalización, aparentar siempre recelos y sospechas. El objeto es que digan los lectores cándidos:

-¡Qué pillo es! ¡El que a éstos se la pegue...!

El estilo de estos artículos ha de ser campanudo y solemne; siempre se ha de hablar en nombre de «los sagrados intereses que representarnos»; no se ha de detener «nuestra pluma ante ningún género de consideraciones bastardas, porque en el estado de la Prensa y dentro de la noble misión que nos hemos impuesto no caben mezquinas pasiones, ni se cede al favoritismo jerárquico, ni se admiten banderías, ni se toleran desafueros...», y todo lo que se quisiera, por esta senda, procurando siempre, aunque es ocioso advertirlo, que si bien deben prometerse toda clase de razones en pro de la tesis, no debe estamparse una sola. Es de rigor que estos artículos concluyan siempre con estas palabras: «Ya nos ocuparemos otro día de tan importante asunto con toda la extensión y copia de razones que exige».

Inútil es advertir que cuando, por cualquier consideración, no se tenga por conveniente embestir al Municipio, se puede atacar con la misma fórmula a la Diputación Provincial, a las sociedades de crédito, oficinas de Hacienda, etcétera, etc.; en una palabra: a toda Junta, Corporación u oficina que no puede replicar, pero que sea de la jurisdicción del público.

Suele suceder que un ex abrupto de esta clase o un articulo de tijera publicado como original produce una contestación en otro periódico de la localidad. Para estos casos tenemos la fórmula siguiente:

«El N*** se hace cargo en su número tantos del artículo que dedicamos el día cuantos al asunto tal. Chasco se lleva el N*** si ha creído que su pretenciosa contestación ha de bastar a arrojarnos de la fuerte posición que ocupamos. Las graves ocupaciones que hoy pesan sobre nosotros nos impiden deshacer los pocos y mal urdidos argumentos con que nos ataca con una intención bien poco evangélica; pero aunque el público no la necesitara, pues está con nosotros, no se hará esperar nuestra réplica, que será tan cumplida como el asunto y nuestra dignidad lo exigen».

El colega replicará, y con razón, que no hemos expuesto ninguna, que los rayos son para cuando truena y que nuestra contestación equivale a confesarnos derrotados. A lo cual diremos nosotros (que esperamos ya esta banderilla) que nuestro colega quiere meter el asunto a barato, que nosotros estimamos más el decoro que la Prensa; que, en vista de ello, tendríamos a menos hacernos cargo de sus palabras, y que es aquélla la última vez que nos ocupamos de semejante periódico. Este, en buenas razones, nos llamará mentecatos; pero nosotros no le haremos caso, nuestros lectores admirarán nuestra digna actitud, y el compromiso habrá desaparecido.

Si, mientras está nuestro periódico publicando a más y mejor series de artículos económicos adquiridos a tijeretazo limpio, surgiese de repente una cuestión puramente local, de esas que hacen indispensable la intervención de la Prensa, se dejará pasar la efervescencia del primer día, y al siguiente escribiremos un suelto modelado en este troquel:

«Abrumados bajo el peso de las tareas que tenemos sobre nosotros; preocupados por la importancia de las cuestiones que venimos ventilando días ha en nuestro periódico, nos ha sido imposible hacernos cargo del acontecimiento que absorbe desde anteayer toda la atención de este pueblo. Más en el deber en que estamos de velar por los intereses comunes y de pelear en el campo de la justicia hasta exhalar el último aliento, damos tregua por un instante a nuestra actual ocupación para consagrarnos en cuerpo y alma a la cuestión del día. Ardua es ésta y espinosa por demás; influencias existen enfrente de la razón que han de dificultar su triunfo; pero nuestra fe es grande, nuestra causa santa, y la verdad brillará al cabo sobre los amaños y el soborno, como comprenden muy bien nuestros lectores; estos asuntos no se resuelven en un solo día y requieren grandes desvelos de parte del periodista que ha de ventilarlos. Por esta razón, y ocupados como estamos en examinar detenidamente el caso en cuestión, nos abstenemos hoy de entrar en más detalles, limitándonos mientras aparece nuestro primer artículo, a protestar con toda la energía de nuestro carácter contra el giro tortuoso e inmoral que por bastardas influencias se ha dado a un asunto tan claro y tan sencillo en su naturaleza. ¡Ay del día de las venganzas! ¡Ay del día de las justicias! Nos iremos explicando más claro».

Al día siguiente se dice que motivos ajenos a la voluntad de la Redacción han impedido la publicación en aquel número del artículo prometido; pero que no se hará éste esperar mucho. Con esta advertencia, nadie extraña que el artículo no aparezca el tercer día, y como al cuarto sería ya inoportuno, pues habrá pasado en la población, la efervescencia de la novedad, continuamos muy serios dándole a la tijera y sirviendo a nuestros amables suscriptores largas teorías económicas, sin firma, desentendiéndonos por completo del reciente lance.

Cuando el periódico sufre esta clase de percances es la ocasión más favorable para dar al público un sueltecillo como éste:

«Continuamente estamos recibiendo cartas anónimas de varias partes de la Península, en las cuales no solamente se nos felicita por nuestra digna actitud en todo género de polémicas, sino que se nos proporcionan luminosos y abundantes datos para seguir adelante en la obra regeneradora que con tanta fe hemos emprendido. Sentimos en el alma que los señores que nos honran así con sus pláticas y sus escritos prescindan de poner su firma al pie; pues, fieles al propósito que hemos hecho de no publicar en nuestro periódico ningún trabajo anónimo, se privan nuestros suscriptores de leer artículos tan concienzudos y discretos como los que, desgraciadamente, se pudrirán, por falta de dicho requisito, en las carpetas de nuestra Redacción».

Estas líneas, creídas como artículo de fe por los cándidos, levantan el periódico un palmo más en la pública consideración y le proporcionan algún articulejo que le remite, alentado por la franqueza del mismo periódico, un modesto «vecino amante de la moralidad» o «un padre de familia», cuyos apelativos han de sustituir en público al nombre verdadero, que se queda en secreto y simplemente como garantía de la Redacción.

Nada más debo advertir a mis neófitos respecto a los trabajos extraordinarios de la Redacción editorial de un zángano.

En la de noticias convendrá de cuando en cuando publicar tanto las correspondencias nacionales como las extranjeras, no tal como los periódicos traen aquéllas, sino extractadas, corregidas y aumentadas. Este es un trabajo puramente material, pero muy conveniente, porque extravía un tantico la pista de algún lector malicioso.

Réstame sólo hacer una advertencia para la sección de gacetilla.

Cuando una familia de rumbo, o siquiera de algún lustre, de la población, dé una soirée, el periódico debe decir al día siguiente algo parecido a esto:

«Velada agradable. -Anoche abrieron sus salones los señores de Tal, ofreciendo a sus numerosos y escogidos amigos una elegante fiesta, que terminó a las dos de la mañana con un espléndido buffet. Inútil es decir que la distinguida y amable señora de Tal y su bella y distinguida hija se excedieron a sí mismas en finura y oportunidad. La concurrencia salió encantada de la esplendidez y galantería de los señores de Tal, a quienes suplicamos no tarden en proporcionarnos otras horas tan agradables y placenteras como las de anoche».

Esto se dice, no tanto para llenar un hueco en el periódico y halagar la vanidad de los señores de Tal, cuanto por pagarles, a fuer de estómagos agradecidos, los sorbetes y el jamón que nos dieron. Si no fuimos convidados a la fiesta, que todo podría ser, debe decirse lo mismo para que nos conviden a la inmediata.

¿Y habrá algún ser tan pusilánime que aún dude de hacerse periodista? Por si las consecuencias de la rapacidad literaria en que es preciso vivir constantemente le asustan, debo decirle, para su tranquilidad, que en España los trabajos de ingenio son terrenos baldíos; que lo que choca y admira no es el que se torne y se mutile y se despoje de su firma, sino el que haya autor tomado, mutilado y despojado que se atreva a protestar contra semejantes desafueros.

Un periódico que vive constantemente de la rapacidad de sus tijeras puede hasta anunciarse, sin miedo de que le desmienta nadie, como el diario «más ameno, más grande y más esmerado» en complacer al público.

Lo que no he podido comprender nunca es cómo un periódico zángano que puede surtirse del mejor género que circula por la Prensa sea malo.

Pues de éstos hay muchos.

Dirán algunos que consiste en que hasta para saber copiar se necesita talento; pero éstas son voces que echan los pobres periodistas abejas, indignados al ver que otros chupan lo que ellos sudan, y no hay que hacerles caso.

Lo único que puede sucederos el día menos pensado, y que puede poneros en un apuro grave, es que se os haga esta pregunta desde un periódico abeja:

«¿Qué dirían los redactores del Z*** de un hombre que viviese tomando de un establecimiento un queso de bola, de otro un par de jamones, de otro un saco de patatas y un quintal de manteca de otro, sin permiso de sus respectivos dueños, y poniéndose a venderlo todo junto, para su provecho, al lado de los mismos establecimientos de los cuales se surtía?».

Aquí no tendréis más remedio, si conocéis la vergüenza, que sí la conoceréis, que confesaros reos, y de no muy buena condición; «haceos los muertos y dejad el oficio».

Este es el partido más decoroso que os toca adoptar en concepto de vuestro apasionado.



(De La Abeja Montañesa.)

Julio de 1864.