Lucía Miranda/El fuerte Espíritu Santo
Hacia el año 1527, una colonia española poblaba el fuerte Espíritu. Santo, construido por Sebastián Gaboto en la boca del río Carcarañá, a los 32o 25' 12" de latitud al poniente del Paraná.
Era Sebastián Gaboto uno de los más célebres astrónomos venecianos; hombre de distinguido mérito, genio emprendedor y valor arrojado; el que cambió el nombre del río de Solís que le diera su ilustre descubridor, por el de Río de la Plata.
Pretensiones de gran valía y ambición habían llevado a Gaboto a España, en donde sus émulos intrigaron de modo, que, aunque la corte le concedió el título de Capitán General del Río de la Plata, al mismo tiempo le negó por real orden, volver a su destino. Gobernaba a la sazón el fuerte Espíritu Santo, Nuño de Lara, hombre de sobresalientes talentos, probidad, prudencia y valor a toda prueba.
Su ejemplo quitaba a los soldados toda ocasión de desmandarse con sus vecinos los Timbúes, gente mansa, dócil, accesible a la amistad, y sensible al dulce placer de la vida.
Mangora, cacique de los Timbúes, a pesar de ser bárbaro, reunía en su persona toda la arrogancia de su raza, las bellas prendas de un caballero, y su corazón educado, y cultivado su espíritu por el trato de los españoles, había adquirido casi todas sus caballerescas maneras y fino arte de agradar.
Tenía alta talla, y era de fuerte y nerviosa musculatura, sus formas esbeltas: y aunque de color cobrizo como lo son todos los indios, no tenía aplastada la nariz; sus ojos eran chispeantes, y en todo su continente se conocía era dominado por pasiones fuertes y tiernas a la vez. Mejor dicho, era Mangora uno de esos tipos especiales entre los indios, descriptos por el célebre Hercilla en su Araucana.
La historia nada dice de sus antepasados y es por eso que no podemos extendernos más sobre el cacique, pues que los indios no tenían crónicas, y aventurarnos a suposiciones, sería exponernos a pasar por poco verídicos.