Lucía Miranda/Partida de Hurtado

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Debía salir Hurtado con algunos de los suyos para proporcionarse víveres, pues que la colonia carecía de ellos. Hacía días que después de lo acaecido entre Lucía y Mangora, la esposa estaba pensativa, y el enamorado joven hiciera cargos a su amada por su reserva y abatimiento.

-¿Qué tienes Lucía? -la decía estrechándola amorosamente contra su corazón en el momento de la partida.

¡Qué pena martiriza tu espíritu! No estás contenta al lado de tu Sebastián?

¿Echas menos tu patria, los cariños de tu madre, el amor de tu familia?

¿Dime, Lucía mía, estás quejosa de mí?

Mis brazos no te estrechan con la misma ternura que antes, no sientes latir mi corazón con la misma vehemencia al lado del tuyo, mis besos te parecen menos ardientes?

¿Por qué lloras?

Lucía estaba bañada en lágrimas, nada decía, nada respondía, pero se abandonaba amorosamente en los brazos de su esposo, fijaba en él sus grandes ojos negros, y sus ardientes pupilas parecían decirle que su separación iba a ser eterna.

Hurtado desesperado al ver señales tan marcadas de un intenso dolor en la mujer que adoraba, la estrechaba más fuertemente contra su pecho, y besaba con trasportes, su frente, sus mejillas, y sus labios.

Lucía apasionada, le devolvía caricias, por caricias, bañaba con su llanto el rostro conmovido del soldado, él bebía sus lágrimas, y cualquiera al verlos en tan dolorosa despedida, habría dicho que se preparaban para una larga y peligrosa ausencia.

Tres veces se arrancó él de sus brazos, y otras tres ambos se precipitaron en brazos uno del otro, hasta que, dejando a Lucía desmayada en poder de sus criadas, partió el desesperado joven adonde su deber lo llamaba.

Vuelta en sí Lucía de su desmayo, deploró con amargo y copioso llanto, su suerte, que sin saber por qué, presentía iba a ser muy desgraciada.