Lucía Miranda/Traición
Desesperado Mangora al saber que todo el amor de Lucía no era más que una astucia para dar tiempo a que volviera su marido, juro, devorado por los celos, vengar en los españoles este ultraje, dándoles un ataque nocturno, valiéndose de una emboscada, y apoderarse de la astuta cristiana.
Todas las nobles pasiones del cacique, todo su caballeresco proceder, todo cuanto noble y delicado tiene el hombre, desapareció dominado por esa pasión fulminante e indómita, que se llama amor.
Revolcándose en su estera, daba espantosos alaridos, llamaba a la española con los nombres más cariñosos que había aprendido de Lucía, más después, volviendo de su delirio, la rechazaba, la llenaba de imprecaciones en su lengua indiana, y saliendo despavorido, vagaba como un loco por las selvas.
Para algunos pueblos ha sido una fatalidad la hermosura de una mujer. Una mujer hermosa trajo la desgracia a los griegos. Lucía fue la Elena de los españoles.
Si hubieran de hacerse otras conquistas, se había de prohibir a los expedicionarios por una real orden, llevaran a los países conquistados mujeres hermosas.
Para llevar a cabo el cacique su propósito de venganza, llama a su hermano Siripo, le manifiesta su plan, el cual se reducía a engañar a los de la fortaleza con demostraciones de amistad y cariño.
Siripo, no queriendo tener a los españoles por enemigos, desaprueba el plan de su hermano, y hace todo cuanto puede para disuadirlo de tan odioso intento.
Después de una porfiada disputa en que Siripo manifestó las razones que tenía para oponerse al proyecto de su hermano; por ultimo, a fin de huir la nota de cobarde, la perdición de los españoles menos, de Lucía, quedó entre ambos decretada.
Dos días con sus noches pasara el irritado cacique meditando el plan que fuera más acertado para llevar a cabo su designio, hasta que, sabiendo que la colonia estaba falta de víveres, pues que no se les ocultaba que Sebastián Hurtado, y el capitán Rodríguez Mosquera con cincuenta de los suyos se habían ausentado en comisión de buscarlos, adoptó el partido de generoso disimulado, y en su cabeza quedó ya fijado tan inicuo plan.
La fuerza abierta era inútil contra una raza tan fecunda en héroes.
Una traición era lo único que podía elegir, porque una traición era sólo lo que en esos tiempos temía un español.
Con toda diligencia puso sobre las armas cuatro mil indios, y los dejó emboscados cerca del fuerte, quedando prevenidos de adelantarse al abrigo de la noche.