Luzbel en la redención
I
Muere Jesús y al punto estremecida
siente crujir la esfera su cimiento;
enmudece la mar, párase el viento;
viste de luto el sol su luz querida.
Los muertos en sus tumbas por la vida
asaltados se ven, y hondo lamento
mustia levanta al alto firmamento
la tierra toda en su Hacedor herida.
Del redentor la sangre gota a gota
se derrama en Luzbel, y su tortura
descubre y su terror así el precito.
Nunca, ¡oh Dios!, el hombre agota
tan sólo mi dolor por siempre dura
inmortal como tú, cual tu infinito.
II
Y una voz le responde: «En medio al coro
de los benditos ángeles un día,
tu belleza sin par resplandecía
como en lóbrega noche ígneo meteoro.
Fugaz como él, riquísimo tesoro
perdió de gracia y luz tu rebeldía;
y el que al trono de Dios cortejo hacía
bajo al abismo en sin igual desdoro.
Allí tu reino; allí de tu delito,
y del antiguo honor cruda memoria:
allí eterno dolor, eterno llanto.
De tu rabia feroz vano es el grito:
venció la cruz, y su inmortal victoria
para el hombre es salud, para ti espanto.
III
Ni de sangre siquiera horrible llanto
en los ávidos ojos embargada
yace la lengua, y al feroz mirada
fija y sin luz, rebela su quebranto.
Así en presencia del Madero Santo,
su primera sentencia renovada
oye Luzbel, y con la faz velada
lloran los justos infortunios tanto.
Blasfemando de Dios alzan empero
«Derribaré la Cruz, dice, y triunfante
en trozos mil la arrojaré al profundo...»
Mas, ¿cómo ¡ay me!, sin arrancar primero
de sus eternos quicios de diamante
al alto cielo, el anchuroso mundo?