Málaga y Gibralfaro
Un tiempo Granada bella
En pebeteros de plata,
Los perfumes deliciosos
Del oriente respiraba;
Una cristiana cautiva
Tan hermosa como el alba,
Daba prez con sus hechizos
Al harem que la guardaba.
Granada, la gran señora,
Tuvo celos de sus gracias,
Y del mar a las orillas
Confinola ¡pobre esclava!
Y con razón, que era bella
Como el cielo de la Arabia,
Y rendíansela esclavos
Los que una vez la miraban.
Debió llamarse cadena
De los pechos y las almas;
Más sus padres caprichosos
La dieron por nombre... Málaga.
La Sultana granadina,
De su corte al desterrarla,
A un noble adalid morisco
La confió para su guarda.
Era el morisco gallardo,
De una tribu de gran fama.
Venturoso en los amores,
Vencedor en las batallas;
Y según las tradiciones
Que de aquel tiempo se narran,
El mancebo granadino
«Gibralfaro» se llamaba.
No os admiréis ¡oh lectores!
Si hoy Gribralfaro y Málaga,
Una ciudad y un castillo
Con tales nombres se llaman:
Que hay misterios en la historia
Que el hombre jamás alcanza,
Y hoy es piedra y aun es humo
Lo que antaño fue arrogancia,
El mancebo vencedor
En las justas y batallas
Fue vencido por los ojos
De la cautiva cristiana;
De amor suspiró infelice,
Dio sus quejas a las auras
Que impasibles, las llevaron
A do va todo: a la nada.
En vano llamola Hurí
Digna del cielo, de Arabia
Perla, y luna y sol luciente
Y gacela y tigre hireana;
En vano la dio continuos
Testimonios de constancia;
En vano a la libertad
Del desierto la invitaba;
En vano llamola flor
Por el profeta sembrada,
Oasis grato del desierto,
Mirra preciosa del alma;
Ella insensible a la voz
Del mancebo se mostraba,
Y al moro trataba siempre
Como a un moro una cristiana
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Más llegaron otros tiempos
Que el mundo todo es mudanzas,
Y el guardián y la cautiva
Tornaron a suerte varia.
Para mal del rey Boabdil,
Sus amores dio Granada
A Tendilla, bravo conde
De la estirpe castellana,
Y el desdeñado Boabdil
Sin diadema y sin amada
Llevó su viudez y lloro
A las arenas del África-;
Bien que Granada la adúltera
Al hacerse castellana
Perdió su corona altiva
Y en vez de esposa fue dama.
Castigola así la suerte
Y diole por reina a Mantua;
Pasando entonces de reina
A ser solo una vasalla;
Pero volvamos al hecho,
Que al tratar cosas humanas
Nada tienen de extrañeza
Estos cambios y mudanzas.
El mancebo Gibralfaro
A fe renunció y a patria,
(Que el amor hace traidores
A los que postra en sus aras)
Y recibiendo el bautismo
Tuvo el amor de su Málaga.
Celebraron su himeneo
Las gentes de la comarca,
Dieron néctar sus viñedos
Y mil racimos sus parras
Y mil encantos sus flores
Y mil suspiros sus auras,
Y un morisco hecho cristiano,
Gran prodigio en ciencia gaya,
Al son del cairel dio al viento
La canción epitalámica.
Sin duda como memoria
Del convertido y la dama
Existen en aquel sitio
Un Gibralfaro y su Málaga
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Esto ha dicho un sabidor,
Moro insigne a quien las llamas
Quemaron como tenaz,
Y yo ignoro si es patraña.
¡Oh! Málaga, en tus orillas
Discurrieron de mi infancia,
Algunas horas felices,
Pedazos ¡ay! de mi alma,
Consérvolas, ciudad bella,
Por que el árbol de la infancia
Solo una vez reverdece,
Tan solo una flor da al aura.