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México, como era y como es/10

De Wikisource, la biblioteca libre.
México, como era y como es
de Brantz Mayer
traducción de Wikisource
CARTA X.


CARTA X.
LA CIUDAD DE MÉXICO.
CARNICERO SENTIMENTAL Y MENDIGOS PROFESIONALES.

Es costumbre de la mayoría de los pequeños vendedores mostrar sus productos sobre las calles, y de hecho, así poder ser suministrado con todos lo necesario de la vida. El aguador trae agua. El carnicero envía su burro con carne. Los indios traen mantequilla, huevos, frutas y verduras; los lancheros, pescado fresco desde el lago; y pasteles y dulces son llevados a diario en bandejas a su puerta. Sin embargo, hay un mercado y puestos o pequeñas tiendas en las calles. En una población grande y pobre como esta la competencia necesariamente debe ser muy grande.

Uno de los carniceros en la Calle Tacuba siempre me divertía. Su tienda era del tamaño de un puesto, con todo el frente abierto a la calle con un fino gallo, con una pata amarrada al marco de la puerta. Suspendido del techo, y unos dos o tres pies de la puerta, colgando una carcasa entera de res; a corta distancia detrás está el mostrador; y, tras esto, es una fila de chivos y bocados delicados, adornados con papel dorado y yardas de salchichas, colgada en las más sabrosas líneas y curvas. En el centro de este espectáculo de carne hay una imagen de la "Santísima Virgen de Guadalupe," bajo cuya protección coloca así su despensa y su "costumbre".

La figura más interesante, sin embargo, en la imagen, es el mismo carnicero; un tipo de apariencia sentimental, con ojos negros, pelo ondulado y en total un personaje muy cautivante, salvo a una especie de lustre graso que pule su piel. Invariablemente le encontré descansando románticamente sobre su sierra y cuchilla, rasgando su guitarra para media docena de empleadas domésticas que, sin duda, son atraídas a sus filetes por sus conjuros amorosos. Es raro ver esta mezcla de carne y música.

¡Lo que podría decirse con nosotros en casa, de ver el célebre Jones o Smith, en el mercado Fulton montado en su bloque, con una cinta azul sobre su cuello y una docena de damiselas agrupadas en torno a él, escuchando, con aire embelesado, la pequeña morcea de la última ópera! Sin embargo la sugerencia podría ser útil en estos días, cuando la invención se grava al máximo para nuevos modos de atraer a la gente. En México en cualquier caso es característica, y por lo tanto, lo anoté.


* * * * * * *

BUSTO DE MENDIGO.

Ve a donde quieras en esta ciudad, serás perseguido por mendigos. Mendicidad es una profesión; pero no es llevada a la medida en que se encuentra en algunos de los estados de Italia y especialmente los dominios sicilianos.

El capital empleado en este negocio es ceguera, una pierna dolorida, un padre o madre decrépito o un niño indefenso; en este último caso, un robusto niño normalmente se amarra a uno más débil en su espalda y corre tras cada transeúnte suplicando socorro. Con tal repertorio de comercio y una buena esquina soleada o muro de una puerta de la iglesia, el peticionario está hecho por vida. Colocado en tan elegible situación, su grito es incesante desde la mañana a la noche: "Señores amigos, por el amor de dios;" "¡por el amor de la Santísima Virgen!" "¡por la preciosa sangre de Cristo!" "¡por el Santo misterio de la Trinidad!", repite con muchas variaciones entre sus eternos chirridos, pestañeando orbitas vacías y la exhibición de extremidades mutiladas y todas especies de deformidad personal. No hay ninguna "casa de pobres" en México, que esos desgraciados vagabundos se ven obligados a ir.

Un mendigo ciego, muy bien vestido y una persona que evidentemente tuvo mejor fortuna, ocupa su lugar en la sede alrededor de la fuente principal de la Alameda, todos los días al mediodía y es atendido por un par de sirvientes; su conducta es respetuosa, sin duda, un valioso capital.

Otro mendigo tiene un corpulento cargador que lo lleva sentado en una silla en la espalda.

Entonces hay mendigos silenciosos—"poveri vergognosi,"—como se ven en Italia; hombres que no hacen demanda oral de caridad, pero tuercen sus cuerpos e inclinan sus rostros ocultos, en tal forma de súplica interrogativa, que el corazón debe ser duro para resistirles. Uno de esta especie particularmente llamó mi atención. Nunca le vi con luz del día, y pudo no haber sido lo que parecía ser; pero a menudo a medianoche, cuando regresaba del teatro, me topé con él, frío y tiritando bajo las portales. Él parecía tener al menos de 80 años de edad; estaba doblado casi por mitad, tuvo una impactante mala tos y graznó en el tono mas agudos que he oído, que "solo esperaba que alguien le llevara a casa" ¡él había estado esperando así muchos años!

Todos ellos tienen diferentes voces de acuerdo al tiempo que han estado empleados. Son tus viejos mendigos resistentes que hacen su ritual; después, el modesto novicio; a continuación, un viejo que nunca pronuncia una palabra clara, pero se tira en la tierra y aúlla , como con dolor; mientras sus ojos miran de derecha a izquierda para ver cómo funciona! Cerca de mi vivienda, en una puerta de iglesia, siempre se sentó a un canoso hombre ciego, que era tanto un accesorio como los pilares del edificio. Los vecinos más antiguos no podían recordar cuando llegó allí por primera vez. Normalmente llegaba al mediodía, tan pronto como la sombra de la Iglesia caía sobre su acostumbrado asiento y tenia sombra. Mendigaba firmemente durante una hora o menos, cuando una hija le traía una excelente cena caliente. Una vez despachada, regresaba a trabajar de nuevo con el "por el amor de dios," hasta que literalmente se cantaba a sí mismo a una siesta. Aún la pasión gobernante nunca le abandonaba incluso en reposo. Su

cabeza asentía, pero su palma abierta y extendida descansaba sobre su rodilla—¡una caja permanente de dinero!

Aunque exhibiciones como ésta son suficientes para cerrar el corazón en un país donde la tierra se da casi por pedir, todavía hay casos de miseria que no apelan en vano.

Un pobre pequeño niño mendigo atrajo mi atención en la puerta de la Gran Sociedad. Lo notamos primero viendo algo enrollado en la esquina del portal, que parecía un cachorro sucio, temblando de frío. Lentamente, sin embargo, al acercarnos, se desenrolló en la guarida y un pobre niño corrió hacia nosotros con la mirada más lánguida y horrible que nunca contemplé y los más bellos ojos negros que nunca hicieron un pedido de caridad. Era la personificación del pobre Oliver Twist—un perfecto pequeño emaciado. Le dimos un real, y se fue encantado; sin embargo sus débiles extremidades, en las que apenas había ropa, se negaron a llevarlo veinte pasos: trastabilló y cayó contra la pared a la que se agarraba por apoyo. Fui a él nuevamente: " me muero de escalofríos, señor," dijo, en su poca voz, casi inarticulada por el dolor, acompañado por ese lento movimiento de la cabeza de lado a lado indicativo de sufrimiento.

Pusimos una pequeña cobija sobre él, le dimos, zapatos y comida y así lo fortalecimos y calentamos, gradualmente llegó a casa.

Al día siguiente que hizo su aparición de nuevo, sin zapatos, camisa o manta y con ninguna cobertura pero sus pantalones desiguales de algodón, amarrados a sus hombros con un pedazo de cordeles y un pañuelo antiguo sobre su cuello. Se decidió que era un mendigo profesional, y sus dolores su capital de actuación.

No lo creo, sin embargo; y mientras otros rápidamente le rechazaron, yo decidí satisfacerme de que un ser humano voluntariamente no come hasta que los huesos se asoman a través de la piel disminuida, antes de negarle al que sufre la comodidad de un bocado diario. Averiguando, encontré que su historia era verdad: que él era el único hijo de una madre en cama, limitada con reumatismo en un petate extendido en el piso de barro de un tugurio en el suburbio, que había sido incapaz de proporcionar alimentos para ella o su hijo durante más de un mes. Además de esto, el niño había vendido los zapatos y la manta que le habíamos dado para comprar pan para su madre.

Después fue un cliente regular y su madre se recuperó. La última vez que lo vi fue en la Alameda, a la que se había arrastrado, diciendo que el "sol se sentía muy cómodo, y que en su amplio caminar él ya no sufrió mucho de los "fríos."

Durante un largo periodo, después de esto, no vi al niño y no supe lo que le había pasado; hasta una tarde al pasar el muro del convento de Santa Clara, vi a un hombre trotar con el habitual andar indio, con una bandeja en su cabeza que parecía estar cubierto con rosas. Detrás de él fue iba una andrajosa lépera, llorando, con el pelo largo y negro colgando sobre sus hombros. Cuando el hombre paso cerca, miré en la bandeja y vi que contenía un cadáver. Era de un niño que había muerto consu –

mido. La piel, consumida por desnutrición extrema, estaba extendido estrechamente en los huesos prominentes; sus pequeñas manos estaban cruzadas sobre su pecho, con un hilo de oro, en actitud de oración; el cuerpo rociado con desgastadas artificiales, y su boca parada, y sus labios separados, como si la víctima había muerto con un gemido de dolor.

Era mi niño mendigo. Los "fríos" habían sido demasiado para él.