Música en verso/Canciones de amor
Muerta está, ¡cuán hermosa!, sobre un lecho
De lirios y de rosas todas blancas,
De rosas en botón, como su cuerpo,
De lirios en botón, como su alma,
Con el velo nupcial de sus ensueños,
Aureolando su faz serena y casta:
Bajo el palor tremante de los cirios,
Bajo la opaca luz de mis miradas,
Bajo el tremor ardiente de mis labios,
Bajo las negras ruinas de mi alma.
En ondas de perfumes enervantes
Las flores dulces madrigales cantan
A la que sueña bajo sus caricias,
A la que duerme bajo sus fragancias,
¡Cómo le besan con ternura el seno,
Cómo brillan, ¡ay!, ella está tan pálida!
Las parpadeantes llamas de los cirios,
En la penumbra densa de la estancia,
Fingen lenguas de canes ignescentes,
Que me lamen aullando toda el alma,
¡Oh el amor, oh el amor!, es la bandera
Que con girones hice de mi alma,
Mas, ¡ay! la mano torpe del destino
Dejóla nuevamente desgarrada;
Ya no uniré jamás esos pedazos,
¡Ay!, ya no tiene patria!
Bajo un manto de lirios en botón
Para siempre reposa. ¡Madre mía!
Si no fuera por tí mi corazón
Junto a ella feliz se pudriría,
Bajo un manto de lirios en botón.
Los lirios crecerán frescos, lozanos.
Como mi dulce amor cuando vivía.
En tanto que Ella es pasto de gusanos
(¡Oh lirio del jardín del alma mía!)
¿Los lirios crecerán frescos, lozanos?
¡Muerta!, ¡muerta!, ¡muerta!
Como un clavo ardiente
Clávase en mi frente
La palabra: ¡muerta!
La que fué una rosa
De carne y un lirio
De alma, ¡oh martirio!,
¿Barro es en la fosa?
¿Pasto de gusanos
Es hoy, la que fuera
La musa hechicera
De mis sueños vanos?
¡Muerta!, ¡muerta!, ¡muerta!
Como un clavo ardiente
Clávase en mi frente
La palabra: ¡muerta!
Rosas olorosas sobre el seno pálido
De la amada muerta: ¡cómo me hacéis mal!
¡Ah, cuando era viva! cómo la envidiábaís!
Y ahora que es muerta, ¡crueles!, brilláis.
Ella, fresca rosa de mi ensueño claro,
¡Con qué deliciosa sensación de amor
En sus tibias manos os tomaba ufana,
Y os besaba!: ¡cómo os envidiaba yo!
En sus labios, rojos como mis deseos,
¡Oh rosas sangrientas de ardiente color!
Erais como lenguas purpúreas besando
Claveles de fuego, teñidos de sol.
Rosas olorosas, sobre el seno pálido
De la amada muerta: ¡cómo me hacéis mal!
¡Ahí, cuando era viva ¡cómo la envidiábais
Y ahora que es muerta, ¡crueles!, brilláis.
En un nimbo de cirios y de rosas
La dulcísima muerta sonreía,
Las llamas eran gritos de agonía
Perdiéndose entre sombras angustiosas;
Eran rojas pupilas misteriosas
Inmóviles en una muda y fría
Contemplación, eran el alma mía
Encarnada en ardientes mariposas.
Las rosas perfumaban el ambiente
y juntábanse en mi ánimo doliente
Con el perfume del recuerdo santo.
Y entre rosas y cirios mi congoja
Tembló, cual bajo el viento débil hoja,
Y se quebró en un infinito llanto.
No lloro, no, la muerta que reposa
Bajo un manto de rosas y de lirios,
Sí lloro, sí, mis bellas ilusiones,
Que la dulce al morir llevó consigo.
No lloro, no, la falta de su pura,
Seráfica mirada,
Lloro, porque no encuentro más espejo
Para mirarme el alma.
No lloro, no, la falta de la suave
Caricia de su mano,
Lloro, porque ha quedado muda y fría
El arpa de mi tacto.
No lloro, no, la falta de su risa
Perlada como un trino,
Lloro, porque en las músicas de Eros
Son sordos mis oídos.
No lloro, no, la falta de su beso
Sonoro y musical como un poema,
Lloro, porque no encuentro en otros labios
Ni mieles, ni perfumes, ni elocuencia.
No lloro, no, la muerta que reposa
Bajo un manto de rosas y de lirios,
Sí, lloro, sí, mis bellas ilusiones
Que la dulce al morir llevó consigo.
Se llamaba Rosa Clara,
Era tan bella y tan rara!
La gloria estaba en su cara,
Se llamaba Rosa Clara.
Reía, siempre reía,
Porque de sobra tenía,
Fe, salud y fantasía
Reía, siempre reía.
Su reir era tan fino!
Armonioso como un trino,
Embriagante como el vino,
¡Su reir era tan fino!
¡Era buena, buena, buena!
De una bondad nazarena
Con perfume de azucena,
¡Era buena, buena, buena!
Porque maldad ignoraba.
Todo aquello que soñaba.
Más y más la perfumaba
Porque maldad ignoraba.
Yo, su admirador oscuro,
Que no poseía un duro,
Porque era poeta puro,
Yo, su admirador oscuro,
Era tan feliz con ella.
La llamaba Sol, Estrella,
Siempre la encontraba bella,
Era tan feliz con ella!
Oh, mi vara de alelí,
Tu boquita de rubí
Me decía siempre sí,
¡Oh mi vara de alelí!
Sólo un loco soñador
Pudo soñar que esa flor
Durara como su amor
Sólo un loco soñador.
Fresco lirio sin historia,
Mi fe, mi luz y mi gloria,
Tu altar está en mi memoria,
¡Fresco lirio sin historia!
SONATINA SENTIMENTAL
Apareciste en la penumbra suave
Del salón familiar, como una estrella
Que con sus blondos pies el cielo huella
Y lo llena de encanto dulce y grave.
Me divisaste: se espejó en tus ojos
El dulzor que en mi pecho florecía
Y en un tenue y dulcísimo ¡Buen día!
Se dilató sobre tus labios rojos.
¡Queríamos decirnos tantas cosas!,
Mas no lográbamos decirnos nada,
Tú, mujer al fin, más delicada
Quisiste ornar nuestra emoción de rosas,
Y serena, gentil, pausadamente.
Siguiendo el ritmo de tu afecto suave,
Te dirijiste al clave
Y evocaste a Chopín, lánguidamente.
Entre trinos envuelta y entre escalas,
La espléndida "Berceuse" pura surgía,
Como un rayo de luna hecho armonía.
Bajo tus dedos que fingían alas.
Bajo el encanto noble y penetrante
De ese trozo romántico y divino
Fué mi alma perfume, estrella, trino,
Y en lágrimas corrió por mi semblante.
El acorde final, que es un suspiro,
Ritmó con mi emoción serena y pura.
Me miraste; yo, lleno de dulzura,
Te di mi aprobación con un suspiro.
Tú, serena, gentil, pausadamente
Siguiendo el ritmo de tu afecto suave
Abandonaste el clave
Y te llegaste a mí, candidamente.
En un sincero arranque de cariño
Me apoderé de tu nevada mano,
Y la besé con mi fervor más sano,
Alegre y bullicioso como un niño.
La húmeda sonrisa del contento
Puso en tu faz su velo de dulzura,
Y asomada en tus ojos ví tu pura
Alma, como una flor del sentimiento.
Había tanto afecto en tu mirada
Algo de tan fraterno y tan sereno
Que recliné mi sien sobre tu seno
Con el ansia febril de ave asustada.
Tu mano resbaló sobre mi frente
Como una estrella en un desierto cielo,
Y la llenó de un delicado anhelo
De soñar y soñar eternamente.
En el silencio que nos cobijaba.
Como un manto de ensueño y de poesía.
De nuestros corazones la armonía
Entre blandos suspiros se escapaba.
Tú prolongabas la caricia fina
Con un ritmo que iba acelerando,
Y que llevó a mi corazón un blando
Deseo de besar tu faz divina.
En el arco sereno de tu frente
Posé mi labio, casi fervoroso
Que resbaló en preludio delicioso
Hasta tu labio, con fervor creciente.
...Desde ese día mi cerebro fué un altar, todos los cirios de mi agradecimiento elevaron sus llamas perennes hacia el trono de Dios.......
(De «Milagros del amor», novela inédita).—El autor.Las angustias del amor
En tu frente hicieron mella
Y te grabaron la huella
Tenebrosa del dolor.
¿Quién apreciará el valor
De esa arruga, que fué estrella
En una lejana y bella
Primavera del amor?
¡Oh, madre!, si mi cariño
Que tu bondad hizo armiño
Tuviera poder divino,
Yo coronara esa huella
Con la más radiante estrella
De mi ensueño diamantino.
¡Oh monja, pálida rosa
Perfumada de misterio,
Que agonizas lentamente
Lentamente en el ensueño.
Oh monja, pálido lirio,
Que en oraciones marchitas
Tus puros labios, que valen
Más que la gloria que ansías,
¡Cuál temblarán de pavura
Las palomas de tu seno
Si en tu frente reza apenas
Sus divinas alas Eros!
Si el Dios que adoras temblando
Hizo de tu carne gloria,
¿Por qué la encierras, ¡ay triste!,
En la celda tenebrosa?
¿Cuál es el mal misterioso
Que te aqueja, ¡oh dolorida!,
Si del pensil de tu cuerpo
Tan sólo ves las espinas?
¿Por qué huyes espantada
De Cupido,
Y sollozas tiernamente
Junto a un tosco crucifijo,
Que temblando lo acaricias
Y lo escondes en tu seno,
Y le ofreces frescas flores,
Y lo aromas con tu aliento,
Y lo besas con ardor,
Y lo riegas con tus lágrimas,
Y lo vuelves a besar,
¡Pobre monja dulce y cándida!
¿No comprendes que tu carne,
En una lujuria mística,
Se desangra lentamente?
¡Oh, amamántate a la vida!
Ofrece en ramos de luz
Las estrellas de tu alma,
Y en la copa del amor
Todas tus ansias derrama,
Oh, monja, pálida rosa
Perfumada de misterio,
Que agonizas lentamente,
Lentamente en el ensueño.
Pálida, pálida, pálida,
Pensativa y melancólica
En el jardín del convento
Vagaba una bella monja
El céfiro perfumado
De claveles y de rosas
Era tenue como era
El suspiro de la monja.
¡Con qué vaiven tan sereno
Columpiábanse las hojas
Sobre las ramas dormidas,
Fingiendo el rumor de olas
Que se rompen en la arena
Mansas y acariciadoras!
Gorjeos de ruiseñores
De zorzales y de alondras
Fingen risas juveniles
Diluvio de alegres notas
Blandos suspiros de amor
(¿Son las aves o las hojas?)
Rumor de encendidos besos
Y de manos que se chocan
¡Es un cántico a la vida!
¡Es un cántico a la gloria!
Suavemente suavemente
Late el seno de la monja
Y se hincha con la gracia
De serenísima ola,
Pero a medida que avanza
En esa fiesta de notas
Y que sus ojos se anegan
En la fiesta de las rosas
Y en el júbilo del cielo
Y en la gracia de la hora
La ola se agita y crece
Y parece rumorosa,
Y entintada en sangre ardiente
En las mejillas preciosas
De la joven va dejando
Su fuerza en espumas rojas,
Y luego afluye en los labios
Incontenible y traidora
Y los deja rojos como
Si en ellos volcara toda
La sangre que corre ardiente
En el cuerpo de la monja.
La que comienza a temblar
Y a suspirar soñadora
Y a sentir ansias extrañas
De abrazar algo. Las rosas
En su orgía de colores
Y las aves en sus notas
Y el céfiro en su perfume
Y el firmamento en su gloria
Y el tic-tac del corazón
Y el misterio de la hora
Dicen: ¡Ama, ama, ama!
Haz de tu cuerpo una antorcha
Y no cirio melancólico
Que se consume en la sombra
Ante un Cristo pensativo
De pupilas misteriosas
Siempre fijas, siempre heladas
En una muda congoja,
Que ni comparte tu llanto
Ni te calma en tus zozobras
Ni te besa si lo besas,
Ni te nombra si lo nombras,
Ni te canta si lo cantas,
Ni solloza si sollozas,
Ni late su corazón.
Aunque el tuyo se te rompa!,
Reza reza, pero ama
¡Ama y hallarás la gloria!
Haz de tu labio incensario
De puros fecundos besos,
Hostia de consolaciones,
Copa de amor y de ensueño.
Sean los cirios tus ojos,
Y sea el altar tu cuerpo,
Sea el hombre el sacerdote
Y sea Jehová... Eros.
¡Qué fría y triste es la vida
Sin el calor de unos besos
Que resuenan como un cántico
Perenne dentro del pecho!
¿Qué haces tú pobre monja
Encerrada en el convento?
¡Ah! ¿por qué temes la vida
Por qué el amor te da miedo?
¡Ay! ¿no quieres perpetuar
El prodigio de tu cuerpo
Nevado, como la espuma,
Radiante, como un lucero,
Vibrante, como la ola,
Flexible, tentador, bello?
¿¡Qué mas gloria que tus ojos
Qué más gloria que tu seno,
Que tus labios, que tus manos
Que tus risas que tus besos!?
Y dejarás que se opaque
El cielo de tus pupilas
En frías contemplaciones
Sin que se estrelle de dicha
Espejándose sereno
En ojos que te codician?
¿Y dejarás que se ajen
Las rosas de tus mamilas
Sin que destilen el néctar
Dulcísimo de la vida?
¿Morirás sin nunca oir
Que te llamen: ¡madre mía!?
(¡Oh la palabra celeste,
Oh la palabra divina!).
Vale un mundo la mujer
Pero después de parida,
¡Cuándo es madre, cuándo es madre!
(¡Oh la palabra bendita!)
Lento el crepúsculo muere
Lento... lento... lento... lento,
Como un turíbulo enorme
Que despide azul incienso.
Como la copa de un dios
Que vierte néctar de ensueños,
Y siguiendo el ritmo suave
De esa hora de misterio
Va caminando la monja
Con un paso lento... lento.
Como un cisne que resbala
Sobre un lago azul, sereno;
Pero en cambio con qué afán
De vida late su seno
Parece que va a estallar
En una rosa de fuego;
Siente correr en sus poros
Las hormigas del deseo
Y volotear en sus labios
Las mariposas del beso;
Tiemblan sus cándidas manos,
Como un rosal bajo el viento,
Laten ardientes sus sienes,
Brillan sus ojos espléndidos
Y su alma se dilata
Hecha una llama hasta el cielo,
Pero luego vuelve mansa
Deshecha en llanto sereno
Que halla salida en sus ojos
Y le devuelve el sosiego.
—Ya pasó la tentación
¡Oh Dios mío gracias, gracias!
Clama la monja, serena
Poniéndose otra vez pálida:
Su sangre se evaporó
En el hervor de las ansias;
Más que una mujer parece
La encarnación de una estatua
De mármol, por cuyas venas
Nívea sangre circulara.
Con un paso tenue tenue.
Cual si fuera una sonámbula,
Vuelve al helado convento.
¡Pobre monja dulce y candida
Otra vez la tentación
Será tu dueña mañana,
La volverás a vencer
Pero ¡ay! volverán tantas.
¡Reza reza reza reza!
Pero ¡ama ama ama!
Haz tu templo en un hogar
Y tu Dios en una larga
Familia que te bendiga.
Ser madre, ¡eso es ser santa!
Tan flaca es y tan pálida, Dios mío, ¿es ser humano
O es cirio que se extingue?
Sus ojos tan opacos, tan turbios, tan sin vida
¿Son ojos o son sombras
Son ojos o blandones de algún ensueño muerto?
A veces me pregunto: tan vaga y tan inerte
¿Tendrá esa joven alma?
Dentro del pecho escuálido, como una rosa muerta
Un corazón acaso persiste en sus latidos?
Y dentro de la testa que tiene, ¡ay! hebras grises
¿Germinarán los claros los nobles pensamientos
O sólo hay las cenizas de un sueño que murió
Su frente modelada con rosas amarillas
Tiene una arruga hondísima.
Quizás un latigazo de realidad amarga
Que al corcel armiñado de su sueño de niña
Corcel-luz, sin riendas, suelta la crin al viento
En decisivo instante de su vida mató.
Esa mirada fija siempre fija, Dios mío!
Como un frío del alma que se ha cristalizado,
Como un perenne horrible estupor doloroso,
Que de tan doloroso carece de expresión.
¡Oh la fija mirada qué terror que me inspira,
Y cuando no la veo, qué piedad tan inmensa!
Se humedecen mis ojos y me calan el alma.
El sacerdote te ofrendó la hostia,
Blanca como tus sueños, hija mía;
Los níveos botoncitos de tu seno
Se hincharon de delicia,
Y la dulzura del celeste pan
Reflejóse en tu candida pupila.
Uniéronse tus manos mansamente,
Doblegóse tu rubia cabecita,
Y al asiento con paso ténue, ténue,
Como medroso de empañar tu dicha,
Te dirigiste. El órgano enviaba
Un raudal de serenas melodías,
Mas tu escuchabas a tu corazón,
¡Oh música divina!
¿Qué arpa resonó más dulcemente?
¿Qué poeta compuso una poesía
Más clara, más serena, más sublime
Que tu alma en ese instante, vida mía?
¡Oh cómo te adoré, cómo sentí
Brotar recuerdos de pasados días!,
Mi espíritu tornóse gentil, diáfano,
Por un momento me convertí en niña,
Víme postrada en la sagrada mesa,
La hostia recibí con fe sencilla,
¡Recuerdo divinal¡ Dos tibias lágrimas
Que resbalar sentí por mis mejillas
Me convirtieron nuevamente en madre;
Alcé los ojos... y ví que sonreías.