Manifiesto del Partido Republicano Radical Socialista
A la democracia republicana española
Una visión superficial del momento político español podría despertar el anhelo de una de esas improvisaciones en que fue tan fecundo nuestro siglo XIX, cuyas súbitas mudanzas se reflejaban únicamente en el distinto color de las escarapelas de los caudillos. Una visión serena y profunda de la realidad española, final de un proceso político de descomposición agudizado por la crisis de las instituciones europeas, nos ofrece la dramática pugna entre fuerzas nacionales que comienzan a manifestarse con brío juvenil y las últimas apelaciones a la arbitrariedad de un Estado en derrumbamiento. No es crisis de instituciones parlamentarias que nunca fueron derecho consuetudinario, ni interrupción más o menos brusca de una evolución constitucional que solo quedó registrada en articulados jamás vigentes. Es sencillamente el hundimiento de la fachada europea del Estado español. La monarquía absoluta ha arrojado la máscara en un momento considerado propicio a todas las violencias. Se yergue sobre las fuerzas del pasado que le serán por siempre leales. Y frente a esas fuerzas se levantan, forjadas en una economía que aspira a su normal desarrollo y en una cultura cada día más rica y suscitadora de inquietudes, las fuerzas nuevas que han de ser fundamento de las instituciones del porvenir.
Estructurar y organizar estas nuevas fuerzas, impidiendo que se desparramen por senderos a flor de tierra, encauzándolas en grandes corrientes de energía, condensándolas en potentes focos vitales, es el deber de cuantos, con alguna vocación política, sientan la responsabilidad de esta hora. Y es, en orden a un gran sector de la opinión española, la misión que se han impuesto los elementos que han tenido la iniciativa de constituir el Partido Republicano Radical Socialista, que no aspira a ser, en competencia con otras agrupaciones, un partido republicano más, sino la izquierda republicana. Izquierda republicana de veras, que no solo proclame lemas republicanos, sino que afirme soluciones republicanas y no sienta en la acción vacilaciones ni veleidades girondinas. Izquierda republicana que afronte los grandes problemas con el sentido radical que imponen las supremas enseñanzas de la guerra y la crisis de la democracia universal. Izquierda republicana que no solo ante la Monarquía, sino ante la Iglesia, ante el Ejército y ante la Magistratura, ante todas las fuerzas del Estado antiguo, afirme de modo inconfundible los principios del nuevo Estado popular. Izquierda republicana no por el rótulo, sino por el contenido de un programa en el que se reflejen todas las inquietudes de nuestra época y por la eficacia de una actuación que, rechazando todo acomodo con la tradición monárquica y toda mixtificación de los principios republicanos difunda la emoción política hasta mantener en vibración constante a la ciudadanía.
El Partido Republicano Radical Socialista quiere ser ante todo un organismo democrático. Una comunidad incompatible con las mesnadas de partidarios y en la que todos los poderes como en la comunidad más amplia del Estado, nacidos de la opinión, sean amovibles y responsables. El Partido Republicano Radical Socialista proscribirá todo caudillismo. Más que la consciente y firme adhesión incondicional a las ideas ha solido buscarse en los partidos populares la adhesión incondicional a las personas. De aquí los caudillajes, ya demagógicos y turbulentos, ya astutos y apicarados, con que tantas veces se ha enturbiado la acción de las democracias. En los países de nuestra raza principalmente, el profeta, el condotiero y el caudillo no han dejado espacio para el líder. Las multitudes, ávidas y crédulas, han rodeado siempre al taumaturgo y lo han esperado todo del prodigio. En nuestro meridionalismo, revolución y milagro han sido sinónimos durante mucho tiempo. Y es todavía entre nosotros el mesianismo como un vestigio del individualismo ancestral.
Con este individualismo contrasta el sentido social que caracteriza a las nuevas democracias y que es uno de los postulados del Partido Republicano Radical Socialista. El socialismo ya no es un dogma; es una civilización. Por eso no puede pretender monopolizarlo ninguna ortodoxia, sino que pertenece a todos los hombres. Y, al afirmarlo como una aspiración a la justicia social, el Partido Republicano Radical Socialista no se aproxima a ninguna otra organización, ni se aleja de ella, ni se sitúa a la derecha o a la izquierda de ningún otro grupo o partido, ni establece una relación de cantidad con otros programas según la usual denominación de mínimos y máximos. El Partido Republicano Radical Socialista señalará en su actuación, inspirada más que en teorías que los hechos van rectificando en la contemplación directa de las realidades nacionales una personalidad inconfundible. Más que la rígida doctrina será su norma el ritmo vital de los acontecimientos. Afirmará el sentido individual o el sentido social de la propiedad conforme a las exigencias de la economía y de la técnica y a la evolución de las instituciones. Un socialismo sin dogma y sin catástrofes vivificado en todo momento por la aspiración inmortal a la libertad.
Los elementos organizadores del Partido Republicano Radical Socialista reservan al Congreso nacional, como es imperativo democrático, la definición del programa. Pero el espíritu que los ha identificado implica algunas afirmaciones, que son, por otra parte, indispensables. El Partido Republicano Radical Socialista aspira a una nueva articulación del Estado español a base federal, con el reconocimiento de las autonomías municipales y regionales, rectificación de un siglo de centralización absurda, trasunto de instituciones exóticas en mala hora copiadas; un Estado acomodado al territorio y a la población, expresión de la geografía y de la raza, que permita una nueva estructuración política de la Península y señale el camino a una gran federación de toda la comunidad iberoamericana. Como forma de gobierno la República democrática, a base no solo del sufragio universal, sino de todas sus instituciones complementarias -el referéndum, la iniciativa, la revocación- con dos postulados esenciales: la soberanía del Parlamento y la eficacia y rapidez de los órganos ejecutivos del Poder. Un Estado laico, en el que todas las religiones gocen de iguales condiciones jurídicas, que no reconozca a ninguna derechos incompatibles con la naturaleza humana y en el que la Iglesia Católica se halle sometida, como todas las demás a la ley común e incapacitada para atentar a la soberanía e independencia del Estado con su potencia económica. La Enseñanza, como uno de los deberes y derechos primordiales del Estado republicano y laico, inspirada en sus normas y orientada a los fines sociales de la comunidad, con exclusión de toda tendencia confesional y dotada espléndidamente en el Presupuesto. La justicia popular, humanizada y sensibilizada por la opinión, con el Jurado, tanto para los asuntos civiles como para los criminales, en sustitución de organismos arcaicos, anquilosados en el prejuicio profesional, petrificados en el rito y herméticos al aire vivificante de la calle; con las reformas necesarias en el procedimiento para purgarlo de rémoras y asechanzas y los códigos abiertos a las nuevas corrientes de la vida; el Código civil, renovado por el moderno derecho social que proclama la igualdad jurídica de las clases y de los sexos; el código penal, limpio de penas bárbaras, crueles e inútiles, con eliminación de todo criterio punitivo y de toda finalidad expiatoria y reduciendo la defensa social, frecuentemente encubridora del ataque político, a los límites que implica su denominación. El Ejército, sin privilegios de jurisdicción, reducido a las exigencias de la defensa nacional y organizado democráticamente a base de la nación armada. Una política económica alumbradora de energías y creadora de riquezas e implacable con el parasitismo engendrador de la especulación y de los escandalosos negocios bancarios y bursátiles; y un régimen fiscal que, desgravando el trabajo, sea inexorable con la renta. Y como una de las primeras actividades sociales de la nueva democracia española la reforma agraria, la liberación del campo, la supresión de los latifundios del mediodía y de los minifundios del norte, la redención de todas las cargas que pesan sobre el terruño, la sustracción a la mano muerta de los inmensos territorios que mantiene incultos y la colonización de los enormes desiertos en que se interrumpe el suelo nacional, incorporando las masas campesinas a la vida civil e integrándolas en la solidaridad del Estado y del gobierno.
Solidaridad que implica, tanto en orden al problema de la tierra como a los de la industria, la participación del elemento trabajador no solo en la soberanía política, sino también en la soberanía económica, con el derecho de señalar los fines y controlar los medios de la actividad social. Y la elevación, por tanto, a la categoría de derechos constitucionales de las reivindicaciones fundamentales del trabajo, que han de estar garantizadas, como los derechos individuales clásicos, contra toda veleidad del Poder. Como la libertad religiosa, la de palabra y la de imprenta, los derechos de reunión y de asociación, la inviolabilidad del domicilio y la libertad personal, deben ser principios constitucionales en derecho al trabajo y a su producto íntegro, el derecho a la escuela, la intangibilidad del patrimonio de familia, el derecho a la asistencia social. Y lo mismo unos que otros deben estar garantizados contra toda interrupción de la vida jurídica por el propio Estado. Una Constitución que en todo o en parte pueda ser suspendida por el gobierno es incompatible con la soberanía popular.
El Congreso nacional del Partido Republicano Radical Socialista que se reunirá en breve desarrollará y formulará el programa que queda esbozado, con las ampliaciones o rectificaciones que juzgue convenientes. Pero el programa del Partido Republicano Radical Socialista no será nunca letra muerta en una hoja de papel impreso, ni postura definitiva ante la realidad movible y cambiante. Será siempre un programa vivo, en el que se reflejen y vibren las inquietudes del momento. Al calor de los afiliados y de la opinión, un gran secretariado técnico, que será como el laboratorio central del Partido, irá elaborando en proyectos, en publicaciones y en notas las sugestiones incesantes de la sensibilidad selectiva. De ese laboratorio central serán sucursales los secretariados de las regiones y de las provincias, donde a la estéril política de comité se sustituirá la fecunda acción social que estimula las actividades y recoge y encauza las aspiraciones populares. Más que por órganos políticos de gastados y viejos resortes quiere el nuevo partido funcionar mediante centros de condensación y esclarecimiento de la opinión pública. Evitará así constantemente el peligro de la improvisación, que, si en la ciencia es el error y en la poesía el ripio, en la política es de modo indefectible el fracaso. Y huyendo de esta suerte de la ligereza y de la frivolidad tanto como de la rutina, mantendrá siempre alerta, escandecida en favor de la justicia y de la libertad, una opinión tan reflexiva como ardorosa.
Los elementos organizadores del Partido Republicano Radical Socialista se dirigen a todos los republicanos que participen de sus inquietudes y compartan sus apreciaciones sobre los grandes problemas nacionales y les invitan a una actuación eminentemente democrática. No solicitan adhesiones de carácter personal, al modo de los viejos partidos sin consistencia orgánica ni más fuerza que el prestigio de un nombre. Lo único que les interesa es la afinidad de las ideas, base de las agrupaciones políticas que tienen vida propia con independencia del penacho más o menos efímero de los Jefes. Y, al proclamarlo así, advierten a la opinión republicana, previniéndola contra fáciles probables desorientaciones, que no solo no es su propósito dificultar la formación de otros partidos o grupos que respondan a diferencias ideológicas sino que antes por el contrario la facilitarán y aun estimularán en lo que de ellos dependa, de modo que, organizados los diferentes sectores republicanos, sea posible la coordinación de todas las fuerzas afines. Las sumas de elementos heterogéneos no son sino confusiones perjudiciales que en vez de favorecer el proceso político lo entorpecen. La verdadera fecunda unión republicana no es cuestión de cantidad, número o peso; no es un concepto estático, sino dinámico. Y el impulso dinámico no puede proceder sino de centros vitales acumuladores de energía. Lo que importa no es una inteligencia republicana de nombre, sino la formación y el despliegue de todas las fuerzas republicanas, estructuradas conforme a las diversas ideologías, en frente de combate, enardecidas por el supremo anhelo de salvar a la patria defendiendo los principios de la civilización.
Madrid, diciembre de 1929
Véase también
[editar]Fuente
[editar]- Artola, Miguel (1991). Partidos y programas políticos. 1808-1936. Volumen II: Manifiestos y programas políticos. Madrid: Alianza Editorial. Páginas 319-322. ISBN 84-206-9632-3. Tomado a su vez de una copia mecanografiada depositada en la Hemeroteca Municipal de Madrid.