Manifiesto fundacional del periódico LAS PROVINCIAS
Enero de 1866 Manifiesto fundacional de LAS PROVINCIAS
I
España padece plétora de política. En ningún país del mundo se habla tanto, a favor o en contra del gobierno, como en España; en ningún país del mundo hay tantos partidos, ni tantas fracciones, ni tantos grupos, ni tantos periódicos, ni tantos hombres públicos. Tampoco ninguna nación ha tenido, como nosotros, en estos tres últimos años siete graves crisis ministeriales, siete gobiernos diferentes, siete trastornos en la Administración pública, con sus obligados episodios de manifestaciones pacíficas o casi pacíficas, alborotos, conspiraciones y hasta una seria sublevación militar.
La confusión ha sentado sus reales en el campo de la política; los antiguos partidos se desorganizan y se fraccionan; la idea cede el lugar a la personalidad; la ambición atropella a la consecuencia, y olvidada toda formalidad política, se buscan hoy y se alían los que ayer se separaron y se combatieron. Parece que en esta babel el interés egoísta del momento sea la única voz de inteligencia que comprenda la mayor parte de los hombres de partido
II
¿Y qué hace el país en presencia de esta creciente y amenazadora erupción de las pasiones políticas? El país, que creyó hace pocos años haber llegado la época del desarrollo tranquilo y fecundo de los poderosos gérmenes de su grandeza y bienestar, mira disiparse el sueño de oro; ve olvidados sus verdaderos y permanentes intereses por los que en el poder o la oposición necesitan todo su tiempo y todas sus armas para una lucha sin tregua ni término; observa en todas partes la inquietud, el malestar, la alarma, la crisis económica enlazándose con la crisis política, los peligros de mañana agravando las dificultades de hoy; y en tan lastimosa situación, la inmensa mayoría de las personas que constituyen la fuerza y el nervio de la patria se aparta con dolor o con desdén del palenque político, abriendo así la puerta a las bastardas ambiciones que se apoderan de la cosa pública.
III
¿Cómo puede recibir el país, indiferente o desengañado, los repetidos anuncios de la aparición de tantos periódicos como engendra el fermento que descompone a los partidos? ¿Cómo puede acoger una voz más en el coro atronador del periodismo político? Con la sonrisa de la duda, cuando no con el ceño del disgusto.
Y nosotros, sin embargo, vamos a afrontar la repugnancia de las personas sensatas hacia las nuevas publicaciones políticas; nosotros, convencidos de que existen demasiados periódicos en España, vamos, no obstante, a publicar un periódico más.
¿Diremos, para justificar nuestro propósito, que hemos encontrado el secreto de hacer la felicidad del país, diremos que entre toda esa turba multa de apóstoles que aspiran a regenerar a la pobre España, nosotros solos somos los buenos, y que por ende merece nuestra palabra la fe, la autoridad y el aplauso que a toda palabra ajena le negamos?
No, no tenemos tan mala idea del criterio público, que aspiramos a imponerle nuestras convicciones políticas; hay más; estas nos llevan "a no hacer política", tal como la política se suele "hacer" en España.
Vamos a hablar al país de sus propios intereses; pero no seremos eco de ninguna de las parcialidades militantes. Todas ellas tienen sus órganos en la prensa: no les disputamos su misión; la nuestra es otra: venimos a ser "la voz de los que callan". Venimos a ser, en lo que nuestras fuerzas permitan, la voz del país que quiere ser justa, prudente y económicamente gobernado, la voz del propietario que desea paz y seguridad, del agricultor que anhela ensanchar su mercado, del industrial que busca facilidades para su fabricación, del comerciante que necesita libertad para su tráfico, del consumidor que sufre las consecuencias de las trabas económicas y los impuestos absurdos, del obrero, cansado de ver que son muchos los que le halagan y adulan y pocos los que prudente y eficazmente trabajan por mejorar su condición moral y material.
Nuestro lema será: "Menos política; más protección a todos los verdaderos y legítimos intereses sociales"
IV
No traspasará, sin embargo, nuestro apartamiento de las banderías militantes, los justos limites de la razón y la prudencia. La política es una necesidad de las naciones, y mucho más cuando el país interviene en su propio gobierno. Y como para nosotros es una utopía, generosa pero irrealizable, la conformidad de todos los ciudadanos en unas mismas ideas políticas, los partidos son, en nuestros concepto, legítimos y necesarios. Lo que creemos tener derecho a exigirles, en nombre de los intereses supremos del país, es que sobrepongan a sus pasiones, a sus caprichos, a su egoísmo, aquellos sagrados intereses, cuando ellos puedan sufrir en la lucha menoscabo.
Aceptaremos, pues, y respetaremos como legítima la existencia de todos los partidos que se sujeten a la ley. Para nosotros ninguna escuela posee el privilegio de la verdad política. Colocadas en diferentes puntos de vista, descubre cada una de ellas una sola fase de las cuestiones que apasionadamente controvierten, y sus errores no suelen ser otra cosa que verdades incompletas.
Así es que las más de las veces todos los partidos tienen algo de razón, y ninguno toda la razón. Y sin ningún partido puede decirse infalible, tampoco ninguno debe considerarse impecable. ¿Hay algo más absurdo y grosero que esa eterna apoteosis de los partidos por sí mismos, y esa perpetua denigración de los partidos contrarios? ¿No hay patriotismo y desinterés y buena intención en muchas de las personas, que figuran en todas las agrupaciones políticas?¿No hay también, por desgracia, ambiciosos, intrigantes y explotadores en todas ellas? No santifiquemos, pues, ni anatematicemos a ningún partido: seamos tolerantes con todos ellos, juzgándolos con la imparcialidad que sólo puede tener un periódico que con ninguno de ellos esté comprometido.
V
Ajena nuestra publicación a los partidos, podrá ser independiente de los gobiernos. Los periódicos, según las leyes de guerra dictadas por el espíritu de bandería, han de ser "ministeriales u oposicionistas". Obre como quiere el gobierno, tiene seguros el aplauso de los unos, la reprobación de los otros. Para aprobar o combatir los actos del poder, no se toma en cuenta su bondad intrínseca, sino la actitud que respecto a las personas que lo ejercen ha adoptado el periódico.
Así la prensa olvida los altos deberes de la imparcialidad hasta convertirse en una "claque" vergonzosa, organizada para aplaudir o para silbar, de un modo ruidoso e indigno, a determinados gobiernos.
¿Es que se ha perdido ya la gravedad, el decoro y el seso, en este formal y juiciosos país, tan circunspecto y digno en otros tiempos? ¿Es que todos nos hemos vuelto locos? ¡Ah! Poco esperamos del juicio de los hombres de partido; pero como aún quedan muchos, quizá más de lo que se cree, que no lo son, nosotros, buscando su apoyo, queremos tomar por lo serio la misión de la prensa para con el poder, del que debe ser eterno y severo vigilante; y seguros de que no tendremos la dicha de lograr un Gobierno dotado del raro privilegio de acertar en todo, y confiados en que no llegará nuestra desgracia al extremo de sufrir otro que en todo yerre, no seremos nunca periódico ministerial, no seremos nunca periódico de la oposición. Independientes siempre, aplaudiremos y censuraremos, con mesurada imparcialidad, actos determinados, según los juzguemos beneficiosos o perjudiciales para el país, prescindiendo por completo del color político del Gobierno que los lleve a cabo.
VI
Pero, ¿Cuál será nuestro criterio para tratar de la cosa pública? ¿De qué modo entendemos cuáles son las necesidades del país en materias políticas, administrativas, económicas y financieras?
Nuestro criterio es el modesto criterio del sentido práctico.
En la anterior legislatura -permítasenos este recuerdo- discutíanse en el Congreso con el acostumbrado calor graves cuestiones de presupuestos. El Gobierno no accedía a nada de lo que solicitaba la oposición; ésta no aprobaba nada de lo que proponía el Gobierno. En tal situación que es crónica en nuestro parlamento, olvidóse sin duda de su papel un elocuente ministro, y exclamó: ¡Ah! Si los señores de enfrente pudiesen encerrarse conmigo sin testigos por unas cuantas horas, dejándonos aquí nuestros antecedentes políticos ¡cuán pronto estaríamos todos de acuerdo!
Pues bien: ese criterio desinteresado y recto, que pondría de acuerdo, no en todos los puntos controvertibles de la política, pero sí en los que más directamente afectan al país, a los hombres de buena voluntad de todos los partidos, si prescindiesen por un momento de sus compromisos y preocupaciones, ese criterio es el nuestro.
VII
Ya hemos dicho que no venimos a hacer política. Sin renunciar a nuestras particulares convicciones aquellos de nosotros que hemos dado a conocer nuestras ideas, creemos llegado el momento de apartarnos en esta publicación de las parcialidades militantes para atender a intereses de otro orden seriamente amenazados. Pero como en el debate de los asuntos públicos es imposible prescindir por completo de los principios políticos, vamos a decir cuáles son las aspiraciones que en esta materia van a ser la norma de nuestro periódico.
Queremos que el trono, símbolo tradicional de la unidad patria, se conserve levantado sobre todos los partidos constitucionales, aprovechando en ocasión oportuna los servicios que cada uno de ellos puede prestar a la nación. Queremos que las Cortes sean verdadera representación del país, y que de ellas reciban su fuerza gobiernos de larga y vigorosa vida. Queremos que los derechos individuales estén firmemente garantizados y sean escrupulosamente respetados. Queremos que el principio de autoridad recobre el prestigio que ha perdido; que la ley sea el Arca Santa ante la cual se posterguen gobernantes y gobernados, y que la conciencia, algo amortiguada, de los derechos y de los deberes sea para todos suprema norma de conducta.
Lográramos todo eso, mejoráranse y purificáranse las costumbres políticas, y no nos asustarían los teóricos que quieren hacernos avanzar más y más en materias de libertades públicas, ni los que se empeñan en que retrocedamos. La política, en su aplicación práctica, es arte de circunstancias; y como éstas pueden exigir provechosas variaciones en el giro que se dé a la gobernación del país, es necesario conceder que todos los partidos legales pueden prestar grandes servicios al país.
Lo que nosotros queremos, lo que nuestra trabajada patria necesita, es que los cambios políticos no se repitan cada seis meses, y que sea la opinión pública, legalmente expresada, no una intriga palaciega, un tumulto en las plazas, o una sedición en los cuarteles, la que determine esos cambios.
VIII
Ha dicho con razón un consumado publicista, que en España la administración es esclava de la política. Pues bien; la gran necesidad del día es emancipar a esa esclava. Una buena ley de empleados, escrupulosamente cumplida, produciría mayores bienes que todas las reformas políticas por las que los partidos combaten. Hasta que no se cierra herméticamente las puertas de las oficinas a las bastardas influencias de partido, España no estará bien administrada.
No sólo hay que dar independencia a la administración: hay que descentralizarla, prestando mayor vida a las provincias y a los pueblos, sujetos hoy a la absorción burocrática de Madrid, y hay que simplificarla, arrancando ruedas inútiles que la complican, y facilitando el despacho de todos los asuntos.
Nada de esto se hace, porque no lo deja hacer la política, y por eso nosotros pedimos la subordinación de las cuestiones políticas a las reformas que reclama la nación entera.
IX
Más grave y trascendental que la cuestión administrativa es la rentística y económica. La actual situación de nuestra hacienda es de todo punto insostenible. Vamos a la bancarrota, y preciso es evitarla a toda costa, variando el rumbo. Hay que hacer una gran reforma en el sistema tributario, y una gran reducción en los gastos públicos. Como venimos a representar a los contribuyentes, este será el predilecto objeto de nuestros trabajos. Si nuestra pacífica tarea consintiese un grito de guerra, ese grito sería "Reformas y economías".
A las reformas financieras queremos que acompañen las económicas. España atraviesa una crisis gravísima: comprometido el crédito, paralizada la industria, sin salida la producción agrícola, muriendo de inanición el comercio, se ha llegado a temer la inminencia de alguno de esos cataclismos sociales que suele provocar la pasión política cuando encuentra coyuntura para apoderarse del malestar de las masas. Acudimos, pues, a la más urgente necesidad del momento, llamando hacia el estudio de esa clase de cuestiones la distraída atención de un público ya cansado de todo.
X
No nos hará olvidar, empero, la prosperidad material de nuestra patria, por la que constantemente trabajamos, los sagrados intereses que en un orden superior afectan a la humanidad. El adelanto intelectual y el mejoramiento moral de nuestro pueblo tendrá en nosotros humildes pero fervientes apóstoles. Sin participar de la opinión de los que calumnian a nuestro siglo, suponiéndole más pervertido que todos los anteriores, y reconociendo por el contrario sus legítimos progresos, creemos, sin embargo, que produce funestos males el entibiamiento de la fe religiosa, relajando los vínculos morales, sin los cuales no pueden vivir y prosperar las familias y las naciones. No hay civilización verdadera sin creencias arraigadas y severos sentimientos morales. Por eso cuanto contribuya a hacer a todas las clases religiosas, morigeradas, instruidas y cultas, es preferible, para nosotros, aun en las columnas de la prensa, a las luchas estériles de las banderías militantes.
Las ideas religiosas, apartadas como las queremos de todo interés político, merecerán siempre nuestro respeto y veneración. Nuestra pluma no es bastante autorizada para defenderlas, ni es esa nuestra misión; pero en todas las cuestiones sociales sabremos apreciar los principios religiosos que en ellas suelen estar involucrados.
Los sentimientos morales serán para nosotros igualmente sagrados, y nunca permitiremos que aparezcan en nuestras columnas, ni aún en la parte destinada a amenizar el periódico, una sola palabra que pueda parecer peligrosa o inconveniente, en una publicación que aspira a entrar, como un amigo de confianza, en el seno de las familias.
Trabajaremos, en fin, por la propaganda de la instrucción y la cultura, no sólo discurriendo sobre los medios de extenderlas y encaminarlas a buen fin, sino también dando mayor lugar del que suelen conceder los diarios políticos, a la literatura y las artes, divinas y amables civilizadoras de los pueblos.
XI
He ahí el programa de nuestros propósitos. Realizarlo dignamente es empresa superior a nuestras fuerzas, y como a lo que ellas alcancen queremos limitar nuestro trabajo, los dedicaremos en primer lugar a la protección y defensa de los intereses colectivos y particulares de las provincias valencianas.
Valencia tiene desgracia en las altas regiones gubernamentales. Mientras otras provincias miran prevenidas sus aspiraciones con vigilante solicitud, Valencia hace infructuosos esfuerzos para obtener lo que de justicia se le debe, y fácil nos fuera presentar ejemplos de la ineficacia de sus fundadísimas reclamaciones.
De todos esos agravios, presentes o futuros, venimos a pedir justicia un día y otro y otro, al distraído Gobierno; y después de pedir justicia, pediremos lo que todo poder político debe a los intereses del país, pediremos la protección y el fomento, de que tan necesitada está en muchos ramos la riqueza pública en general y muy especialmente la de nuestras desatendidas provincias.
XII
Por ello solicitamos, y en gran parte hemos obtenido ya, la cooperación de todos los buenos patricios que deseen la felicidad de Valencia. Esta obra de unión, si llegamos a realizarla, será el satisfactorio premio de todos nuestros esfuerzos. Ajenos a todo propósito de influencia política, apartados de las diversas fracciones que se disputa el mando, ofrecemos a todos nuestros paisanos un palenque libre para trabajar en pro de los comunes intereses. Otras provincias nos ofrecen el ejemplo de ese espíritu de localidad que une, cuando se trata del bien del país, a los que están separados de la esfera política. ¿Por qué, no ha de suceder lo mismo en Valencia? ¿Por qué no ha de haber un terreno neutral en el que se aproximen y entiendan las diferentes influencias locales? ¡Cuántas prevenciones injustificadas se desvanecerían de ese modo!
¡Ojalá pudiéramos contribuir nosotros a tan lisonjero resultado! Para alcanzarlo estamos dispuestos a hacer todo lo que de nosotros dependa, comenzando por renunciar al monopolio en la realización de nuestro pensamiento. No queremos ser los únicos abogados de Valencia, no; levantamos una tribuna a donde puedan subir a defenderla los que son más dignos que nosotros de este honor.
No cabe ningún exclusivismo en nuestro propósito; pero -porque en ella tenemos más fe- nos dirigimos especialmente a la juventud. Jóvenes todavía nosotros, nos ha convencido la experiencia, propia y ajena, de la ineficacia para el bien de los partidos, tal y como están en el día divididos y soliviantados; y venimos a impulsar en valencia ese movimiento que principia a sentirse en todos los ámbitos del país, y que es una protesta de la razón y del patriotismo contra la exageración del espíritu de bandería. Buscamos, pues, nuestros secuaces entre los que están libres de las preocupaciones y los compromisos de los viejos partidos, sin rechazar empero, en los asuntos no políticos que va a ocuparnos casi exclusivamente, la cooperación de los que de buena fe militan en las antiguas parcialidades.
Fundamos, en conclusión, un periódico para todos los buenos valencianos; sus columnas les ofrecen lugar para el decoroso debate de los intereses públicos: la gloria de los resultados que pueda obtener nuestra empresa será de los que se dignen acudir a nuestro bien intencionado llamamiento.
Valencia, enero de 1866. Imprenta de José Domenech