Matrimonios entre mujeres

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​Matrimonios entre mujeres​ de José María Llanas Aguilaniedo
Nota: «Matrimonios entre mujeres» (agosto de 1904) Nuestro Tiempo, año IV, nº 44 p. 95.
MATRIMONIOS ENTRE MUJERES

 El día 2 de Julio de 1587, el párroco Ayllón firmaba en Ocaña un documento dirigido á los inquisidores de Toledo, notificándoles esto[1]:
 «avra vn año poco mas omenos que vino a esta villa vna muger de color mulata que se dice elena decespedes natural de alhama la qual vino y a estado en esta villa en avito de hombre y a tenido por oficio ciruxano y vino casada con otra muger que se dice maria del caño vecina de cienpofuelos, el governador desta villa por sospecha o aviso que tuuo la prendio y tomándola su confesión dixo que era hombre y casado con la dicha maria del caño y para mas testimonio presento una fe de como fueron casados en yepes y vna informasion de ocho o diez testigos que hiço en Madrid como era hombre y que la avia corrompido y tenido sospecha de preñada del, el governador mando aciertos médicos y a un cirujano y a comadres que la viesen y declarasen la verdad y todos dicen y declaran ser mujer el governador va rretificando los testigos de la informacion que la dha elena de céspedes presento y los que sean retificado digen quesuerdad que la uieron y tentaron y que era hombre y que agora sauen ques muger y que entienden que esto no puede ser sino por arte del diablo, paresciome era rraçon dar desto a vras merçedes notiçia por ser negoçio tan es tra ordinario y también por parescerme compete a vras merçedes el castigo de tal caso lo uno por el menos preçio del sacramento y también por sospechas que del caso resultan», etc.
 Contestóle el Tribunal que, en efecto, era de su competencia tratar este caso, pues «la dha Ana (sic) de Céspedes siendo muger y siendo casada con otra ...(estaba) vehemente sospechosa de sentir mal del sacramento del matrimonio» y la mulata Elena ó Eleno, pues de estos dos modos se la nombra en el proceso, pasó á las temidas cárceles del Santo Oficio, en hábito de hombre, contando entonces 41 ó 42 años.
 Las vicisitudes de esta aventurera, descritas en la parte creíble[2] de su declaración, merecen ser conocidas. Nació esclava —aunque inmediatamente fué hecha libre— de padre molinero-labrador y madre negra, en casa del amo de ésta, donde vivió hasta los 8 años ó 10, marchando por aquella época de su vida á Vélez-Málaga, como acompañante de una hija del amo, recién casada, que allá iba. Dos años la sirvió, volviendo luego á Alhama. Acababa de morir, en esta población, la Sra. D.ª Elena de Céspedes, mujer del amo, y en contemplación de la misma pusieron á la mulata el nombre con que se la conoció desde entonces.
 Allí estuvo, al lado de la negra, su madre, aprendiendo á tejer y ejercitándose en ello, hasta que la casaron con un Cristóbal Lombardo, de oficio albañil, quien no pudo sufrirla más de tres meses, y la abandonó, dejándola encinta. Tenía entonces Elena 16 años. Acomodóse en casa de un vecino, donde parió un hijo, continuando en Alhama mientras vivió la negra.
 Del albañil, único varón que conoció á Elena, según ella sostenía, no volvió á acordarse en el resto de su vida, sino para decir que había muerto en Baza, aunque el fiscal negaba tal defunción. Dejó á su hijo, olvidándolo también, en Sevilla «en casa de un extranjero», y dióse á la vida aventurera y errante, obedeciendo á su propio natural, que le pedía variación, y á la inestabilidad nacional, tan bien caracterizada por Salillas, al estudiar aquella época: «propensión emigradora, ineludible en todo pueblo que no ofrece, allí donde se nace, el retentivo suficiente para localizar la vida y desenvolverla»[3].
 Así vemos á Elena errando de pueblo en pueblo, tomando y ejerciendo diversos oficios, adaptándose con cambios sucesivos á aquella baja sociedad de su tiempo abigarrada como aluvión, rica y diversa en «tipos, trajes, costumbres, relaciones y procedencias»[4]. Desde Granada, donde sirve de criada á un clérigo y es sucesivamente tejedora, sastra, calcetera, pasa á Sanlúcar y á Jerez, ejerciendo en cada uno de estos lugares las dos últimas profesiones.
 En Jerez, un rufián la desafía y riñe con él tirándole un puñal, hecho que le vale ser encarcelada. Temiendo, al salir de la prisión, las amenazas que tanto él como otros rufianes del mismo bando le habían dirigido, encamínase en traje masculino á Arcos, donde asentó en calidad de mozo de labranza; era la primera vez que vestía tal hábito, y sin duda representó bien su papel, pues nadie hubo de extrañar en ella cosa alguna. No conforme con el salario que allí se le daba, pasa á Alcudia, sirviendo en este punto quince días como pastor; mas tomándole por monfí[5] le encarcelan, debiendo su libertad á un licenciado de Alhama que acaso pasó por allá y, habiéndola visto, dijo en secreto al corregidor quién ella era. Tras estos lances, entra á servir á un sacerdote de Arcos, obligándola el dicho corregidor á vestir conforme á su sexo, y determina marchar á la guerra contra los moriscos levantados en Granada, alistándose como soldado en una compañía. Tendría entonces 21 ó 22 años; desde esta fecha no vuelve ya á vestir el traje femenino. Vuelta del campo la compañía, y deshecha en Arcos, queda Elena de sastre público en este lugar, examinándose para poder ejercer su oficio con calificadores de Jerez, que le expiden un título de sastra conociendo su sexo. De nuevo la ida á la guerra contra los moriscos, en sustitución de un vecino que se lo paga, la decide y allá va, formando parte de una de aquellas compañías aventureras tan frecuentes en su tiempo, formadas por diversidad chocante de elementos y en las cuales, como dice Menéndez Pelayo[6], «apenas había término medio entre el caballero y el pícaro, y en que á veces andaban juntas las dos cosas».
 Terminada sin percance la jornada, vérnosla luego recorrer, siempre como sastre, Arcos, Marchena, Vélez, Alhama, Archidona, Osuna y Madrid. En la corte hace amistad con un cirujano valenciano, á quien lleva de huésped á su casa, y aprende de él en muy pocos días el arte de curar, que tiene ocasión de practicar durante tres años consecutivos en un hospital de la corte; curando recorre luego los pueblos del Guadarrama, donde la acusan de ejercer sin título, viéndose obligada á volver á la corte, donde obtiene sin dificultad uno de Cirugía y otro para poder sangrar y purgar. Su actividad, como se ve, era grande, no menos que su inteligencia, su espíritu progresivo y sus facultades asimiladoras.
 Una vez en posesión de sus títulos, se detiene en Madrid bastante tiempo y pasa luego á Cuenca y á Laguarda, donde, efecto de una pesadumbre[7], determina incorporarse á una compañía que por allí pasaba, y reemprender su vida militar curando heridos hasta Pinto.
 Con estancias sucesivas en Pinto, Valdemoro y Ciempozuelos, lleva tres años más, y, cayendo enferma en este último pueblo, conoce, fijándose en la hija del huésped, su enfermera y regaladora, esa embriaguez del amor de que habla Bernaldo de Quirós en su expresivo y completo librito recientemente publicado[8]. Vivamente correspondida, decide casarse con ella y tiene que vencer grandes dificultades para arrancar la licencia de matrimonio al Vicario de Madrid, quien, viéndola sin barbas, lampiña, no quería creer fuese hombre completo. Ella se ofreció á ser reconocida, «para lo qual —dice el proceso— llebaron(la)... a Vna casa alli cerca y tres hombres o quatro miraron(la) por delante porque nunca esta consintió que la mirasen por detras porque no biesen La natura de esta muger y los dhos. hombres dijeron... que hera hombre y que no hera (lo que se suponía)». Con esto consiguió la autorización deseada, saliendo como impedimentos la demanda de una viuda madrileña, á quien había dado palabra de matrimonio, y el público rumor que la señalaba como» ser mixto de macho y hembra. Exigiéronle en vista de esto ser examinada de nuevo y protestando lo muy conocida que en Madrid era, fuese á Toledo donde el reconocimiento pudiera tener lugar; de allí la reexpidieron para la corte, deteniéndose algún tiempo en Laguarda y Yepes, donde, según quería hacer creer, hubo de someterse á ciertos «labatorios con bino y balaustras y alcool y otros muchos remedios y sahumerios para ver si podría cerrar su propia natura... ó ya que no se pudiere arrugar del todo a lo menos que se apretase de manera que pudiese disimularse». Según ella, consiguió estrecharse de modo increíble; pidió al alcalde que la vieran cirujanos y otras personas —hasta diez,— los cuales, en la posada de ella y á la luz de una vela ó candil, «tentaron y bieron... y ninguno dellos pudo... ni conocer que esta tuviese sejo de muger y aunque es verdad que tentaban Vna dureça... preguntaban a esta que fuera aquello y esta les respondía que de una... postema lo avian dado alli un botón de fuego y le avia quedado aquella dureça... con este engaño.... los dichos diez hombres así médicos como los demás que le miraron declararon... no tener esta sexo de mujer» y estar conformada como hombre. Todavía el Vicario de Madrid ordenó la reviesen los doctores Mantilla y Díaz, con quienes pasó otro tanto, obteniendo entonces Elena Céspedes la autorización para casarse con María del Caño, á cuyo lado vivió más de un año en Yepes; hasta que pasando á Ocaña, donde no había cirujano, el alcalde mayor escribió al gobernador dándole cuenta de haber conocido estando en la guerra de Granada á Céspedes, del cual se decía por unos que era mujer, y por otros que era macho y hembra.
 Hízola entonces prender el gobernador y pasó á poder del Santo Oficio.
 Ante sus jueces, Elena Céspedes se defendió como sigue: «rrespondiendo a la publicación de quatro testigos... y a la acusación... de que siendo muger... me hiçe hombre E demostraçion de serlo con pacto expresso o taçito del demonio para casarme con otra muger como yo... Digo que sin embargo... devo de ser... dada por libre... porque yo con pacto expresso ni taçito del demonio nunca me fingy honbre... E lo que pasa es que como Eneste mundo muchas veçes se an visto personas que son andróginos que por otro nombre se llaman hermafroditos que tienen Entramos sexos yo también Esido uno de estos y al tiempo que me pretendí casar... prevalesçia mas En el sexo masculino E naturalmente era honbre E tenga todo lo necessario de honbre para poderme casar y de que lo era hiçe informaçion E probanza ocular de médicos E zirujanos peritos. Lo otro porque por dichos de mugeres que Estan en esta causa examinados con quien yo E tenydo ayuntamiento carnal constara yo ser honbre y tener efectos de tal al tiempo que tenga el dicho ayuntamiento y tenerme por tal honbre y ansí lo dize El primero testigo de los quatro que se me dieron En publicación y no obsta el deçir que no tuve effusion semynis porque aquello no fue por falta de ser honbre sino por alguna de las causas por las quales otros honbres caen en esta falta...; no me dañan...—los dichos de los testigos que atribuyen á pacto con el diablo el haber parecido hombre á los peritos— porque yo naturalmente E sido honbre y muger y aunque esto sea cosa prodigiosa y rrara que pocas veces se ve pero no son contra naturaleza los hermafroditos como yo lo E sido... no me daña el averme casado como honbre con muger por que quando me case… prevalesçia... En el sexo masculino y me pude casar con mujer y así esta determynado que se puede hager. Lo otro porque si aora no paresce En mí el sexo masculino y m... es porque me dio una Enfermedad En el de la qual se me vino a consumir Eyo como zirujano que Esido y soy me le cure e fui cortando poco a poco hasta que no quedo nada del y quando me truxeron a Este Santo Offizio truxe unas llagas y costras En ellas las cuales vieron los médicos que me Entraron aver y dixeron que caydas las costras quedaría zicatrizado aquello donde estauan».
 Como se ve, había urdido para defenderse toda una fábula complicada, bajándola en la existencia de los hermafroditas y presentándose como tal á los jueces; más explicaciones dio al ser preguntada acerca de cómo había logrado engañar á los médicos y personas que en diversas ocasiones la reconocieron; contaba que al alumbrar á su hijo sufrió una rasgadura, siguiéndose á ella la aparición de órganos hasta entonces ocultos, los cuales, retenidos todavía por adherencias, no se ofrecieron tan perfectos que no fuera menester una pequeña intervención quirúrgica para dejarlos á satisfacción de la propia Elena. Complacíase, al parecer, en estas explicaciones, y descendía á menudos detalles, apuntados en las declaraciones con una claridad que aquí no podemos usar. Su primera empresa masculina llevóla á cabo, según su confesión, una tarde en Sanlúcar, siendo objeto de ella la mujer moza y hermosa de un mercader, en cuya casa estaba Elena haciendo obra de sastre. Quedándose solas las dos, ésta se fué á la joven besándola, de lo que recibió la otra gran sorpresa y susto. No la rechazó, sin embargo, aunque la inteligencia completa entre una y otra sólo algo después hubo de establecerse. Dijo que estuvo todavía cuatro ó cinco meses en casa de la dicha mujer, sin que el mercader sospechara lo más mínimo, hasta que el corregidor, enamorado también de ella y viendo que Elena la celaba, echó á ésta de la ciudad.
 Muchas mujeres la conocieron desde aquella fecha en la intimidad, especialmente una hermana del párroco de Azcor; no distinguía de estado ni naturaleza, y ponía particular empeño en afirmar que, á excepción de la sanluqueña, ninguna otra supo que la conquistadora era también del sexo femenino; ni aun su propia mujer María del Caño, cuya curiosidad, sin embargo, la puso, según decía, en grandes aprietos.
 Llamados los mismos doctores Mantilla y Díaz para emitir nuevo dictamen, declararon —en contradicción con su primer informe— que Elena era mujer, sin duda posible ni diferencia alguna con las demás, y que no parecía señal por donde se pudiera colegir hubiese tenido además el otro sexo; acompañaban esto con abundancia de detalles é ideas reinantes en la época acerca de disposiciones anatómicas especiales en los órganos á que hacían referencia; añadiendo que Elena sabía engañar con gran perfección á las mujeres á quienes amaba, y que «todos los actos que como hombre dice que hizo fué con algunos artificios, como otras burladoras an hecho con baldreses y otras cosas como se an visto». Confesaban también su engaño, atribuyendo el yerro á «ylusion del demonio ó sotilega y embuste de la Malaventurada muger que con algún artificio los engañó»; artificio que, tapando su sexo de mujer, dejara aparente el otro, «que en realidad mostraba completo», y esto lo afirmaban con muchas veras, «y como le vieron con la buena fee... y no estaban en malicia no escudriñaron ni miraron tan particularmente...»
 Estos peritos, .que con tal puntualidad dictaminaron acerca de la naturaleza física de Elena, no tuvieron una sola palabra acerca de la inversión sexual de que se hallaba afecta, móvil absorbente, esencial y único de sus actos ilícitos. El tipo se nos revela de modo muy completo y como esculpido en los diferentes escritos que componen la causa, encarnado, además, como constantemente lo hemos observado, tratándose de viragos específicas, en uno de esos individuos que se desarrollan según su propia norma y declarada ó tácitamente opuestos al medio que trata de regirlos.
 Elena, hija de negra, tiene numerosas ocasiones en su vida de demostrar esa alma salvaje, tan característica en las razas de color [9]. Ofrece del nómada la movilidad, el gusto de escampar en busca de alimento unas veces, por capricho otras ó removida por cualquier acontecimiento, detalle ó cuestión que la disgustara, como se comprueba en sus declaraciones donde los cambios de población aparecen en número de 33 —sin contar el continuo ir y venir entre Madrid, Cuenca y Laguarda durante el tiempo que en esta zona se detuvo[10],—y su decidida inclinación por la vida inestable del soldado, demostrada en tres distintas ocasiones. De su inestabilidad mental y proteísmo de aptitudes, tan frecuentes en los primitivos, dan idea los diez oficios ú ocupaciones diferentes á que se dedicó. Vivía al día, trabajando solamente lo necesario para poder vivir, pues ni se le encontró dinero, ni del inventario de sus bienes se deduce que empleara el que le sobrase en mejorar su casa, desmantelado refugio donde guardaba los bienes siguientes:

 

«Vn cofre encorado.
Vn colchón viejo roto.
Vna artesa vieja quebrada en dos pedaços.
Otra artesa mayor también vieja.
Vna imagen de Sant Francisco.
Otra imagen de Sant Jerónimo en guadamecil.
Dos imágenes de Ntra. Sra. pequeñas doradas.
Vna tabla de ycaro.
Vn tenedor, unas tiseras de despauilar.
Vna cajita pintada, una almohada morisca.
Vn tocado de oro falso con su guirnaldilla.
Vn cuerpo de tafetán carmesí.
Vn tocado de seda de canutillo.
Dos ymágenes la una de santa bárbara y la otra de Sancta cathalina de bulto.
Vnas tiserillas, y una llave, una silla vieja de costillas quebradas.
Vn frasquillo de latón, una calderica y una botella vieja.
Vn vaneo y un atravesaño de cama.
Vna caxilla con unos trapos viejos, un harnero roto.
Vn gurron una vasera.
Vna espuerta y dos esportillos con unas botas.
Vna cestilla vieja un pellejo de Zorra.
Vna almohadilla vieja y un pedazo de tabla.
— 27 cuerpos de libros grandes y pequeños.
Vna tabla pequeña para mondar arroz»[11].


 El ajuar, como se ve, era muy modesto y dejaba mucho que desear en cuanto á estado de conservación, detalle que sirve para formamos idea de la incuria de su posesora y de su escaso ó nulo instinto de fijeza. Añadamos á esto la insensibilidad afectiva, la sequedad de corazón que le hace olvidar y no cuidarse más del hijo que dejó en Sevilla en casa de un extraño, hasta el punto de no saber si era vivo ó muerto; la carencia de sentido moral que en unas ocasiones demuestra, ó la perversión del mismo en otras, como cuando trata de justificar su matrimonio homosexual explicando que creyó obrar en servicio de Dios llevándolo á cabo[12]; su indiferencia por las normas y conveniencias sociales, por la ley que impasible infringía, por la autoridad de la cual se burlaba inventando fábulas grotescas y perjurándose á cada momento ante sus jueces, pues jurara declarar la verdad pura; su ingratitud con el blanco honrado que la llevó al altar; la ingenua crueldad[13] que tal vez implicara aquel su incesante hablar de la propia mutilación, de las operaciones practicadas en sí misma para anular poco á poco el pretendido sexo masculino; el olvido de la propia palabra prestada en ofrecimiento de matrimonio á la viuda madrileña; su natural supersticioso que le hacía frecuentar el trato de hechiceras, especialmente el de una morisca con quien estaba, según el párroco Ayllón, «muchas veces de día y de noche y que después que a (Elena) prendieron sea ausentado»; su amor por la diversión, no vacilando ya ante las riñas peligrosas que suelen acompañar á las de cierto género[14]; su vivir incurioso y sin trabas, ni sometido ni autoritario, son otros tantos caracteres que acreditan su alma primitiva y coinciden con el conjunto de los que Lombroso considera en el salvaje.
 En tal sujeto viene á manifestarse la nota realmente interesante de la personalidad de Elena, su inversión sexual ingénita, que ella trataba de explicar por un falso hermafroditismo físico.
 Según se ve, consideramos desde luego el caso de Elena Céspedes como una psicopatía esencial; como anomalía, hija de un reflejo psíquico, sin cuidarnos de descartar la posibilidad de habérnoslas con uno de esos casos de perversiones[15] secundarias, debidas á vicios de conformación en los genitales de algunos hereditarios; vicios que, dando lugar á una disestenia genésica, llegan á trastornar la vida moral y originan fenómenos semejantes á los presentados por las perversiones psíquicas puras. Toulouse, que ha tratado recientemente este asunto, habla, en efecto, de tal orden de fenómenos—correspondientes á lo que ya Tonnier llamaba trauma moral, y de la reacción que su estudio está provocando actualmente contra la concepción exclusiva de las perversiones, como psicosis absolutas; mas, en el caso de Elena, los médicos, en el último formal y detenido reconocimiento, asentaron la normalidad sexual de ésta. Únicamente existe en contra el hecho de que, cuando niña, el tributo periódico de su seno era muy escaso, continuándole después, aunque no ordenadamente, ni mucho menos[16]. La cuestión, por lo tanto, está en saber si éste es trastorno orgánico suficiente para influir sobre el alma de modo tan profundo. Mientras esto no se esclarezca, tenemos que considerar á Elena como habíamos indicado: como una psicópata esencial.
 El hecho de haber estado casada con varón, obligada por sus padres, y en una época—los diez y seis años—en que la voluntad, faltando el conocimiento de uno mismo y del mundo, está vacilante y sin vigor para oponerse á cosa que pueda contrariar una inclinación tardía, como es la sexual, nada dice en contra de su real inversión. Se ha visto, además, que el marido no pudo sufrirla—tan insoportable le hacía la vida—más de tres meses, tiempo apenas suficiente para que una mujer normal pueda desilusionarse y odiar goces—no sólo materiales—que comienza á conocer. De esta época de su vida data, sin duda, la conciencia de su verdadera inclinación sexual, atribuyéndolo ella, falsamente, á la ruptura del velo alumbrador, de órganos hasta entonces no sentidos; nunca tales atributos anatómicos de masculinidad habían existido en la reo, según los peritos; pues, «aunque es verdad—decían—que todas las mujeres tienen t... son ynteriores en la madre, de manera que no se pueden ni tentar por de fuera»; y en lo referente al penis, «aunque es verdad que pudo crecerle lo que llaman ninphe opudendmn (sic) que les nace a algunas mugeres en la matriz pero que esta no le tiene ni señal de auerla tenido y aunque la tubiera no pudiera salir fuera ni tener fuerza para hazer lo que... dice que acia... y enquanto dice que para hazerle salir el (penis)… la rompieron Vn pellejo, que es falso poreque aunque tubiera la dicha ninphe, que es á manera de (penis) que se afloxa é yncha con la pasión natural que les viene á las mugeres que la tienen hera ymposible salir por donde dice la dicha Elenadecespedes y no tiene señal de auer anido herida... ni cicatriz... y que si ouiera deauer cicatriz... auia de ser sobre el empeyne que es... donde nace... alas mugeres hermafroditas como todos los médicos y Zurujanos dicen... que en cuanto à la (polutio)…[17] podia ser Vna humedad que suele salir de la madre naturalmente como á todas las demás... en el tiempo que tienen acceso y delectación con barón y que ansi si esto caya en el bajo de las otras mugeres con quien entraba podia engañarlas»; pareciéndoles en síntesis que «todos los actos que como hombre dice que hizo fué con algunos artificios como otras burladoras an hecho con baldreses y otras cosas como sean visto».
 Es difícil concebir cómo pudo alcanzar con medios tan burdos esta maestría en imitar disposiciones anatómicas con la perfección necesaria para no ser sobre el terreno descubierta, y así hay que suponer que, valiéndose de los procedimientos de seducción corrientes entre lésbicas, llegaba á posesionarse del corazón de sus amantes, enamorándolas y dando en la intimidad á estos amores la única satisfacción posible; la homosexual, bastante, como es sabido para mantener unidas estas parejas más estrechamente á veces que suelen estarlo las heterosexuales corrientes. Dada esta intimidad, y conociendo cuanto comprometían en aquella época las relaciones contra natura, Elena pudo instruir á sus amadas en lo que debían decir cuando se las interrogara acerca del comportamiento sexual de su seductora. Tratándose de María del Caño, esto es más que probable, tanto por la intimidad del lazo que las unía, como por haber coincidido punto por punto las declaraciones de ambas respecto al modo de explicar ciertos detalles de su vida conyugal, detalles que implicaban una imposibilidad física, haciendo evidente el convenio que en efecto pudo mediar, pues se vieron y comunicaron en el tiempo en que Elena estuvo prisionera. Por lo demás, ésta aparece como virago decidida é inconfundible con esa masculinidad del alma, frente á la cual los atributos físicos de lo viril significan muy poco. Siente y piensa como hombre, llevando una vida activa y de lucha; sus oficios son oficios de varones, con los cuales alterna, pasando como uno de tantos hasta en la guerra[18], donde su recato é ingenio para que su secreto no llegue á ser claramente descubierto tuvieron que ser muy grandes; viste como suyos propios hábitos de hombre durante veinte años de vida, siempre escudándose ante los preguntones insistentes con el embuste de un hermafroditismo ó doble personalidad física que sólo en su imaginación, existía.
 Se la ve detenerse en pequeñas intrigas y farsas para desorientar á los médicos y á sus convecinos; apurar en esto su ingeniosidad, su disimulo y verdadero talento, gozándose en el engaño de todos con la misma íntima satisfacción que embriaga al uranista cuando; merced á su arte, consigue tener por algunas horas intrigado y engañado en noche de carnaval á cualquier individuo de su sexo[19].
 Su deseo de progresar y de instruirse parece asimismo derivado de la misma psicosis que la llevaba á copiar una forma de actividad más propia del varón[20], sobre todo en aquel tiempo; pero el haber querido adiestrarse en la Cirugía, y desde luego sus relaciones con hechiceras, pudieran tal vez obedecer á la esperanza de encontrar un día los medios que habían de permitirle alumbrar su otra naturaleza, el sexo que creía quizá escondido dentro de sí y á quien llamaba haciéndole objeto principal de sus grotescas invenciones[21], en cuyo fondo un sentimiento de amargura, de decepción impotente reposa.
 Nótense también su continuo hablar de estos órganos y de sus funciones; especiales que se atribuía, divagando en tales recreaciones y fantasías de sexualidad contraria con palabras ni decentes ni respetuosas para dichas ante tribunal tan severo como el de la Inquisición; así como la fruición particular que en ellas parecía poner, comparable sólo á la que hemos observado en la charla de algunos uranistas habida ante personas respetables y á quienes veían por vez primera.
 La asimilación perfecta de la psiquis y del comportamiento masculinos; esa adaptación artificial á las maneras del sexo opuesto, adaptación que, según Celesia, se agrega posteriormente á la inversión del alma en esta clase de individuos, se ven evidenciadas en Elena cuando sostiene que corrompió y llevó la virginidad á María del Caño, sospechando haberla dejado encinta tras la romántica aventura del enfermo que se enamora de su enfermera como tan frecuentemente acontece en los amores normales; su actividad y despreocupación á lo Don Juan, dando palabras de matrimonio que deja luego incumplidas; su obsesión por ocultar, negar y aniquilar las manifestaciones de su verdadero sexo, tomando pócimas y sujetándose á tratamientos, para tabicarse, deseando secar á todo trance la sagrada fuente que, ajena á tanta tristeza é inobediente, continuaba, aunque tardía y torpe, rindiendo su tributo; el mismo espíritu emprendedor de Elena, poco dado á contemplacionés de índole nó práctica[22], los mismos celos con los cuales hay noticia que guardaba á una por lo menos de sus amantes, la sanluqueña, todos estos detalles hablan muy claramente de inversión ingénita al psicólogo.
 Pero hay un dato que los resume á todos, y es el tesón probadísimo que pone en casarse oficialmente con otra mujer. El hombre, á quien su mayor Cultura y la conciencia de su preponderancia social restan empacho para burlar sin escándalo la ley, no lleva la sinceridad de sus sentimientos —hablamos del invertido— hasta intentar que la sociedad sancione oficialmente su amor por otro; sólo el capricho de algunos altos personajes de la decadencia pudo llevarlo á cabo; mas la mujer, que tantos contrastes ofrece y en la cual, según Tarde, tan vivas persisten, á despecho de toda cultura, las tendencias del buen salvaje primitivo[23], lo intenta aun ocupando niveles sociales medios, ó inferiores, según acabamos de ver— y según se vio, p. ej., en 1901 con las dos maestras desposadas en La Coruña[24],—no obstante el respeto de la opinión, que el propio Tarde considera como una de las virtudes en ella más constantes.
 ¿Se podrá inferir de aquí que la sociedad haya de mirar oficialmente con indulgencia —ya que hoy por hoy no las sancione— estas parejas homosexuales?
 El problema está pidiendo quien lo estudie, hoy que tanto preocupan á los sabio las cuestiones psixuales. El homosexual entre individuos de sexo contrario, tan insatisfecho resulta como si se hallara aislado en el desierto; y un individuo insatisfecho es al fin un inútil; nada puede ni hace; ó viene á loco ó á un obseso peligroso. Apareado, en cambio, con otro homosexual, resulta apaciguado y puede ser útil á los demás. La molécula, el verdadero elemento social, quedan tan cerrados en este caso como en el matrimonio corriente, pues hay en la pareja amor, hay ayuda y sostén, lugar de reparo para la lucha y satisfacción perfecta del instinto, la única apetecida.
 Si no se había presentado aún esta cuestión, es indudable que algún día, por muy triste y antipático que hoy nos parezca, ha de presentarse para su resolución.
 ¿Por qué no ocuparse en serio de ella ya?

           J. M. Llanas Aguilamido.
  1. Legajo 234, causa nº. 24; existente en el Archivo Histórico Nacional.
  2. Aquella en que no describe cosas relacionadas con su naturaleza sexual.
  3. Salillas: Hampa, p. 113.
  4. Id., id., p. 10
  5. Moro ó morisco salteador, en aquella época.
  6. Citado por Salillas.
  7. En su relato no da más explicación.
  8. El Alcoholismo, p. 7.
  9. Marius-Ary Leblond. —La Voix des Noirs: REV. BLANCHE, p. 32, año 1903.
  10. Para estimar esta cifra en su valor real, hay que tener en cuenta las dificultades que en aquella época presentaban los viajes. Si bien es cierto que los de Elena se efectuaron dentro de un círculo de extensión no muy grande, y que en aquel tiempo era cosa corriente esa tendencia emigratoria.
  11. Junto con 27 cuerpos de libros grandes y pequeños; entre ellos, «dos de ‹Vesalio tonio miguel de guernica de galarza, y las obras de leonato fusio sobre cuatro obras de Galleno›. En la almoneda que de todo se hizo, apenas pudo venderse cosa alguna por su poco provecho y mal estado.
  12. Decía que, viéndose organizado también como hombre, entendió podía tener acceso con mujeres; y como andaba con muchas, para regularizar su situación decidió casarse con una y serle fiel, «y pensó que así obraría en servicio de Dios».
  13. Hablando de estos asuntos con la Sra. Pardo Bazán, indicóme la crueldad como un carácter observado por ella en los hombres invertidos. Viragos con quienes he tratado, puedo asegurar que la ofrecían: en La mala vida en Madrid citamos el caso de una que no dudó en matar á su amada por celos; otra virago tipo asesinó en Sevilla á su novio, hace pocos años, en el momento de aproximarse él descuidado á la reja, viéndole mal dispuesto para desposarla después que la hubo deshonrado. Son casos extremos. ¿Será constante este carácter en la invertida nata?
  14. Recuérdese la sostenida con el rufián Heredia, de Jerez, á quien tiró un puñal.
  15. Las cuales, no obstante presentarse con posterioridad, merecen ser consideradas como tales perversiones, por ser hijas de deformidad ingénita y no engendradas por el vicio. Sabido es que Näcke da á estas últimas el nombre de perversidades ó adquiridas, reservando para las ingénitas, para aquellas en cuya aparición no han intervenido —al menos con caracteres exclusivos— la educación y el medio, la denominación de perversiones.
  16. ¿Á qué se deben estas irregularidades, frecuentes, sobre todo, en las prostitutas, como ya Parent-Buchatelet indicaba? ¿Las ofrecerán todas las viragos? En este caso sería una analogía más y nuevo argumento en apoyo de la paradoja de Kurella, que consideraba á las prostitutas como invertidas natas, por el hecho de no sentir pudor ante el sexo contrario. Los médicos explicaban estos desarreglos de Elena, y la aparición súbita de un abundantísimo flujo que se le presentó, bastante adelantada ya su vida, por los tratamientos á que se sometiera para hacer desaparecer ese signo de feminidad.
  17. Elena afirmaba que la tenía, sosteniendo María del Caño el dicho de ella.
  18. «Los negros sienten afición especial á la jerarquía militar». (M.-Ary Leblond, estud. cit.) ¿Influiría el origen étnico de Elena en su inclinación á la vida militar? Más bien creemos puede atribuirse la espontaneidad de sus tres enganches á influjo del espíritu de la época.
  19. Bernaldo de Quirós y Llanas Aguilamido: La mala vida en Madrid, pág. 27
  20. El uranista se distingue también, en general, por una ilustración y cultura superiores á muchos de sus semejantes; pero la orientación de dicha cultura es más bien estética. Comoquiera que sea, la constancia de esta superior actividad cerebral en los invertidos de ambos sexos, con respecto al nivel medio de la ofrecida por sus. semejantes, es muy expresiva.
  21. Varias veces, en el curso de sus declaraciones, habla Elena de velos que se desgarran con la subsiguiente aparición de órganos cuyo tamaño, forma y longitud describe y señala, asi como de prácticas varias y reiteradas operaciones quirúrgicas hechas por si ó por ajena mano en la supuesta naturaleza masculina.
  22. Nos referimos al misticismo: aunque hacía constar que sus padres eran cristianos viejos y que ella estaba bautizada y confirmada en la misma fe, oyendo «misa los domingos y fiestas de guardar», confesando y comulgando cuando lo mandaba «la Sta. madre Iglesia, y que esta quaresma próxima pasada confesó en Villa Rubia dé Ocafia con Alonso Gómez... Signóse y santiguóse y dixo el pater noster Avemaria, credo y salve Regina en Romance bien dicho», todo ello parece no tener mayor importancia que el de concesión hecha sin espíritu íntimo de devoción á las exigencias y disciplina religiosas de una sociedad que en ello ponía su salud.
  23. Criminalité comparée. —París, 1890, p. 49
  24. Habló y se escandalizó de este matrimonio toda España. Parecía increíble «cómo en nuestro tiempo pudo llevarse á efecto; el talento, sin embargo, de la virago Elisa-Mario venció, como el de Elena Céspedes, y la boda tuvo lugar. La intriga, «como todos recordarán, se redujo á salir Elisa-Mario del pueblo donde cortejaba y celaba—hasta el extremo de pegarla frecuentemente—á Marcela, su amada, pueblo en el cual era demasiado conocida. Presentóse en La Coruña en traje de varón, y con todo el aspecto de un jovenzuelo nada afeminado, á una señora muy devota, diciéndola que criado en Londres, donde le habían hecho protestante, su deseo de abrazar en España el Catolicismo. La mímica, los más pequeños detalles de esta comedia, fueron, según cuentan, extremados y de maestro; el gozo de intervenir y decidir en una conversión cegaron un poco á la excelente devota, y la conversión tuvo lugar, y con ella el segundo bautismo de Elisa, esta vez como varón, siéndole impuesto el nombre de Mario y extendiéndole la correspondiente fe, con la cual pudo atestiguar, donde quiso, una personalidad masculina que no tenía. Así se casaron; viendo en perspectiva las represalias de la sociedad lastimada, huyeron de España, refugiándose en Portugal. Actualmente, la pareja vive tranquila en Oporto.