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Mi tierra

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Mi tierra
de Rosalía de Castro

 A un tiempo, cual sueño
 que halaga y asombra,
 de los robles las hojas caían,
 del saúco brotaban las hojas.
    
 Primavera y otoño sin tregua
 turnan siempre templando la atmósfera,
 sin dejar que no hiele el invierno,
 ni agote el estío
 las ramas frondosas.
    
 ¡Y así siempre! en la tierra risueña,
 fecunda y hermosa,
 surcada de arroyos,
 henchida de aromas;
    
 que es del mundo en el vasto horizonte
 la hermosa, la buena, la dulce y la sola;
 donde cuantos he amado nacieron,
 donde han muerto mi dicha y mis glorias.


🙝🙟

 
 De vuelta está la joven primavera;
 mas ¡qué aprisa esta vez y cuán temprano!
 ¡Y qué hermosos están prados y bosques
 desde que ella ha tornado!
    
 Ha vuelto ya la primavera hermosa;
 siempre vuelve la joven y hechicera;
 mas ¿en dónde, decidme, se han quedado
 los que partieron cuando partió ella?
 Esos no tornan nunca,
 ¡nunca!, si es que nos dejan.
    
 De sonrosada nieve, salpicada
 veo la verde hierba,
 son las flores que el viento arranca al árbol
 llenas de savia, y de perfumes llenas.
    
 ¿Por qué siendo tan frescas y tan jóvenes,
 a semejanza de las hojas secas
 en el otoño, cuando abril sonríe
 ellas también sobre la arena ruedan?
 ¡Por qué mueren los niños,
 las flores más hermosas de la tierra!


🙝🙟

 En sueños te di un beso, vida mía,
 tan entrañable y largo...
 ¡Ay!, pero en él de amargo
 tanto, mi bien, como de dulce había.
    
 Tu infantil boca cada vez más fría,
 dejó mi sangre para siempre helada,
 y sobre tu semblante reclinada,
 besándote, sentí que me moría.
    
 Más tarde, y ya despierta,
 con singular empeño,
 pensando proseguí que estaba muerta
 y que en tanto a tus restos abrazada
 dormía para siempre el postrer sueño
 soñaba tristemente que vivía
 aún de ti, por la muerte separada.


🙝🙟

 Sintióse agonizar, mil y mil veces,
 de dolor, de vergüenza y de amargura,
 mas aunque tantas tras de tantas fueron
 no se murió ninguna.
    
 Embargada de asombro
 al ver la resistencia de su vida,
 en sus horas sin término pensaba,
 llena de horror, si nunca moriría.
    
 Pero una voz secreta y misteriosa
 la dijo un día con acento extraño:
 Hasta el momento de tocar la dicha
 no se mueren jamás los desdichados.