Mil novecientos treinta y nueve: Capítulo C

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<< Autor: Rubén Hernández Herrera
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Capítulo C

Se hizo una junta en casa del notario con las personas del pueblo que pudieran aportar algo de dinero para ofrecer a los falangistas, con el fin de que no arrasaran la plaza, de los que estaban allí, solo unos pocos no habían perdido todo con la guerra, sin embargo se juntaron monedas de oro suficientes para lograr que no se hiciera allanamiento raso, y, lo que era más importante, que no se fusilara a los que de alguna forma habían colaborado con el gobierno republicano. Doña Alicia, la mamá de Carolina, quería conseguir el salvoconducto para llegar a Cádiz, los cambios eran muchos y frecuentes, la situación en Madrid todavía no se normalizaba y viajar era un riesgo grave para cualquiera. ―Licenciado, lo buscan en su despacho, un señor Bruno―, Toña hizo el gesto que hacía cuando no le agradaba el visitante. El Notario cruzó el patio hasta llegar a la puerta lateral de su despacho, cuarto amplio y oscuro, con las ventanas cerradas. Después de sentarse en su sillón de piel, recibió a una persona alta, mal rasurada y con ropa que en algún tiempo fue elegante. ―Yo soy uno de los que iban cargando las cajas hasta el puerto―, al oír las palabras "cajas" y "puerto" pronunciadas en la misma frase, el licenciado sintió que por el estómago le corría un escalofrío y el vacío detrás de las rodillas casi lo vence. El notario no respondió, se le quedó viendo inquisitiva-mente. ―Yo también me di cuenta de que había faltado una caja, de hecho, tomé una barra de oro antes de que usted llegara, con la que salí de muchos apuros, me he dado buena vida, pero me robaron y ahora he tenido que venir hasta usted a ver si me presta dinero para comer―. ―¿Cuánto quieres? ― le respondió secamente. ―Con tres mil duros estaría bien―. ―¿Y cuánto tiempo te durarán?―. ―Mucho, he aprendido a cuidarlos―. ―No los tengo, tendrás que volver en unos días―. ―Usted me dirá―. ―Ven en una semana―. ―Deme cien pesetas para no pasar hambres―. El notario sacó su cartera y le dio las pesetas. ―Hasta el lunes; ¿su nombre?―. ―Bruno―. El notario se dejó caer pesadamente en su sillón, sabía que de este problema no iba a salir fácilmente.

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