Mil novecientos treinta y nueve: Capítulo J
<< Autor: Rubén Hernández Herrera
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Capítulo J
Tenía que dar la noticia de la muerte de Carolina a su mamá, Almudena había sufrido una crisis, se negaba a hablar palabra alguna desde que se enteró. Estaba el notario esperando con el forense para el papeleo, frente al descuidado escritorio, las paredes amarillas, sin pintar desde antes de la guerra, el piso con partes de raído mosaico y partes con la amarilla tierra aplacada por un poco de agua. En el escritorio estaban las formas de defunción y los anuncios para los deudores, las dos en papel amarillento con el sello de la capitanía. Al dolor del notario se le unía el que doña Alicia iba a reclamar el cuidado de su nieta, quedándose súbitamente, de un día a otro, sin ninguna de las dos personas que más amaba. El mundo se le venía encima, Bruno le había dicho que ya estaba listo el citatorio que lo obligaba a comparecer, nada bueno podía esperarse de eso. Al ver nuevamente los avisos de defunción se le ocurrió un plan desesperado, pero muy de su estilo; tomó varias formas y las escondió en la bolsa interior de su saco. Pasaron todos los trámites, no podía caminar, había vuelto el estómago dos veces, al llegar el teniente le pidió permiso para llevarse el cuerpo a Barcelona, el teniente hizo un gesto de indiferencia. Llamó a Toña por teléfono, quien lo alcanzó en la capitanía y se llevó a la niña a la masía Verns, donde vivía con su mamá. Le dio dinero suficiente y las vio partir. Al día siguiente fue a Barcelona, hizo los arreglos con la facilidad que su oficio le brindaba, aunque en el camposanto tuvo que dar dinero a los sepultureros para que no hicieran preguntas, dejar dos lugares más en el mismo apartado no parecía tan extraño a los cansados excavadores. Llegó a la misma posada en donde se había hospedado el día del embarco del oro. La señora no hizo preguntas. Pasó la noche urdiendo su plan mientras miraba cómo jugaba la luz de la vela en la teja del techo, arriba de su cama. Al día siguiente puso en práctica su plan, le dio la noticia a doña Alicia, diciéndole que habían sido los franquistas los que habían matado a su hija y a su nieta, que las habían matado a las dos el mismo día que a Patxi, y que ella y su hija Lucha no estaban seguras, que no debían permanecer más tiempo en España, y que no le debían decir a nadie de su futuro destino. Él se encargaría de conseguirles los papeles falsos para salir del país, aparte, para su manutención, les daba una cantidad bastante importante, mientras pasaba el gobierno de Franco. Lo importante era que salieran a Buenos Aires. Había dos barcos, el "Cristóbal Colón", que partía al día siguiente haciendo escala en Cádiz, el "Marqués de Comillas" zarpaba en dos semanas, en él saldría hacia México. Así se hizo, doña Alicia y su hijita, después de llorar en las dos tumbas, se retiraron para pasar su última noche en España. Quedaba el cabo suelto de Patxi, que en cualquier momento aparecería, la última noticia que tenían de él era que estaba en Madrid. Partió el "Cristóbal Colón" llevando a la desconsolada señora y a su pequeña hija llenas de temores y angustias, agradecidas con el notario que muy bien se había portado con ellas. El barco hizo la escala programada en Cádiz, ya para entonces doña Alicia había hecho amistad con una familia asturiana que desembarcaba en Cuba, y partiría luego a México. Lucha se entretenía en el salón de juegos, le gustaban las carreras de caballos con dados, el primer dado, el número de caballo; el segundo dado, las casillas que avanzaba: ganó dos bolsitas de chocolates Godiva. Al llegar a Cuba les dieron la noticia de que el gobierno argentino había negado la entrada a los inmigrantes españoles, la familia con que habían hecho amistad en el barco les ofreció llevarlas con ella, iban con una familia bien acomodada en alguna parte del centro del país, Irapuato se llamaba. Muchas personas que iban a Argentina se quedaron en Cuba para arreglar sus papeles, doña Alicia tomó el "Juárez II" rumbo a Veracruz. Se le hizo extraño que tardara tanto en llegar, casi dos días, según ella sabía, Veracruz estaba bastante cerca. El notario salió como esperaba en el siguiente viaje del "Marqués de Comillas", mucho más rápido que el "Cristóbal Colón". Los pasajeros eran una buena parte de la carga. El notario y Almudena viajaban en clase "cubierta A", junto con otros pocos pasajeros. La mayoría estaban acogidos a un ofrecimiento del presidente mexicano Cárdenas para recibir a cuantos refugiados llegaran, prácticamente todos venían huyendo de Franco. Los compañeros de la clase acomodada eran antiguos funcionarios republicanos que estaban saliendo con todas sus pertenencias de España. El notario llevaba bastante equipaje, incluyendo una caja que cuidaba sobremanera: un violín en su estuche de piel, el violín viajaba siempre junto a un tubo metálico que contenía el óleo de Carolina. Una vez en México, el notario se enteró que todo había salido según lo planeado, Patxi llegó, se enteró de la muerte de su hermana, sobrina y también de la muerte de su mamá, y una más, la del licenciado, cuyos "restos" descansaban del otro lado de la calzada interior del cementerio. Todo fruto de esa persecución franquista, según Bruno le dijo a Patxi. Bruno acompañó a Patxi al cementerio a despedirse de sus seres queridos. Bruno le embarcó, por encargo del notario "como última voluntad", a Nueva York, dándole una letra de cambio contra el First New York Bank por una cantidad bastante importante en dólares.