Mirando atrás desde 2000 a 1887 Capítulo 18

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Esa noche estuve sentado durante un tiempo, después de que las señoras se hubieron retirado, hablando con el Dr. Leete sobre el efecto del plan de eximir a las personas de su servicio a la nación después de la edad de cuarenta y cinco años, un punto puesto sobre el tapete por su explicación acerca de cómo participan los ciudadanos retirados en el gobierno.

"A los cuarenta y cinco", dije, "una persona todavía tiene en sí mismo diez años de buen trabajo manual, y el doble de buen servicio intelectual. Ser jubilado a esa edad y puesto en el estante debe de ser considerado más bien una adversidad que un favor, para las personas de disposición energética."

"Mi querido Sr. West," exclamó el Dr. Leete, sonriéndome con placer, "no puede hacerse una idea del interés que las ideas de su siglo diecinueve tienen para nosotros los de hoy en día, la rara curiosidad de su efecto. Sepa, Oh hijo de otra humanidad y aun así la misma, que el trabajo que tenemos que aportar como nuestra parte para asegurar a la nación los medios de una existencia física confortable, no es de ningún modo considerado como lo más importante, lo más interesante, o el uso más digno de nuestras capacidades. Lo contemplamos como un deber necesario que hay que cumplir antes de que podamos dedicarnos por completo al más alto ejercicio de nuestras facultades, la prosecución y el disfrute intelectual y espiritual que por sí solos significan vida. De hecho se hace todo lo posible mediante la justa distribución de cargas, y mediante toda clase de actractivos e incentivos especiales para aliviar nuestro trabajo de fastidios, y, excepto en un sentido comparativo, no es habitualmente fastidioso, y es a menudo inspirador. Pero no es nuestro trabajo, sino las más elevadas y prolongadas actividades, para lo que la realización de nuestra tarea nos dejará libres para dedicarnos, actividades que son consideradas el principal asunto de la existencia.

"Desde luego no todos, ni la mayoría, tienen esos intereses científicos, artísticos, literarios, o académicos, que hacen del ocio la única cosa de valor para quienes lo poseen. Muchos contemplan la segunda mitad de la vida principalmente como un período para el disfrute de otro tipo; para viajar, para la relajación social en compañía de sus amigos de toda la vida; un tiempo para el cultivo de todas las formas de idiosincrasias y gustos especiales, y la prosecución de toda imaginable forma de entretenimiento; en una palabra, un tiempo para la apreciación ociosa e inperturbada de las buenas cosas del mundo que han ayudado a crear. Pero, cualesquiera que sean las diferencias entre nuestros gustos individuales sobre el uso que haremos de nuestro ocio, estamos todos de acuerdo en esperar con ilusión la fecha de nuestra jubilación como el momento en el que tomaremos posesión del completo disfrute de nuestro derecho adquirido al nacer, el período en que alcanzaremos por primera vez nuestra mayoría y seremos liberados de la disciplina y el control, con los honorarios de nuestras vidas conferidos a nosotros mismos. Como los muchachos ávidos de su época esperaban con ilusión cumplir veintiún años, así las personas de hoy en día esperan con ilusión cumplir los cuarenta y cinco. A los veintiuno nos hacemos adultos, pero a los cuarenta y cinco renovamos la juventud. La edad media y lo que habría llamado usted la tercera edad son consideradas, en vez de la juventud, el envidiable momento de la vida. Gracias a las mejores condiciones de la existencia de hoy en día, y sobre todo de la gratuidad de los cuidados para todos, la tercera edad se alcanza muchos años más tarde y tiene un aspecto mucho más benigno que en tiempos pasados. Las personas de constitución corriente habitualmente viven hasta los ochenta y cinco o noventa, y a los cuarenta y cinco son física y mentalmente más jóvenes, imagino, que lo que era usted a los treinta y cinco. Se hace extraño considerar que a los cuarenta y cinco, cuando estamos justo tomando posesión del período de la vida que más puede disfrutarse, ustedes ya empezaban a pensar en envejecer y mirar atrás. Con ustedes era la mañana, con nosotros la tarde, lo que es la mitad más brillante de la vida.

Tras esto recuerdo que nuestra charla derivó al asunto de los deportes populares y las recreaciones del presente comparadas con las del siglo diecinueve.

"A este respecto," dijo el Dr. Leete, "hay una marcada diferencia. En cuanto a los deportistas profesionales, que eran una característica tan curiosa de su época, no tenemos nada que responda a ellos, ni los premios por los que nuestros atletas compiten son premios en dinero, como en su época. Nuestras competiciones son siempre únicamente por la gloria. La generosa rivalidad existente entre los diversos gremios, y la lealtad de cada trabajador al suyo, ofrece un constante estímulo para toda clase de juegos y encuentros por tierra y mar, en los que los jóvenes tienen apenas más interes que los honorables miembros de los gremios que han prestado su tiempo de servicio. Las carreras de yates de los gremios, de Marblehead, tienen lugar la próxima semana, y podrá juzgar por usted mismo el entusiasmo popular con el que tales eventos movilizan a la gente hoy en día comparado con su época. La demanda de 'panem et circenses' preferida por el populacho Romano se reconoce hoy en día como completamente razonable. Si el pan es la primera necesidad de la vida, la recreación es la segunda, muy próxima, y la nación abastece de las dos. Los americanos del siglo diecinueve eran desafortunados tanto por carecer de una adecuada provisión para una clase de necesidad como para la otra. Incluso si la gente de ese período hubiese disfrutado de un mayor tiempo de ocio, habría estado a menudo, imagino, indecisa sobre cómo pasarlo agradablemente. Nosotros nunca nos vemos en ese apuro."