Motivos de Proteo: 045
XLIV - Augurios. Pasan los niños sublimes...
[editar]Vulgo y elegidos del porvenir se confunden indiscerniblemente en esas leves multitudes, donde reina la más sagrada igualdad: la igualdad de la común esperanza. Sobre todas esas frentes que el tiempo levanta cada año una pulgada más del suelo; sobre todas esas frentes, aun las más desamparadas, aun las más míseras, se posa una esperanza inmensa, que sustenta la fe del amor. Las leyendas que adornan de significativos augurios la cuna de los que fueron grandes, se reproducen, en la visionaria fe del amor más puro de todos, para cada alma que viene al mundo; y no hay tiernos labios donde una mirada que ve con la doble vista de los sueños, no haya notado una vez las abejas que libaron en la boca infantil de Hesíodo y de Platón, de San Ambrosio y de Lucano, o bien las hormigas oficiosas que amontonaron en los labios de Midas los granos de trigo, anunciadores de que sería dueño de la próvida Frigia.
Pero aun fuera de lo que pinta esta mirada de amor que, sin mas razón que el amor mismo, imprime su bendición profética, para la mirada común hay también, entre esos graciosos semblantes, los que parecen llevar estampado el sello de una predestinación gloriosa. ¿Quién, en presencia de alguna fisonomía infantil, no ha propendido, por instantáneo sentimiento, a augurar el genio futuro? Cuéntase que cuando Erasmo era niño, Agrícola de Holanda, que le vio, considerando el despejo de su frente y la elocuencia de sus ojos, le dijo: Tu eris magnus! Y en presencia de ciertos poemas de curiosidad, de ciertas originalidades de lógica, de ciertas sorprendentes intuiciones, de ciertas pertinaces inquietudes, de ciertos misteriosos recogimientos, ¿quién no se siente movido a preguntar, como en el Tentanda via est de Víctor Hugo: -¿Qué germina para la humanidad detrás de esa frente límpida? ¿Acaso el mundo intacto de Colón, el astro nuevo de Herschell, la mole armoniosa de Miguel Ángel, el mapa transfigurado de Napoleón?...
Para quien sutil y cuidadosamente la observe, la agitación de esos bulliciosos enjambres está llena de revelaciones que permiten columbrar algo del secreto de los futuros amores de la Gloria. Aquel niño de ojos alegres que, en las calles de una ciudad de estudiantes, se inclina a recoger del suelo los papeles donde ve letras impresas, y los guarda con esmero solícito, es Miguel de Cervantes Saavedra. Aquel otro que, en el patio de una escuela de párvulos, improvisa, dentro de un corro infantil, coplas que aún no es capaz de poner por escrito, y las dicta a los que tienen más edad, dándoles, por este auxilio, estampas y rosquillas, es Lope Félix de la Vega Carpio. Allá, en el valle del Chiana, ante las canteras de mármol que dan la carne de los dioses, un niño de seis años pasa horas enteras absorto en la contemplación de la piedra de entrañas blancas y duras. Aquel niño domará a este mármol: se llama Buonarroti. Otro vaga por la Sevilla de la grande época, y armado de un pedazo de carbón dibuja toscas figuras en las paredes de las casas. Ese pedazo de carbón es el heraldo que abre camino a un pincel glorioso: el pincel de Murillo. Más allá veo, en la falda de un monte de la Auvernia, una cabaña de pastores, y un pastorcillo que, echado sobre el césped, se ocupa en amasar con el barro figuras de bulto: es Foyatier, y vendrá día en que hará revivir en el mármol el alma de Espartaco rompiendo los hierros de la servidumbre. ¿Y aquel pequeño africano que remeda la ceremonia del bautismo a la vista del patriarca Alejandro, el cual sonríe con lágrimas proféticas? Es Atanasio, a quien está reservada la gloria de confundir a los arrianos: aquél es su juego predilecto, como el de Carlos Borromeo será el de edificar altares. Ahora se ilumina en mi imaginación una casa de Halle, allá junto a un río de Sajonia: es de noche; un niño sube sigilosamente a una buharda, donde tiene escondido un clavicordio; y en imitar los movimientos del ejecutante, emplea las horas que hurta al sueño. Este furtivos artista es Haendel. Aun cuenta menos años, porque no pasa de los tres, aquel precoz calculista que, en una pobre casa de Brunswick, está con un lápiz en la mano, y marca líneas y superficies sobre el suelo: se llama Gauss, y dentro de su cabeza aguardan el porvenir cálculos tales que Laplace los ha de poner sobre la suya. Luego vuelvo la mirada adonde los muchachos de la escuela, en un lugar de Normandía, construyen cañones de juguete con cortezas de sauce; uno de ellos enseña a los demás el modo de graduar la longitud y el diámetro del arma, para asegurar la eficacia del tiro. Este infantil maestro es Fresnel, que más tarde lo será de los hombres en la teoría y aplicación de las fuerzas del mundo físico. Coronemos estos ejemplos con la verdad de la tradición leyendaria, donde se destila y concentra el jugo de los hechos. Ésta es la choza de un vaquero de Persia. A su puerta los niños del contorno juegan al juego de la basilinda, el cual consiste en elegir de entre ellos un rey, que designa a su turno príncipes y dignatarios. Hay uno de esos niños que nunca consintió aquella elección si estuvo presente, porque siempre tomó la autoridad real para sí y la hizo acatar sin disputa por los otros. Ciro es el nombre de este monarca de afición; y un día el Oriente caerá rendido a sus plantas, desde el mar Indio hasta el Egeo.