Motivos de Proteo: 104
CIII - El enamorado y la omnipresencia de su pasión.
[editar]La imagen fiel, el caso ejemplar, de esta omnipresencia de una idea que ocupa el centro del alma, es el espíritu del enamorado, que se agita en mil lides y trabajos del mundo, sin que por ello se aparte en un ápice, de su pasión. Un grande amor es el alma misma de quien ama, puesta en una honda, original armonía; de suerte que todo lo que cabe dentro de ese vivo conjunto, está enlazado a aquel amor con una dependencia semejante (por no negar palabras a otra imagen que me las pide) a la que vincula a la varia vegetación de una selva con la tierra amorosa de cuyo seno brotan los jugos que luego ha de transformar cada planta según las leyes propias de su generación. Todo lo de la selva: la frondosa copa y la yerba escondida; la planta que compone el bálsamo y la que produce el veneno; la que despide hedor y la que rinde perfume; la serpiente y el pájaro: todo lo de la selva se aúna y fraterniza dentro de la próvida maternidad de la tierra. Así, a un grande amor no hay recuerdo que no se asocie, ni esperanza y figuración del porvenir que no esté subordinada. Cuanto es estímulo de acción, cuanto es objeto de deseo, viene derechamente de él. Él preside en la vigilia y el sueño, numen del día y de la noche; y si hay un acto o pensamiento en la vida que parezca ajeno a esta concorde unidad, pronto una mirada atenta encontrará la relación misteriosa; como cuando miramos el reflejo de la orilla en el agua, y vemos, entre otras, una forma fluctuante que no parece corresponder a cosa de afuera, hasta que luego la atención descubre que aquello viene, como lo demás, de la orilla.