Motivos de Proteo: 112
CXI - Virtud disciplinaria de toda potencia ideal que nos gobierna.
[editar]Una potencia ideal, un numen interior; sentimiento, idea que florece en sentimiento; amor, fe, ambición noble, entusiasmo; polo magnético según el cual se orienta nuestro espíritu, valen para nosotros, tanto como por lo que valga el fin a que nos llevan (y en ocasiones, más) por su virtud disciplinaria del alma; por su don de gobierno y su eficacia educadora.
Aunque su obra no aparezca, desenvuelta exteriormente en acción, y mueran encerrados dentro de sí mismos, como un sueño, su obra es realísima y fecunda.
Cuando falta en tu alma una energía central que dé tono y norte a tu vida, tu alma es un baluarte sin defensa, y mil enemigos que de continuo tienen puestos los ojos sobre él, caen a tomarlo, compareciendo así de la realidad que te circunda como del fondo de tu propia personalidad. Los que proceden de afuera son las tentaciones vulgares, ocultas tras la apariencia de las cosas. Quien no tiene amor y aspiración donde se afirme, como sobre basa de diamante, su voluntad, se expone a ceder a la influencia que primero o con más artificiosidad lo solicite en los caminos del mundo, y ésa viene a ser así su efímero tirano, sustituido luego por otro y otros más, con el sol de cada día. Queda su alma en la condición de la Titania de Shakespeare, cuando, durante el sueño, fueron restregados sus párpados con la yerba que tenía virtud de infundir amor por lo que antes se viere. Desconoce el liberal y razonable poder de un sentimiento maestro que la ordenaría como en una bien concertada república, y sufre ser pasto a la ambición de multitud de advenedizos. A los que la acechan en las emboscadas del mundo, únense los que ella esconde en su interior: esos enemigos domésticos que son las propensiones viciosas, los resabios mal encadenados, los primeros ímpetus de nuestra naturaleza. Fácil es ver cuán contradictorio y complejo (y cuán miserable, siempre, en gran parte), es el contenido de un alma. Sólo la autoridad de una idea directora que sujete, aunque sin tiránico celo ni desbordado amor de sí misma, la libertad en sus límites, puede reducir a unidad la muchedumbre de tantas fuerzas opuestas. Faltando esta idea directora, nadie sino el acaso y el desorden suscitarán quien se arrogue su poder, de entre la encrespada muchedumbre; y es del acaso y el desorden hacer prevalecer antes lo malo que lo bueno.
Así como, en lo material, se ha dicho con exactitud que nuestra marcha no es sino una caída continuamente evitada, así, por lo que toca al espíritu, la recta voluntad es la constante inhibición de un extravío, de un móvil tentador, de una disonancia, de una culpa. Una potencia ideal que nos inspira, fija la horma a esa función de nuestra voluntad, y es a menudo como el demonio socrático, que se manifestaba en el alma del filósofo, más por la inhibición de lo que no concordaba con su ley, que no por su capacidad de iniciativa. Dondequiera que elijamos la potencia ideal, y aun cuando nos lleve en dirección de algo vano, equivocado o injusto, ella, con sólo su poder de disciplinarnos y ordenarnos, ya encierra en sí un principio de moralidad que la hace superior a la desorientación y el desconcierto: porque la moralidad es siempre un orden, y donde hay algún orden hay alguna moralidad.