Motivos de Proteo: 124
CXXIII - No hay convicción tal que puedas dejar de trabajar sobre ella.
[editar]No hay convicción tal que, una vez adquirida, debas dejar de trabajar sobre ella. Porque, aunque su fundamento de verdad sea para ti el más firme y seguro, nada se opone a que remuevas, airees y retemples tu convicción, y la encares con nuevos aspectos de la realidad, y muestres su fortaleza en nuevas batallas, y la lleves contigo a explorar tierras del pensamiento, mares de la incredulidad y de la duda, que ella puede someter a su imperio engrandeciéndose; ni a que, corroborándola dentro de ella misma, te afanes por hacer más fuerte y armónica la conexión de las partes que la componen.
Pues, si ella es la verdad ¿no es deber tuyo entrar cada vez más adentro de la verdad, y adherirte a ella, en cuanto sea posible, por más motivos de convencimiento y amor? Trabaja, pues, sobre la convicción adquirida; relaciónala con nuevas ideas, con nuevas experiencias, con nuevas instancias de la contradicción, con nuevos espectáculos del teatro del mundo. Si ella resiste y prevalece ¿cuánto más probada no quedará su energía? ¿cuántos más elementos no habrá conquistado y sojuzgado, ordenando a su alrededor, por su propia virtud y eficacia, todas las cosas con que la pusiste en contacto? La convicción más firme será la que más multitud de ideas mantenga en torno suyo y alcance a unirlas en más ceñida y concorde relación. Todo lo que vive y progresa se mueve doblemente en el sentido de una mayor complejidad y un mayor orden. Si sólo te preocupa perfeccionar la unidad y el buen arreglo de tu convicción, sin agregarle elementos de afuera que la extiendan y reanimen, caerás en el automatismo de una fe bien disciplinada pero estrecha. Si sólo atiendes a aumentar la provisión de ideas de tu espíritu y no cuidas de repartirlas y ordenarlas, caerás en la anarquía del pensamiento contradictorio y tumultuoso. Pero cada idea que ganes para tu mente, si aciertas a ponerla en adecuada relación con la idea superior y maestra que ocupa el centro de tus meditaciones, será un lazo más que asegure la estabilidad de esta última, como nueva raíz que se desprende de ella y se entraña en el seno de las cosas.
Aun cuando supieras que nunca habías de abandonar la posición actual de tu espíritu, sino que reposarías de por vida en lo que ahora juzgas la verdad, no por eso deberías soltar de la mano los instrumentos de la investigación y del juicio, como el obrero que da por terminada su tarea: la tarea tuya consistiría, desde entonces, en extender las relaciones de tu verdad; en adaptarla a lo nuevo que trae consigo cada hora; en amaestrarla, como ave de altanería, para la caza del error; en propender a que ella envolviese en sus anillos una completa y bien trabada concepción del mundo.
Pero nadie puede afirmar: «Ésta es mi fe definitiva»; y cuando llevamos adelante ese empeño de airear y ejercitar la convicción de nuestra mente, y se levanta ante nosotros una idea que no sólo se niega a subordinarse en forma alguna a aquella convicción, sino que, planteado el conflicto, la resiste, y la hiere en lo íntimo de modo que no podemos escudarla ¿qué queda por hacer sino declarar la vieja potestad vencida, y pasar a la idea nueva el cetro de nuestro pensamiento, si hemos de proceder en estas lides según la viril y caballeresca ordenanza de la razón?...