Motivos de Proteo: 151
CL - La esperanza, como luz; la voluntad, como fuerza. Omnipotencia de la voluntad.
[editar]La ESPERANZA como norte y luz; la VOLUNTAD como fuerza; y por primer objetivo y aplicación de esta fuerza: nuestra propia personalidad, a fin de reformarnos y ser cada vez más poderosos y mejores.
Porque, en realidad, ¿qué es lo que, dentro de nosotros mismos, se exime en absoluto de nuestro poder voluntario, mientras el apoyo de la voluntad no acaba con el postrer aliento de nuestra existencia?
¿El dolor? ¿El amor? ¿La invención? ¿La fe? ¿El entusiasmo? ¿El sueño? ¿El sentir corporal? ¿La función de nuestro organismo?
Hechos y potencias son ésos, que parecen levantarse sobre el poder de nuestra voluntad, para obrar o no obrar, para ser o no ser; señalándole límites tan infranqueables como los que las leyes de la naturaleza física señalan al alcance y virtud de un agente material. Pero esta maravillosa energía, que lo mismo mueve una falange de tus dedos, que puede rehacer, de conformidad con una imagen de tu mente, la fisonomía del mundo, se agrega u opone también a aquellas fuerzas que juzgamos fatales; y cuando ella se manifiesta en grado sublime, su intervención aparece y triunfa; de modo que da vida al amor o lo sofoca; anonada al dolor; enciende la fe; compite con el genio que crea; vela en el sueño; trastorna la impresión real de las cosas; rescata la salud del cuerpo o la del alma, y levanta, casi del seno de la muerte, el empuje y la capacidad de la vida.
En el vientre del muchacho esparciata, donde el cachorro oculto bajo el manto muerde hasta matar, sin que se oiga un lamento; en el hornillo donde Mucio Scevola pone la mano y ve cómo se quema, «sin retorcer ceja ni labio»; en el martirio donde Campanella, reconcentrado en su idea contumaz, calla y no sufre, la voluntad vence al dolor y le aniquila. No fue otro el fundamento de la soberbia estoica, despreciadora del dolor, que inspiró la gloriosa frase de Arria y la moral de Epicteto y que resurge en lo moderno con Kant, para asentar, más firme que nunca, sobre la ruina de todo dogma y tradición y de la misma realidad del mundo, el solio de la Voluntad omnipotente.
En la misteriosa alquimia del amor, en la oculta generación de la fe, cosas que se confunden con lo mas impenetrable y demoníaco del alma, la Voluntad se sustituye tal vez a la espontaneidad del instinto, y crea el amor donde no le hay, partiendo a golpes de hierro, pues falta fuego que derrita, el hielo de la indiferencia; y arranca la fe viva de las entrañas de la duda, como el niño a quien sacan a vivir del vientre de su madre muerta. Así, por la pertinacia de la atención y del hábito, quien quiere creer, al cabo cree; quien tiene voluntad de amar, al cabo se enamora. Ya supo de esto Pascal cuando afirmó la virtualidad de la fórmula y el rito para abrir paso a la fe dentro del alma remisa a sus reclamos.
En la divina operación del genio, la Voluntad no sólo acumula el combustible que luego una chispa sagrada inflama y consume, sino que aun esta chispa puede provenir de su solicitud; y la gracia no muy largamente concedida por la naturaleza, el don incierto, la aptitud dudosa o velada, se transfiguran y agigantan por ella, a punto de semejar una creación de ella misma, y serlo casi, alguna vez. Demóstenes, Alfieri, y aquellos que citamos ya caracterizando la vocación anticipada a todo indicio de aptitud: el pintor Carracci, Máiquez el cómico, son ejemplos del artista vencedor de su primera inferioridad, cuya más peregrina obra de arte parece ser su propio genio. La invención es a menudo un acto de voluntad, ante todo; como el que, según la tradición religiosa, sacó la luz y el mundo de las primitivas tinieblas. Y desde luego, este arranque para romper con lo sabido y usado, en que consiste la invención, ¿no es uno mismo, por su carácter y el modo de desenvolverse, con el arranque por el cual se aparta de la uniformidad del instinto y la costumbre el acto plenamente voluntario?... La Voluntad reúne el material que el genio anima; provoca y da lugar a aquella chispa misteriosa; y luego, hallada la idea en que consiste la invención, toma otra vez su férula y rige la labor paciente que desenvuelve y apura el contenido de la idea, ya en el desarrollo dialéctico, ya en el perfeccionamiento mecánico, ya en la ejecución literaria; última, esforzada lid, que Carducci compara hermosamente, por lo que toca a la invención del poeta, con los afanes del sátiro, perseguidor de la ninfa leve y esquiva en el misterio de los bosques.
Aun a lo connatural y orgánico del cuerpo, llega la jurisdicción de la voluntad. De cómo las ansias más esenciales ceden a su influjo, habla aquel rasgo de Alejandro, cuando, atormentado su ejército, y él mismo, por las angustias de la sed, logra un poco de agua que una avanzada le trae, dentro de un casco, de una fuente no muy próxima; y para animar a los suyos a soportar el sufrimiento hasta llegar a ella, en vez de beber vuelca el casco en el suelo, mientras sus labios abrasados se tienden tal vez, por instintivo impulso, al agua que se evapora en el ardor del aire... Sabido es el poder que Weber tenía para contener o acelerar por el esfuerzo consciente, las palpitaciones de su corazón. Goethe, no menos grande que por el genio, por la vida, ensalza la eficacia de la voluntad para baluarte de la salud del cuerpo, hablándonos de cómo piensa haber escapado una vez de contagioso mal sólo por la concentración imperiosa de su ánimo en la idea de quedar inmune. El sueño: obra de una magia que se desenvuelve en nosotros sin nuestra participación ni consentimiento, usa un hermoso modo de rendir parias al poder voluntario, y en las ficciones de esa magia es observación de psicólogos que un acto enérgico de voluntad, soñado dentro de lo que la imaginación pinta y simula, suele rasgar de inmediato el velo del sueño, y volver, al que duerme, a la realidad de la vida. Así, aun el remedo, aun el fantasma, de la Voluntad, es eficiente y poderoso, y vence a lo demás de las sombras que el sueño extiende y maneja sobre la íntima luz de nuestras noches.