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Muerte del General Maceo (Relato del suceso): Muerte del General Maceo

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Antecedentes.

La permanencia del general Maceo en Pinar del Rio no podía prolongarse por más tiempo; los intereses del ejército y las necesidades de la campaña reclamaban su enérgica intervención personal en otros puntos del teatro de la guerra, donde la lucha armada languidecía por defectos de organización, al paso que el enemigo cada vez más envalentonado hacía impunemente atrevidas correrías. De estos, y otros males mayores, se lamentaba el General en Jefe en sus cartas oficiales dirigidas al Lugarteniente del ejército, excitándolo vivamente á que, para atajar aquellos agentes de descomposicion, cruzara la trocha del Mariel tan pronto quedase asegurada la comarca occidental. Mediaba, pues, una orden expresa del superior, aparte de las circunstancias indicadas, lo cual era bastante para que el general Maceo se apresurase á llevarla á cabo en cumplimiento del deber militar, no desmentido en ninguna ocasion de su limpia y gloriosa historia.

Por otra parte, la jefatura del ejército español, que cifraba en la tan nombrada Trocha el éxito de sus ulteriores planes, disponíase con numeroso contingente á emprender activas operaciones durante la campaña de invierno; y á ello forzosamente tenía que oponerse nuestro ilustre caudillo por cuantos medios estuvieran á su alcance.

Si lo esencial para Weyler era la campaña de Pinar del Rio, en su vano empeño de pacificar este territorio, y encaminaba por lo visto sus intentos á estrechar el núcleo de la rebelión entre dos líneas fortificadas, objetivo no menos irrealizable, entraba en los planes del general Maceo extender progresivamente las operaciones hasta el límite opuesto (la trocha de Júcaro á Morón), con lo que se prometía distraer algunos miles de soldados del extremo occidente, trayéndolos á remolque por el vasto territorio de Las Villas después de haber anulado la fama militar de Weyler en las mismas puertas de la capital.

El trazado no podia ser más bello, ni de efectos más concluyentes su realizacion. Mientras Weyler empeñaba imaginarios combates con el jefe insurrecto y zurcía hiperbólicos partes de supuestas funciones de guerra, en las que el heroismo y la abnegacion de sus tropas habían rayado á gran altura, Maceo —derrotado una vez más en las célebres lomas de Tapia y perseguido tenazmente hasta lo más impenetrable de la sierra— aparecía de improviso en la provincia de la Habana, sembrando el pánico entre los elementos españoles. Por mucho que se forzara la inventiva oficial para desfigurar la verdad de los sucesos, no se lograría hacer subsistir por más tiempo la farsa en frente de un acontecimiento tan ruidoso como inesperado.

Las patrañas que diariamente publicaba la prensa española acerca de la situacion de los rebeldes en Pinar del Rio: "diezmados por las balas, misérrimos, oprimidos por el CINTURON DE BRONCE de la Trocha inexpugnable," y la idea de q. esas versiones, dia tras dia propaladas, pudieran tomar cuerpo en la opinion de nuestros parciales del exterior, influían por manera distinta en el ánimo del general Maceo, ya interesando su amor propio, ya avivando sus deseos de ofrecer al mundo un nuevo motivo de irrision para la jactancia española.

El enemigo, por medio de sus órganos oficiosos, alardeaba incesantemente: de la Trocha había hecho el monumento de sus glorias, servia de fuente de inspiración á la musa tabernaria de los cuarteles, y los paniaguados de Arolas, con salario ó sin él, cantaban en diverso metro las proezas de este fanfarrón, reducidas á diarios paseos en carruaje por la calzada de Guanajay. Arolas, más quijote aun que Weyler, acababa de lanzar la baladronada de que "hablarle á él y á sus valientes soldados de la posibilidad de pasar la Trocha por las huestes de Maceo, lo consideraba como si un desalmado infiriera en presencia de ellos un ultraje á sus madres"; concepto tan difuso como estrafalario, pero que mereció los honores de la publicidad con el dictado de PENSAMIENTO BELLÍSIMO.

Y sin embargo, ese mismo mantenedor de la lealtad española había tratado por diferentes medios de celebrar una entrevista reservada con el general Maceo, dándole á elegir el punto de cita, siempre que fuese dentro del perímetro fortificado, porque más allá sería comprometer su reputacion, mas brindándole todas las seguridades que caben entre caballerosos militares. Con anterioridad había dicho en la tertulia de sus íntimos que sentía gran admiración por Maceo. Como nuestro Jefe no se dió por entendido, ni contestó siquiera á ninguno de los mensajes del Sr. Arolas, éste se enfermó de alguna gravedad y solicitó permiso para trasladarse á la capital, según costumbre española establecida en todo fracaso. La prensa habanera, bajo la impresión de tan desagradable suceso, anticipó la noticia de que el ILUSTRE ENFERMO embarcaba para la Península en busca de aires más puros y saludables. Pero á los pocos dias, ya restablecido del todo, volvió el "incansable General" á ocupar su puesto en la Trocha, ostentando en las bocamangas el primer entorchado de oro!.......................

Cuando nos dirigimos resueltamente hácia las temibles trincheras para cruzar al otro lado, quedaban en Pinar del Rio, perfectamente organizadas, tres brigadas de infantería al mando de un jefe inteligente y valeroso, con los pertrechos necesarios para sostenerse por largo tiempo ó al menos durante la campaña de invierno, por activas que fuesen las operaciones del enemigo. La administración civil no dejaba tampoco nada que desear: á este ramo habia dedicado el general Maceo atencion preferente, imprimiendo el sello de su personalidad á todos los servicios inherentes al régimen interior de la República. Se tenían además noticias de que la Delegacion del Partido Revolucionario preparaba nuevas expediciones con destino al ejército de Occidente. De lo contrario, esto es, quedando el país a merced del enemigo, el General hubiera permanecido allí, mientras las circunstancias no hubiesen variado, sosteniendo con inquebrantable tenacidad la bandera de la independencia en alas de su genio militar. Aquella guerra de montaña, dura é imponente, cuyos resortes nadie como él conocía, hubiera al cabo producido los admirables resultados de una campaña en mayor escala, á fuerza de choques diarios, funestos siempre para las armas españolas. En dias de suprema angustia, cuando todo parecía conspirar contra nosotros, exhaustos de municiones, inermes casi, el general Maceo, á quien nunca rindió la fatiga ni amilanó la adversidad, nos enseñó una táctica nueva que, planteada sobre el terreno de la lucha, hubo de proporcionarnos desde entonces arsenal abundante, que facilitaban las cartucheras de los soldados españoles al desbandarse por aquellos espantosos desfiladeros.

Todos los esfuerzos del ejército español, aun triplicando el número de combatientes, hubieran fracasado ante las formidables posiciones que nos brindaba la cordillera de Guaniguanico, desde el Rubí hasta Bahía-Honda. Eramos allí invencibles: el teatro nos era muy conocido: se aprovechaban los menores accidentes topográficos. Un grupo de tiradores bastaba para detener á una columna de cinco y seis mil hombres y colocarla en situación difícil al menor descuido: si trataba de avanzar, no podia hacerlo sino lenta y penosamente, oprimida entre aquellas moles inaccesibles, y bajo el fuego mortífero de nuestros pelotones: al iniciar la retirada se introducía la confusión en sus filas, y la persecución era entonces tenaz, continuada, incesante, hasta que se refugiaba en sus cuarteles, á retazos muchas veces. Díganlo sino las gloriosas jornadas de Tapia, con sus veinte combates sucesivos, Cacarajícara, Vega-Morales, Cayo-redondo, Quiñones, y tantas más, que completan los anales de una época grandiosa, enlazadas unas con otras como la cadena de aquellas montañas de aspecto aterrador que sirvieron de teatro á un corto número de hombres para mantener alta y viva la contienda, en lucha siempre desigual, contra fuerzas centuplicadas. Y lo atestiguan asimismo —por no citar otra serie de episodios memorables— las acciones más recientes del Rubí, realizadas el 9 y el 10 del pasado Noviembre, cuando ya íbamos en marcha sobre la Trocha, donde nuestro intrépido caudillo con solo ochenta hombres que le acompañan, provoca la batalla pudiendo eludirla, contra 25,000 españoles mandados personalmente por Weyler; se bate durante el dia 9 en las mismas posiciones causando al enemigo considerables bajas, y rompe al dia siguiente con un fuego violento y destructor el ala derecha del ejército español, que no vuelve ya á juntarse con el resto de sus fuerzas, mientras él prosigue la ruta, camino del Mariel, dejando á Weyler completamente desorientado. Pocos ejemplos registran los anales militares de combates más brillantes y bien dirigidos. Y si el general Maceo desiste de su propósito de ir sobre la Trocha aquel dia ¡cuántas ventajas no se habrían obtenido! ¡cuántos valiosos trofeos no se alcanzan! [¡cuántos infortunios también se evitan!]…. Bastará consignar que Weyler estuvo perdido durante 36 horas en las escabrosidades de los montes de Oleaga, reinando un temporal deshecho, pues el único práctico que llevaba se le escapó tan pronto lo dejó enmarañado, y fuéle forzoso permanecer allí, sobrecogido por el terror de una situación imprevista, hasta que acudió en su auxilio la columna del Cnel. Segura. Un ataque dado por Maceo en aquellas condiciones hubiera consumado el desastre del ejército de Weyler, y quizás ni él mismo hubiese escapado con vida. Pero dijérase que un hado adverso coordinaba los acontecimientos de un modo propicio para la iniquidad, impeliendo al héroe incomparable de Cuba, en alas de una fortuna engañosa, por el camino de la muerte.


La Trocha. -- Preparativos de marcha.

Al general Maceo, más que á ningún otro, le importaba atravesar las lineas españolas sigilosamente. Hacerlo por medio de la violencia era dar aviso seguro al enemigo y brindarle ocasión propicia de acudir sobre nosotros á las pocas horas de haber forzado el paso. Para una empresa de esa magnitud hubiera sido indispensable situar anticipadamente, sobre un punto determinado todas las fuerzas que operaban en la provincia de la Habana, concertarlas para una acción simultánea, cosa que ofrecía no pocos inconvenientes, y formar á la vez una columna de ataque, que necesariamente habia de ser consistente y organizada con elementos de la división de Pinar del Rio. Combinar tantos factores diversos no era posible.

Pero la operacion no por eso dejaba de ser ardua y peligrosa: la Trocha era, en verdad, una buena línea estratégica, fuertemente eslabonada de uno á otro extremo, y con sobrantes medios de vigilancia para evitar una sorpresa del enemigo, lo propio que para repeler cualquiera agresión temeraria. Donde el terreno lo permitía, se habían fabricado zanjas, pozos de lobo y otros atolladeros, á la vista de los reductos, cuya situacion topográfica no conocíamos de un modo concreto. Precisaba, pues, adoptar todas las medidas de precaución que la importancia de la empresa requería á fin de no caer en alguna trampa material, ó en celada de otra índole preparada por la traición, de mancomun con el avisado enemigo. Cuantos informes se habían adquirido hasta entonces acerca de esa linea militar estaban contestes en que el paso por la misma no podía efectuarse á caballo.

Utilizando la comunicación que teníamos establecida por Guanajay, se despachó el dia 7 de Noviembre un correo al teniente coronel Baldomero Acosta, jefe de la zona de Banes, diciéndosele por escrito: "Para el dia once del corriente tendrá Vd. doce caballos preparados en punto conveniente para una familia que debe pasar á esa. Con toda la reserva del caso y las precauciones necesarias, procederá Vd. en ese asunto á fin de que dicha familia pueda hacer su marcha sin tropiezo alguno. Además tendrá Vd. toda su fuerza lista para que la escolte hasta dejarla en las fuerzas de los coroneles Castillos ó Sánchez. ¡Si fuere necesario utilizar en beneficio de la referida familia mis caballos, hágalo con todos —El Roble 6 de Noviembre de 1896. —A. MACEO".

Como en la noche del 13 no "pudimos efectuar el paso por no haber acudido al punto de cita los prácticos que debían guiarnos, se aplazó la operación para el dia 28 del propio mes, enviándose comunicaciones al citado teniente coronel Acosta, reiterándole lo que se le había dicho en la primera, y á los coroneles Sánchez y Sartorio para que tuviesen concentradas sus respectivas fuerzas en el lugar que les designaría el expresado Acosta. Al general Aguirre se le ordenó que situara todas las fuerzas disponibles de su división en la zona de operaciones del brigadier Castillo.

He aquí literalmente algunas de las comunicaciones que se trasmitieron :

"Al teniente coronel B. Acosta. —Espere los dias 26, 27 y 28 en el punto que designe con los coroneles Sartorio y Sánchez y el comandante Tomás González, la familia que debe incorporársele en uno de esos dias. Tenga preparados, como le ordené en mi anterior, doce caballos, utilizando los mios si tiene necesidad de ellos para completar el número. —Con esta fecha doy instrucciones sobre el mismo objeto á los jefes citados, para que, caso de que fuesen atacados por el enemigo, puedan batirlo con éxito.

Procure conocer el punto donde sitúe sus fuerzas el general Aguirre, que debe ser en la zona del coronel Castillo. —San Felipe 15 de Nbre. de 1896. —A. MACEO."

"Al coronel Silverio Sánchez. —Para los dias 26, 27 y 28 se situará Vd. en el punto que le tengo ordenado, comunicándose con el teniente coronel Acosta para elegir el lugar más apropósito para la concentración de las fuerzas, á fin de que, caso de presentarse el enemigo, puedan batirlo con éxito. Reunido en el punto designado tomará Vd. el mando de las fuerzas hasta nueva orden. —San Felipe 15 de Noviembre de 1896. —A. MACEO."

"Al general José Ma. Aguirre, jefe de la división de la Habana. —No habiéndose podido llevar á cabo la concentración de fuerzas que ordené á Vd. en mi comunicación de fecha 6 del corriente, lo efectuará el dia 29 sin falta alguna, eligiendo para ello lugar adecuado en la zona del coronel Castillo. Con esta fecha doy instrucciones á dicho jefe y al coronel Cuervo, para que acudan al sitio designado; de manera que, caso de presentarse el enemigo, pueda batirlo eon éxito completo. San Felipe, 15 Nbre. de 1896. —A. MACEO."

Como se ve por las comunicaciones trascritas á ningún jefe se le dijo que el general Maceo pensaba cruzar la Trocha, ni tampoco se determinó el objeto ulterior de la concentración de fuerzas al noroeste de la Habana. En el mismo Cuartel general solo tres personas conocían el proyecto y el modo de llevarlo á cabo. Si otros pudieron inducirlo por virtud de las varias interrupciones que hicieron aplazar la operación, es lo cierto que nadie fué indiscreto.

Desde el dia 28 de Noviembre hasta el 4 de Diciembre permanecimos sobre la Trocha, practicando los reconocimientos necesarios para encontrar un paso expedito. En la noche del 2 intentamos atravesar la línea á caballo, llegamos hasta la misma calzada de Guanajay, pero el ruido de las pisadas sobre un terreno firme alarmó al centinela de un fuerte, hubo tiros, y fué menester alejarnos para que el enemigo no sospechara de nuestros intentos. Mas no debió dársele gran importancia al suceso por el jefe de aquella zona, puesto que dos noches después el servicio de vigilancia estaba bastante descuidado.

En la mañana del dia 3 trabamos reñido combate con fuerzas enemigas muy superiores, donde los nuestros dieron admirable testimonio de su tesón y fiero arrojo, y el general Maceo, anteponiéndose á los más animosos, llegó á descargar su revólver sobre una compacta masa de soldados; y por la tarde, bajo furioso temporal,, sin haber descansado un momento, volvimos á emprender el camino de la Trocha, tantas veces recorrido, no siendo posible explorar satisfactoriamente el campo á causa de la oscuridad de la noche, ni aventurarse á mayores intentos por no haber concurrido al paraje señalado de antemano un individuo, cuyo nombre no debo revelar, á quien estaba confiada la misión más importante de la empresa, sin la cual no era ésta factible ni ofrecía probabilidad alguna de éxito.

Aquella noche la pasamos al raso.

Mientras nosotros permanecíamos junto á las trincheras enemigas, vigilantes y ocupados en la tarea de quebrar un eslabón de la formidable cadena que parecía tener sujetos los destinos de la patria, el intrépido Weyler, que había salido por segunda vez á campaña, después de solemnizar en la capital imaginarias victorias, se aposentaba con todo su séquito en Los Palacios, pueblo situado sobre la linea férrea, del Oeste, á unas veinte leguas de la Trocha, lo cual es demostración palmaria de que ignoraba en absoluto el rumbo de Maceo, al que suponía errante y fugitivo por el Sur de la provincia buscando las tierras bajas de Sabanalamar.

Corroboran también este aserto los partes oficiales publicados por la prensa habanera de un combate realizado el dia 26 de Noviembre en las inmediaciones de Cabañas, que dicen, entre otros embustes que la columna española de Suarez Inclan batió grupos insurrectos mandados por Perico Delgado, causándoles muchos muertos vistos, á cañonazos la mayor parte. —Tuvimos seis heridos leves, y era Maceo el que mandaba aquellos grupos insurrectos.


El paso de la Trocha.
(4 Y 5 DE DICIEMBRE)

Después de la frustrada tentativa sobre la calzada, el General, oyendo los previsores consejos de sus oficiales más adictos, determinó efectuar la travesía á pié, medio más penoso pero menos expuesto á un fracaso, y reducir todo lo posible el número de sus acompañantes, ya que el aumento del personal no podia influir en el éxito de una operación cuya base primera era el sigilo. Designados por el mismo General, éramos por junto diez y ocho hombres los que salíamos del campamento de Bejarano en la tarde lluviosa del dia 4 para cruzar definitivamente las líneas enemigas, amparados por las tinieblas de la noche. He aquí sus nombres: el general Maceo, el general Miró, los ayudantes Nodarse, Piedra, Justiz, Souvanel y Gómez, el Br. Diaz, el Crnel. americano Gordon, el Dr. Zertucha; los comandates Peñalver y Ahumada, el subteniente Urbina, 3 asistentes del general Maceo, uno del brigadier Diaz y otro del jefe de Estado Mayor: todos perfectamente armados. Llevábamos además siete bombas de dinamita de grandes dimensiones, para utilizarlas en caso de peligro inminente.

El tiempo seguía borrascoso: la lluvia arreciaba por momentos. Al cerrar la noche la oscuridad era completa. El General me pidió el croquis del itinerario que habíamos de seguir al aproximarnos á la Trocha para grabarlo profundamente en su memoria. Hicimos alto como á trescientos metros del ingenio "Cañas", cuartel enemigo, para desmontarnos. Allí nos esperaban dos prácticos conocedores de un paso franco por las inmediaciones del Mariel.

Poco después emprendíamos la peligrosa travesía. Nuestras pisadas no podían oírse desde los fuertes enemigos á causa del fragor del temporal. Nos hallábamos muy cerca del Mariel, cuyas luces se veían perfectamente: de cuando en cuando, por intervalos de quince minutos, los toques de atención de las cornetas nos hacían detener la marcha. En uno de estos rodeos tropezamos con un reducto, guarnecido seguramente, puesto que se veía lumbre en su interior; pero el centinela no advirtió la presencia del enemigo. Los dos prácticos hicieron alto. Habíamos llegado al lugar más peligroso: la calzada ó carretera de Mariel á Guanajay. Presentábase allí un serio obstáculo; una zanja, casi cubierta por el agua, poco menos que imposible de salvar sin confusión ni ruido; pero una mano providencial había colocado un travesaño y por él fuimos pasando á horcajadas los diez y ocho hombres ya citados, despachándose entonces á los dos prácticos, quienes, antes de emprender su nuevo camino, hicieron desaparecer el madero que tan importante papel jugó en aquel tenebroso pasaje.

El General guió desde aquel momento la ruta. Salváronse sin tropiezo alguno las demás líneas enemigas, gracias al silencio que guardábamos y al ojo certero de nuestro jefe que, á una regular distancia, distinguía las trincheras y evitaba el peligro de caer sobre ellas. Antes de media noche estábamos ya fuera de las líneas fortificadas: las luces del Mariel y las de los fuertes se iban alejando de nuestra vista; los toques de corneta se percibían cada vez más tenues y apagados.

A las dos de la madrugada del siguiente dia hicimos alto para descansar: el mar, alborotado y sombrío, rugía muy cerca de nosotros. Hicimos lumbre y dormimos un rato.

Al amanecer se continuó la marcha, durante una hora á la vista del mar; después nos internamos, buscando el abrigo del monte. Habíamos andado media legua cuando dimos con una pareja exploradora de las fuerzas del teniente coronel Acosta. Entonces supimos que aquel punto se llamaba "La Merced."

El General determinó acampar allí mientras llegaban los caballos pedidos con antelación al mencionado Acosta.

Quedaba pues franqueado el formidable valladar, orgullo de Weyler y sus secuaces. Aquella que podía llamarse la más ardua operación de la campaña, á juzgar por las mismas declaraciones del adversario, acababa de realizarse con éxito completo. Lo más difícil estaba ya hecho; vencido el imposible, salvado el paso peligroso, roto el cinturon de hierro de la Trocha inexpugnable.... ¡cuan lejos estaba de nuestra mente el horrendo desenlace que la fatalidad nos reservaba, como irrisorio premio á tanta abnegación y heroísmo!


En el campamento de La Merced.

Desde que pasamos la Trocha militar del Mariel, el General sintióse indispuesto y perdió su habitual buen humor. Notábanse en él visibles señales de cansancio y abatimiento. Las fatigas que tuvo que soportar durante dicha operación y en los dias anteriores, caminando muchas horas á pié por terrenos inundados de agua, exacerbaron sus padecimientos reumáticos ocasionándole también alguna depresión de ánimo. Le contrarió vivamente no hallar en el punto designado de antemano los caballos que se habían pedido al jefe de aquella zona, circunstancia que nos obligó á permanecer durante veinte y ocho horas en el campamento de "La Merced", en una situación bastante comprometida, pues nos hallábamos á una legua escasa del Mariel, muy cerca de la costa, y no éramos por junto más que veinte y cinco hombres. Un ataque del enemigo hubiera sido de funestas consecuencias para nosotros. No lejos del campamento veíanse densas humaredas, indicio seguro de fuerzas españolas que, allí, como en Pinar del Rio, devastaban el territorio por medio del incendio.

El tiempo seguía borrascoso, la lluvia duró todo el dia y parte de la noche. El General continuaba enfermo; fué necesario darle fricciones en las piernas para devolver el calor á sus miembros entumecidos. Habiéndose calmado un poco sus dolores, me llamó para que conversáramos. Muy tristes pensamientos atormentarían su espíritu, cuando solo hallaba complacencia en el relato confidencial de cosas íntimas y fenecidas. La figura vigorosa de su hermano José, muerto heroicamente en el campo de batalla ¡como Maceo al fin!; el recuerdo piadoso de otras tumbas queridas; su propia esposa que él creía también muerta porque noches atrás había visto su imagen envuelta en fúnebre sudario, tales fueron las memorias que evocó, bajo el influjo sin duda de una pasión deprimente. Yo procuraba distraerle trayendo á la conversación los sucesos del dia, llamados seguramente á cambiar la faz de las cosas en breve plazo y á concluir con el prestigio de Weyler, cuyos planes podían considerarse fracasados por virtud de nuestro paso á través de sus inexpugnables líneas. "No tengo caballo —me dijo por toda contestación en tono muy triste, y agregó:— cuando le quité la montura al Libertador para cruzar la Trocha sentí un dolor muy agudo." Se acordaba el General de su caballo de batalla, magnífico alazán cogido en Melena del Sur el dia 3 de Enero, con el que había hecho toda la gloriosa campaña de Pinar del Rio.

Me habló también de los fieles soldados de su escolta que quedaron en el campamento de Bejarano, llenos de pesadumbre por nuestra separación. "Por eso yo —me dijo— quería romper la Trocha y pasarla á tiro limpio."

A la una de la madrugada el oficial de guardia anunció la visita del coronel Sartorio y teniente coronel Acosta, con los cuales conversó largo rato el General, apremiando al segundo para la más pronta remisión de los caballos.

Amaneció el dia 6 con señales de bonanza.

El General se encontraba más aliviado de sus dolores reumáticos, aunque seguía displicente.

Mandó, sin embargo, al Mariel por pan y chocolate, que repartió entre los allí reunidos. Tuvo el intento de hostilizar una columna enemiga que pasaba por las inmediaciones de nuestro campamento; pero desistió de ello al comunicarle los exploradores que el enemigo retrocedía para el Mariel.

A las doce de la mañana emprendimos marcha hacia la provincia de la Habana, montados provisionalmente en los caballos que nos facilitó un oficial que estaba al cuidado del campamento.


Camino de la Habana.

Con las precauciones necesarias y guiados por el teniente Vasquez, tomamos la dirección de Banes, pueblo guarnecido por un destacamento español. Aquellos lugares nos eran ya conocidos por haberlos cruzado por primera vez en la campaña de invasión. Por el camino encontramos los caballos que conducían algunos individuos de las fuerzas del teniente coronel Acosta. La casualidad poco después nos deparó una agradable sorpresa: la presencia allí de una distinguida familia cubana, que iba de paseo en un carruaje. El General estuvo muy amable con dicha familia. La señora de C….., elegante dama habanera, le pidió alguna prenda de las que llevaba encima al pasar la Trocha, como testimonio fehaciente de tan memorable episodio. El General puso en manos de la citada dama una joya en forma de estrella adornada de un brillante, regalo de otra persona que él apreciaba en mucho. La señora, muy complacida, dijo sonriente al General: Yo le enviaré á Vd. otra estrella, tan hermosa por lo menos como esta.

Al partir aquella familia nosotros proseguimos la marcha. Pernoctamos á cosa de las once de la noche en una colonia del ingenio Baracoa, límite de la provincia de Pinar del Rio. A las tres de la madrugada del siguiente dia nos dirigimos hacia el lugar donde debian estar reunidas las fuerzas que operaban sobre la línea del Oeste, al mando del brigadier en comisión Silverio Sánchez. De noche aún atravesamos la calzada de Hoyo Colorado á Marianao. Al amanecer nos desmontamos un rato en una finca situada á un tiro de fusil de la mencionada carretera, para adquirir algunos informes acerca de las columnas españolas que por allí operaban, é indagar á la vez si circulaba algún rumor respecto á nuestra presencia en la provincia de la Habana: nada absolutamente se sabía por aquellos contornos de nuestro paso por la Trocha. Proseguimos la marcha hacia el campamento de San Pedro, donde se hallaban las fuerzas del brigadier Sánchez, esperándonos. El recibimiento fué entusiasta: el General fué aclamado frenéticamente. Por junto entre aquellas fuerzas y las recien llegadas, formaban un contingente de 250 hombres de caballería. Eran las nueve de la mañana cuando el General se apeó del caballo: se dio orden de acampar.


En el campamento de San Pedro.
Ultimo dia del General.

Después de despachar algunos asuntos urgentes, el General tendió su hamaca y se recostó, mandando colocar sus zapatos y botas de montar juntos á la candela para que se secaran. Entre tanto yo adquiría algunos informe; con los jefes y oficiales de aquellas fuerzas, y no me causaron muy grata impresión los suministrados por éstos respecto á la actitud que solía por allí tomar el enemigo. Tampoco me gustó el campamento. No lo hallaba á propósito para que pudiese maniobrar la caballería: el terreno estaba cubierto de malezas y obstruido á trechos por algunas cercas de piedras. Me relataron que dos dias antes los españoles habían iniciado el combate arrollando un cuerpo de guardia. Hube, pues, de manifestarle al General lo que me habían comunicado aquellos oficiales. El General llamó entonces á mis informantes conferenciando con ellos sobre el particular indicado; pero como al mismo tiempo, el comandante Andrés Hernández, encargado ese día del servicio de exploración, trajo la noticia de que por aquellos contornos no había novedad, pues una columna que había salido de Hoyo Colorado se encaminaba manifiestamente hacia Punta Brava, el General despidió á los informantes y me dijo, al quedarse á solas conmigo: "organice Vd. el servicio para mañana." Llamé al Secretario del despacho para que pidiera al brigadier Sánchez una relación nominal de los jefes y oficiales allí presentes, y yo mismo fui al pabellón del expresado brigadier para que se hiciera con urgencia. El General, como siguiendo el curso de una conversación un momento interrumpida, pronunció estas palabras: Nada, si hoy no llega Aguirre, esta noche daremos un escándalo. —¿Dónde será ello?—le pregunté? —En Marianao—contestóme.

Entonces recobró su buen humor. Yo me senté al pié de su hamaca y estuvimos hablando largo rato sobre asuntos relacionados con la guerra y los sucesos de actualidad. Entre otras cosas, me dijo: Cuando lleguemos á Matanzas partirá Vd. para el Camagüey con el hijo del general Gómez. Me temo que á ese muchacho (refiriéndose al hijo del General en Jefe) le peguen un balazo el mejor dia; ya le han tocado y él es belicoso.

—Pero yo no quisiera —le repliqué— separarme de Vd. un solo momento. —A lo que contestó: —Cuando Vd. parta yo iré cerca de Vd. Además, deseo que vea Vd. á su familia, á la que ofrecí formalmente que estaríamos de regreso á los seis meses, y que me arregle Vd. todas aquellas cosas …pues Vd. sabe cual es mi modo de pensar en todos los asuntos que afectan á Cuba. Mañana partirá el general Diaz para las Villas; lo necesito allá, pues quiero que se muevan las fuerzas del Departamento para hacernos sentir en todas partes.

Llamó al brigadier Diaz para comunicarle el proyecto que tenía y determinar con él, sobre el mapa, la zona de operaciones de la 1.a División del 4.o Cuerpo, para cuyo mando lo destinaba. Y los tres seguimos conversando sobre varios asuntos hasta que sirvieron el almuerzo. Terminado éste, firmó una comunicación dirigida al general Aguirre para que se incorporara sin pérdida de momentos, y otra para el general Lacret, ordenándole que con todas las fuerzas de su división se situara en los límites de la provincia de la Habana: estas fueron las últimas disposiciones que firmó el general Maceo.

Yo sentía fuerte dolor de cabeza y comprendiéndolo el General, me dijo, con acento cariñoso: "¡Pobre Miró! es que aun no ha tomado café; vamos, que Benito haga para los tres.” Mientras el cocinero preparaba los utensilios, bromeó conmigo acerca del abuso que yo hacía del café, colocándome al nivel de los generales Lacret y Rius Rivera, los dos hombres que más café tomaban. Recordó un caso en que Rius se había tomado treinta y dos tazas consecutivas, y que Lacret llegaba al extremo de beberlo frio y sin endulzarlo.

Estaba lo más locuaz y festivo ¡cuán cerca tenía la muerte!

Sirvieron el café, que dio motivo á nuevas chanzas del General. Después me invitó á que leyera unas páginas de La Campaña Invasora, obra escrita por mí en el mismo teatro de la guerra. Empecé la lectura por el capítulo último —que trata de Martínez Campos y es á la vez resumen de la campaña— cuando al llegar á cierta página que él conocía, interrumpióme para decir á los circunstantes:

—Miró se despacha aquí á su gusto y por eso no le permito que publique el libro mientras dure la guerra, pues me descubre el plan de campaña empleado contra Martínez Campos y de ello se aprovecharían Weyler y los enemigos personales de mi compadre Martinete (1).... En eso sonaron algunos tiros, seguidos de fuertes descargas. ¡Fuego! ¡el enemigo! vocearon algunos, y corrimos prestos á cojer los caballos. El General ordenó le trajeran el suyo, y al mismo tiempo se tiró de la hamaca; pero como tenía las botas de montar y los zapatos junto á la candela, me rogó le trajera estas prendas. Ayúdele á ponerse las espuelas, diciéndole entretanto: El enemigo ha rebasado la guardia, las descargas suenan muy cerca.

Los proyectiles silbaban en torno nuestro.


(1) Así llamaba Maceo en broma á Martínez Campos.


El combate. --Como ocurrio la catástrofe.

Una vez montados á caballo, yo me puse, como siempre, al lado del General. Desenvainamos los machetes. El fuego de los españoles era en extremo violento. El General estaba muy enardecido; empujaba los ginetes sobre el enemigo con él pecho de su caballo. Al galope recorrimos el campo de batalla en distintas direcciones. Algunos de los nuestros habian ya repelido por el flanco izquierdo el primer ataque de la caballería española. El enemigo sorprendido ante aquella brusca aeometida, que sin duda no esperaba hizo un movimiento de retroceso, replegándose detrás de una cerca.

El campamento, según se ha dicho en otro lugar estaba situado en la finca nombrada San Pedro, perteneciente á Punta Brava, y tenia hacia el Norte dos grandes cercas de piedras que formaban dos líneas casi paralelas, extendidas de Este á Oeste. Además, una cerca de alambres, otra de mayas, y maleza por doquier.

El General, con su Estado Mayor, había acampado en un palmar que estaba sobre la derecha del campamento. El enemigo atacó la guardia que vigilaba el camino del noroeste, obligándola á replegarse. Entonces el General lanzó sobre la vanguardia española algunos ginetes que acuchillaron á unos cuantos soldados que intentaban avanzar por el flanco izquierdo; pero entretanto la infantería enemiga corríase por detrás de la primera cerca, ocupándola hasta el frente del palmar. El General, viendo que el enemigo se mantenía á la defensiva, dio órdenes para un ataque simultáneo, dirigiéndose con el Estado Mayor hacia el palmar para observar mejor los movimientos de la columna, en atención a que por dicha punto el fuego arreciaba. Tan pronto disminuyeron los disparos del enemigo por este lado, el General, que según queda dicho, estaba muy enardecido, volvió rápido sobre el extremo opuesto, con el intento sin duda de dar una carga al machete, y penetrando por entre las dos cercas mencionadas, aproximóse á la que servía de trinchera al enemigo unos sesenta metros. Su punto de mira era en aquel momento la extremidad de dicha cerca por donde asomaban algúnos grupos enemigos Allí estaban también, sosteniendo la refriega desde los primeros momentos del combate, el coronel Sánchez y los tenientes coroneles Acosta, Delgado y Rodríguez con un grupo de ginetes. Hacia allá íbamos nosotros á galope, yo al lado del General, con los ayudantes Nodarse, Justiz, Souvanell y Gómez. A unos diez pasos de distancia , nos precedía el general Diaz con otro grupo de ginetes, entre los que recuerdo haber visto al coronel Gordon y comandantes Ahumada y Peñalver que con nosotros habían pasado la Trocha, al comandante Piedra le habían matado el caballo en aquellos momentos al trasmitir una orden.

El fuego continuaba vivo y nutrido. Se veía perfectamente la infantería española apoyando sus fusiles sobre la cerca, y muchos ginetes de caballería, desmontados. El General, persistiendo en su intento de dar una carga decisiva, ordenó entonces a Diaz, por medio del ayudante Alfredo Justiz que empujara la gente por la izquierda [textual], y apoyándose ligeramente en mi brazo para decirme: ¡esto va bien! desplomóse del caballo. Una bala le había penetrado por encima del maxilar superior y otra le atravesó el vientre ¡estaba muerto!

Grité al general Diaz para que retrocediera; éste no me oyó á causa del estruendo del combate. En esta situación, y comprendiendo que los que estábamos allí no éramos suficientes para cargar el cuerpo del General, ordené al ayudante Justiz que avisara á Díaz, pero al ir á cumplimentar mi orden una bala hirióle mortalmente. Acudieron simultáneamente el coronel Nodarse, el capitán Souvanel y teniente Gómez: el primero y el último fueron heridos casi al mismo tiempo, mientras hacían esfuerzos gigantescos para arrastrar el cadáver del General. Yo me sentí también herido y con el caballo casi inútil por cuatro balazos. Un individuo que sostuvo el cuerpo del General al desplomarse del caballo, y que después he sabido era un comandante llamado Sánchez, recibió una herida en la pierna; no obstante pudo llevarse el caballo del General, que tenía tres balazos. Otro individuo, cuyo nombre no be podido indagar que pasaba por allí en aquellos momentos de suprema angustia, fué herido en el cuello y el caballo que montaba cayó muerto sobre la cabeza del General. Ileso no quedaba más que el ayudante Souvanell. Indudablemente el enemigo afinaba la puntería sobre nuestro grupo, comprendiendo tal vez que allí se desarrollaba algo tremendo y desesperante. Los soldados españoles no se movieron sin embargo de sus parapetos mientras quedó en pié el último de nosotros. Viendo que era imposible cargar el cadáver del General, pues no había auxilio en torno de mí, me lancé en busca de gente. Atravesé la línea de fuego, sin oir absolutamente nada, dado el estado de mi ánimo. A unos 500 metros del lugar acerté á divisar á los tenientes coroneles Delgado y Acosta con un corto número de ginetes, que se retiraban del combate. Les di cuenta del fatal acontecimiento, diciéndoles: ¡el cadáver del general Maceo está entre los soldados españoles! La impresión fué terrible, espasmódica. Mientras concertábamos el ataque para poder rescatar el cadáver de manos de los españoles, llegó el general Diaz á quien participé el horrendo suceso, y poco después á los coroneles Sánchez y Sartorio y teniente coronel Rodríguez, quienes tenían ya noticias, aunque no concretas, del desastre ocurrido. Aquel pequeño grupo (no pasaba de 20 hombres) avanzó resueltamente hacia el sitio donde había quedado el cadáver del General; pero un compacto pelotón de soldados, desde sus parapetos, hizo nutrido fuego, causándonos dos muertos y un herido No era cosa de lanzarse sin orden ni concierto; dominó la serenidad, tan necesaria en aquellos momentos, y comprendiendo que hacían falta más refuerzos, el coronel Sánchez mandó á uno de sus ayudantes en busca de ellos, quedando nosotros junto á una cerca de piñón. Tardaban los refuerzos en llegar, por lo que el mismo coronel Sánchez partió á dicho objeto, por indicación del general Díaz. Dominados por la impaciencia salimos unos pocos en pos del coronel Sánchez, á quien encontramos con unos 30 hombres que había podido reunir y fuimos flanqueando por la derecha, con el propósito de penetrar por este lado al lugar donde había caido el General. Ya no se oían tiros. Todo indicaba que la columna española emprendía retirada y que no llevaba consigo el cadáver de Maceo, pues de no ser así el vocerío de la tropa, al apoderarse de tan valioso trofeo hubiera atronado los espacios. El cadáver del General y el de su ayudante Gómez fueron hallados al fin por el grupo que quedó junto á la cerca de piñón, al mando del teniente coronel Delgado, y en el mismo sitio en que cayeran bajo el plomo enemigo.

Nuestras bajas en el combate fueron seis muertos y treinta y tres heridos: entre éstos, además del Jefe de Estado Mayor, el coronel Nodarse y el comandante Justiz, ya mencionados, y el coronel Gordon y el comandante Ahumada de los que con el General habían pasado la Trocha. Entre los jefes y oficiales de las demás fuerzas, los tenientes coroneles Delgado y Acosta y comandantes Cerviño y Sánchez. Siento no poder estampar los nombres de los restantes por no habérseme facilitado por la Sanidad la relación correspondiente.

Como en sucesos tan trascedentales cada cual los cuenta á su modo, unos para adjudicarse toda la gloria de la jornada, otros para elevarse ilegítimamente, esto es, con los laureles agenos, cumple á mi deber hacer constar aquí que cuantos tomaron parte en la acción pelearon con denuedo y bizarría y que mayores esfuerzos no pudieron realizarse, ya durante el combate, ya en el empeño posterior de rescatar el cadáver de nuestro insigne caudillo.

No creo, sin embargo, que nadie intente acometer usurpaciones de la índole indicada, explotando en provecho propio un acontecimiento que habrá de figurar entre los fastos más memorables de la guerra. Hago constar asimismo, que al lado del general Maceo, cuando éste cayó derribado del caballo, no se hallaban otras personas que las que he mencionado en el relato precedente. Si algunos más pretendiesen —guiados no sé por qué móvil— haber estado allí, demostrarían con ello ó que no habían puesto de su parte todos los medios para alejar de aquel sitio el cuerpo exánime de nuestro Jefe, ó que no ocupaban el lugar que se les había señalado.


Después de la catástrofe.

El cadáver del General presentaba dos heridas de bala, y otras dos el del ayudante Gómez. Aprovechando seguramente el tiempo que yo tardé en ir á buscar refuerzos, algunos guerrilleros enemigos se aproximaron á los cadáveres despojándolos de varias prendas, pues no se encontraron el revólver, los gemelentes de campaña y las botas del General; pero respetaron su cuerpo caliente todavía. Parece que, aun muerto, les infundió espanto!

Los dos cadáveres fueron conducidos á un montecito cercano, donde antes se alzaba un edificio, ahora en ruinas. Era ya de noche. Al ver aquel coloso derribado; aquella naturaleza, poco ha tan vigorosa, insensible, apagada para siempre; al convencerme de que aquel horrendo drama no era una ilusión de mis sentidos, sino tremenda realidad, prorrumpí en amargo llanto, mezclándose mis lágrimas con las de mis compañeros que habían sobrevivido á la catástrofe. Junto á los cadáveres lanzaba dolorosos lamentos el Secretario del Despacho, comandante Alfredo Justiz. ¡Aquello partía el alma! Algunas velas encendidas alumbraban siniestramente el fúnebre cuadro.

El cielo estaría sereno; pero yo lo veía cubierto de densos crespones, y en su centro, sombría y dolorosa, la imagen de Cuba con el dogal al cuello.

El general Diaz recobró la serenidad para recordarme que teníamos aun altos deberes que cumplir; que el abatimiento aunque fruto natural del dolor, podía ser causa de otros males que debían evitarse.

Acordamos entonces transportar los cadáveres á otro lugar para darles sepultura en sitio seguro que no pudiese ser profanado por el enemigo, y partir después nosotros hacia Oriente para dar cuenta al General en Jefe y al Gobierno de la República de tan luctuoso acontecimiento, que había de herir doblemente al primero en sus sentimientos de padre y de patriota. Recogí el archivo, las cartas particulares del General, varias prendas del mismo, el caballo que había montado durante la acción, y como á las diez de la noche emprendimos la marcha. Esta fué silenciosa y triste. Con las precauciones necesarias, á fin de defender tan sagrado depósito en caso de algún ataque de los españoles, atravesamos lugares bastante peligrosos, sobre todo tres líneas férreas que hubimos de cruzar indispensablemente. Toda la noche la pasamos caminando.

Al amanecer del dia 8, oyendo las salvas de las fortalezas de la Habana, (1) dimos sepultura al cadáver del general Maceo, juntamente con el de aquel heroico joven que había caido á su lado. Al abrigo del bosque impenetrable, descansan en una misma fosa, sin otra pompa fúnebre que el follaje siempre verde de una esbelta palma. Al dar el último adiós á aquel cadáver querido no comprendí la razón de mi existencia; todo lo veía otra vez negro y horrible y seguía asaltándome el fantasma de la noche anterior, siempre con el dogal al cuello. Cuba esclavizada en medio de un lago de sangre; la iniquidad triunfante; y el porvenir cubierto de sombras.

(1) Dia de la Purísima Concepción, patrona de España y de sus Indias.


La muerte del General.

A menos que no se explique por la frase corriente de que había llegado su última hora, he de consignar que la muerte del general Maceo fué consecuencia lógica de su valor temerario. Claro está que si adopta más precauciones personales, situándose á alguna distancia de las lineas enemigas, no era probable que las balas hubiesen llegado hasta allí para herirlo mortalmente; pero dado su temperamento belicoso, que lo impelía siempre á ser el primero en el combate, olvidándose de sí mismo para acudir en auxilio de los demás, no era posible que se contuviera en esta ocasión, ganoso como estaba de patentizar su presencia en la Habana con un hecho de armas que alcanzara resonancia.

Verdad es que lo ocurrido en la acción de Punta Brava pudo haber resultado en otras muchas ocasiones, en que el General afrontó peligros más inminentes, abalanzándose aún más sobre el enemigo. Citaré únicamente, en corroboración de este aserto, la acción sostenida el día 3 de Diciembre en la loma "La Gobernadora," en que disparó su revólver á sesenta pasos de distancia de los españoles.

Volviendo ahora sobre el suceso para darle explicación lógica, bastará recordar que el grupo que acompañaba al General se destacaba más que otro cualquiera por hallarse más próximo del enemigo, á cuyo encuentro iba. Lógico, pues, y natural era que, situado el enemigo detrás de un parapeto, apoyando sus fusiles sobre éste, pudiese afinar la puntería acribillándonos á balazos. Por el recuento que hice después, 36 fueron los proyectiles que hicieron blanco en aquel grupo.

Si el General no cae allí, caemos todos un poco más allá, al mezclarnos con los soldados enemigos, los que, según he referido en otro lugar, estaban apiñados haciendo fuego. Además el General montaba un caballo de bastante alzada, él iba vestido de blanco, con el ala del sombrero echada hacia atrás, y su arrogante figura se destacaba perfectamente. Que aquel era el Jefe de las fuerzas insurrectas debieron de comprenderlo los españoles, por su aire y actitudes, y si no lo comprendieron, las descargas de sus fusiles fueron simple obra del hábito de disciplina.

Que el General presintió dos dias antes el fin de su vida, reflejado está en la conversación íntima y triste que sostuvo conmigo en el campamento de "La Merced"", cuyas notas quedan ya consignadas en este relato. Tales presentimientos se disiparon de su espíritu en la mañana del combate, evidenciándolo así la locuacidad y el buen humor de que dio muestra durante algunas horas. No puedo precisar si al dar comienzo la acción volvieron aquellos á asaltarle. Su enardecimiento era mucho, ansiaba acuchillar al enemigo; sus órdenes eran concisas, proferidas nerviosamente. Contra su costumbre, gritó al principio de la refriega, para que el corneta tocara á degüello. Al comandante Peñalver le dijo con acento imperioso que encendiera un tabaco. Extrañándome esa orden —porque para él era un vicio repugnante el fumar— hube de preguntarle el motivo de aquella que yo consideraba rareza incomprensible. Y contestóme desabridamente: ¡para una bomba, Miró, para una bomba!

Si la imagen de la muerte surgió en aquellos momentos del fondo de su espíritu, aprestóse el General á afrontarla, para caer gloriosamente envuelto en el humo de la batalla como él deseaba y habían caido, uno tras otro, todos los Maceos.


Cpmento. de Palma Larga, Dbre. 14, 1896.