Narración de los viajes de levantamiento de los Navíos de Su Majestad Adventure y Beagle entre los años 1826 y 1836: Capítulo VIII
Encontramos que el cúter había sido quemado – Ansiedad por el Beagle - El lobero Uxbridge - El Beagle llega – Su crucero – La roca Bellaco – San Julián – Santa Cruz – Gallegos – Adeona – La muerte del teniente Sholl – Zarpe del Adelaide - Supuesto canal San Sebastián – Bahía Inútil – Nativos – Puerto San Antonio – Colibríes – Fueguinos – Zarpe del Beagle - Sarmiento – Roldán – Pond – Ballenas – Estructura – Paisaje – Puerto Gallant.
Puerto del Hambre presentaba señales evidentes de haber sido visitado durante nuestra ausencia por los indios, ya que un gran incendio, al parecer reciente, había acabado con el pasto, y quemado los árboles de punta Santa Ana, especialmente en la parte donde nuestra embarcación había sido ocultada tan cuidadosamente. Ansioso por saber si se había salvado del incendio, no perdí tiempo en dirigirme hacia el lugar, inmediatamente después que el Adventure fondeó, y encontré, tal como nuestros temores lo habían anticipado, que este había sido completamente destruido, apenas quedaban vestigios de su madera, y la mayoría de sus herrajes habían sido sacados, por lo que, sin duda, los indios le habían prendido fuego.
Los cobertizos del tonelero y del armero, que habían sido construidos con esfuerzo, también habían sido consumidos en su totalidad, y toda cosa portátil había sido llevada. Aquellas cosas que no eran de utilidad para ellos fueron rotas o quemadas, pero algunas de nuestras estacas de la estación del punto Santa Ana fueron dejadas intactas, como también la lápida erigida en memoria del Sr. Ainsworth y los tripulantes de su embarcación; lo cual era singular, porque estaba afirmada con aros de hierro – de gran valor, ante sus ojos.
Por las huellas frescas de caballos en los alrededores, al principio sospechamos que el incendio había sido causado por los patagones; pero pronto nos dimos cuenta que debíamos nuestra pérdida a los fueguinos, porque en dos wigwams nuevos habían tirados restos de nuestra embarcación.
El último invierno, parecía haber sido más suave que el precedente, ya que en el último enero, el monte Sarmiento y los cerros hacia el sur, sobre bahía Fitton, estaban tan cubiertos de nieve, que ni una partícula de roca podía ser vista; pero este año eran visibles muchos espacios pelados. Todo lo demás, sin embargo, indicaba una mala temporada, ya que las matas de calafate y los arbustos de madroño tenían apenas alguna muestra de fruta, lo que era más bien una desilusión, ya que las bayas de la primera planta demostró ser un agradable agregado a nuestros alimentos el año pasado. Sin embargo, no había escasez de aves, y con la red de cerco obtuvimos muchos peces.
La larga e inesperada ausencia del Beagle nos causó mucha inquietud, y cierto temor por su seguridad. Su visita a puerto Deseado no debería haberle tomado más tres días, y su mejor velamen debería haberle permitido al comandante Stokes reunirse con nosotros en la entrada del Estrecho. Se envió gente diariamente a mirar por él, y cada día que pasaba aumentaba nuestra ansiedad.
Una larga sucesión de tiempo con viento y lluvioso nos impidió avanzar con el Adelaide; pero el Hope fue arriado, y preparado para el servicio.
Antes del amanecer del 14 fui informado que el Beagle había sido visto en el horizonte. Se encendieron luces azules, e inmediatamente se mostraron faroles para guiarlo hacia el fondeadero, pero nuestra decepción fue grande cuando el avistamiento resultó ser la goleta del Sr. W. Low, el Uxbridge. Había estado cazando lobos desde noviembre en la vecindad de isla Noir, cerca de la entrada exterior del canal Bárbara, y se dirigía a cabo Gregorio para reunirse con su hermano mayor, que había estado recolectando aceite de elefante marino en las Shetland del Sur. El Uxbridge había entrado al Estrecho desde el Pacífico, por el “Canal” Magdalena, el cual el año anterior habíamos pensado que era un seno, y que habíamos tratado de explorar con el Hope, pero habíamos sido engañados por el abrupto cambio de dirección del canal en el cabo Turn.
Por fin (el 28), después que la ausencia del Beagle se había prolongado por más de un mes del tiempo previsto, nos sentimos aliviados de esta dolorosa ansiedad, y nos alegramos mucho, cuando el Sr. Tarn nos informó que él recién lo había avistado, y dos horas después arribó.
El comandante Stokes, para mi gran sorpresa, me contó que había estado levantando toda la costa entre puerto Deseado y el cabo Vírgenes, y que los últimos diez días había estado detenido en Río Gallegos por fuertes temporales de viento. Había sondado alrededor, y establecido la posición de la roca Bellaco, o bajo San Esteban, la existencia del cual había estado por tanto tiempo en duda. Había visitado y levantado parcialmente los puertos San Julián y Santa Cruz, además de bahía Coy, y había hecho casi un levantamiento completo de Río Gallegos, que resultó ser un río grande y rápido, en cuya entrada se forma un espacioso puerto: en lugar de estar bloqueado por un montículo de guijarros de cuatro o cinco pies sobre el nivel del mar, y teniendo tan poca corriente como para que escapara de la atención del Sr. Wedell mientras caminaba a lo largo de la playa.*[1] El cabo Buen Tiempo es tan notable, y está tan bien ubicado en la carta, que el Sr. Wedell, en su búsqueda del río, debe haberse engañado muchísimo a sí mismo. Diría que debe haber confundido el barranco descrito en mi anterior visita, ya que es la única parte que concuerda con su descripción: no podía ser bahía Coy, porque esa entrada, aunque de menor importancia, tiene una amplia comunicación en bote con el mar.
El comandante Stokes describe la marea en el fondeadero, dentro de la boca del Gallegos, como tirando a una razón de cinco nudos, y subiendo cuarenta y seis pies. Por el informe del Sr. Wedell, él estuvo a punto de pasar sin investigarlo, pero como el tiempo estaba muy bueno, decidió ir en su bote y esclarecer la verdad de esa descripción. Pronto fue evidente que el río era grande, y, regresando a su buque, no perdió tiempo en fondearlo dentro de la entrada, donde soportó un fuerte vendaval del SO.
El Beagle dejó Gallegos el 23, y llegó a puerto del Hambre el 28, una travesía muy corta, ya que permaneció una noche y gran parte del día en bahía Gregorio, para comunicarse con los nativos. Cuando se aproximaba a la Primera Angostura, el comandante Stokes vio un bergantín, aparentemente al ancla, en cabo Orange, y suponiendo que o había encontrado un buen fondeadero, o estaba en peligro, gobernó hacia él. Antes de que había llegado a dos millas de él, el Beagle tocó fondo, pero por suerte logró salir del peligro, porque estaban casi en la plea, y si se hubiesen mantenido encallados durante la corriente, las consecuencias podrían haber sido graves – por lo menos, no habrían podido salir sin haber aligerado la nave de manera considerable. El bergantín resultó ser el Adeona (la nave del Sr. Low) en ruta para encontrarse con el Uxbridge. Al intentar entrar a la angostura, encalló en los bancos de arena, y quedó en seco. A la siguiente marea volvió a flotar, y estaba a punto de continuar la navegación, cuando el Beagle apareció. El comandante Stokes al encontrar que el Adeona no había recibido daño, procedió a bahía Gregorio.
Por la llegada del Beagle nos informamos de la muerte del teniente Robert H. Sholl, después de una enfermedad de diez días. Sus restos fueron enterrados en el puerto San Julián, donde se erigió un lápida en su memoria.
La muerte de este excelente joven fue sinceramente lamentada por todos sus amigos, y por nadie más que yo. Fue nombrado para la expedición, como guardiamarina, únicamente a causa de su gran carácter.
Durante nuestro viaje desde Inglaterra, llamó la atención lo útil que fue salvando el cargamento de un buque, que estaba varado en Port Praya; y a nuestra llegada a Río de Janeiro, el Comandante en Jefe lo nombró para llenar una vacante de teniente a bordo del Beagle, un nombramiento que, hasta el momento de su lamentable muerte, él llenó con celo encomiable y más.*[2]
El 1 de marzo fuimos sorprendido por la aparición de tres europeos caminando alrededor de punta Santa Ana. Se envió una embarcación por ellos, encontrando que eran desertores del Uxbridge, que habían venido para enrolarse como voluntarios en nuestros buques.
Al día siguiente llegaron el Adeona y el Uxbridge, en su viaje hacia puerto San Antonio, a hervir su aceite; pero les recomendé Bougainville, o (como los loberos lo llaman) puerto de Jack, como más conveniente para su propósito, y más seguro de las tormentas, como también de las molestas visitas de los nativos.
Sobre mi ofrecimiento de devolverle los tres desertores del Uxbridge, el Sr. Low me pidió que los mantuviera, y otro, también, que estaba ansioso por unirse al Adventure, a lo que yo accedí, ya que el Adelaide necesitaba hombres. Pocos días después del zarpe del Sr. Low, regresó en una ballenera para pedir ayuda para reparar el timón del Uxbridge. Con nuestra ayuda pronto fue hecho utilizable, y fue capaz de proseguir su viaje, que de otro modo no podría haber continuado.
El Adelaide estuvo listo para la mar: su primer servicio iba a ser un examen del canal San Sebastián, el cual, por su delineación en las cartas antiguas, parecía penetrar en la gran isla del este de Tierra del Fuego. En el viaje de los Nodales (en el año 1618), fue descubierta una abertura en la costa este, que suponía ser la boca de un canal, que se comunicaba con el estrecho de Magallanes. Después de describir la costa al sur del cabo Espíritu Santo, el diario del viaje dice: “Encontramos, en el canal de San Sebastián, veinte brazas de fondo limpio. La costa norte es una playa de arena blanca, de cinco leguas de extensión, que se estira desde la tierra alta que termina en el cabo Espíritu Santo, dándole a esta costa la apariencia de una profunda bahía; pero, pero en un enfoque más cercano, se observa una extensión saliente de costa baja. El extremo sur de esta playa baja es una punta arenosa, alrededor de la cual el canal sigue; la boca es de una legua y media de ancho. La costa sur es más alta que la tierra hacia el norte, y en el medio de la bahía la profundidad es desde quince a veinte brazas de fondo limpio, y de buena calidad; pero desde medio canal hacia la costa sur el fondo es pedregoso, y el agua, de poca profundidad, siendo solo seis y siete brazas. Así que el canal se muestra, y continúa, hasta tan lejos como pudimos ver, del mismo ancho. Parecía ser un gran mar. La latitud observada fue 53° 16' “.*[3]
Del informe de más arriba, y de la carta que lo acompaña, en la cual esta entrada es hecha comunicar con el estrecho de Magallanes que comienza rodeando el cabo Monmouth, procedía nuestro conocimiento del supuesto canal San Sebastián. Que hay una profunda bahía, en latitud 53° 16' , no solo aparece en el informe de los Nodales, quienes estuvieron dentro de los cabos, aunque parece que no entraron más allá del fondo rocoso del lado sur de la entrada; sino que también de los informes de las naves que últimamente lo han visto; y de uno de los capitanes que fue desalentado de entrar, por la impresionante nota en nuestras cartas que es “solo navegable por naves pequeñas”, por lo cual él conjeturó que las corrientes serían muy fuertes, y el canal ocasionalmente angosto, como también con bancos de arena.
Sarmiento, Narborough, Byron, Wallis, Bougainville y Córdova, separadamente informaron de una abertura, que se supone correspondería a este canal, a saber, que entre los cabos Monmouth y Valentín; pero como el propósito de esos viajeros era hacer la navegación a través del Estrecho conocido, explorar esta abertura era, con toda probabilidad, considerada una pérdida de tiempo; y, por lo tanto era supuesto que el canal existía, lo que debemos concluir por la destacada figuración que tiene en las cartas de la Tierra del Fuego.
Si hubiese habido conocimiento que proporcionara alguna comunicación con el mar, seguramente Sarmiento y Narborough, como también los Nodales, que navegaron el Estrecho de oeste a este, habrían sido inducidos de intentar pasar a través; y evitar los peligros, como también las dificultades, de los canales hacia el norte.
Ansioso de esclarecer esta interrogante, le ordené al comandante Stokes que procediera a levantar las costas oeste, entre el Estrecho de Magallanes y la latitud 47° sur, o la mayor parte de esas peligrosas y expuestas costas que él pudiese investigar, con los medios que disponía, y yo zarpé, en el Adelaide, a explorar el supuesto canal San Sebastián. Al comandante Stokes se le dio toda la autoridad discrecional para actuar a su antojo, en beneficio del servicio; pero tenía órdenes estrictas de regresar a puerto del Hambre por el 24 de julio, cuando esperaba mover el Adventure a otra parte del Estrecho, y volver a comenzar las operaciones con los primeros días de la primavera, si el invierno no hubiese sido apto para nuestro trabajo.
Habiendo cruzado al sur de punta Boquerón, nos dirigimos, el 13 de marzo, hacia el NE (en cuya dirección se extendía la abertura), a no mucha distancia de la costa norte; detrás de la cual la tierra parecía elevarse gradualmente hasta la cima de una gran cadena de meseta, que terminaba cerca la Primera Angostura, parecida a la que se encuentra en las inmediaciones de cabo Gregorio. Estaba habitada; porque aquí y allá observamos el humo de fogatas, quizás deseando invitarnos a que desembarcáramos.
El lado sur de la abertura parecía (después de formar una pequeña bahía en cabo Nose) extenderse en dirección paralela a la costa norte de la bahía, por tres o cuatro leguas, donde descendía bajo el horizonte. Ninguna orilla tenía alguna abertura o ensenada en su linea costera, del porte suficiente para proteger siquiera un bote; por lo que una nave atrapada aquí, con un temporal del suroeste, habría tenida poca posibilidad de escapar; a menos que existiera un canal, el cual, por la quietud del agua y la completa ausencia de corriente, teníamos muy poca esperanza. Las sondas variaban entre veinte y treinta brazas, y el fondo parecía ser de conchas, probablemente cubriendo un sustrato de arcilla o arena. Al detenernos, apareció un pequeño pedazo rocoso, que parecía el término de la costa norte, y nuevamente nos entusiasmamos con la expectativa de encontrar un paso; pero en menos de media hora después, la bahía se vio claramente que estaba cerrada por tierras bajas, y el pedazo rocoso resultó ser una masa aislada de roca, cerca de dos millas hacia el interior. Como todas las personas a bordo estuvieron satisfechas de la no existencia de algún canal, viramos para regresar, y por demarcaciones al monte Tarn, cruzadas con ángulos al monte Graves, el pico Nose, y cerro Boqueron, nuestra posición, y el tamaño de esta bahía, fue determinada. Como no permitía ni fondeadero ni refugio, ni ninguna otra ventaja para el navegante, la llamamos bahía Inútil. Estaba demasiado expuesta a los vientos predominantes para permitirnos desembarcar para inspeccionar el terreno, y sus productos, o para comunicarnos con los indios, y como no había mucha probabilidad de encontrar algo de carácter novedoso, no perdimos tiempo en retirarnos de un lugar tan expuesto. A la cuadra del cabo Boqueron la corredera de patente marcaba que habíamos navegado veintiséis millas, precisamente la misma distancia que nos había dado en la mañana; de modo que desde las cinco de la mañana hasta las diez, y desde las diez hasta las cuatro de la tarde, no habíamos experimentado la más minima corriente, lo cual por si mismo es un hecho confirmatorio de la no existencia de un canal.
Dado que las fogatas de los nativos en esta parte se habían visto a cierta distancia de la playa, parecía que ellos obtienen su subsistencia de la caza en lugar de la pesca, y como hay guanacos en la costa sur de la Primera Angostura, es probable que los hábitos de las personas se parezcan a los de los patagones, en lugar de los fueguinos; pero como no tienen caballos, la caza de tan asustadizos y rápidos animales como son los guanacos debe ser fatigosa y muy precaria.*[4]
Sarmiento es la única persona de la que se tiene noticia que se ha comunicado con los nativos de los alrededores de cabo Monmouth. Él los llama en su informe una raza grande (Gente grande). Ahí fue donde él fue atacado por los indios, a los que rechazó, y uno de los cuales hizo prisionero.
Permanecimos una noche en puerto del Hambre, y nuevamente zarpamos en el Adelaide a estudiar algunas de las partes occidentales del Estrecho. El mal tiempo nos forzó ingresar a puerto San Antonio; del cual Códova da tan favorable informe, que fuimos sorprendidos al encontrarlo chico e inconveniente, aún para el Adelaide.
Lo describe como un puerto de una milla y media de largo, y tres cuartos de milla de ancho; nosostros encontramos el largo una milla un cuarto, y el ancho medio apenas de un cuarto de milla. No posee ni una ventaja lo que no es común en casi todos los otros puertos y caletas en el Estrecho, y para una nave, o velero con aparejo en cruz de cualquier tipo, es a la vez difícil para entrar, y peligroso para salir. Además de las desventajas locales de puerto San Antonio, el tiempo en él rara vez es bueno, incluso cuando el día está bueno en otra parte. Se encuentra en la base de la cordillera de Lomas, la cual se eleva casi perpendicularmente hasta la altura de tres mil pies, frente al gran canal occidental del Estrecho, por lo cual recibe sobre su fría superficie los vientos del oeste, y está cubierta por el vapor, que se condensa de ellos, mientras en todas las otrs partes el sol puede estar brillando intensamente.
Este puerto está formado por un canal, de un cuarto de milla de ancho, que separa dos islas de la costa. El mejor fondeadero está fuera de una pintoresca pequeña bahía de la isla sur, que está densamente arbolada hasta la orilla del agua con calafates,*[5] fucsia, y verónica, que crecen hasta la altura de veinte pies; sobrepasados y protegidos por grandes hayas, y canelos, arraigados bajo una espesa alfombra musgosa, a través de la cual serpentea una angosta huella india entre madroños y matas de grosellas, rodeada de troncos postrados de árboles muertos que se dirige hacia el lado del mar de la isla. En la playa, justo entre los arbustos, y al abrigo de una gran y amplia mata de fucsia, en plena floración, se levantaban dos wigwams indígenas, los cuales, aparentemente, no habían sido habitados desde la visita del pobre Ainsworth. Había ocupado estos mismos wigwams por dos días, los habían cubierto con velas de la embarcación; y restos de las filásticas que las amarraban aún estaban allí: un melancólico recuerdo.
En ninguna parte del Estrecho encontramos una vegetación tan exuberante como en esta pequeña caleta. Algunos de los árboles de canelo y matas de grosellas tenían brotes de más de cinco pies de largo, y muchos de los árboles de canelo tenían dos pies de diámetro. La verónica (creo V. decussata) crece en las partes protegidas hasta una altura de veinte pies, con tallos de seis pulgadas de diámetro. Fue encontrada también en abundancia en el lado de barlovento de la isla, y de gran tamaño, arraigada en la parte lavada de la playa, y expuesta a toda la fuerza de los vientos fríos y tormentas de granizo, que se precipitan en el ancho occidental que llega del Estrecho.La fucsia también crece hasta un tamaño grande; pero es una planta más delicada que la verónica, y sólo crece en lugares protegidos. Muchas tenían seis pulgadas de diámetro; los tallos de las dos últimas plantas fueron utilizados por nosotros, durante nuestra estadía, como combustible.
Al día siguiente de nuestra llegada, el temporal disminuyó, y en verdad el tiempo se hizo muy bueno. La quietud del aire podía ser imaginada, cuando el gorjeo de los colibríes y el zumbido de las abejas grandes, era escuchado a una distancia considerable. Un colibrí había sido visto en puerto Gallant el último año, y fue traído a mí por el comandante Stokes, desde esa fecha ninguno había sido vuelto a ver. Aquí, sin embargo, vimos, y cazamos varios; pero de una sola especie.*[6] Es el mismo que el encontrado en la costa occidental, hasta tan arriba como Lima, de manera que tiene un rango de 41° de latitud, siendo el límite sur 53 1/2°, si no más al sur.
Los islotes, en la parte norte del puerto, estaban bien surtidos con gansos y otras aves, que le proporcionaron a nuestra gente comidas frescas. Los patos a vapor fueron difíciles de cazar, debido a su excesiva cautela, y poder permanecer, por un largo período de tiempo, bajo el agua.
Nuestro buen tiempo duró unas pocas horas, y ( lo que no es un hecho inusual en estas regiones) fue sucedido por una semana de lluvia y viento, durante los cuales estuvimos confinados al pequeño espacio del Adelaide; y algunos días tuvimos fondeadas tres anclas, debido a las muy violentas ráfagas. El termómetro Farenheith variaba entre treinta y seis y cuarenta y seis grados, y tuvimos varias tormentas de nieve, pero la nieve no se quedaba en las tierras bajas.
El 28 el temporal comenzó a disminuir, y hubo un cambio para mejor, pero fuimos nuevamente frustrados, y no fue hasta el 31 que pudimos efectuar nuestro zarpe de este triste y limitado pequeño espacio.
El día anterior a nuestro zarpe, tres canoas, conteniendo en total dieciséis personas, de las cuales sólo seis eran hombres, atracaron a nuestro costado.
Por aproximadamente una hora habían dudado en acercarse; pero una vez cerca de nosotros, fue necesario una muy pequeña invitación para persuadirlo de subir a bordo. Uno estaba vestido con una camiseta, la cual fue reconocida por uno de nuestra gente, que se nos había unido desde el Uxbridge, como haber sido dada a ellos unas pocas semanas antes, cuando el velero pasó a través de canal Magdalena; otro llevaba una camisa de franela roja, y en la canoa vimos una pica de abordaje europea, pintada de verde, y una parte de los herrajes del cúter, quemado en puerto del Hambre durante nuestra ausencia; también algunos vestigios de la embarcación en la que el Sr. Ainsworth se ahogó, estas últimas habían sido encontradas sin duda tiradas en la playa. Ante nuestra pregunta de cómo habían llegado a posesionarse de los herrajes, apuntaron hacia puerto del Hambre; y no tengo duda que ellos estuvieron involucrados en el incendio; pero como como no podíamos explicarles el daño que habían ocasionado, pensé que era mejor no darnos cuenta del asunto, y los artículos se los devolvimos. Podrían no haber tenido idea de que nosotros éramos los dueños de la embarcación, o habrían ocultado todo lo que les pertenecía.
Se comportaron muy tranquilamente durante su permanencia a bordo, con la excepción de uno, que trató de sacar un pañuelo de mi bolsillo, al trasgesor se le ordenó abandonar el buque, y no hubo más intentos de robar. Deseaban ir bajo cubierta, pero esto no estaba permitido, porque el olor de sus personas grasientas era apenas tolerable, incluso al aire libre. En cuanto a la comida, velas de sebo, galletas, carne de res, budín, les gustaban por igual, y se lo tragaban vorazmente. Uno de ellos fue sorprendido sacando el sebo del extremo de la plomada de un escandallo y comérselo, aunque estaba mezclado con arena y mugre.
Antes del atardecer sus canaos fueron enviadas a tierra a preparar los wigwams, operación durante la cual tres de los hombres permanecieron a bordo; y tan pronto como los preparativos estuvieron hechos llamaron a una canoa y se fueron a la orilla. Obtuvimos varias lanzas, canastas, collares, arcos y flechas en el trueque, pero parecía que tenían muy pocas pieles. Quizás las que tenían estaban escondidas en los arbustos, porque ellos no querían desprenderse de ellas.
Una mujer estaba cubierta con un manto de guanaco; otra sólo llevaba una piel de lobo sobre su espalda y hombros, la cual, mientras se ponían en cuclillas en la canoa, era suficiente para cubrir su persona. Otra tenía una raya negra debajo de la nariz, pero era la única mujer entre ellos que estaba pintada así.
A la mañana siguiente los indios nos visitaron con surtido fresco de arcos y flechas, en la fabricación de los cuales habían pasado evidentemente la noche, ya que todos eran totalmente nuevos, los arcos eran de madera verde, y las flechas no tenían siquiera punta. Ellos encontraron, sin embargo, una venta fácil. Uno del grupo era el hombre que había sido echado del barco la tarde anterior, por haber registrado mi bolsillo, pero estaba pintarrajeado con un pigmento blancuzco para engañarnos, y probablemente habría escapado de ser descubierto, si no hubiese por la inusual fealdad de su persona, la que no era fácil disfrazar. Él se desconcertó por nuestro reconocimiento; y nuestra negativa de trocar con él lo hizo enojar y malhumorar.
Las mujeres habían pintarrajeado sus caras por todas partes con ocre rojo brillante, para agregar a su belleza, sin duda.
Zarpamos del puerto por el paso del norte, y cruzamos el Estrecho, fondeando en bahía San Nicolás. El Sr. Graves fue a puerto Bougainville, para comunicarse con el Adeona, y llevar cartas mías para el teniente Wickham. Trajo de vuelta un informe de que todo estaba bien en puerto del Hambre, y que el Beagle había zarpado el 17.
Cuando dejamos puerto del Hambre mi intención era examinar el canal Magdalena; pero, en cuanto dejamos bahía San Nicolás (1 de abril), el tiempo era tan favorable para proceder hacia el oeste, que cambié mi decisión y gobernamos rodeando el cabo Froward para llegar a puerto Gallant, de donde, con un viento oeste, podríamos efectuar más fácilmente el levantamiento de la costa al regresar. Una brisa del este nos llevó cerca del cabo Holland, dentro de la bahía Wood, donde fondeamos, y obtuvimos una demarcación del monte Sarmiento, el cual, estando claro de nubes, era un llamativo, y espléndido objeto; ya que los rayos de la puesta de sol, brillaban sobre las proyecciones de las crestas nevadas de su lado occidental , lo que le daba la apariencia de una masa de oro rayado. Había estado a la vista todo el día, como también la tarde anterior, cuando se tomaron demarcaciones desde el islote en bahía San Nicolás.
El día siguiente estuvo tan calmo que solamente alcanzamos un fondeadero en caleta Bradley, en el lado oeste de bahía Bell, de los cuales se hizo un plano; un extensivo conjunto de demarcaciones fue también tomado en la punta oeste de la bahía, evidentemente la que Sarmiento llamó Tinquichisgua.*[7] La llamativa montaña en la parte trasera de la bahía, en el lado sur-este, es particularmente mencionada por él, y, de acuerdo con su opinión, es la “Campana de Roldan” de Magallanes.*[8] Entre la caleta Bradley y la punta Tinquichisgua hay dos caletas, sobre las cuales una alta montaña de dos picos forma un objeto visible en cuanto se dobla el cabo Froward; y que fueron nombrados en homenaje al Sr. Pond, el fallecido Astrónomo Real.
Mientras estábamos en punta Tinquichisgua fuimos descubiertos por algunos nativos hacia el oeste, quienes de inmediato abordaron sus canoas, y remaron hacia nosotros; pero, como no teníamos armas en la embarcación, no creí prudente esperar su llegada; y por lo tanto, después de tomar los ángulos necesarios, nos embarcamos y regresamos al Adelaide, levantado las caletas al pie del monte Pond en nuestro camino. No vimos más a los indios hasta la mañana siguiente, cuando, zarpábamos de la bahía, hicieron su aparición, pero no nos comunicamos con ellos. Eran tan ruidosos como de costumbre, y apuntaban hacia la orilla, invitándonos a desembarcar. Uno de ellos, que se puso de pie en la canoa mientras pasábamos, estaba adornado en torno del pelo y el cuerpo con plumas blancas.
En esta parte del Estrecho abundan las ballenas, los lobos de mar, y los delfines. Mientras estábamos en la caleta Bradley, observamos la notable aparición del agua arrojada en chorro por las ballenas; colgaba en el aire como una nube plateada brillante, que era visible a simple vista, a una distancia de cuatro millas, durante un minuto y treinta y cinco segundos antes de desaparecer.
Una mirada a la carta de esta parte del Estrecho mostrará la diferencia de la estructura geológica de las costas opuestas. La costa norte, desde el cabo Froward a puerto Gallant, forma una linea recta, con apenas una proyección o un seno, pero en el lado opuesto hay una sucesión de entradas, rodeadas por montañas cortadas a pico, que están separadas por barrancos. La costa norte es de pizarra. Pero la otra es principalmente de jade, y sus montañas, en lugar de levantarse en picos agudos, y crestas estrechas dentadas, son generalmente de cumbres redondeadas. La vegetación en ambos lados es casi igual de abundante, pero los árboles de la costa sur son mucho más pequeños. El haya de hojas lisas (Fagus betuloides) y el canelo son los árboles principales, pero aquí y allá se observó un árbol pequeño, como un ciprés, que no crece hacia el este excepto en los lados del monte Tarn, en los que sólo alcanza una altura de tres o cuatro pies.
El paisaje de esta parte del Estrecho, en lugar de ser como lo describe Córdova, “horrible”, es en esta estación extremadamente impresionante y pintoresco. Las montañas más altas sin duda están desnudas de vegetación, pero sus afilados picos y cumbres cubiertas de nieve ofrecen un agradable contraste con las colinas más bajas, densamente cubiertas con árboles que llegan hasta el borde del agua, las cuales están rodeadas por masas de roca desnuda, salpicada de helechos y musgos, y respaldadas por el rico follaje verde oscuro de los arbustos de calafate y madroños, con hayas, aquí y allá, que recién comienzan a adquirir su tonos otoñales.
Al maniobrar en la estrecha entrada de puerto Gallant, la goleta encalló sobre un banco que se extiende fuera de la desembocadura del río; pero el agua estaba totalmente lisa, por lo que no causó daño. Como una ensenada segura, puerto Gallant es la mejor del estrecho de Magallanes, desde la quietud de sus aguas, es un dique seco perfecto, hasta su ubicación que es inapreciable. Hay numerosas calas tan seguras y convenientes una vez que se ha entrado, pero la inclinación predominante de las costas, así como la gran profundidad del agua, son obstáculos de la mayor importancia. Aquí, sin embargo, es una excepción; el fondo es uniforme, y la profundidad moderada; además, la bahía Fortescue, muy cerca, es una excelente rada o lugar de espera, para esperar una oportunidad de entrar.
Para la reparación de un buque, puerto del Hambre es más conveniente, teniendo en cuenta la cantidad y el tamaño de la madera bien curada que yace sobre la playa, y también por lo despejado del terreno. En puerto Gallant los árboles son muy mal desarrollados y no aptos para uso inmediato, mientras que la costa, como es el caso en casi todas las caletas al oeste del cabo Froward, están totalmente cubiertas de arbustos y matorrales hasta la marca de la alta marea, de modo que no hay posibilidad de caminar fácilmente hasta cualquier distancia de la orilla del mar. Una playa de guijarros o arena, de veinte o treinta yardas de largo, surge ocasionalmente, pero es apenas preferible a la cubierta del velero, para una caminata.
- ↑ * Viajes de Wedell.
- ↑ * No puedo dejar de anotar aquí la conducta considerada del Comandante en Jefe (Sir George Eyre) con respecto a este nombramiento. Por el tenor de mis instrucciones el Adventure y el Beagle fueron colocados bajo las órdenes del almirante; y la vacante, si hubiese querido ejercer su prerrogativa, podría haber sido ocupada por uno de sus propios seguidores. Fue, sin embargo, dada, a petición mía, al Sr. Sholl, por estar más familiarizado con el servicio que ningún otro guardiamarina del buque insignia. La conducta del almirante, en esta ocasión, llamó por mi más sincero agradecimiento.
- ↑ * Relación del viaje, etc., que hicieron los capitanes B.G. de Nodales y Gonzalo de Nodales, p. 59.
- ↑ * Falkner describe a los indios que habitan las islas del este de la Tierra del Fuego, ser “Yacana-cunnees”, y como él designa a los que habitan las costas patagónicas del Estrecho con el mismo nombre, se podría deducir que son de la misma raza, pero sin embargo debieron estar estrechamente conectados antiguamente, ciertamente no lo son ahora, porque María (la patagona) hablaba con desprecio de ellos, y rechazaba su alianza, llamándolos “zapallios”, que significa esclavos.
- ↑ * Berberis ilicifolia – Banks y Solander MSS.
- ↑ * El ejemplar que fue encontrado en puerto Gallant fue enviado por mí al Sr. Vigors, quien lo consideró, aunque bien conocido por los ornitólogos, que no había sido nombrado hasta ahora, y lo describe en el Zoological Journal – vol.iii.p.432, agosto 1827 – como Mellisuga Kingii. Poco después el Sr. Lesson lo publicó en su Manual de Ornitología – vol.ii.p.80 – como Ornismya sephanoides, como un descubrimiento perteneciente al viaje de La Coquille, en las ilustraciones del cual aparece en la hoja 31.1 Creo más bien, sin embargo, que es Trochilus galeritus – Molina, i.275.
- ↑ * Sarmiento, p.213.
- ↑ * Este monte es el que llaman las relaciones antiguas la Campana de Roldan. - Sarmiento.