Nazarín/Primera parte/V

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Primera parte

V


—Este hombre es un sinvergüenza —me dijo el reportero—, un cínico de mucho talento, que ha encontrado la piedra filosofal de la gandulería, un pillo de grande imaginación que cultiva el parasitismo con arte.

—No nos precipitemos, amigo mío, a formular juicios temerarios, que la realidad podría desmentir. Si usted no lo tiene a mal, volveremos y observaremos despacio sus acciones. Por mi parte, no me atrevo aún a opinar categóricamente sobre el sujeto que acabamos de ver, y que sigue pareciéndome tan árabe como en el primer instante, aunque de su partida de bautismo resulte, como usted ha dicho, moro manchego.

—Pues si no es un cínico, sostengo que no tiene la cabeza buena. Tanta pasividad traspasa los límites del ideal cristiano, sobre todo en estos tiempos en que cada cual es hijo de sus obras.

—También él es hijo de las suyas.

—Qué quiere usted: yo defino el carácter de ese hombre diciendo que es la ausencia de todo carácter y la negación de la personalidad humana.

—Pues yo, esperando aún más datos y mejor luz para conocerle y juzgarle, sospecho o adivino en el bienaventurado Nazarín una personalidad vigorosa.

—Según como se entienda el vigor de las personalidades. Un gandul, un vividor, un gorrón, puede llegar en el ejercicio de ciertas facultades hasta las alturas del genio; puede afinar y cultivar una aptitud, a expensas de las demás, resultando..., qué sé yo..., maravillas de inventiva y sagacidad que nosotros no podemos imaginar. Este hombre es un fanático, un vicioso del parasitismo, y bien puede afirmarse que no tiene ningún otro vicio, porque todas sus facultades se concentran en la cría y desarrollo de aquella aptitud. ¿Que ofrece novedad el caso? No lo dudo; pero a mí no me hace creer que le mueven fines puramente espirituales. ¿Que es, según usted, un místico, un padre del yermo, gastrónomo de las hierbas y del agua clara, un budista, un borracho de éxtasis, de la anulación, del nirvana, o como se llame eso? Pues si lo es, no me apeo de mi opinión. La sociedad, a fuer de tutora y enfermera, debe considerar estos tipos como corruptores de la Humanidad, en buena ley económico-política, y encerrarlos en un asilo benéfico. Y yo pregunto: ¿este hombre, con su altruismo desenfrenado, hace algún bien a sus semejantes? Respondo: no. Comprendo las instituciones religiosas que ayudan a la Beneficencia en su obra grandiosa. La misericordia, virtud privada, es el mejor auxiliar de la Beneficencia, virtud pública. ¿Por ventura, estos misericordiosos sueltos, individuales, medievales, acaso contribuyen a labrar la vida del Estado? No. Lo que ellos cultivan es su propia viña, y de la limosna, cosa tan santa, dada con método y repartida con criterio, hacen una granjería indecente. La ley social, y si se quiere cristiana, es que todo el mundo trabaje, cada cual en su esfera. Trabajan los presidiarios, los niños y ancianos de los asilos. Pues este clérigo muslímico manchego ha resuelto el problema de vivir sin ninguna especie de trabajo, ni aun el descansado de decir misa. Nada, que a lo bóbilis bóbilis resucita la Edad de Oro, propiamente la Edad de Oro. Y me temo que saque discípulos, porque su doctrina es de las que se cuelan sin sentirlo, y de fijo tendrá indecible seducción para tanto gandul como hay por esos mundos. En fin, ¿qué puede esperarse de un hombre que propone que los libros, el santo libro, y el periódico, el sacratísimo periódico, todo el producto de la civilizadora Imprenta, esa palanca, esa milagrosa fuente..., todo el saber antiguo y moderno, los poemas griegos, los Vedas, las mil y mil historias, se dediquen a formar pilas de abono para las tierras? ¡Homero, Shakespeare, Dante, Herodoto, Cicerón, Cervantes, Voltaire, Víctor Hugo, convertidos en guano ilustrado, para criar buenas coles y pepinos! ¡No sé cómo no ha profetizado también que las Universidades se convertirán en casas de vacas, y las Academias, los Ateneos y Conservatorios en establecimiento de bebidas o en establos para borras de leche!

Ni mi amigo, con sus apreciaciones francamente recreativas, podía convencerme, ni yo le convencí a él. Por lo menos, el juicio sobre Nazarín debía aplazarse. Buscando nuevas fuentes de información entramos en la cocina, donde campaba la Chanfaina frente a una batería de pucheros y sartenes, friendo aquí, atizando allá, sudorosa, con los ricitos blancos tocados de hollín, las manos infatigables, trajinando con la derecha, y con la izquierda quitándose la moquita que se le caía. Al punto comprendió lo que queríamos decirle, pues era mujer de no común agudeza, y se adelantó a nuestras preguntas diciéndonos:

—Es un santo, créanme, caballeros; es un santo. Pero como a mí me cargan los santos..., ¡ay, no les puedo ver!..., yo le daría de morradas al padre Nazarín si no fuera por el aquel de que es clérigo, con perdón...

¿Para qué sirve un santo? Para nada de Dios. Porque en otros tiempos paíce que hacían milagros, y con el milagro daban de comer, convirtiendo las piedras en peces, o resucitaban los cadáveres difuntos, y sacaban los demonios humanos del cuerpo. Pero ahora, en estos tiempos de tanta sabiduría, con eso del teleforo o teléforo, y los ferros-carriles y tanto infundio de cosas que van y vienen por el mundo, ¿para qué sirve un santo más que para divertir a los chiquillos de las calles?... Este cuitado que ustedes han visto tiene el corazón de paloma, la conciencia limpia y blanca como la nieve, la boca de ángel, pues jamás se le oyó expresión fea, y todo él está como cuando nació, quiere decirse que le enterrarán con palma..., eso ténganlo por cierto... Por más que le escarben no encontrarán en él ningún pecado mayor ni menor, como no sea el pecado de dar todo lo que tiene... Yo le trato como a una criatura, y le riño todo lo que me da la gana. ¿Enfadarse él ? Nunca. Si ustedes le dan un palo, es un suponer, lo agradece... Es así... Y si ustedes le dicen perro judío, se sonríe como si le echaran flores... Y mis noticias son que el cleriguicio de San Cayetano le trae entre ojos, por ser así, tan dejado, y no le dan misas sino cuando las hay de sobra... De forma y manera que lo que él gane con el sacerdocio me lo claven a mí en la frente. Yo, como tengo este genio, le digo: "Padrito Nazarín, métase en otro oficio, aunque sea para traer y llevar muertos en la funebridad... ", y él se ríe... También le digo que para maestro de escuela está cortado, por aquello de la paciencia y el no comer..., y él se ríe... Porque, eso sí..., hombre de mejor boca no se hallaría ni buscándolo con un candil. Lo mismo le come a usted un pedazo de pan tierno que media cuarterón de bofes. Si le da usted cordilla, se la come, y a un troncho de berza no le hace ascos. ¡Ay, si en vez de santo fuera hombre, la mujer que tuviera que mantenerle ya podría dar gracias a Dios..!

Tuvimos que cortar la retahíla de la tía Chanfa, que no llevaba trazas de acabar en seis horas. Y bajamos a echar un párrafo con el gitano viejo, quien, adivinando lo que queríamos preguntarle, se apresuró a ilustrarnos con su autorizada opinión.

—Señores —nos dijo, sombrero en mano—, Dios les guarde. Y si no es curiosidad, ¿se pué sabé si le dieron guita a ese venturao de don Najarillo? Porque más valiera que lo diesen a mujotros, que así nos ahorrábamos el trabajo de subir a pedírselo, o se quitaban de que lo diera a malas manos... Que muchos hay, ¿ustés me entienden?, que le sonsacan la caridad, y le quitan hasta el aire santísimo, antes de que lo dé a quien se lo merece... Eso sí, como bueno lo es, mejorando lo que me escucha. Y yo le tengo por el príncipe de los serafines coronados, ¡válgame la santísima cresta del gallo de la Pasión!... Y con él me confesaría antes que con Su Majestad el Papa de Dios... Porque bien vemos cómo se le cae la baba del ángel que tiene en el cuerpo, y cómo se le baila en los ojos la minífica estrella pastoral de la Virgen benditísima que está en los Cielos... Conque, señores, mandar a un servidor de ustés, y de toda la familia...

Ya no queríamos más informes, ni por el momento nos hacían falta. En el portal hubimos de abrirnos paso por entre un pelotón de máscaras inmundas, que asaltaban el puesto de aguardiente. Salimos pisando fango, andrajos caídos de aquellos cuerpos miserables, cáscaras de naranja y pedazos de careta, y volvimos paso a paso al Madrid alto, a nuestro Madrid, que otro pueblo de mejor fuste nos parecía, a pesar de la grosera necedad del Carnaval moderno y de las enfadosas comparsas de pedigüeños que por todas las calles encontrábamos. No hay para qué decir que todo el resto del día lo pasamos comentando al singularísimo y aún no bien comprendido personaje, con lo cual indirectamente demostrábamos la importancia que en nuestra mente tenía. Corrió el tiempo, y tanto el reportero como yo, solicitados de otros asuntos, fuimos dando al olvido al clérigo árabe, aunque de vez en cuando le traíamos a nuestras conversaciones. De la indiferencia desdeñosa con que mi amigo hablaba de él colegí que poca o ninguna huella había dejado en su pensamiento. A mí me pasaba lo contrario, y días tuve de no pensar más que en Nazarín, y de deshacerlo y volverlo a formar en mi mente, pieza por pieza, como niño que desarma un juguete mecánico para entretenerse armándolo de nuevo. ¿Concluí por construir un Nazarín de nueva planta con materiales extraídos de mis propias ideas, o llegué a posesionarme intelectualmente del verdadero y real personaje? No puedo contestar de un modo categórico. Lo que a renglón seguido se cuenta, ¿es verídica historia o una invención de esas que por la doble virtud del arte expeditivo de quien las escribe, y la credulidad de quien las lee, resultan como una ilusión de la realidad? Y oigo, además, otras preguntas: "¿Quién demonios ha escrito lo que sigue? ¿Ha sido usted, o el reportero, o la tía Chanfaina, o el gitano viejo?... " Nada puedo contestar, porque yo mismo me vería muy confuso si tratara de determinar quién ha escrito lo que escribo. No respondo del procedimiento; sí respondo de la exactitud de los hechos. El narrador se oculta. La narración, nutrida de sentimiento de las cosas y de histórica verdad, se manifiesta en sí misma clara, precisa, sincera.