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Niñería de niño

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Tradiciones peruanas - Octava serie
Niñería de niño

de Ricardo Palma


Cuando se cometía en Lima alguna atrocidad o crimen de esos que espeluznan, decían nuestros flemáticos abuelos: «¡Niñería de Niño» Ahora conozcan ustedes al niño y su niñería.

El licenciado Rodrigo Niño, hijo de un cabildante de Toledo, en España, fue hombre en política de conducta más variable que el viento. Entusiasta partidario en una época del virrey Blasco Núñez de Vela, por quien arrostró serios peligros, se lo vio a poco figurar entre los más fervorosos adeptos de Gonzalo Pizarro, para a la postre hacer gran papel al lado de Gasca. Fue el tal leguleyo más tejedor que las arañas. Siempre estuvo en las de ganar y nunca en las de perder; lo que prueba que el licenciado Rodrigo Niño tuvo olfato de perro husmeador.

Necesitando regresar a España para recibir un mayorazgo que le había cabido en herencia, fletó buque, y Gasca lo encomendó que condujese en él ochenta pizarristas condenados a galeras.

Rodrigo Niño aceptó el encargo, y como no se le dio fuerza para custodia de los presos, exigió a éstos palabra de que no se fugarían en el tránsito. Era mucho candor fiar en promesa de gente en condición tan apurada, y pronto lo palpó el licenciado.

Entre Panamá, Cartagena y la Habana se escaparon todos menos diez y ocho, con los que llegó a Sanlúcar de Barrameda. Emprendió con ellos la marcha a Sevilla, donde debía entregarlos a la autoridad, y en esas pocas leguas de camino se amotinaron diez y siete, diciéndole con pifia:

-Señor Rodrigo Niño, hasta aquí duró la buena compañía. Quedo vuesa merced con Dios, y él sea con nosotros.

Y sin que don Rodrigo hiciera lo menor por contenerlos, remontaron el vuelo los pájaros, menos uno que se obstinó en no escaparse, sino en ir a galeras a cumplir su sentencia. Acaso fiaba en que su formalidad sería título para indulto; pero ahí verán ustedes que en la calavera de una pulga se ahoga un cristiano.

-Y tú, pícaro, ¿por qué no te largas también?- le preguntó el licenciado.

-Porque estoy cansado de andar de Ceca en Meca -contestó con sorna el galeote- y no me va mal en la compañía de vuesa merced.

Hubo tal acento de burla en las palabras del preso, que Rodrigo Niño se sulfuró y le dijo:

-Pues yo prefiero entrar en Sevilla solo y no tan mal acompañado. Quien, después de haber sido soldado en el Perú, no tiene a menos ir a remar en las galeras del rey, es hombre vil y bajo y no merece vivir.

Y desenvainando la daga se la clavó en el pecho.

Parece que aunque se le siguió juicio al homicida, salió absuelto. Y dígolo porque volvió al Perú Rodrigo Niño, y en 1556 fue nada menos que alcalde en el Cabildo de Lima. Es claro que la niñería del asesinato no perjudicó al Niño.