Nietzsche (Bacarisse)

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Nietzsche
de Mauricio Bacarisse

  Nietzsche, tu jerigonza parabólica
 briosa flagelaba al mundo estulto;
 de tu boca de morsa melancólica
 fluían las centellas del insulto.

  La vida es triste. Es un festín de heces.
 Torpes cerebros sucios y rastreros
 y en una apoteosis de sandeces
 las hembras necias y los hombres hueros.

  Eso dijiste, y esperaste el día
 en que saliese un ser de la canalla
 que cruzase el gran río en su almadía,
 libre ya de los grillos o la tralla.

  Pero tú que sabías que era el hombre
 fiera indomable y detestable puente,
 ¿cómo soñaste que tu Superhombre
 hallase limpia el agua de la fuente?

  En los delirios de tu gran dolencia
 arrojaste en metáforas galanas
 centenos de egoísmos y violencia,
 ¡malas semillas en tierra alemana!

  Sobre las mieses de tu verbo roto
 pasó un cierzo de odio y de ludibrio;
 se abrió tu alma como flor de loto
 en las lagunas del desequilibrio.

  Los sabios te miraron de reojo,
 apóstol fiero de inconsciente brío;
 les asustó tu manto por muy rojo
 y tu mirada porque daba frío.

  Daba frío a los tristes ateridos
 que treman a un viril y recio soplo,
 idólatras de dioses ya podridos
 caídos bajo el filo del escoplo.

  Pero tú te engañaste. La semilla
 dio como frutos una guerra amarga;
 en tu aurora la estrella ya no brilla
 y en tu vergel la tempestad descarga.

  Conciencias cojas y cerebros sucios
 divorciaron la espada de la vaina.
 ¡Siguen los doctos de cabellos rucios
 hartándose en festines de chanfaina!

  La estolidez apaga toda lumbre,
 la canalla servil todo lo frustra;
 no llega el Hombre a la dorada cumbre,
 ni a su Gran Mediodía Zaratustra.

  Tu alma de belleza estaba llena
 a la par que de absurdos reconcomios;
 tu canto es ese canto que resuena
 en los jardines de los manicomios.


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