No son todos ruiseñores/Acto I

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No son todos ruiseñores
de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto I

Acto I

Salen DON JUAN y LISARDO.
JUAN:

  ¡Bella ciudad!

LISARDO:

Puerto y puerta
de Italia a España.

JUAN:

No mira
en cuantos círculos gira
desde que el alba despierta,
  más ilustre asiento el sol.
Parece que es Barcelona
la frente de la corona
de todo el orbe español.

LISARDO:

  Estos días por lo menos
son de regocijo grande.

JUAN:

No hay quien por las calles ande.

LISARDO:

Están de contento llenos
  los gallardos ciudadanos
con la reina, que Dios guarde.

JUAN:

Han querido hacer alarde,
Lisardo a los castellanos
  de su riqueza y valor;
y como en tiempo han venido
de máscaras, ha lucido
la competencia mejor.

LISARDO:

  Cuanto aquí se soleniza
entre noble y vulgar gente,
cubre silencio prudente
el Miércoles de Ceniza.
  Nunca habéis visto escuadrón
de pájaros acostado,
chillando en olmo acopado
y llegar de golpe halcón,
  cesando todo el ruido.
Pues lo mismo habéis de ver,
porque en llegando ha de ser
de toda la fiesta olvido.
  Pero de tanta grandeza,
¿qué os pareció lo mejor?

JUAN:

La gracia, el aire, el valor,
la discreción, la belleza
  de la dama que en la playa
vimos del mar antiyer.

LISARDO:

Don Juan, lo que no ha de ser
posible, luego desmaya.
  Para quien se ha de embarcar
a Italia, como los dos,
¿qué nos puede a mí, ni a vos
tanta grandeza importar?
  En el coche y los criados
lo principal conocí.

JUAN:

Mientras estuviere aquí
le ofreceré mis cuidados.
  Si pasos de un forastero
merecieren que al balcón
salga, que en esta ocasión
el tiempo es galán tercero,
  para que con libertad
se pueda hablar y servir.

LISARDO:

No hay tiempo en que presumir
se deba seguridad
  con gente tan belicosa.

(Suena música dentro y entre LEONARDA y MARCELA damas, con sombreros de plumas y gabanes ricos y dos mascarillas de tafetán.)
MARCELA:

Es notable atrevimiento.

LEONARDA:

Responde mi pensamiento,
que fue la ocasión forzosa.
  ¿Mas no es esta la posada?

MARCELA:

Por las señas ella es,
que la pregunté después,
aunque ninguno me agrada.
  Y lo que has hecho es fineza,
que a saberse en la ciudad,
quedara tu libertad
en opinión de bajeza.

LEONARDA:

  El tiempo, la confusión
de propios y forasteros,
el vulgo, los caballeros,
tanta gala y invención,
  no dejarán reparar
en el disfraz que traemos.

MARCELA:

A la puerta están.

LEONARDA:

Lleguemos.

JUAN:

¿Máscaras queréis entrar?

LEONARDA:

  No sino hablaros aquí,
que nos dicen que los dos
sois muy discretos y vos
me lo parecéis a mí.

JUAN:

  ¿Habeisme hablado?

LEONARDA:

Una tarde.

JUAN:

¿Dónde?

LEONARDA:

En la playa del mar,
aunque me hicistes quedar
con vuestro ingenio cobarde.

JUAN:

  Esa voz y lo que muestra
ese tafetán sutil
descubierto de marfil
de la luna hermosa vuestra,
  me dicen quién sois.

LEONARDA:

No habéis
dado en el blanco.

JUAN:

Antes sí,
que lo blanco dice aquí
lo que encubrir pretendéis.
  Y los rayos lo dirán
de vuestro sol dividido,
que parece que ha rompido
las nubes de tafetán
  para salir a abrasarme.

LEONARDA:

¿Pues a un hombre se habla así?

JUAN:

Muy hombre sois para mí,
mas solamente en matarme.
  Que los que muy hombres son
llama valientes la espada
y aunque en vos viene envainada,
conozco la guarnición.

LEONARDA:

  En todo estáis engañado,
como hombre me habéis de hablar.

JUAN:

Será fuerza imaginar
por lo hermoso y lo vendado,
  que sois, señora, el amor;
queja que un hombre tenía,
porque pintado le había
como hombre el primer pintor.
  Que sin otros pareceres,
dijo, que debió de ser,
no pintar a amor mujer,
por no haberle en las mujeres.

LEONARDA:

  No entendió bien la razón
de pintar al amor hombre,
fuera de ser este nombre
común a toda afición.
  Que haberle esa forma dado,
fue, porque había de ser
verdadero en la mujer
y en el hombre amor pintado.

JUAN:

  Ríndome, aunque es tarde ya.

LEONARDA:

¿Pues quién duda que diréis
que lo estáis?

JUAN:

Vos lo sabéis.

LEONARDA:

¿Yo lo sé?

JUAN:

Pues claro está.

LEONARDA:

  ¿Cómo?

JUAN:

¿No habéis hoy tomado
el espejo para veros?,
¿pues quién pudo responderos
mejor lo que habéis dudado?
  Sino es que al salir tapada
os mirastes, para ver
que efetos pudiera hacer
el sol con luz eclipsada.

LISARDO:

  ¿En fin gustará, Leonarda,
vuestra prima, que don Juan
con principios de galán,
aunque la ausencia acobarda,
  vaya a verla disfrazado?

MARCELA:

Bien se lo podéis decir.

LEONARDA:

Señor, yo me quiero ir,
que estoy con grande cuidado.
  Bien sé que os parecerá
libertad haber venido;
pero el tiempo ha permitido
(que esta licencia nos da)
  lo más deste atrevimiento.
Quedad con Dios castellano.

JUAN:

No por vida de esa mano,
esperad solo un momento.

LEONARDA:

  Ya os entiendo, no hay tratar
de cumplimientos aquí,
yo os vi, yo os hablé, yo fui
quien hoy os vino a buscar.
  Pero desde aquí no soy
quien vio, quien habló, quien vino,
que a pensar mi desatino
y a no veros más me voy.


JUAN:

  ¿Hay tal rigor?, vos señora
escuchadme.

MARCELA:

Vuestro amigo
os dirá lo que no os digo,
porque no es posible ahora;
  dél os podéis informar.

(Vanse.)
JUAN:

A vos me remite.

LISARDO:

Ha sido
un deseo que ha tenido
tiempo, ocasión y lugar.
  Parecístesle muy bien
y las fiestas destos días
ejecutan fantasías
y desatinos también.
  Dice que si a verla vais
como máscara, podréis
y no hay de que os informéis,
pues que tan de paso estáis.
  Que es muy principal señora,
con hermano de lo noble
de Barcelona.

JUAN:

Eso al doble
pica, abrasa y enamora.
  Que si me diese lugar
para que aquí me quedase,
aunque nunca a Italia pase
me habéis de ver embarcar
  en el mar de amor, aunque haya
más golfo que el de León.

LISARDO:

Ya os dije, que la afición
el imposible desmaya.
  Ella mujer principal,
vos forastero y de paso,
¿qué habéis de hacer?

JUAN:

Si me abraso
echar, Lisardo, el caudal
  por la ventana a la calle,
como casa que se quema.

LISARDO:

Quitar al loco la tema
solo sirve de incitalle.
  Tomemos disfraz y vamos
donde permita la suerte,
que aunque la entrada se acierte,
al salir no nos perdamos.

JUAN:

  Oigo decir, que en saliendo
un castellano de España,
no tiene imposible hazaña
y yo lo posible emprendo.
  ¿Qué me ha de hacer este hermano?

LISARDO:

No sabéis lo que es, don Juan,
ser noble y ser catalán.

JUAN:

Ni vos que es ser castellano.
  Y estad cierto (aunque el honor
por primer lugar porfía)
que no hubiera valentía,
a no haber nacido amor.

(Vanse.)
(Salen DON FERNANDO y VALERIO.)
FERNANDO:

  No sé, Valerio, si ha de ser ingrata,
pero ya declaré mi pensamiento.

VALERIO:

Si sobre parentesco se dilata,
hecho tiene el amor el fundamento.

FERNANDO:

Marcela, como a primo al fin me trató,
no sé después de conocer mi intento
si me querrá querer como solía.

VALERIO:

En vano tu esperanza desconfía.
  Si amor es edificio que se labra
entre dos voluntades diferentes,
¿qué puede haber que los cimientos
abra con más facilidad que ser parientes?,
basta sobre la sangre una palabra,
para que tenga efeto cuanto intentes,
demás de la ocasión, pues viene agora
a vivir con Leonarda mi señora.

FERNANDO:

  Mi hermana sabe ya mi pensamiento
y no le pesará, tanto la estima,
que solicite amor mi casamiento
con la igualdad y partes de mi prima;
la dilación de la licencia siento,
que no sufre la causa que reprima
la fuerza del deseo.

VALERIO:

Así lo creo,
mas la seguridad templa el deseo.

FERNANDO:

  Hale dado ocasión haber venido
la reina a Barcelona, que en mi casa
se haya quedado y juntas han querido
ver todo cuanto en mar y tierra pasa.
Yo con la misma alegre y atrevido
(tanto el amor cuanto se acerca abrasa)
la causa de la pena que se siente
le dije entre donaires mi accidente.

VALERIO:

  ¿Y qué te respondió?

FERNANDO:

Ninguna cosa,
antes para crecer mi desconsuelo,
bañó el marfil del bello rostro en rosa
y puso las estrellas en el suelo.
Nunca me ha parecido tan hermosa.

VALERIO:

Tu mujer ha de ser.

FERNANDO:

Quiéralo el cielo.

VALERIO:

De fuera vienen.

FERNANDO:

Todos estos días
las fiestas crecerán las ansias mías.

(Salen MARCELA y LEONARDA bizarras.)
MARCELA:

  Tu hermano ha venido ya.

LEONARDA:

Fernando.

FERNANDO:

Hermana Leonarda.

MARCELA:

Primo.

FERNANDO:

Marcela gallarda.

VALERIO:

Menos enojada está.

FERNANDO:

Necia ignorancia será
preguntaros que habéis hecho;
que estáis cansada sospecho
de fiestas de tierra y mar.
¡Hay quien lo está de esperar!

LEONARDA:

¿Suspiros?

FERNANDO:

Descansa el pecho.
  Sin salir de Barcelona
tengo celos de Castilla,
¿cuál estaría la orilla
que el mar de naves corona?

LEONARDA:

No hay en la ciudad persona
que no se alegre y disfrace.

MARCELA:

  En el mar apenas nace
el sol, cuando otra ciudad
con fingida claridad
la noche en las aguas hace.
  Volvimos con brevedad
causando la confusión
más que alegría, ocasión
de procurar soledad.

FERNANDO:

¿Qué os dijo mi voluntad
prima por allá de mí?

MARCELA:

No sé, porque no la vi.

FERNANDO:

La voluntad no se ve,
sino la miráis por fe.

MARCELA:

Con la gente la perdí.

FERNANDO:

  Si ella fuera en el lugar
que pudiera merecer,
no la dejara perder
quien la supiera estimar.

MARCELA:

Nunca yo dejé de dar
el lugar que merecéis
al amor que me tenéis
y así la queja es injusta,
que a quien de quereros gusta
más que os debe le debéis.

FERNANDO:

  Amor en la misma esfera
del parentesco, es amor
de obligación sin favor,
que llama y se queda fuera.
Pues si quien ama no espera,
no es amor, sino amistad
lo que llamáis voluntad.
Cosa que no la agradezco,
que el alma que yo os ofrezco
pide la misma igualdad.

MARCELA:

  No puede en breves instantes
pasar sin inconvenientes
el amor de los parientes
al amor de los amantes.
Si para ser semejantes
tengo de mudar de amor,
dadme tiempo, que es rigor
querer que tan presto sea.

FERNANDO:

Perdonada quien desea
conquistar vuestro favor.
  Una pasión amorosa,
una esperanza engañada,
una dicha desdichada
y una desdicha dichosa,
han hecho, Marcela hermosa,
cobarde el atrevimiento
y atrevido el sentimiento,
porque la misma ocasión,
que esfuerza mi pretensión,
desmaya mi pensamiento.
  Si veros y no quereros
pudiera ser, yo tuviera
menos gloria cuando os viera
y os viera sin ofenderos.
Mas si no es posible veros,
señora sin desearos,
¿por qué me culpáis de amaros,
si no amaros me culpara?,
que si os viera y no os amara
era forzoso agraviaros.
  Y si fuera atrevimiento
que sepáis, que esa hermosura
fue causa de mi locura,
volvedme mi entendimiento,
que no tendré sufrimiento
para veros sin quereros
antes de dejar de veros;
y si os canso en lo que digo,
no me queráis más castigo,
que no poder mereceros.

(Vase.)


LEONARDA:

  Fuese y no sin culpa tuya,
más triste que fue razón.

MARCELA:

Yo no le he dado ocasión,
si lo está, la culpa es suya.

LEONARDA:

  Como ya sé que es querer,
lástima tengo a quien ama.

MARCELA:

No sé yo quién le desama;
¿pero qué le puedo hacer?

LEONARDA:

  Pagar, Marcela, a tu primo
tanto amor.

MARCELA:

Buena tercera;
¿enséñasme a amar?

LEONARDA:

Pudiera.

MARCELA:

Yo le respeto y le estimo.

LEONARDA:

  Amor no quiere respeto.

MARCELA:

¿Pues qué es lo que quiere amor?

LEONARDA:

Quiere favor.

MARCELA:

¿Qué es favor?

LEONARDA:

Que no lo sé te prometo.
  Que ha poco que quiero bien
a este hidalgo castellano,
aunque pienso que es en vano;
y ello pensará también.

MARCELA:

  Es verdad, ¿mas si estuviera
ese caballero aquí,
y te hablara como a mí,
Fernando tu amor que hiciera?

LEONARDA:

  Pagarle con otro amor
el amor que me mostrara.

MARCELA:

Yo haré lo mismo, si para
en ese amor el favor.

LEONARDA:

  Notable música suena.

MARCELA:

Máscaras van por la calle.

LEONARDA:

En casa han entrado algunas.

MARCELA:

Agora pueden entrarse
adonde les diere gusto.

(DON GARCÍA y DON PEDRO de máscara con ellas en las manos.)
GARCÍA:

Di que la música pare,
como quien deja la vara
por respeto de la parte.
La máscara me he quitado.

PEDRO:

No es poca dicha que os hallen,
Marcela, mis pensamientos
donde sin testigo os hable.

MARCELA:

Sin máscara, no es razón.

PEDRO:

Menos lo ha sido culparme,
que no tiene amor dos caras,
ni el que es verdadero amante
descubre lo que no siente.

GARCÍA:

Oh si fueran inmortales,
Leonarda hermosa, estos días,
para que el alma descanse
de tan injustas ausencias,
pues apenas el sol sale
de vuestros ojos a ver
los indios que abrasa y arde.
Todo es noche para mí,
hoy por lo menos iguales
son los días y las noches,
y al paso que mueren nacen.
Bien haya la hermosa reina
de Hungría, que el cielo guarde,
próspero viento la lleve,
el mar sus montes allane.
Abiertas las alas de oro
las dos águilas australes
la reciban, para ser
del imperial timbre el ángel.
En fin los veo y os vi
dar por la playa señales
como al occidente el sol
de serenidad constante.
¡Qué dichosos forasteros
vistos, hablastes y honrastes
con reverencia a las suyas
y con cuidado a sus talles!
¡Qué envidia!, pero no envidia,
pues que tan presto se parten;
celos sí, porque los celos
son hijos de amor y el aire.
Perdonad, que la licencia
de quien la máscara trae,
sino en el rostro, en la mano
permite razones tales.

LEONARDA:

Creo, señor don García,
(sin que paséis adelante)
de la merced que me hacéis
tan evidentes señales.
La respuesta del amor
quiere el honor que la guarde
para cuando ellos lo sepan,
los hermanos o los padres.
Ya don Fernando lo es todo
y así podéis perdonarme,
que hasta del mismo albedrío
tiene mi hermano las llaves,
con que estaréis respondido.

GARCÍA:

Pues si queréis que le hable
no quiero mayor favor.

LEONARDA:

¿Por qué os vais ahora?, hablalde.

GARCÍA:

Dadme alguna prenda vuestra.

PEDRO:

Y vos, mi señora, dadme
algún favor.

MARCELA:

Ha muy poco
que pregunté para darle,
¿qué era favor?

PEDRO:

Esa cinta.

MARCELA:

Tiene un corazón.

PEDRO:

Dejalde,
que atado le quiero yo,
aunque agora se desate.

MARCELA:

¿Qué haré prima?

LEONARDA:

Como sea
condición, que al mismo instante
se vayan, tomen.

GARCÍA:

Con cinta
negra, esperanzas mortales.

(Vanse.)
(Entran disfrazados DON JUAN y LISARDO.)
JUAN:

  Mal suceso.

LISARDO:

¿Cómo?

JUAN:

Dar
al primer paso con celos.

LISARDO:

¿Máscaras los dan?

LEONARDA:

¡Ay cielos!,
ya me comienzo a turbar.

MARCELA:

  ¿Es don Juan?

LISARDO:

¿Pues no lo ves?

JUAN:

El ejemplo nos ha dado
licencia de haber entrado.

LISARDO:

Y yo la pierdo después.

LEONARDA:

  No hay de qué tener recelos.

JUAN:

Recelos no, claro está,
pero yo pienso que habrá
en vez de recelos celos.

LEONARDA:

  Los que se fueron de aquí
no más que máscaras fueron.

JUAN:

Tal nombre a los celos dieron.

LEONARDA:

Celos se llaman así.

JUAN:

  Son máscaras del amor
que con ellos se disfraza.

LEONARDA:

Sí, pero no es buena traza
en ofensa del honor.

JUAN:

  Por lo menos lo que vi
bien puede causarme celos.

LEONARDA:

Antojos causan desvelos,
celos no, cuidados sí.

JUAN:

  Adonde prendas se dan
voluntades aseguran.

LEONARDA:

Las que librarse procuran
no prenden los que se van.

JUAN:

  Por allá por maravilla
amor agravios perdona.

LEONARDA:

También son en Barcelona
las almas como en Castilla.

JUAN:

  No quiero con mis recelos,
que de escucharme os canséis.

LEONARDA:

Sentaos y descansaréis,
que pesan mucho los celos.

JUAN:

  Siéntome aquí, pues me dais
licencia.

LISARDO:

¿Y yo qué he de hacer?

MARCELA:

Sentaros hasta saber,
que como venís os vais.

LISARDO:

  Miren que traza de amor.

MARCELA:

El que me tenéis a mí.

LISARDO:

Este de vos le aprendí.

MARCELA:

¿Pues sentaros no es favor?

LISARDO:

  El mayor que puede hacer
una dama a su galán.

LEONARDA:

Máscaras vienen y van.

JUAN:

Yo no tengo más que ver
  en esta ciudad que a vos.

LISARDO:

En efeto estar de asiento
dicen que es el fundamento
de todo el quererse dos.
  ¿No me queréis vos a mí?

MARCELA:

No a fe.

LISARDO:

Ni yo a vos tampoco,
mas si me volviese loco,
¿me dejárades así?

MARCELA:

  El eco mismo os responde;
pero decidme ¿a qué efeto?,
si es descubrir el secreto
que una mujer noble esconde.

LISARDO:

  ¿Finezas no obligan?

MARCELA:

No,
dos cosas han de obligar.

LISARDO:

¿Cuáles son?

MARCELA:

Amar y dar.

LISARDO:

Ninguna pienso hacer yo.

MARCELA:

  Pues medraréis con las damas.

LISARDO:

Conservaré mi salud,
mi dinero y mi quietud.

MARCELA:

Eso es andar por las ramas,
  y los demás bravos bríos
suelen dar en lo peor.

LISARDO:

Pues que yo no os tengo amor,
seguros están los míos.

LEONARDA:

  Mucho holgaré de saber
vuestro intento y la jornada,
que no estoy determinada
de querer o no querer.
  ¿Cómo salistes, decid,
pues para Hungría no fue?

JUAN:

Desde el principio os diré
la causa.

LEONARDA:

Decid.

JUAN:

Oíd.
  El príncipe que traía
a la real desposada
las joyas de su marido,
llegó a la corte de España.
Pintarte, Leonarda, el día
y por el prado la entrada,
fuera cantar en abril
las flores que mira el alba.
El gran condestable en fin
de Castilla le acompaña
y toda la corte a él.
Piensa cadenas terciadas,
que es en lo que se han resuelto
aquellas galas pasadas.
Que tampoco en las antiguas
se usaron gorras y capas,
sino capuz y bonete,
del modo que los retratan
los mármoles de sepulcros,
que apenas el tiempo acaba.
De manera que los trajes
unos vienen y otros pasan,
todo consiste en el uso,
que califica las galas.

JUAN:

Con esto el gran condestable
de Castilla le acompaña,
donde el príncipe tenía
prevenida la posada.
Medinaceli después,
Cerda, que entonces trocara
por sus hebras de oro el sol
con tanta grandeza y galas,
le lleva a palacio, adonde
con las estrellas de España,
y la luna de Isabel
el sol Felipe le aguarda.
Llegó, alegrose la corte
y con discreta embajada
dio parabién a la novia
a quien las joyas iguala,
con que he dicho las que fueron.
Pero trujo el cielo a España
en este tiempo la joya
de más valor y importancia,
que le ocupaba el deseo
y le perdió la esperanza.

JUAN:

Halló un diamante en su mina,
nació una perla en su nácar
y fue enigma que de un lirio
o la flor de lis de Francia,
saliese un león al mundo
para vencer los del Asia.
Las fiestas de su bautismo
presumo que impresas andan
y que han cantado las musas
toros y juegos de cañas.
Donde solo te diré,
y sin lisonja, Leonarda,
pues aquí no me oye el rey,
ni pienso que amor me engaña,
aunque pudiera engañarme,
a no ser verdad tan clara,
porque le adoro en estremo
desde el rincón de mi casa.
Que no se vio caballero
de mayor destreza y gracia,
en cuanto mundo se corre
lanza gineta en la plaza.
Yo no sé como juntó
la majestad y la gala,
que rey pareció galán
y galán rey y monarca.

JUAN:

Él gobernaba y regía,
si bien me dijo una dama:
que mucho, si rige el mundo,
¿qué pueda un juego de cañas?
Era afrentar dar con ellas
y allí, Leonarda, al que daba,
hacer con ellas pudiera
plumas de timbre a sus armas.
Noté una cosa al correr,
cuando la adarga ocultaba
la majestad de Felipe,
que como el sol las mañanas,
que sale nublado el día,
se cubre de nubes pardas
y los campos se entristecen
y luego la hermosa cara
con nuevos rayos enseña,
así alegraba las almas,
que su ausencia entristecía
en las nubes del adarga.
Si le vieras escondido,
pensaras que por la plaza
solo el caballo corría,
sola la adarga llevaba.

JUAN:

Nunca en los campos de Orán,
puesto que en la silla nazcan,
se vio tan diestro africano
cuando el español le alcanza.
En fin de cuantos le vieron
fue un arca de oro y de nácar
para guardar corazones,
siendo la adarga la tapa.
Finalmente llegó el día,
que fue segundo en la Pascua,
que trajo la paz al mundo
y vio salir la mañana.
Tres soles a dejar vino,
que amaneciese a Alemania
y que con nacer en ella,
hiciese occidente a España.
Salió la reina de Hungría
y tan parecida al alba,
que lloraba sobre rosas,
que el llanto es risa del agua.
No creyendo la partida
la gente halló descuidada
y fue dicha, porque fuera
recebir más pena y darla.

JUAN:

Que como a nuestra corona
este diamante le sacan
y siendo por sus virtudes
tan digna de ser amada,
fuera general la pena,
fuera el llanto en abundancia
si a la menor perla suya
mares de lágrimas bastan.
Fuese a despedir la reina
de la del cielo, que estaba
prevenida a bendecirla
sobre las atochas santas.
Con esto dieron principio
a su dichosa jornada,
donde la ciudad de César
el mayor del mundo aguarda.
Ciudad y diputación
al gran Felipe y su hermana
las manos reales besan
y para servirle alargan
las suyas, lo que permiten
los tiempos; pero las almas,
las voluntades ofrecen
con que le reciben y aman.

JUAN:

Esto fue martes y un jueves
las cuatro estrellas del Austria,
rey, reina, Carlos, Fernando
visitaron la sagrada
coluna atlante del cielo,
en cuyo estremo descansa.
El domingo fue la fiesta
para quien armas y galas
la nobleza de Aragón
quiso igualar a su fama.
Fue grande la bizarría
del de Sastago y Aranda,
Fuentes, Gelves y Jurados,
de que hay relaciones largas.
Lunes fue eclipse del sol;
digo, que quedó eclipsada
la luna, porque en la tierra
también la ausencia le causa.
Partiose su majestad
con sus altezas, no hagas
reflexión en su memoria
de quien partía y quedaba.
Porque la imaginación
te dará lástima tanta,
que añadirás al sentirla,
ser mujer y ser vasalla.

JUAN:

Desta tristeza a la reina
cupo más parte, si llamas
soledad, al quedar sola,
que si los cuatro se apartan,
los tres van juntos y vuelven
por lo menos a la patria.
Desta y de Madrid salí
con gusto de ver a Italia,
dándome ocasión, señora,
ver que la reina se embarca.
Oh mares de Barcelona,
vestid de coral la playa,
abrid camino a María
en los cristales del agua.
Llegue a los brazos dichosos
de Fernando, que la aguarda,
para que el imperio aumenten
las dos águilas doradas
y no me esperéis a mí,
que a la salida de España
fue rémora en mi galera
la hermosura de Leonarda.
Aquí me quedo a servirla,
los que quisieren se vayan,
que donde se tiene amor,
allí es la patria del alma.

LEONARDA:

  Responder y agradecer
quisiera la cortesía
y la relación, si el día
no fuera como ha de ser.
  Perdonad, que se han entrado
máscaras.

MARCELA:

Música suena.

JUAN:

Bien lo ha menester mi pena,
entre esperanza y cuidado.

(Entren unos foliones PORTUGUESES con atambor, sonajas y instrumentos.)
(Cantan.)
[PORTUGUESES]:

  Sale a estela de alba
amañan se vein,
recordai miñalma,
naon dormais mio bein,
ay, ay, ay.
Ya vosos veziños
todos se levantan,
e os pasariños
por as ramas cantan,
cuidados me espantan
receos tambein.
Recordai miñalma,
naon dormais mio bein,
ay, ay, ay.
  Tomay a letra.

LEONARDA:

Mostrad,
que no será de mal gusto.

PORTUGUESES:

Se naon vos viniere al justo
naon zumbeis mais, perdonad.

LEONARDA:

  Vosos ollos me sao gratos,
como os gatos a os ratos.

MARCELA:

  Bravo conceto.

LISARDO:

Famoso.

PORTUGUESES:

Ea andad peradiante.

JUAN:

Disfrazose vuestro amante
para dejarme celoso.

(Cantan.)


PORTUGUESES:

  Sale a estela de alba,
amañan se vein,
recordai miñalma,
naon dormais mio bein,
ay, ay, ay.
Ya vosos veziños
todos se levantan,
e os pasariños
por as ramas cantan,
cuidados me espantan
receos tambein.
Recordai miñalma,
naon dormais mio bein,
ay, ay, ay.
Tomay a letra.

(Vanse cantando.)
LEONARDA:

  Yo no sé quien son.

JUAN:

Yo sí,
que aunque muda de vestido,
ya le tengo conocido
desde una vez que le vi.

LEONARDA:

  Celoso me parecéis.

JUAN:

¿Quién amó que no lo fuese?

LEONARDA:

Quien satisfación tuviese
de lo que vos merecéis.

JUAN:

  Antes de la parte amada.

LEONARDA:

Aunque ofendan la opinión,
si celos cuidados son,
veros con ellos me agrada.
  Ya es tarde y vendrá mi hermano.

(Levántanse.)
JUAN:

¿Podré veros más?

LEONARDA:

No creo
que acabadas estas fiestas
tendré yo lugar de veros,
porque ha de ser imposible.

JUAN:

Ningún imposible temo,
si vos gustáis de que os sirva.

LEONARDA:

Mi hermano como mancebo
solía fuera de casa,
buscar entretenimientos.
Hale agradado mi prima,
con que siempre le tenemos
a la vista, en que veréis,
que será imposible el vernos.

JUAN:

¿Pues no habrá alguna invención,
con que yo pueda entrar dentro?,
¿no hay criadas?, ¿no hay criados?

LEONARDA:

Un labrador jardinero
y casado está en la puerta,
mas no será de provecho,
que aunque es simple, es malicioso.

LISARDO:

¿Qué simple has visto sin serlo?

JUAN:

De las naciones del mundo
ninguna con más afecto
quiere bien a las mujeres,
ni con más liberal pecho,
hacienda y vida aventura,
que la española y es cierto,
que della la castellana,
de que hay notables ejemplos.
Y basta el galán Mendoza,
que fue en hábito primero
de religioso a Saboya,
librando valiente y cuerdo
la duquesa del peligro
de vida y honor, haciendo
aquella notable hazaña.
Quedad con Dios, que yo llevo
la misma imaginación
con diferente suceso.

LEONARDA:

¿De qué suerte?

JUAN:

Perdonadme.
Vamos Lisardo, que el tiempo
os dirá, señora mía,
que es amor valiente y ciego.

LEONARDA:

Castellano sois.

JUAN:

Y noble.

LEONARDA:

¿En fin os veré?

JUAN:

Muy presto.

LEONARDA:

¿Disfrazaros queréis?

JUAN:

Sí.

LEONARDA:

¿Eso intentáis?

JUAN:

Eso intento.

LEONARDA:

¿Sabéis dónde estáis?

JUAN:

Muy bien.

LEONARDA:

Gran peligro.

JUAN:

No le temo.

LEONARDA:

Miralde bien.

JUAN:

Tengo amor.

LEONARDA:

Dios os libre.

JUAN:

En él lo espero.