Ir al contenido

No son todos ruiseñores/Acto III

De Wikisource, la biblioteca libre.
No son todos ruiseñores
de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto III

Acto III

Salen LEONARDA, MARCELA y DON JUAN muy galán con capa y sombrero de plumas.
LEONARDA:

  Vete mi bien, que el aurora
ver estas flores desea,
no se levante y nos vea
mi hermano.

JUAN:

Después, señora,
que el sol que adoro las dora,
¿decís que el alba saldrá?

LEONARDA:

¿No ves que lo muestran ya
calandrias y ruiseñores?

JUAN:

Pues digan las mismas flores
si en ellas el alma está.

LEONARDA:

  Vete, que vernos recelo
si sale el sol.

JUAN:

Yo me iré;
quien con ese sol no ve,
no verá con el del cielo.

LEONARDA:

Vete, que es mucho desvelo
para no haber descansado,
de las galas y el cuidado
que te ha costado la fiesta.

JUAN:

Si mi aurora no se acuesta,
siempre estaré desvelado.

LEONARDA:

  Noches quedan, ya es de día,
vete mis ojos con Dios.

JUAN:

Pues el sol se mira en vos,
resplandeced fuente fría,
flores creced a porfía
  hurtándole las colores.
Salid claveles, salid
y aquestos cuadros vestid,
de mis alegres favores.

(Vase.)
MARCELA:

  Amor, Leonarda, no siente,
ni el cansancio, ni el temor.

LEONARDA:

Cuando no tuviera amor,
hoy probara su accidente,
permíteme que te cuente
de aquesta noche la fiesta
y verás si tengo puesta
el alma en dichosa parte.

MARCELA:

Leonarda, solo escucharte
será la mejor respuesta.

LEONARDA:

  Fui con mi hermano a la famosa playa,
que de la roja púrpura, corona
de nativos corales la atalaya,
registro de la mar de Barcelona,
y aunque otras mil atarazanas haya,
donde el arte galeras perficiona,
rindan ventaja, a la que lleva el día,
que salga en ella la imperial María.
  Pinta un caballo un celebre poeta,
diciendo, que es el mismo pensamiento,
tal vez, que de los aires estafeta,
desprecia en la carrera su elemento;
ya dice, que paró veloz cometa,
esparciendo relámpagos al viento,
copiando, porque a Rubens se anticipe
el retrato de Júpiter Filipe.
  ¿Pues cuánto con mejor pincel, Marcela,
este caballo de la mar pintara,
si su cristal sirviéndole de tela
en la ribera contrapuesta para?,
los rojos remos de una y otra espuela
parecen alas de la fénix rara,
que volarán, aunque mojadas plumas,
rompiendo el agua y levantando espumas.

LEONARDA:

  Ha puesto la ciudad tanto cuidado,
Marcela, en fabricar esta galera,
como si en jaspe o mármol coronado
de mil colunas un palacio hiciera
de ébano, de oro y de marfil labrado,
el más rico escritorio no pudiera
igualar a la popa, que es mentira
cuanto en cuadras de príncipes se mira.
  Estrado pueden ser los filaretes
de la más alta y principal señora,
los árboles, mesanas y trinquetes
más le doran al sol, que el sol les dora:
flámulas, estandartes, gallardetes,
que al sol de Hungría llevarán su aurora
con tales ondas el damasco mueven,
que las del agua con las puntas beben.
  En esta caja han de llevar el uno
de los cuatro diamantes españoles,
perla que no la tuvo mar ninguno
de cuantos vieron popas y faroles.
El frío en Alemania es importuno,
por eso el uno de sus cuatro soles,
Filipe, dos infantes y María,
quedándose con tres, España envía.

LEONARDA:

  Después que vi, Marcela, el Argos nuevo,
que ha de llevar el rubio vellocino,
mejor Jasón a más dorado Febo,
la negra sombra de la noche vino
en palacio, no sé cómo me atrevo
a decirte, que vi su sol divino,
donde el amor con general deseo
le previno las galas de un torneo.
  Pero esto corta maravilla encierra
para las muchas que sus ojos vieron,
pues más de cuatro mil hombres de guerra
entrando la ciudad la recibieron.
aquí mostró la belicosa tierra,
de qué valor sus armas procedieron,
entoldando los aires tafetanes
de tantos generosos capitanes.
  Puede armar Barcelona, que es trofeo
digno de su grandeza, en un instante
diez mil soldados, pero ya el torneo
me pide señas de mi dulce amante,
en cuatro carros, como el mundo veo
dividido el teatro militante,
que le formaron con bastante espacio,
juntándose a la puerta de palacio,
  cuatro cuadrillas, que de veinte en veinte,
con las armas, la noche hicieron día,
el carro celestial resplandeciente
con los mantenedores parecía.

LEONARDA:

Tanta color y pluma diferente
de las celadas fúlgidas salía,
como se ven distintas las colores
en macetas de plata varias flores.
  En medio pues, Marcela, de la fiesta,
al gran teatro un caballero sube,
que aventurero espada y lanza apresta,
en quien la vista con razón detuve.
No conociera la celada puesta,
mi amado sol, pues le sirvió de nube,
a no ser por Lisardo, su padrino,
que a darme el premio a la carroza vino.
  Pasó la voz en el vulgar estruendo,
de que era caballero castellano,
cuando don Juan con su padrino huyendo,
de los curiosos fue seguido en vano;
y sin las armas, al jardín volviendo,
agora se transforma en hortelano,
renovando la antigua gallardía,
que estas hazañas emprender solía.
  Donde Lisardo, aquel su amigo, vive,
las armas deja y como viste viene,
donde mi alma, aurora, al sol recibe,
que entre estas flores mi esperanza tiene.
Temo que el tiempo deste bien me prive,
así celoso de su honor previene
casarme don Fernando y don García,
mientras más le aborrezco, más porfía.
  En tanto, yo fingiendo ruiseñores
en esta dulce primavera, ¡ay cielos!,
deciendo a este jardín y escucho amores
y sin salir, sosiego sus desvelos
mientras sus diligencias son mayores,
buscando mi don Juan llenos de celos,
le tengo aquí, sin que malicia tanta
sepa que es él el ruiseñor que canta.

MARCELA:

  Estraña y nunca vista gallardía,
atreverse, Leonarda, un caballero
castellano, a salir adonde había
tanto señor bizarro aventurero.

LEONARDA:

Ay Marcela, mi hermano y don García;
entre estas murtas esconderme quiero.

MARCELA:

¿No le quieres hablar?

LEONARDA:

No, que no es justo,
si anda cerca don Juan, darle disgusto.

(Escóndense y salen DON FERNANDO y DON GARCÍA.)
FERNANDO:

  Esta ha sido la causa, don García.

GARCÍA:

¿Y sábelo Leonarda?

FERNANDO:

No lo sabe.

GARCÍA:

¿Que por la huerta ese don Juan venía?

FERNANDO:

Cierto portillo le sirvió de llave.
Busquele por palacio todo el día
y no debe de ser persona grave,
pues nadie sabe que tal hombre venga,
ni en casa de la reina oficio tenga.

GARCÍA:

  Si don Juan de Peralta se apellida
y es hombre principal, ¿cómo es posible?

FERNANDO:

Querrá, por ser persona conocida,
andar en estas siestas invisible.
Leonarda en los jardines divertida,
cosa para mis celos insufrible,
dice, que entre estos árboles y flores,
solo viene a escuchar los ruiseñores.

GARCÍA:

  ¿Tantos cantan aquí?

FERNANDO:

No sé si cantan,
que apenas el aurora las despierta,
cuando Marcela y ella se levantan
y bajan a las fuentes de la huerta.

GARCÍA:

Sin duda con su canto las encantan
y más si tiene a todas horas puerta
el ruiseñor don Juan.

FERNANDO:

Persona es alta.

GARCÍA:

Así lo dice el eco de Peralta.
  Pero dejadme a mí buscar al hombre.

FERNANDO:

¿Cómo le habéis de hallar, si yo no puedo?

GARCÍA:

Yo sé que lo sabré, diciendo el nombre
a gente de Madrid y de Toledo.
¿Que ponga un forastero gentilhombre
a caballeros catalanes miedo?,
vive Dios, si la vida no me falta,
que he de hallar y matar este Peralta.

(Vase.)
MARCELA:

  ¿Qué te parece, Leonarda,
del valiente don García?

LEONARDA:

Que dentro del alma mía
don Juan de los dos se guarda.

MARCELA:

  En el jardín se quedó
tu hermano.

LEONARDA:

A verle saldré
como que ahora llegué.

MARCELA:

¿Y yo contigo?

LEONARDA:

¿Pues no?
  ¿Tan de mañana, Fernando?

FERNANDO:

Por la mano me ganaste,
pues lo mismo preguntaste,
de que me estaba admirando.
  Dirás que vienes a oír,
como sueles, en las flores,
a tus dulces ruiseñores.

LEONARDA:

Más tarde suelen venir.

FERNANDO:

  Y vos, señora Marcela,
¿tenéis la misma afición?

MARCELA:

Más gusto de una canción,
que Elvira con Isabela,
  a quien ayudan también
los amigos jardineros
al salir los dos luceros
cantan al alma muy bien.

FERNANDO:

  ¿No la podremos oír?

MARCELA:

¿Por qué no? Cosme.

(Sale COSME.)
COSME:

Señora.

MARCELA:

¿Si los amigos ahora
pueden a cantar venir
  eso de los ruiseñores?
Fernando y yo lo pedimos.

COSME:

Pues al instante venimos.

FERNANDO:

Música, fuentes y flores
  bien podrían despertar,
prima, en vos el sentimiento,
que no puede mi tormento.

MARCELA:

No pueden dormir y amar
  asistir en un sujeto.

FERNANDO:

¿Luego amáis?

MARCELA:

Pienso que sí.

FERNANDO:

Yo lo entendiera por mí,
si cupiera en ser discreto.

MARCELA:

  ¡Qué triste Leonarda está!

LEONARDA:

Divertida en esta fuente
mirando estoy su corriente
cómo viene y cómo va.

FERNANDO:

  Pensarás que es ruiseñor
el bullicio del cristal.

LEONARDA:

No canta el arena mal.

(COSME, ELVIRA y MÚSICOS.)
ELVIRA:

¿Quién lo manda?

COSME:

Mi señor.

(Cantan.)
MÚSICOS:

  No son todos ruiseñores
los que cantan entre las flores,
sino campanitas de plata,
que tañen al alba;
sino trompeticas de oro,
que hacen la salva a la gloria que adoro.

FERNANDO:

  ¿Cuya es la letra?

COSME:

Señor,
yo la compuse.

ELVIRA:

Es mentira.

FERNANDO:

¿Sois poeta?

COSME:

Calla Elvira.

ELVIRA:

Si Góngora fue su autor,
  ¿para qué dice que es él?

COSME:

¿No veis que se usa así?,
pero oíd mis versos.

FERNANDO:

Di.

COSME:

Riberas de Zapardiel
  estaba un pastor echado
sin zurrón y sin ganado,
muerto de hambre y de frío,
¡qué desvarío!,
diole amor en la mollera,
¡qué borrachera!,
con un boj de zapatero,
¡ay que me muero!,
por Inés de Villalobos
da corcovos,
y ella se fue con un sastre,
¡qué desastre!,
nadie se fíe de Ineses
por cuatro meses,
que sin los nueve cumplir
suelen parir
y traer esos chichones
son traiciones.
Aquí la historia hace fin,
dilín dilín,
dilón dilón,
ay que tañen en San Martín,
ay que tocan en San Antón.

MARCELA:

  ¡Qué buena letra!

COSME:

Es verdad,
que las capillas las cantan
desta suerte y que levantan
el pueblo por novedad.
  Mas ya que todos se fueron
por no escochar mi poesía,
porque bastaba ser mía,
adonde nunca se oyeron
  perigallos en la luenga,
sino los concetos craros,
que en Pedro tengo de habraros.

FERNANDO:

¿En Pedro?

COSME:

¿Qué mayor mengua,
  que inquietarme mi mujer?,
que me la tiene perdida,
que ni me guisa comida,
ni aun ya la acierta a comer.
  Ayer me trujo un mortero
pidiéndole un azadón,
hoy le pedía el jubón.

FERNANDO:

Pues bien, ¿qué os trujo?

COSME:

El braguero.

FERNANDO:

  ¿Sois enfermo?

COSME:

No señor,
que es de Pedro mi pariente.

FERNANDO:

Pues para que no os afrente,
(que echarle es mucho rigor)
  en mi cuarto....

COSME:

¡Ah mujer vana!

FERNANDO:

Hay vacío un aposento
y en el podrá estar.

COSME:

No siento
el ver a Elvira liviana
  tanto como verle a él
tan coidadoso y peinado.

FERNANDO:

Ello está así remediado,
no os atraveséis con él.

COSME:

  El cielo, señor, os guarde.

(Vase.)


(Sale DON JUAN.)
JUAN:

¿Tan de mañana a las flores?

FERNANDO:

Merecen los ruiseñores
verlos por mañana y tarde,
  y vos, Pedro, merecéis
mejor un justo castigo.
Pues ¿cómo, a un deudo y amigo
la mujer le pretendéis?
  Si no lo fuérades mío,
no sé por Dios lo que hiciera.

JUAN:

¿Yo, señor?

FERNANDO:

¿Qué deudo hubiera
que hiciera tal desvarío?
  Yo os quiero bien y así os quiero
Pedro, con Julia casar
y con ella os quiero dar
casa, ajuar y dinero.
  Porque como a su criada
Leonarda la vestirá
y no busquéis mujer ya
dentro en mi casa y casada.

(Vase.)


JUAN:

  Señor.

LEONARDA:

¿Querrás disculparte?

JUAN:

Leonarda, verdad ha sido,
que Elvira me ha perseguido;
mas querer asegurarte
  de una villana tan vil,
fuera en quien yo soy error
y afrenta de tu valor.

LEONARDA:

Gentil disculpa, sutil.
Pero el galán más gentil
y que más lealtad nos guarda,
quiere más, si le acobarda
solo el esperar un hora,
la brevedad labradora,
que la señora que tarda.
  ¡Qué presto se comunican
a cualquier cosa posible
los hombres y a lo imposible
que mal la esperanza aplican!,
en viendo que les replican
a cualquiera petición,
acuden a la traición,
que como su libertad
nació sin honestidad,
de cuantas los quieren son.

LEONARDA:

  ¿Estos eran los deseos,
las lágrimas y suspiros?,
para hacer tan bajos tiros
¿qué sirven altos empleos?
¡Qué pensamientos tan feos!,
pero no me espanto ahora,
que coma a la labradora
quien ayuna a la endiosada,
porque supla la criada
lo que falta a la señora.
  Ahora bien, esto hizo fin,
no haya más, señor don Juan,
que aunque mi aposento os da,
más queréis el del jardín.
De la violeta al jazmín
quisiera verle abrasado,
buen galardón me habéis dado;
pero gran consuelo ha sido
el haberos conocido
antes de veros casado.
  ¿De esos sois?, no me quedara
criada, por vil que fuera,
que de vos estar pudiera
segura, aunque más guardada.
Pues antes de ser casada
estos disgustos me dan;
Castilla me da un refrán,
que dice: Allá darás rayo,
tenga yo sola el ensayo
y otra la fiesta, don Juan.

(Vase.)


JUAN:

  Señora, señora mía,
Leonarda, tenla Marcela.

MARCELA:

¿Qué he de tenerla, si vuela
con alas de tu osadía?
¿Quién en el mundo podía,
si no un castellano hacer
tal maldad?, ¿esto es querer?,
¿quiérese allá desta suerte?

(Vase.)
JUAN:

¿Eso dices?, oye, advierte;
fuese, engañose, es mujer.
  ¿Qué fiera, qué tigre airada,
qué sierpe se pudo ir,
qué mar sin querer oír
o qué víbora pisada?,
¿qué león, qué ardiente espada
en venganza de traición?,
que no hacen comparación,
ni la pueden igualar
fiera, tigre, sierpe, mar,
víbora, espada y león.

(Entra ELVIRA.)
ELVIRA:

  A dicha, Pedro, he tenido
en esta ocasión hallarte.

JUAN:

¡Qué consuelo y en qué parte
para tanto bien perdido!

ELVIRA:

  ¿Cuándo ha de ser aquel día
que tengas duelo de mí?

JUAN:

¿Cuándo de no verte a ti
será tal la dicha mía?

ELVIRA:

  ¿Una palabra siquiera
no escucharé de tu boca?

JUAN:

Acuchillas una roca
con una espada de cera.

ELVIRA:

  ¿Qué tienes, que tan mortal
me responde tu desdén?

JUAN:

Por ti he perdido mi bien,
mira tú que mayor mal.

ELVIRA:

  ¿Por mí, traidor eso pasa?,
¿qué mal tienes tú por mí?

JUAN:

¿No es mal echarme por ti,
don Fernando de su casa?

ELVIRA:

  ¿Pues qué causa pudo haber?

JUAN:

Decir Cosme tu marido
[.......................]
que le quito su mujer.

ELVIRA:

  Que te echará no lo creas,
que tienes buenos padrinos.

JUAN:

Huiré de tus desatinos
adonde nunca me veas.

(Vase y sale COSME.)
COSME:

  ¿Juráralo yo así, así,
siempre juntos?

ELVIRA:

Preguntaba
a Pedro, que adonde estaba
la sartén que ayer le di.

COSME:

  Pues dime, maldita seas,
¿cómo pidiendo sartén,
responderte viene bien
adonde nunca me veas?
  Por los bodigos benditos
del día de Todos Santos,
que coja de aquí dos cantos....

ELVIRA:

Ay, ay, ay.

COSME:

¿Sin daros, gritos?
  ¿Es la treta llamatoria
para que vengan vecinos?

ELVIRA:

Desatinos.

COSME:

¿Desatinos?,
ya entiendo toda la hestoria,
  juntos las noches y días,
y tú, muy fuera de ti,
tras él de aquí para allí,
como el perro de Tobías.
  Pues yo os daré tal jabón,
aunque hagáis más deligencias,
que os queden las dos ausencias
como ruedas de salmón.

(Sale DON FERNANDO.)
FERNANDO:

  ¿Siempre habéis de estar riñendo?,
¿siempre celos?, ¿solo un día
no habéis de vivir en paz?

COSME:

Señor, si no quiere Elvira
hacer lo que yo le mando,
no tendré paz en mi vida.

ELVIRA:

Señor, si Cosme es celoso
y sobre necio porfía,
¿quién de los dos tiene culpa?
Pedro sus cuadros cultiva
y yo estoy en mis haciendas;
tantas cosas imagina,
que anoche entró de repente
pensando que yo sería,
y halló a Pedro que le daba
de comer a la borrica.
¿Esto se puede sufrir?

FERNANDO:

Elvira tiene justicia,
noramala, mirad bien
lo que hacéis.

COSME:

Si la pollina
tiene las orejas blancas,
¿fue mucho engañar la vista
pensando que eran las tocas?
Demás que como crujían
los granos de la cebada,
presumí, que le decía
algún requiebro entre dientes.

FERNANDO:

Ahora bien, Cosme, esto sirva
de que no haya más enojos,
habladla por vida mía,
que yo quiero hacer las paces.

COSME:

Señor, como quiera Elvira
aquí estoy.

FERNANDO:

Ella querrá,
ea Elvira.

ELVIRA:

¿Yo le había
de abrazar?

COSME:

Agradeced,
que señor me lo soplica.

ELVIRA:

¿Pues harame para Pascua
manteo, ropa y basquiña?

COSME:

¿Qué no haya paces sin sastre?,
luego ha de entrar, ¡qué desdicha!,
ea, que yo lo haré todo.

ELVIRA:

Pues ya os abrazo mi vida,
qué maridito, qué ojos,
qué copete, qué barbita,
Santantón parece el hombre
en ermita de Galicia.

COSME:

Añadedura de pierna
no soltéis la tarabilla.

ELVIRA:

Quién os viera en el reloj
carnerito de Medina.

(Vase.)
COSME:

Ya, mi señor don Fernando,
que esta de mujeres pizca
se fue y que mis celos trata
como si fueran mentira.
Sepa su merced que quiero
comprar un macho y querría
saber el valor que tiene
esta moneda esquesita,
para que nadie me engañe.

FERNANDO:

¿Qué es della?

COSME:

En esta bolsita
la tengo.

FERNANDO:

Estos son doblones,
oro y armas de Castilla.
¿Vos tenéis este dinero?

COSME:

¿Pues cuándo ha sido desdicha
tener dineros, señor?

FERNANDO:

La inocencia y la malicia
se ha juntado en esta bolsa.
¿Quién os la dio?

COSME:

No me riñas.

FERNANDO:

Bellaco, traidor.

COSME:

¿Tener
dinero, es bellaquería?

FERNANDO:

¿Quién te los dio?, presto.

COSME:

Pedro,
señor, el primero día
que vino de las Italias.

FERNANDO:

Allí viene, vete aprisa
y déjame aquí con él.

COSME:

Nunca pensé que sería
desdichado con dineros.

(Vase y sale DON JUAN.)
JUAN:

Lágrimas ablandan iras,
ya queda llana Leonarda,
desengañada y mi amiga;
mucho me costaron celos,
pero amistades confirman.
Oh qué bien dijo un poeta
que sus defetos sabía,
que el amor es celos de oro
y celos amor de alquimia.
Mas ay que está aquí Fernando.

FERNANDO:

Pedro, aquesta casa es mía
y como ella es todo honor,
le ha de tener quien la sirva.
Fieme de vos muy necio.

JUAN:

¡Aquí se acaba mi vida,
que de fortunas me siguen!

FERNANDO:

Y cuando yo presumía
que érades hombre de bien,
hallo que todo es mentira,
pues dais a Cosme doblones,
siendo verdad conocida,
que es a costa de mi honor.
Pues, Pedro, por cortesía,
sin que haya paso de daga,
por ser prevención traída,
que me digáis quien os dio
la bolsa y no de reliquias,
aunque es ya del mundo el oro
la mayor idolatría.

JUAN:

Señor, diciéndoos verdad,
como Elvira me quería,
me dio esta bolsa y me dijo,
después de grandes porfías,
que aquel don Juan de Peralta,
caballero de Castilla,
se la dio, porque le abriese
la puerta; yo que tenía
amor, dila a su marido,
sabiendo que la codicia
ablanda al más fiero toro
que vio del Tajo la orilla.
No tuve culpa, aunque fue
necedad entonces mía
no deciros la verdad.

FERNANDO:

¿Dos veces, infame Elvira,
así mi casa y tu honor
de esta manera ofendías?
Vete, que viene mi hermana
y me importa hablarla.

JUAN:

Espira
sin remedio mi esperanza.

(Vase.)
FERNANDO:

Puesto que el honor me incita
a la venganza, es prudencia,
que con alguna mentira
quite a mi hermana el amor,
en cuyo remedio estriba
que se case y que ella propia
su casamiento me pida.

(Sale LEONARDA.)
LEONARDA:

  Menos solías estar,
Fernando, en este jardín.

FERNANDO:

Cuidados son y a ese fin
hallo en sus flores lugar.
  Estos son los ruiseñores,
Leonarda que vengo a oír.
Mas ya es tiempo de decir
y tratar cosas mayores.
  Yo, hermana, he disimulado
vuestro necio pensamiento,
pensando a mi honor atento
que lo hubiera remediado.
  Mas con engañados medios
seguí tan injusto error,
porque nunca un grande amor
tuvo fáciles remedios.
  Sabiendo el que habéis tenido
a ese don Juan castellano,
más como padre, que hermano
os daba el mismo marido
  de que hicistes elección;
pero no quise que fuese
sin que primero se hiciese
de quien era información.
  Hallele gran caballero,
que de los Falces venía
de Navarra y que tenía....

LEONARDA:

Lo que espero desespero,
  no sé en lo que ha de parar.

FERNANDO:

El tal don Juan de Peralta,
una muy notable falta
sin poderse remediar.
  Todos dicen que es casado
y con dos hijos no más,
con que, Leonarda, sabrás
cuan necio fue tu cuidado.
  Y que el haberle tenido
en García, era mejor,
pagándole el grande amor
que sabes que le has debido.
  Reformar quiero mi casa,
los pícaros jardineros
han de salir los primeros.

LEONARDA:

Ya que sabes lo que pasa,
  solo te pido perdón
y que erré como mujer
confieso, mas no el tener
al castellano afición.
  Para tu deshonra fuera,
que ya informate quería,
si el amor que a don García
tienes, licencia me diera.
  Echa esta gente de aquí,
que dalles la culpa quiero
y salga Pedro el primero,
que por él, más que por mí
  entró don Juan en tu casa.

FERNANDO:

Saldrá luego y por mi honor
no le mato.

LEONARDA:

Eso es mejor
y con tu gusto me caso,
  que solo como decías,
eres mi padre y mi hermano.

FERNANDO:

Oh industria, no fuiste en vano.

(Vase FERNANDO.)
LEONARDA:

Adiós esperanzas mías,
  no más engaños de amor.

(Sale DON JUAN.)
JUAN:

Amor en haciendo paces,
con más gloria satisfaces,
que diste pena y dolor.
  Dijéronme, que a la huerta
bajó la hermosa Leonarda,
¡con qué contento me aguarda
ya de mis verdades cierta!
  ¡Qué descanso que me espera
en sus brazos!, mas ¿qué veo?,
gloria y fin de mi deseo,
dulce aurora y primavera
  destas flores venturosas,
que con más alegre risa
adonde tu planta pisa
vuelve las espinas rosas.
  Aquí está el esclavo tuyo,
¿qué es esto?, si la tristeza
se atreve a tanta belleza,
¡ay de mí!, mi muerte arguyo.
A tu ceño restituyo
aquella falsa alegría,
que de tu amistad tenía;
oh cómo pareces rosa,
que naciendo al alba hermosa
te cierras al fin del día.

JUAN:

  ¿No hablas, mi amada prenda?,
¿hay alguna novedad?,
¿qué importa que a la verdad
tan necia mentira ofenda?,
habla mi bien, haz que entienda
en qué te pude ofender;
porque callar y querer
con tan severa templanza,
es género de venganza,
que no se ha visto en mujer.
  Habla y mátame, siquiera
di, por esto te maté;
¿hay amor, lealtad, ni fe
tan firme, cabal, ni entera?,
¿esta alma no es verdadera?
¿estos ojos no han llorado?,
¿verdades que han aumentado
estas flores?, ¿no era yo
su ruiseñor?, ¿quién te dio
el veneno que me has dado?

LEONARDA:

  Irme sin hablar quería
y aunque ya tus sin razones
me han quitado las prisiones,
estoy, como suele el día,
que el preso que las tenía
no acierta después a andar;
esto me ha hecho esperar,
que aunque libre mi sentido
de la prisión que he tenido,
no acierto a andar, ni a callar.
  ¿A qué efeto, castellano,
con dos hijos por lo menos,
que ellos bien pueden ser buenos
siendo su padre villano,
venías a ser tirano
de una mujer principal?,
que cuando de culpa igual,
como siempre a amor la den,
eso fue quererte bien,
pero a mí quererme mal.
  ¿De Madrid vienes casado
a casarte en Barcelona?,
¿tú de la imperial persona
de la reina eres criado?,
¿habías imaginado
irte con mi honor a Hungría?,
vive Dios que el mismo día
te siguiera y te matara
donde quiera que te hallara.

(Hace que se va.)


JUAN:

Espera Leonarda mía,
  espera.

LEONARDA:

¿Qué he de esperar?,
¿a mí tretas castellanas?,
¿las mujeres catalanas
se dejan, don Juan, burlar?

JUAN:

Si te ha querido engañar
tu hermano, para casarte
y puedes desengañarte
con tanta facilidad,
¿no será grande crueldad
dejar mi bien de informarte?
  ¿Yo casado?

LEONARDA:

¿Luego no?

JUAN:

¿Yo con dos hijos?, ¿no miras,
que con tan claras mentiras
don Fernando te engañó?

LEONARDA:

¿Cómo puedo saber yo,
que mi hermano me ha engañado
y que tú no eres casado?

JUAN:

Con esta carta no más,
donde un retrato hallarás
con quien estaba tratado.

LEONARDA:

  Hermosa es la castellana.
(Lea.)
«Después que con tantas quejas
dejastes vuestros amigos,
padres, hermanas y deudas
me rogaron que os escriba
que deis a Madrid la vuelta,
donde tratan de casaros
con el dueño de esa prenda,
que fuera de su hermosura,
tiene cinco mil de renta
y esperanza de otros cuatro».
Dejo de leer por verla;
¿brava moza, esto dejáis?,
oh qué mal pensada ausencia.
Volved, volved a Madrid,
que tal dote y tal belleza
ningún cuerdo la dejara,
volved y casaos con ella,
mirad que os está llamando
y que pone tanta fuerza
por hablar, que rompe el naipe.
¿Qué aguardáis?, ¿queréis que venga
a Barcelona por vos?

JUAN:

¡Qué desdicha!, ¡qué tibieza!,
¿ni desengaños, ni engaños
con vos, señora, aprovechan?
Mudastes en don García
aquella falsa firmeza;
¡ay de mí, cuántos trabajos
mi engañado amor me cuesta!
Decildo vos, hablad flores
a quien mis lágrimas riegan.
Fuentes, ¿qué silencio es este,
si tienen las aguas lengua?,
pues que lo fueron mis ojos
por fuente siquiera os duelan.
Yo me iré, pues que lo soy,
al mar y no con la reina,
sino adonde muerto acabe
la vida, aunque no la pena.
Acordaos del labrador
fuentes, flores, plantas, yerbas,
no Pedro, sino don Juan.
Y vos catalana fiera,
que después que me habéis muerto
me habéis dicho la sentencia.

LEONARDA:

¿Hay gusto como escuchar
estas amorosas quejas?

JUAN:

Dadme el retrato y adiós.

LEONARDA:

¿El retrato?, antes os diera
mil muertes, vil castellano.

JUAN:

¿Pues dónde mi bien le llevas?

LEONARDA:

A quemarle con el fuego,
que en las entrañas me dejas.

(Vase y sale DON FERNANDO, COSME y ELVIRA.)
FERNANDO:

Ea, sin tardar un punto
salgan los dos de la huerta.

COSME:

Pareces en el jardín
el ángel de Adán y Esgueva.

FERNANDO:

A villanos alcagüetes
desta manera se premia.

COSME:

¿Yo alcayuete?

FERNANDO:

Vos picaño,
que por dinero mi puerta
habéis abierto a don Juan.

COSME:

Ojalá decir pudiera
que la mujer me engañó.

ELVIRA:

¿Desta manera nos echas
después de haberte servido?

COSME:

Déjeme sacar siquiera
mis bragas de cordellate
y el capote de las fiestas.

(Vanse los dos.)
JUAN:

Señor, si puedo contigo,
por la afición que me muestras,
alguna cosa, te ruego,
que término les concedas.

FERNANDO:

No es mala la intercesión,
vos que con él y con ella
fuistes cómplice en mi agravio,
¿volvéis con poca vergüenza
por ellos? Salid de aquí.

JUAN:

¿Yo, señor?

FERNANDO:

Sino tuviera
respeto a mi propio honor....

JUAN:

Señor, ¿en qué está la ofensa?,
¿de qué os quejáis?

FERNANDO:

En haber
vuestra desleal bajeza
metido un hombre en mi casa.
Salid brevemente della.

JUAN:

Si la ofensa fue ponelle,
¿será por dicha defensa
el ponelle en vuestras manos
y que vuestros ojos vean
hoy a don Juan de Peralta?

FERNANDO:

¿Dónde le han de ver?

JUAN:

En ella.

FERNANDO:

Si sabéis, Pedro, quien soy,
¿para qué pedís respuesta?

JUAN:

Pues aguardad por aquí,
que yo haré que don Juan venga
y os le pondré en esta cuadra.

FERNANDO:

Ninguna cosa desea
tanto mi alma.

JUAN:

Esperad
hasta que os llame Marcela.

FERNANDO:

Cumplid, Pedro, la palabra,
que os mando, como yo vea
este don Juan de Peralta
dentro de mis propias puertas,
lo mejor que hay en mi casa.

JUAN:

Esa palabra me lleva
seguro a hacer una cosa
tan peligrosa y mal hecha.

(Vase.)
FERNANDO:

¿Qué tengo que desear
como en mi casa le tenga?
Hoy he de cobrar mi honor.

(Salen DON GARCÍA y DON PEDRO.)
PEDRO:

La misma Leonarda ruega
a don Fernando que os case
tan brevemente con ella.

GARCÍA:

Si los cielos son mudables,
¿qué os espantáis de que sean
las condiciones humanas
a su mudanza sujetas?
Quien ayer me aborrecía,
hoy me quiere y me desea;
la firmeza en las mujeres
es nunca tener firmeza.

PEDRO:

Pues os casáis, don García,
hablad bien, pues habláis dellas,
que es muy de necios casados
hablar mal de las ajenas
por buenas que sean las suyas.

GARCÍA:

Don Fernando está en la güerta.

PEDRO:

Solo y pensativo está.

GARCÍA:

¿Saliendo la hermosa reina
de Hungría, a honrar como el sol,
ilustrando el mar, la tierra
con ese descuido estáis?

FERNANDO:

No pudiérades, si fuera
vuestro pensamiento el mío
y un alma propia la nuestra,
venir en tal ocasión.

GARCÍA:

Cuando aventurar se ofrezca
la vida por vos, ninguno
faltara de lo que deba
a quien es y a vos Fernando.

FERNANDO:

El castellano que intenta
sin voluntad de Leonarda
(que agradeciendo la vuestra
hoy me ha dicho que os estima
y por marido os desea)
tengo dentro de mi casa,
porque con engaño en ella
me le ha puesto o le pondrá
el labrador desta güerta
 (de quien sus secretos fía)
viendo que le echaba della.

GARCÍA:

¿Qué decís?

FERNANDO:

Que esta venganza
os toca a los dos por fuerza,
a vos, que ya sois marido
de Leonarda, pues con ella
os casaréis esta noche;
y a don Pedro, porque tenga
como amigo de los dos
parte en la venganza nuestra.

(Hablan y salen COSME y ELVIRA con alguna ropa.)
COSME:

Vos tenéis la culpa, Elvira,
por vos de casa nos echan.

ELVIRA:

Eso sí, siempre tenemos
de cualquier cosa siniestra
culpa todas las mujeres.
Yo imitando a la primera
a la sierpe se la doy.

COSME:

¿Sierpe hay aquí?

ELVIRA:

¿Qué más fiera
que vuestros celos?

COSME:

Aun bien
que sacamos muesa hacienda,
que no nos echan desnudos.
¿Posistes bien la espetera?

ELVIRA:

Todo lo lleva el pollino,
mirad vos si se nos queda
olvidada alguna cosa.

COSME:

Agora echaré la cuenta.

ELVIRA:

Miraldo todo muy bien.

COSME:

Yo, el pollino, vos, la puerca,
pratos, escodillas, cama,
almocafre, azadón, rueca,
arca de muesos vestidos
y otra con ella pequeña
en que están vuesos embustes,
moñaduras y jaleas,
redomillas, limonadas,
botes de todas conservas,
el cernícalo, la urraca,
mis polainas de estameña.
Ea, todo está cabal.

FERNANDO:

Quedo, ya viene Marcela,
que así Pedro me lo dijo.

(Sale MARCELA.)
MARCELA:

Hallarte a solas quisiera.

FERNANDO:

¿No es mejor acompañado
para que testigos sean
del agravio de mi honor?

MARCELA:

No pienso yo que lo quedas.

FERNANDO:

¿Cómo?

MARCELA:

Como quien se casa,
cuando tiene iguales prendas,
más honra que agravia, primo.

FERNANDO:

¿Pues quién se casa, Marcela?

MARCELA:

Don Juan de Peralta, un hombre,
cuyo valor y nobleza
dice una cruz de Santiago.

FERNANDO:

¿Y es bien, sin que yo lo sepa?
¿Y adónde está?

MARCELA:

Con Leonarda.

FERNANDO:

Haré pedazos la puerta.

(DON JUAN de galán con hábito y de la mano LEONARDA.)
JUAN:

Yo soy, señor don Fernando,
don Juan de Peralta.

FERNANDO:

Espera.

JUAN:

Y Leonarda mi mujer,
no Pedro, si bien por ella
fui los días que sabéis,
labrador de aquesta huerta.
Si la muerte ha merecido
esta amorosa fineza,
aquí estoy.

COSME:

Pardiez, Elvira,
que mueso primo lo era
de la señora de casa.

GARCÍA:

Yo más presto respondiera.

FERNANDO:

Leonarda, agora he caído,
porque andabas en la huerta.
¿Son estos los ruiseñores?

LEONARDA:

¿Pues agora se te acuerda,
que en las huertas del amor,
aunque cuidado se tenga,
  no son todos ruiseñores
los que cantan entre las flores?

COSME:

Si no Pedros, que a Leonarda
cantan al alba,
sino dobloncitos de oro,
que entran y salen y se alzan con todo.

FERNANDO:

  Aquí, señor don García,
la prudencia da las armas.
Ya tiene Leonarda dueño.

GARCÍA:

Doy parabién a Leonarda.

FERNANDO:

Y a mí, si Marcela quiere.

COSME:

Todos se casan y abrazan,
Pedro, pues que sois el dueño,
todos quedamos en casa.

JUAN:

Convidad a estos señores,
que aquí la comedia acaba,
no el deseo del poeta,
que para serviros canta,
ruiseñores, cuando cisne,
que si perdonáis sus faltas,
veréis, discreto senado,
para vuestras alabanzas,
que siempre es negra la tinta,
aunque estén las plumas blancas.