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Noches lúgubres: Noche segunda

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TEDIATO, la JUSTICIA y después un CARCELERO


Diálogo


TEDIATO.- ¡Qué triste me ha sido ese día! Igual a la noche más espantosa me ha llenado de pavor, tedio, aflicción y pesadumbre. ¡Con qué dolor han visto mis ojos la luz del astro, a quien llaman benigno los que tienen el pecho menos oprimido que yo! El sol, la criatura que dicen menos imperfecta imagen del Criador, ha sido objeto de mi melancolía. El tiempo que ha tardado en llevar sus luces a otros climas me ha parecido tormento de duración eterna... ¡Triste de mí! Soy el solo viviente a quien sus rayos no consuelan. Aun la noche, cuya tardanza me hacía tan insufrible la presencia del sol, es menos gustosa, porque en algo se parece al día. No está tan oscura como yo quisiera. ¡La luna! ¡Ah, luna! Escóndete, no mires en este puesto al más infeliz mortal.

¡Que no se hayan pasado más que dieciséis horas desde que dejé a Lorenzo! ¿Quién lo creyera? ¡Tales han sido para mí! Llorar, gemir, delirar... Los ojos fijos en su retrato, las mejillas bañadas en lágrimas, las manos juntas pidiendo mi muerte al cielo, las rodillas flaqueando bajo el peso de mi cuerpo, así desmayado; sólo un corto resuello me distinguía de un cadáver. ¡Qué asustado quedó Virtelio, mi amigo, al entrar en mi cuarto y hallarme de esa manera! ¡Pobre Virtelio! ¡Cuánto trabajaste para hacerme tomar algún alimento! Ni fuerza en mis manos para tomar el pan, ni en mis brazos para llevarlo a la boca, si alguna vez llegaba. ¡Cuán amargos son bocados mojados con lágrimas! Instante..., me mantuve inmóvil. Se fue sin duda cansado... ¿Quién no se cansa de un amigo como yo, triste, enfermo, apartado del mundo, objeto de la lástima de algunos, del menosprecio de otros, de la burla de muchos? ¡Qué mucho me dejase! Lo extraño es que me mirase alguna vez. ¡Ah, Virtelio! ¡Virtelio! Pocos instantes más que hubieses permanecido mío, te hubieran dado fama de amigo verdadero. Pero ¿de qué te serviría? Hiciste bien en dejarme; también te hubiera herido la mofa de los hombres. Dejar a un amigo infeliz, conjurarte con la suerte contra un triste, aplaudir la inconstancia del mundo, imitar lo duro de las entrañas comunes, acompañar con tu risa la risa universal, que es eco de los llantos de un mísero... Sigue, sigue... Éste es el camino de la fortuna... Adelántate a los otros: admirarán tu talento. Yo le vi salir... Murmuraba de la flaqueza de mi ánimo. La Naturaleza sin duda murmuraba de la dureza del suyo. Éste es el menos pérfido de todos mis amigos; otros ni aun eso hicieron. Tediato se muere, dirían unos; otros repetirían: se muere Tediato. De mi vida y de mi muerte hablarían como del tiempo bueno o malo suelen hablar los poderosos, no como los pobres a quien tanto importa el tiempo. La luz del sol, que iba faltando, me sacó del letargo cruel. La tiniebla me traía el consuelo que arrebata a todo el mundo. Todo el consuelo que siente toda la naturaleza al parecer el sol, le sentí todo junto al ponerse. Dije mil veces preparándome a salir: bienvenida seas, noche, madre de delitos, destructora de la hermosura, imagen del caos de que salimos. Duplica tus horrores; mientras más densas, más gustosas me serán tus tinieblas. No tomé alimento; no enjugué las lágrimas; púseme el vestido más lúgubre; tomé este acero, que será..., ¡ay!, sí; será quien consuele de una vez todas mis cuitas. Vine a este puesto; espero a Lorenzo.

Desengañado de las visiones y fantasmas, duendes, espíritus y sombras, me ayudará con firmeza a levantar la losa; haré el robo... ¡El robo! ¡Ay! Era mía; sí, mía; yo, suyo. No, no, la agravio; me agravio: éramos uno. Su alma, ¿qué era sino la mía? La mía, ¿qué era sino la suya? Pero ¿qué voces se oyen? Muere, muere, dice una de ellas. ¡Qué me matan!, dice otra voz. Hacia mí vienen corriendo varios hombres. ¿Qué haré? ¿Qué veo? El uno cae herido al parecer... Los otros huyen retrocediendo por donde han venido. Hasta mis plantas viene batallando con las ansias de la muerte. ¿Quién eres? ¿Quién eres? ¿Quiénes son los que te siguen? ¿No respondes? El torrente de sangre que arroja por boca y por herida me mancha todo... Es muerto, ha expirado asido de mi pierna. Siento pasos a este otro lado. Mucha gente llega; el aparato es de ser comitiva de la justicia.

JUSTICIA.- Pues aquí está el cadáver, y ese hombre está ensangrentado, tiene la espada en la mano, y con la otra procura desasirse del muerto, parece indicar no ser otro el asesino. Prended a ese malvado. Ya sabéis lo importante de este caso. El muerto es un personaje cuyas calidades no permiten el menor descuido de nuestra parte. Sabéis los antecedentes de este asesinato que se proponían. Atadle. Desde esta noche te puedes contar por muerto, infame. Sí, ese rostro, lo pálido de su semblante, su turbación, todo indica, o aumenta los indicios que ya tenemos... En breve tendrás muerte ignominiosa y cruel.

TEDIATO.- Tanto más gustosa... Por extraño camino me concede el cielo lo que le pedí días ha con todas mis veras...

JUSTICIA.- ¡Cuál se complace con su delito!

TEDIATO.- ¡Delito! Jamás le tuve. Si lo hubiera tenido, él mismo hubiera sido mi primer verdugo, lejos de complacerme en él. Lo que me es gustosa es la muerte... Dádmela cuanto antes, si os merezco alguna misericordia. Si no sois tan benigno, dejadme vivir; ése será mi mayor tormento. No obstante, si alguna caridad merece un hombre, que la pide a otro hombre, dejadme un rato llegar más cerca de ese templo, no por valerme de su asilo, sino por ofrecer mi corazón a...

JUSTICIA.- Tu corazón en que engendras maldades.

TEDIATO.- No injuries a un infeliz; mátame sin afrentarme. Atormenta mi cuerpo, en quien tienes dominio, no insultes una alma que tengo más noble..., un corazón más puro..., sí, más puro, más digna habitación del Ser Supremo, que el mismo templo en que yo quería... Ya nada quiero... Haz lo que quieras de mí... No me preguntes quién soy, cómo vine aquí, qué hacía, qué intentaba hacer, y apuren los verdugos sus crueldades en mí; las verás todas vencidas por mi fineza.

JUSTICIA.- Llevadle aprisa, no salgan al encuentro sus compañeros.

TEDIATO.- Jamás los tuve: ni en la maldad, porque jamás fui malo; ni en la bondad, porque ninguno me ha igualado en lo bueno. Por eso soy el más infeliz de los hombres. Cargad más prisiones sobre mí. Ministros feroces: ligad más esos cordeles con que me arrastráis cual víctima inocente. Y tú, que en ese templo quedas, únete a tu espíritu inmortal, que exhalaste entre mis brazos, si lo permite quien puede, y ven a consolarme en la cárcel, o a desengañar a mis jueces. Salga yo valeroso al suplicio o inocente al mundo. ¡Pero no! Agraviado o vindicado, muera yo, muera yo y en breve.

JUSTICIA.- Su delito le turba los sentidos; andemos, andemos.

TEDIATO.- ¿Estamos ya en la cárcel?

JUSTICIA.- Poco falta.

TEDIATO.- Quien encuentre la comitiva de la justicia llevando a un preso ensangrentado, pálido, mal vestido, cargado de cadenas que le han puesto y de oprobios que le dicen, ¿qué dirá? Allá va un delincuente. Pronto lo veremos en el patíbulo; su muerte será horrorosa, pero saludable espectáculo. ¡Viva la justicia! Castíguense los delitos. Arránquese de la sociedad los que turben su quietud. De la muerte de un malvado se asegura la vida de muchos buenos. Así irán diciendo de mí; así irán diciendo. En vano les diría mi inocencia. No me creerían; si la jurara, me llamarían perjuro sobre malvado. Tomaría por testigos de mi virtud a esos astros; darían su giro sin cuidarse del virtuoso que padece ni del inicuo que triunfa.

JUSTICIA.- Ya estamos en la cárcel.

TEDIATO.- Sepulcro de vivos, morada de horror, triste descanso en el camino del suplicio, depósito de malhechores, abre tus puertas; recibe a este infeliz.

JUSTICIA.- Este hombre quede asegurado; nadie le hable. Ponedle en el calabozo más apartado y seguro; doblad el número y peso de los grillos acostumbrados. Los indicios que hay contra él son casi evidentes. Mañana se le examinará. Prepáresele el tormento por si es tan obstinado como inicuo. Eres responsable de este preso, tú, carcelero. Te aconsejo que no le pierdas de vista. Mira que la menor compasión que para con él puedes tener es tu perdición.

CARCELERO.- Compasión yo, ¿de quién? ¿De un preso que se me encarga? No me conocéis. Años ha que soy carcelero, y en el discurso de ese tiempo he guardado los presos que he tenido como si guardara fieras en las jaulas. Pocas palabras, menos alimento, ninguna lástima, mucha dureza, mayor castigo y continua amenaza. Así me temen. Mi voz entre las paredes de esta cárcel es como el trueno entre montes. Asombra a cuantos la oyen. He visto llegar facinerosos de todas las provincias, hombres a quienes los dientes y las canas habían salido entre muertes y robos... Los soldados, al entregármelos, se aplaudían más que de una batalla que hubiesen ganado. Se alegraban de dejarlos en mis manos más que si de ellas sacaran el más precioso saqueo de una plaza sitiada muchos meses; y todo esto no obstante..., a pocas horas de estar bajo mi dominio han temblado los hombres más atroces.

JUSTICIA.- Pues ya queda asegurado; adiós otra vez.

CARCELERO.- Sí, sí; grillos, cadenas, esposas, cepo, argolla, todo le sujetará.

TEDIATO.- Y más que todo mi inocencia.

CARCELERO.- Delante de mí no se habla; y si el castigo no basta a cerrarte la boca, mordazas hay.

TEDIATO.- Haz lo que quieras; no abriré mis labios. Pero la voz de mi corazón..., aquella voz que penetra el firmamento, ¿cómo me privarás de ella?

CARCELERO.- Éste es el calabozo destinado para ti. En breve volveré.

TEDIATO.- No me espantan sus tinieblas, su frío, su humedad, su hediondez; no el ruido que han hecho los cerrojos de esa puerta, no el peso de mis cadenas. Peor habitación ocupa ahora... ¡Ay, Lorenzo! Habrás ido al señalado puesto, no me habrás hallado. ¡Qué habrás juzgado de mí! Acaso creerás que miedo, inconstancia... ¡Ay! No, Lorenzo; nada de este mundo ni del otro me parece espantoso, y constancia no me puede faltar, cuando no me ha faltado ya sobre la muerte de quien vimos ayer cadáver medio corrompido. Me acometieron mil desdichas: ingratitud de mis amigos, enfermedad, pobreza, odio de poderosos, envidia de iguales, mofa de parte de mis inferiores... La primera vez que dormí, figuróseme que veía el fantasma que llaman fortuna. Cual suele pintarse la muerte con una guadaña que despuebla el universo, tenía la fortuna una vara con que volvía a todo el globo. Tenía levantado el brazo contra mí. Alcé la frente, la miré. Ella se irritó; o me sonreí, y me dormí; segunda vez se venga de mi desprecio. Me pone, siendo yo justo y bueno, entre facinerosos hoy; mañana tal vez entre las manos del verdugo; éste me dejará entre los brazos de la muerte. ¡Oh muerte!, ¿por qué dejas que te llamen daño, el mayor de ellos, el último de todos? ¡Tú, daño! Quien así lo diga, no ha pasado lo que yo.

¡Qué voces oigo (¡ay!) en el calabozo inmediato! Sin duda hablan de morir. ¡Lloran! ¡Van a morir, y lloran! ¡Qué delirio! Oigamos lo que dice el mísero insensato que teme burlar de una vez todas sus miserias. No, no escuchemos. Indignas voces de oírse son las que articula el miedo al aparato de la muerte.

¡Ánimo, ánimo, compañero! Si mueres dentro del breve plazo que te señalan, poco tiempo estarás expuesto a la tiranía, envidia, orgullo, venganza, desprecio, traición, ingratitud... Esto es lo que dejas en el mundo. Envidiables delicias dejas por cierto a los que se queden en él; te envidio el tiempo que me ganas; el tiempo que tardaré en seguirte.

Ha callado el que sollozaba, y también dos voces que le acompañaban, una hablándole de... Sin duda fue ejecución secreta. ¿Si se llegarán ahora los ejecutores a mí? ¡Qué gozo! Ya se disipan todas las tinieblas de mi alma. Ven, muerte, con todo tu séquito. Sí, ábrase esa puerta; entren los verdugos feroces manchados aún con la sangre que acaban de derramar a una vara de mí. Si el ser infeliz es culpa, ninguno más reo que yo. ¡Qué silencio tan espantoso ha sucedido a los suspiros del moribundo! Las pisadas de los que salen de su calabozo, las voces bajas con que se hablan, el ruido de las cadenas que sin duda han quitado al cadáver, el ruido de la puerta estremece lo sensible de mi corazón, no obstante lo fuerte de mi espíritu. Frágil habitación de una alma superior a todo lo que Naturaleza puede ofrecer, ¿por qué tiemblas? ¿Ha de horrorizarme lo que desprecio? ¡Si será sueño esta debilidad que siento! Los ojos se me cierran, no obstante la debilidad que en ellos ha dejado el llanto. Sí; reclínome. Agradable concurso, música deliciosa, espléndida mesa, delicado lecho, gustoso sueño encantarán a estas horas a alguno en el tropel del mundo. No se envanezca, lo mismo tuve yo; y ahora... una piedra es mi cabecera, una tabla mi cama, insectos mi compañía. Durmamos. Quizá me despertará una voz que me diga. Ven al tormento; u otra que me diga: Ven al suplicio. Durmamos. ¡Cielos! Si el sueño es imagen de la muerte... ¡Ay! Durmamos.

¡Qué pasos siento! Una corta luz parece que entra por los resquicios de la puerta. La abren; es el carcelero, y le siguen dos hombres. ¿Qué queréis? ¿Llegó por fin la hora inmediata a la de mi muerte? ¡Me la vais a anunciar con semblante de debilidad y compasión o con rostro de entereza y dominio!

CARCELERO.- Muy diferente es el objeto de nuestra venida. Cuando me aparté de ti, juzgué que a mi vuelta te llevarían al tormento, para que en él declarases los cómplices del asesinato que se te atribuía; pero se han descubierto los autores y ejecutores de aquel delito. Vengo con orden de soltarte. Ea, quítenle las cadenas y grillos: libre estás.

TEDIATO.- Ni aun en la cárcel puedo gozar del reposo que ella me ofrece en medio de sus horrores. Ya iba yo acomodando los cansados miembros de mi cuerpo sobre esta tarima, ya iba tolerando mi cabeza lo duro de esa piedra, y me vienes a despertar, ¿y para qué? Para decirme que no he de morir. Ahora sí que turbas mi reposo... Me vuelves a arrojar otra vez al mundo, al mundo de donde se ausentó lo poco bueno que había en él. ¡Ay! Decidme, ¿es de día?

CARCELERO.- Aún faltará una hora de noche.

TEDIATO.- Pues voyme. Con tantas contingencias como ofrece la suerte, ¿qué sé yo si mañana nos volveremos a ver?

CARCELERO.- Adiós.

TEDIATO.- Adiós. Una hora de noche aún falta. ¡Ay! Si Lorenzo estuviese en el paraje de la cita, tendríamos tiempo para concluir nuestra empresa; se habrá cansado de esperarme.

Mañana, ¿dónde le hallaré? No sé su casa. Acudir al templo parece más seguro. Pasareme ahora por el atrio. ¡Noche!, dilata tu duración; importa poco que te esperen con impaciencia el caminante para continuar su viaje y el labrador para seguir su tarea. Domina, noche, domina, y más y más sobre un mundo que por sus delitos se ha hecho indigno del sol. Quede aquel astro alumbrando a hombres mejores que los de estos climas. Mientras más dure tu oscuridad, más tiempo tendré de cumplir la promesa que hice al cadáver encima de su tumba, en medio de otros sepulcros, al pie de los altares y bajo la bóveda sagrada del templo. Si hay alguna cosa más santa en la tierra, por ella juro no apartarme de mi intento; si a ello faltase yo, si a ello faltase... ¿Cómo había de faltar?

Aquella luz que descubro será..., será acaso la que arde alumbrando a una imagen que está fija en la pared exterior del templo. Adelantemos el paso. Corazón, esfuérzate, o saldrás en breve victorioso de tanto susto, cansancio, terror, espanto y dolor, o en breve dejarás de palpitar en ese miserable pecho. Sí, aquélla es la luz; el aire la hace temblar de modo que tal vez se apagará antes que yo llegue a ella. Pero ¿por eso he de temer la oscuridad? Antes debe serme más gustosa. Las tinieblas son mi alimento. El pie siente algún obstáculo... ¿Qué será? Tentemos. Un bulto, y bulto de hombre. ¿Quién es? Parece como que sale de un sueño. ¡Amigo! ¿Quién es? Si eres algún mendigo necesitado que de flaqueza has caído, y duermes en la calle por faltarte casa en que recogerte y fuerzas para llegarte a un hospital, sígueme; mi casa será tuya; no te espanten tus desdichas; muchas y grandes serán, pero te habla quien las pasa mayores. Respóndeme, amigo... Desahóguese en mi pecho el tuyo; tristes como tú busco yo; sólo me conviene la compañía de los míseros; harto tiempo viví con los felices. Tratar con el hombre en la prosperidad es tratarle fuera del mismo. Cuando está cargado de penas, entonces está cual es: cual Naturaleza lo entrega a la vida, y cual la vida le entregará a la muerte; cual fueron sus padres, y cuales serán sus hijos. Amigo, ¿no respondes? Parece joven de corta edad. Niño, ¿quién eres? ¿Cómo has venido aquí?

NIÑO.- ¡Ay, ay, ay!

TEDIATO.- No llores; no quiero hacerte mal. Dime, ¿quién eres? ¿Dónde viven tus padres? ¿Sabes tu nombre? ¿Y el de la calle en que vives?

NIÑO.- Yo soy... Mire usted... Vivo... Venga usted conmigo para que mi padre no me castigue. Me mandó quedar aquí hasta las dos, y ver si pasaba alguno por aquí muchas veces, y que fuera a llamarle. Me he quedado dormido.

TEDIATO.- Pues no temas; dame la manita, toma ese pedazo de pan que me he hallado, no sé cómo, en el bolsillo y llévame a casa de tu padre.

NIÑO.- No está lejos.

TEDIATO.- ¿Cómo se llama tu padre? ¿Qué oficio tiene? ¿Tienes madre y hermanos? ¿Cuántos años tienes tú y cómo te llamas?

NIÑO.- Me llamo Lorenzo, como mi padre. Mi abuelo murió esta mañana. Tengo ocho años, y seis hermanos más chicos que yo. Mi madre acaba de morir de sobreparto. Dos hermanos tengo muy malos con viruelas, otro está en el hospital, mi hermana se desapareció desde ayer de casa. Mi padre no ha comido en todo hoy un bocado de la pesadumbre.

TEDIATO.- ¿Lorenzo dices que se llama tu padre?

NIÑO.- Sí, señor.

TEDIATO.- ¿Y qué oficio tiene?

NIÑO.- No sé cómo se llama.

TEDIATO.- Explícame lo que es.

NIÑO.- Cuando uno se muere, y lo llevan a la iglesia, mi padre es quien...

TEDIATO.- Ya te entiendo; sepulturero, ¿no es verdad?

NIÑO.- Creo que sí, pero aquí estamos ya en casa.

TEDIATO.- Pues llama, y recio.

SEPULTURERO.- ¿Quién es?

NIÑO.- Abra usted, padre; soy yo y un señor.

SEPULTURERO.- ¿Quién viene contigo?

TEDIATO.- Abre, que soy yo.

SEPULTURERO.- Ya conozco la voz. Ahora bajaré a abrir.

TEDIATO.- ¡Qué poco me esperabas aquí! Tu hijo te dirá dónde le he hallado. Me ha contado el estado de tu familia. Mañana nos veremos en el mismo puesto para proseguir nuestro intento, y te diré por qué no nos hemos visto esta noche hasta ahora. Te compadezco tanto como a mí mismo, Lorenzo, pues la suerte te ha dado tanta miseria y te la multiplica en tus deplorables hijos... Eres sepulturero... Haz un hoyo muy grande, entiérralos todos ellos vivos, y sepúltate con ellos. Sobre tu losa me mataré y moriré diciendo: Aquí yacen unos niños tan felices ahora como eran infelices poco ha, y dos hombres, los más míseros del mundo.