Nuestros hijos: 22
Escena VII
[editar]SRA. DE DÍAZ. -Eduardo te he dejado hacer pero te advierto que no debiste...
SR. DÍAZ. -Sí, debí...
SRA. DE DÍAZ. -Son mis hermanas.
SR. DÍAZ. -Aunque fueran las mías. Venían a perturbar Y estoy dispuesto a mantener a toda costa, la paz y la tranquilidad de esta casa. Unas beatas desalmadas que se han acercado con el exclusivo propósito de torturar a esta criatura. ¡Tú no debiste consentir que le dijeran una sola palabra, que le hicieran un solo reproche!
SRA. DE DÍAZ. -Eduardo. Voy a creer que el perturbado eres tú. No, no. Las cosas tienen su otra faz. Eres muy dueño de amparar y perdonar a tu hija, pero no todos participan de tus ideas, y hay que respetar el derecho de los demás.
SR. DÍAZ. -Explícate. No te entiendo.
MECHA. -¡Oh! Ahora van a reñir por mí. Basta. No quiero, no puedo soportar más. Papá, atiéndeme. Yo tengo una solución.
SR. DÍAZ. -(Apartándola.) Explícate. Habla.
SRA. DE DÍAZ. -No me mires con ese aire de desafío. Yo no te provoco.
SR. DÍAZ. -Completa tu pensamiento. Es justo.
SR. DE DÍAZ. -Bien. Quería decirte que te pasas a la otra alforja. Al fin y al cabo la muchacha no ha hecho nada que merezca glorificación y quien se cree con tanta autoridad como tú, puede pensar de diverso modo y reprocharle su falta.
SR. DÍAZ. -¡Tú, Jorgelina!...
SRA. DE DÍAZ. -Sí: yo.
MECHA. -Papito, papito. ¡Basta, por Dios! No riñan. Sería una pena mayor para mí. Un dolor muy grande.
SR. DÍAZ. -Tú!... Haz la prueba. ¡Arrójale la primera piedra!...
SRA. DE DÍAZ. -¿Qué significa eso? ¡Ahora exijo yo que te expliques!
SR. DÍAZ. -(Dominándose.) No. No significa nada. Dispénsame. Estoy conturbado. Soy un enfermo, ya lo saben. Me siento irritable y pierdo fácilmente la cabeza. Quiero tanto a esta hija que me parece que la ofenden a cada palabra. Perdón. Seamos buenos. (Aparece Alfredo.)