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Oráculo manual y arte de prudencia/Aforismos (176-200)

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176. Saber, o escuchar a quien sabe. Sin entendimiento no se puede vivir, o propio, o prestado; pero hay muchos que ignoran que no saben y otros que piensan que saben, no sabiendo. Achaques de necedad son irremediables, que como los ignorantes no se conocen, tampoco buscan lo que les falta. Serían sabios algunos si no creyesen que lo son. Con esto, aunque son raros los oráculos de cordura, viven ociosos, porque nadie los consulta. No disminuye la grandeza ni contradice a la capacidad el aconsejarse. Antes, el aconsejarse bien la acredita. Debata en la razón para que no le combata la desdicha.

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177. Excusar llanezas en el trato. Ni se han de usar, ni se han de permitir. El que se allana pierde luego la superioridad que le daba su entereza, y tras ella la estimación. Los astros, no rozándose con nosotros, se conservan en su esplendor. La divinidad solicita decoro; toda humanidad facilita el desprecio. Las cosas humanas, cuanto se tienen más, se tienen en menos, porque con la comunicación se comunican las imperfecciones que se encubrían con el recato. Con nadie es conveniente el allanarse: no con los mayores, por el peligro, ni con los inferiores, por la indecencia; menos con la villanía, que es atrevida por lo necio, y no reconociendo el favor que se le hace, presume obligación. La facilidad es ramo de vulgaridad.

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178. Creer al corazón. Y más cuando es de prueba. Nunca le desmienta, que suele ser pronóstico de lo que más importa: oráculo casero. Perecieron muchos de lo que se temían; mas ¿de qué sirvió el temerlo sin el remediarlo? Tienen algunos muy leal el corazón, ventaja del superior natural, que siempre los previene, y toca a infelicidad para el remedio. No es cordura salir a recibir los males, pero sí el salirles al encuentro para vencerlos.

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179. La retentiva es el sello de la capacidad. Pecho sin secreto es carta abierta. Donde hay fondo están los secretos profundos, que hay grandes espacios y ensenadas donde se hundenlas cosas de monta. Procede de un gran señorío de sí, y el vencerse en esto es el verdadero triunfar. A tantos pagan pecho a cuantos se descubre. En la templanza interior consiste la salud de la prudencia. Los riesgos de la retentiva son la ajena tentativa: el contradecir para torcer; el tirar varillas para hacer saltar aquí el atento más cerrado. Las cosas que se han de hacer no se han de decir, y las que se han de decir no se han de hacer.

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180. Nunca regirse por lo que el enemigo había de hacer. El necio nunca hará lo que el cuerdo juzga, porque no alcanza lo que conviene; si es discreto, tampoco, porque querrá desmentirle el intento penetrado, y aun prevenido. Hanse de discurrir las materias por entrambas partes, y revolverse por el uno y otro lado, disponiéndolas a dos vertientes. Son varios los dictámenes: esté atenta la indiferencia, no tanto para lo que será cuanto para lo que puede ser.

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181. Sin mentir, no decir todas las verdades. No hay cosa que requiera más tiento que la verdad, que es un sangrarse del corazón. Tanto es menester para saberla decir como para saberla callar. Piérdese con sola una mentira todo el crédito de la entereza. Es tenido el engañado por falto y el engañador por falso, que es peor. No todas las verdades se pueden decir: unas porque me importan a mí, otras porque al otro.

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182. Un grano de audacia con todos es importante cordura. Hase de moderar el concepto de los otros para no concebir tan altamente de ellos que les tema; nunca rinda la imaginación al corazón. Parecen mucho algunos hasta que se tratan, pero el comunicarlos más sirvió de desengaño que de estimación. Ninguno excede los cortos límites de hombre. Todos tienen su si no, unos en el ingenio, otros en el genio. La dignidad da autoridad aparente, pocas veces la acompaña la personal, que suele vengar la suerte la superioridad del cargo en la inferioridad de los méritos. La imaginación se adelanta siempre y pinta las cosas mucho más de lo que son. No sólo concibe lo que hay, sino lo que pudiera haber. Corríjala la razón, tan desengañada a experiencias. Pero ni la necedad ha de ser atrevida ni la virtud temerosa. Y si a la simplicidad le valió la confianza, ¡cuánto más al valer y al saber!

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183. No aprender fuertemente. Todo necio es persuadido, y todo persuadido necio; y cuanto más erróneo su dictamen, es mayor su tenacidad. Aun en caso de evidencia, es ingenuidad el ceder, que no se ignora la razón que tuvo y se conoce la galantería que tiene. Más se pierde con el arrimamiento que se puede ganar con el vencimiento; no es defender la verdad, sino la grosería. Hay cabezas de hierro dificultosas de convencer, con extremo irremediable; cuando se junta lo caprichoso con lo persuadido, cásanse indisolublemente con la necedad. El tesón ha de estar en la voluntad, no en el juicio. Aunque hay casos de excepción, para no dejarse perder y ser vencido dos veces: una en el dictamen, otra en la ejecución.

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184. No ser ceremonial, que aun en un rey la afectación en esto fue solemnizada por singularidad. Es enfadoso el puntoso, y hay naciones tocadas de esta delicadeza. El vestido de la necedad se cose de estos puntos, idólatras de su honra, y que muestran que se funda sobre poco, pues se temen que todo la pueda ofender. Bueno es mirar por el respeto, pero no sea tenido por gran maestro de cumplimientos. Bien es verdad que el hombre sin ceremonias necesita de excelentes virtudes. Ni se ha de afectar ni se ha de despreciar la cortesía. No muestra ser grande el que repara en puntillos.

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185. Nunca exponer el crédito a prueba de sola una vez, que, si no sale bien aquella, es irreparable el daño. Es muy contingente errar una, y más la primera. No siempre está uno de ocasión, que por eso se dijo "estar de día". Afiance, pues, la segunda a la primera, si se errare; y si se acertare, será la primera desempeño de la segunda. Siempre ha de haber recurso a la mejoría, y apelación a más. Dependen las cosas de contingencias, y de muchas, y así es rara la felicidad del salir bien.

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186. Conocer los defectos, por más autorizados que estén. No desconozca la entereza el vicio, aunque se revista de brocado; corónase tal vez de oro, pero no por eso puede disimular el yerro. No pierde la esclavitud de su vileza aunque se desmienta con la nobleza del sujeto; bien pueden estar los vicios realzados, pero no son realces. Ven algunos que aquel héroe tuvo aquel accidente, pero no ven que no fue héroe por aquello. Es tan retórico el ejemplo superior, que aun las fealdades persuade; hasta las del rostro afectó tal vez la lisonja, no advirtiendo que, si en la grandeza se disimulan, en la bajeza se abominan.

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187. Todo lo favorable obrarlo por sí; todo lo odioso, por terceros. Con lo uno se concilia la afición, con lo otro se declina la malevolencia. Mayor gusto es hacer bien que recibirlo para grandes hombres, que es felicidad de su generosidad. Pocas veces se da disgusto a otro sin tomarlo, o por compasión o por repasión. Las causas superiores no obran sin el premio o el apremio. Influya inmediatamente el bien y mediatamente el mal. Tenga donde den los golpes del descontento, que son el odio y la murmuración. Suele ser la rabia vulgar como la canina, que, desconociendo la causa de su daño, revuelve contra el instrumento, y aunque este no tenga la culpa principal, padece la pena de inmediato.

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188. Traer que alabar. Es crédito del gusto, que indica tenerlo hecho a lo muy bueno, y que se le debe la estimación de lo de acá. Quien supo conocer antes la perfección, sabrá estimarla después. Da materia a la conversación y a la imitación, adelantando las plausibles noticias. Es un político modo de vender la cortesía a las perfecciones presentes. Otros, al contrario, traen siempre que vituperar, haciendo lisonja a lo presente con el desprecio de lo ausente. Sáleles bien con los superficiales, que no advierten la treta del decir mucho mal de unos con otros. Hacen política algunos de estimar más las medianías de hoy que los extremos de ayer. Conozca el atento estas sutilezas del llegar, y no le cause desmayo la exageración del uno ni engreimiento la lisonja del otro; y entienda que del mismo modo proceden en las unas partes que en las otras: truecan los sentidos y ajustánse siempre al lugar en que se hallan.

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189. Valerse de la privación ajena. Que si llega a deseo, es el más eficaz torcedor. Dijeron ser nada los filósofos, y ser el todo los políticos: estos la conocieron mejor. Hacen grada unos, para alcanzar sus fines, del deseo de los otros. Válense de la ocasión, y con la dificultad de la consecución irrítanle el apetito. Prométense más del conato de la pasión que de la tibieza de la posesión; y al paso que crece la repugnancia, se apasiona más el deseo. Gran sutileza del conseguir el intento: conservar las dependencias.

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190. Hallar el consuelo en todo. Hasta de inútiles lo es el ser eternos. No hay afán sin conorte: los necios le tienen en ser venturosos, y también se dijo "Ventura de fea". Para vivir mucho es arbitrio valer poco; la vasija quebrantada es la que nunca se acaba de romper, que enfada con su durar. Parece que tiene envidia la fortuna a las personas más importantes, pues iguala la duración con la inutilidad de las unas y la importancia con la brevedad de las otras: faltarán cuantos importaren y permanecerá eterno el que es de ningún provecho, ya porque lo parece, ya porque realmente es así. Al desdichado parece que se conciertan en olvidarle la suerte y la muerte.

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191. No pagarse de la mucha cortesía, que es especie de engaño. No necesitan algunos para hechizar de las yerbas de Tesalia, que con sólo el buen aire de una gorra encantan necios, digo desvanecidos. Hacen precio de la honra y pagan con el viento de unas buenas palabras. Quien lo promete todo, promete nada, y el prometer es desliz para necios. La cortesía verdadera es deuda; la afectada, engaño, y más la desusada: no es decencia, sino dependencia. No hacen la reverencia a la persona, sino a la fortuna; y la lisonja, no a las prendas que reconoce, sino a las utilidades que espera.

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192. Hombre de gran paz, hombre de mucha vida. Para vivir, dejar vivir. No sólo viven los pacíficos, sino que reinan. Hase de oír y ver, pero callar. El día sin pleito hace la noche soñolienta. Vivir mucho y vivir con gusto es vivir por dos, y fruto de la paz. Todo lo tiene a quien no se le da nada de lo que no le importa. No hay mayor despropósito que tomarlo todo de propósito. Igual necedad que le pase el corazón a quien no le toca, y que no le entre de los dientes adentro a quien le importa.

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193. Atención al que entra con la ajena por salir con la suya. No hay reparo para la astucia como la advertencia. Al entendido, un buen entendedor. Hacen algunos ajeno el negocio propio, y sin la contracifra de intenciones se halla a cada paso empeñado uno en sacar del fuego el provecho ajeno con daño de su mano.

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194. Concebir de sí y de sus cosas cuerdamente. Y más al comenzar a vivir. Conciben todos altamente de sí, y más los que menos son. Suéñase cada uno su fortuna y se imagina un prodigio. Empéñase desatinadamente la esperanza, y después nada cumple la experiencia; sirve de tormento a su imaginación vana el desengaño de la realidad verdadera. Corrija la cordura semejantes desaciertos, y aunque puede desear lo mejor, siempre ha de esperar lo peor, para tomar con ecuanimidad lo que viniere. Es destreza asestar algo más alto para ajustar el tiro, pero no tanto que sea desatino. Al comenzar los empleos, es precisa esta reformación de concepto, que suele desatinar la presunción sin la experiencia. No hay medicina más universal para todas necedades que el seso. Conozca cada uno la esfera de su actividad y estado, y podrá regular con la realidad el concepto.

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195. Saber estimar. Ninguno hay que no pueda ser maestro de otro en algo, ni hay quien no exceda al que excede. Saber disfrutar a cada uno es útil saber. El sabio estima a todos porque reconoce lo bueno en cada uno y sabe lo que cuestan las cosas de hacerse bien. El necio desprecia a todos por ignorancia de lo bueno y por elección de lo peor.

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196. Conocer su estrella. Ninguno tan desvalido que no la tenga, y si es desdichado, es por no conocerla. Tienen unos cabida con príncipes y poderosos sin saber cómo ni por qué, sino que su misma suerte les facilitó el favor; sólo queda para la industria el ayudarla. Otros se hallan con la gracia de los sabios. Fue alguno más acepto en una nación que en otra, y más bien visto en esta ciudad que en aquella. Experiméntase también más dicha en un empleo y estado que en los otros, y todo esto en igualdad, y aun identidad, de méritos. Baraja como y cuando quiere la suerte. Conozca la suya cada uno, así como su Minerva, que va el perderse o el ganarse. Sépala seguir y ayudar; no las trueque, que sería errar el norte a que le llama la vecina bocina.

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197. Nunca embarazarse con necios. Eslo el que no los conoce, y más el que, conocidos, no los descarta. Son peligrosos para el trato superficial y perniciosos para la confidencia; y aunque algún tiempo los contenga su recelo propio y el cuidado ajeno, al cabo hacen la necedad o la dicen; y si tardaron, fue para hacerla más solemne. Mal puede ayudar al crédito ajeno quien no le tiene propio. Son infelicísimos, que es el sobrehueso de la necedad, y se pegan una y otra. Sola una cosa tienen menos mala, y es que ya que a ellos los cuerdos no les son de algún provecho, ellos sí de mucho a los sabios, o por noticia o por escarmiento.

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198. Saberse trasplantar. Hay naciones que para valer se han de remudar, y más en puestos grandes. Son las patrias madrastras de las mismas eminencias: reina en ellas la envidia como en tierra connatural, y más se acuerdan de las imperfecciones con que uno comenzó que de la grandeza a que ha llegado. Un alfiler pudo conseguir estimación, pasando de un mundo a otro, y un vidrio puso en desprecio al diamante porque se trasladó. Todo lo extraño es estimado, ya porque vino de lejos, ya porque se logra hecho y en su perfección. Sujetos vimos que ya fueron el desprecio de su rincón, y hoy son la honra del mundo, siendo estimados de los propios y extraños: de los unos porque los miran de lejos, de los otros porque lejos. Nunca bien venerará la estatua en el ara el que la conoció tronco en el huerto.

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199. Saberse hacer lugar a lo cuerdo, no a lo entremetido. El verdadero camino para la estimación es el de los méritos, y si la industria se funda en el valor, es atajo para el alcanzar. Sola la entereza, no basta; sola la solicitud, es indigna, que llegan tan enlodadas las cosas, que son asco de la reputación. Consiste en un medio de merecer y de saberse introducir.

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200. Tener que desear, para no ser felizmente desdichado. Respira el cuerpo y anhela el espíritu. Si todo fuere posesión, todo será desengaño y descontento. Aun en el entendimiento siempre ha de quedar qué saber, en que se cebe la curiosidad. La esperanza alienta: los hartazgos de felicidad son mortales. En el premiar es destreza nunca satisfacer. Si nada hay que desear, todo es de temer; dicha desdichada; donde acaba el deseo, comienza el temor.

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