Orlando furioso, Canto 2
1 Injustísimo Amor, ¿por qué así avaro
nuestros deseos concertar te antojas?
¿Por qué, pérfido, con placer tan caro
en dos almas discorde amor alojas?
No consientes que cruce el vado claro
y al más ciego y mayor fondo me arrojas:
dictas que a quien desea mi amor desame,
y a aquel que me odia más, que adore y ame.
2 Angélica a Reinaldo muestras bella
cuando él todo fealdad cree ella que excede;
cuando ella a él admiró y lo amaba ella,
él a ella odió, cuanto odiar hombre puede.
En vano hoy se atormenta y se querella;
justo pago uno al otro así concede:
lo odia ella, y el odio es de tal suerte
que antes que a él querer, querría la muerte.
3 Gritó altivo Reinaldo al sarraceno:
«Apéate, ladrón, de mi caballo,
que ver lo mío no sufro en puño ajeno
y sé hacerlo pagar al que en tal hallo.
También que esta mujer me des te ordeno,
que fuera fiarla a ti grosero fallo.
Tan perfecto corcel, dama tan digna
no es cosa que a ladrón el cielo asigna.»
4 «Mientes, si con ladrón mi honor laceras
--no menos arrogante el moro brama--
que quien dijese a ti que ladrón eras
diría más verdad, según tu fama.
Y ahora se verá quien es de veras
más digno del corcel y de la dama;
aunque hablas de ella cosa fidedigna,
y es que en el mundo no hay cosa tan digna.»
5 Como suelen dos perros corajosos,
o ya de envidia o ya de odio movidos,
dentellando los dientes animosos
con torvo gesto y más que ascua encendidos,
venir a los mordiscos rabïosos
con yertos cerros y ásperos aullidos;
así al hierro entre injurias mano a mano
llegaron el francés y el circasiano.
6 Este a caballo, aquel a pie os le pinto,
¿creéis que al franco el árabe aventaje?
Ni un punto éste, que en tal silla y cinto
menos valió que un inexperto paje;
porque el corcel por natural instinto
no quiso hacer a su señor ultraje,
y ni con brida ni aguijón fue el caso
de que moviese a voluntad un paso.
7 Cuando mover lo cree, el bruto se arresta;
y si aquietar lo quiere, o corre o trota;
ya la cabeza bajo el pecho resta,
ya piafa o entre coces se alborota.
Viendo el sarraceno que el domar esta
bestia soberbia era aquel día derrota,
se apoya en el arzón, alza la nalga,
y por el lado izquierdo descabalga.
8 Libre que el moro fue con ágil salto
de la obstinada furia de Bayardo,
dio al fin comienzo el formidable asalto
de un par de caballeros tan gallardo.
Tal ruge el hierro ya en bajo ya en alto,
que es el martillo de Héifestos más tardo
cuando en su fragua el deformado hijastro
bate en el yunque el rayo del padrastro.
9 Muestran con golpe ya largo, ya escaso
el ser maestros supremos de la esgrima:
ya se alzan, ya se aganchan si es el caso;
ya se apartan, ya uno a otro se arrima;
ya adelante, ya atrás vuelven el paso;
paran, o esquivan golpe, si está encima;
sobre sí giran, y donde uno cede
el pie ya pone el otro en cuanto puede.
10 Reinaldo su tajante acero a peso
descarga en la cabeza sarracena,
mas toca en medio escudo, que es de hueso
y malla de templado acero y buena.
Deshácelo Fusberta, aunque era grueso,
y gime el bosque de ello y de ello atruena:
hueso y acero rompe el espadazo,
y deja adormecido al moro el brazo.
11 En cuanto vio la tímida doncella
salir del fiero golpe tanta ruina,
del temor demudó la cara bella,
cual reo que al suplicio se avecina;
y juzga no esperar a más, que ella
botín no quiere ser del que abomina,
de aquel Reinaldo que ella tanto odiaba
cuanto a ella él míseramente amaba.
12 Vuelve el caballo y por la selva densa
lo guía por senda estrecha y no expedita;
y, porque que va atrás Reinaldo piensa,
el gesto siempre atrás vuelve con cuita.
No había sido aún la huida extensa,
cuando topó en un valle un eremita
de largas barbas, gesto circunspecto,
devoto y venerable en el aspecto.
13 De los años y ayuno enflaquecido,
sobre un lento borrico paseaba,
y, más que nunca otro haya tenido,
que tiene alma piadosa se antojaba.
Pero al mirar el rostro distinguido
de la doncella que sobre él llegaba,
porque era en realidad mezquina y flaca,
toda por la pasión se le abellaca.
14 Pregunta la mujer senda y distancia
que a puerto de mar lleve, a este ribaldo,
porque quiere partir lejos de Francia
por nunca oír nombrar más a Reinaldo.
El fraile, que conoce nigromancia,
le ofrece a la mujer consuelo saldo,
y, prometiendo fin a su amenaza,
de una bolsa tal cual objeto caza;
15 que es libro que mostró gran resultado,
pues no acabó de leer el primer pliego
y espectro surgió en traje de criado
al que ordena qué quiere que haga luego.
Va este, del hechizo conminado,
donde moro y francés aún traban juego
(que no era distracción sin duda blanda),
y audaz, entre los dos, así demanda:
16 «Declare uno después, por cortesía,
el otro muerto ya, qué premio halla,
qué bien, qué galardón vuestra porfía,
después que se concluya la batalla;
si el conde Orlando, sin usar tal vía
y sin siquiera haber roto una malla,
aquella dama hacia París conduce
que a esta lucha inútil os reduce.
17 »Apenas a una milla he visto a Orlando
que lleva a París ya Angélica bella,
mofándose de ambos, y aclamando
que sin provecho litigáis por ella.
Mejor para los dos sería, cuando
no son aún lejos, que sigáis su huella;
que, si Orlando en París puede tenerla,
jamás os dejará volver a verla.»
18 Habríais visto los dos héroes turbarse
con este anuncio, y tristes y rendidos,
de estúpidos y ciegos motejarse,
por ser de su rival así zaheridos;
y el buen Reinaldo a su corcel girarse
con ayes que del fuego eran nacidos,
y jurar por furor y por despecho,
si llega a Orlando, de pasarle el pecho.
19 Y, adonde espera su caballo gira,
sobre él se arroja y sin dudar galopa;
y al caballero que apeado mira
ni adiós le dice, ni en la grupa atropa.
El resuelto corcel desgarra o tira,
espoleado, cuanto encara y topa:
no tienen u hoya o cuesta o río fuerza
para que el curso la montura tuerza.
20 Señor, no quiero que toméis a arcano,
que Reinaldo el corcel ahora así aprehenda,
que tantos días fue buscando en vano
sin poderle tocar jamás la rienda.
Hizo el corcel, de entendimiento humano,
no por vicio seguirse tanta senda,
mas por guiar donde la dama huía
a su señor, por la que arder lo oía.
21 Cuando ella huyó del pabellón de Namo,
la vio y la vigiló el caballo artero,
que estaba entonces el corcel sin amo
por haberse apeado el caballero
para a pie combatir barón del ramo
que menos que él no era en armas fiero.
De lejos la siguió por selva y llano,
deseoso de al señor dársela en mano.
22 Deseoso de atraerlo adonde ella,
guiólo por la selva a ella derecho,
sin dejarlo montar, siempre a su huella,
por que no lo desvíase de aquel trecho.
Por él halló Reinaldo a la doncella
una y dos veces sin ningún provecho;
pues Ferragús fue estorbo a su apetito,
y luego el circasiano, como he escrito.
23 Ahora del ser, que les mostró hace poco
de Angélica el indicio contrahecho,
Bayardo, como es fiel, duda tampoco
y se apresta a servir como ha siempre hecho.
Reinaldo lo guía ahora, ardiendo y loco,
a rienda suelta hacia París derecho;
y vuela tanto del deseo que lento
no cree un caballo, sino el mismo viento.
24 Y aun por la noche en cabalgar se afana,
para llegar hasta el señor de Anglante:
tanto ha creído la palabra vana
del correo del cauto nigromante.
No cesa de montar noche y mañana
hasta que tiene la ciudad delante,
donde el rey Carlos, roto y reducido,
con los restos del campo era venido.
25 Y, porque del rey de África batalla
y asedio espera para pronto duros,
de gentes corajosas se avitualla,
excava fosos y repara muros.
Cuanto a interés de la defensa halla,
eso procura para estar seguros:
piensa pedir al rey inglés que done
gente que un nuevo ejército le abone;
26 que quiere promover nueva campaña
y retomar la suerte de la guerra.
Por tal manda a Reinaldo a la Bretaña,
la Bretaña que fue luego Inglaterra.
Mucho el marchar al paladín le daña,
no ya por tener odio a aquella tierra,
mas por mandarlo Carlos con urgencia
sin que lo deje hacer más diligencia.
27 Jamás hizo Reinaldo de peor gana
cosa en el mundo, pues le fue vetado
buscar la bella cara que tirana
del pecho el corazón le había arrancado.
Mas, porque acata a Carlos, con desgana
se vuelve hacia el camino encomendado,
y el puerto de Calés tras poco alcanza
y al mar el mismo día aquel se lanza.
28 Contraviniendo a todo marinero,
porque volver sin dilación quería,
entró en el mar arrebatado y fiero,
que amenazar tormenta parecía.
Viendo del franco un gesto así altanero,
se enojó el Viento; y con tormenta impía
tanto el mar encrespó y con tal bravata
que se alzó el agua hasta la misma gata.
29 Arrían las velas ante tal tormenta,
y piensan deshacer el trecho andado,
para volver allá donde sin cuenta
la nave en mala hora había zarpado.
«No es justo --dice el Viento-- que consienta
tanta licencia que os habéis tomado»;
y sopla, grita y naufragio amenaza,
si no siguen la ruta que él les traza.
30 Ora a popa, ora a proa aguija espuelas,
siempre con más rigor cruel creciendo;
ellos aquí y allá, arrïando velas,
virando van, el crespo mar hendiendo.
Mas pues son menester de varias telas
varios hilos, que tanto urdir pretendo,
dejo a Reinaldo en suerte semejante
y vuelvo con su hermana Bradamante.
31 Hablo de aquella ínclita doncella,
la cual a Sacripante dio caída,
que de Reinaldo hermana digna y bella
fue de Beatriz y el duque Aimón nacida.
La apostura y la gran pujanza de ella
no es menos de su rey y Francia aplaudida
(pues dio más de una prueba a ello respaldo)
que el probado valor del buen Reinaldo.
32 La dama amada fue de héroe valiente
que de África pasó con Agramante
y que a Rogelio dio por descendiente
la atribulada hija de Agolante.
Ella, que no nació de león rugiente
ni de oso, le admitió por digno amante,
aunque apenas permitió poco más de una
vez que se hablasen la cruel Fortuna.
33 Por ello Bradamante detrás era
de este, que tomó del padre el nombre,
segura sola como si tuviera
guardándola al más bravo y diestro hombre.
Luego que hizo que con pena fiera
Sacripante la antigua madre alfombre,
pasó un bosque, y después del bosque un cerro,
y al fin llegó a una fuente, si no yerro.
34 La fuente por mitad de un bello prado
lleno de sombra y árbol discurría,
cuyo murmullo daba tanto agrado
que al reposo y al refresco apetecía.
Un montecillo leve por un lado
guardaba del calor del mediodía.
Allí, cuando admiró el paraje ledo,
un caballero halló la joven quedo;
35 que a sombra de un feraz árbol membrudo
de un margen con mil flores esmaltado
estaba solo, pensativo y mudo
junto al cristal luciente y regalado.
No lejos cuelga el yelmo, y el escudo
del haya a que el caballo había amarrado;
Húmedo está su gesto y abatido,
y todo él quejoso y dolorido.
36 Ese deseo que en el pecho habita
por saber del que triste se querella,
hizo que al caballero de su cuita
la causa preguntase la doncella.
Él descubrióla clara y expedita,
movido del cortés hablar de aquella
y del semblante noble que, primero,
creyó serlo de muy gentil guerrero.
37 Y dijo así: «Señor, yo dirigía
a soldados de a pie y caballo el paso
donde a Marsilio Carlos contendía,
por que su asalto diese en el fracaso.
Conmigo bella dama conducía
por cuyo ardiente amor el pecho abraso;
y topé cerca de Roduna armado
a uno en la grupa de un corcel alado.
38 »No vio el ladrón (o sea mortal, o sea
alma que del infierno al mundo asciende)
a mi amada mujer de su azotea,
cuando, como el halcón que a herir desciende,
en un instante baja, brujulea,
suelta sus garras, y rapaz la prende.
No me había catado aún del asalto,
cuando el grito escuché de ella en lo alto.
39 »Hurtar así el rapaz milano suele
el mísero polluelo a la gallina,
que de su distracción después se duele
y en vano cacarea y se amohína.
Seguir no puedo a hombre que así vuele
cerrado que era al pie de alta colina:
cansado era el corcel, que apenas trota
por tanta dura y áspera derrota.
40 »Mas, como aquel que menos sufríría
del pecho el corazón verse arrancado,
dejé a los míos proseguir la vía
sin guía ni rector a su cuidado.
Por llano y por montaña, noche y día,
tomé yo otra que Amor me había mostrado,
donde pensé que del rapaz el vuelo
llevase mi paz toda y mi consuelo.
41 »Después de andar seis días por entero,
por riscos escarpados y barrancos,
donde no hay vía, donde no hay sendero,
ni llegaron jamás moros o francos;
llegué a inhóspito valle inculto y fiero
que cueva y monte cierra por los flancos,
en cuyo centro allí, sobre un cerrillo,
mágicamente bello hay un castillo.
42 »De lejos resplandece como el fuego,
y no está hecho de adobe o piedra dura.
Cuanto más cerca de sus muros llego
más me parece bella su estructura.
Invocada de un mago, supe luego,
que había cercado una infernal criatura
todo de acero aquel bello prodigio,
que fue templado en agua y fuego estigio.
43 »De tan bruñido acero es cada torre
que nada hay que lo empaña o que lo oxida.
Noche y día el país todo recorre
y allá el ladrón después busca guarida.
Nadie hay así que el rapiñar se ahorre:
sólo después lamenta su batida.
Allí está la mujer, contra su acuerdo,
de que la fe de recobrar ya pierdo.
44 »¡Triste de mí! ¿Qué haré sino la peña
mirar de lejos, aunque esté delante?
Como la zorra, que oye su pequeña
del águila en el nido suplicante,
y vuelve y gira entorno y se desgreña
sin ala que del suelo la levante.
Tal el castillo es, tal es su enclave,
que no puede allí entrar quien no sea un ave.
45 »Mientras restaba allí, dos caballeros
llegaron conducidos de un enano.
¡Ay, esperanza y deseo lisonjeros,
tan vana una como el otro vano!
Ambos de ardiente brío eran guerreros:
uno Gradaso es, rey sericano;
Rogelio el otro, de bizarro porte,
de mucho aprecio en la africana corte.
46 »--Vienen --dijo el enano-- por dar prueba
de fuerza ante el señor de aquel enclave,
que por un arte inusitada y nueva
cabalga armado la cuadrúpeda ave--.
--¡Señores --dije yo--, a piedad os mueva
saber del caso mío duro y grave!
Cuando, como lo espero, halléis victoria,
volvedme aquella que es toda mi gloria.--
47 »Y les narré cómo me fue robada,
con llanto acreditando el dolor mío.
Promesa ellos me hicieron delicada
y bajaron del cerro alto y baldío.
De lejos los seguí con la mirada
rogando fuese Dios para ellos pío.
Había bajo el castillo tanto llano
cuanto alcanzan dos tiros de una mano.
48 »Después de hallarse al pie de la alta roca
quién de los dos combata se dirima;
al rey Gradaso, o fuese suerte, toca,
o no hiciese Rogelio más estima.
El cuerno lleva el rey hasta la boca:
retumba el risco y el castillo encima.
Y aparece a las puertas luego armado
el volador sobre el caballo alado.
49 »Comenzó poco a poco a levantarse,
cual suele hacer la grulla peregrina,
que antes corre y después vemos alzarse
un brazo o dos de la región vecina;
y, cuando puede toda desplegarse,
veloz sus alas hacia el vuelo inclina.
Tan alto el nigromante el aire hiende,
que apenas a tan alto águila asciende.
50 »Cuando quiso después, volvió aquella ave,
y arrió las alas descendiendo a plomo,
como desciende halcón del cielo grave,
si ve elevarse un ánade o un palomo.
Con lanza en ristre y con estruendo grave
hendiendo el aire el mago viene al lomo.
Gradaso apenas ve el bajar de golpe,
pues lo siente a la espalda y sufre el golpe.
51 »Sobre Gradaso el mago el asta astilla,
hirió Gradaso el viento y aire vano;
de nuevo el volador altura pilla
y se aleja sin mal del sericano.
El grave golpe abate y arrodilla
a la gallarda alfana sobre el llano,
la alfana de Gradaso, la más bella
que con hombre a su silla el mundo huella.
52 »A las estrellas el corcel se eleva,
gira otra vez y vuelve al vuelo raso,
y a Rogelio golpeó con furia nueva
que incauto socorría al buen Gradaso.
Rogelio la crueldad del golpe prueba
y su corcel recula más de un paso;
mas, cuando gira para hacer estrago,
ve al cielo lejos cabalgar al mago.
53 »Ya en la frente, ya en el pecho, ya en la nalga,
ora a Gradaso, ora a Rogelio ofende;
no hay golpe de ellos que de cosa valga,
según veloz de nuevo al cielo asciende.
En espaciosos círculos cabalga
y, cuando apunta a uno, a otro sorprende:
de tal manera a uno y otro ciega,
que no pueden saber por dónde llega.
54 »Entre los dos de abajo y el del cielo
la batalla duró hasta esa hora
que, tendiendo en la tierra oscuro velo,
todas las bellas cosas descolora.
Fue como digo, y no os añado un pelo:
lo vi y lo sé; por más que dude ahora
contarlo así; que esto a que dais oreja
a falso más que a cierto se asemeja.
55 »Con un trapo de seda había cubierto
su arcano escudo el volador celeste.
Cuál sea, no lo sé, el motivo cierto
por el que a no mostrar metal se apreste,
pues de inmediato que lo muestra abierto
hace que quien lo mira ciego reste,
y, así como cae cuerpo muerto, caiga,
y el nigromante a su poder lo traiga.
56 »Como luce el rubí luce el escudo,
y no hay luz otra igual así luciente.
Ambos cayeron, cuando fue desnudo,
con los ojos cegados de repente.
También la luz a mí de lejos pudo
y, cuando me repuse finalmente,
ni vi más los guerreros ni el enano,
sino oscuro y desierto monte y llano.
57 »Pensé por tal que hubiese acometido
el mago a entrambos ya por vez postrema,
y por virtud del resplandor rompido
a ellos la libertad, a mí la tema.
Así al lugar que hurtó mi bien perdido
dije, partiendo, la palabra extrema.
Ahora juzgad si puede duelo impío
que cause Amor, emparejarse al mío.»
58 Volvió el guerrero a su aflicción primera
después que fue con la razón prolijo.
Pinabel, conde de Maguncia, era,
del conde Anselmo de Altarriva hijo;
que él solo entre su gente traicionera
no quiso dar a la lealtad cobijo,
sino que en vicios y en nefandos modos
no ya los igualó, mas pasó a todos.
59 La bella dama con cambiante gesto
sintiendo estuvo al de Maguncia queda;
y, cuando se nombró Rogelio en esto,
mostróse más que nunca alegre y leda;
mas cuando habló de su prisión y el resto
toda turbada por la angustia queda;
y no se contentó ni una y dos veces
que le hizo repetir todo con creces.
60 Cuando creyó su testimonio claro,
le dijo: «Al llanto da, señor, reposo;
que bien puedes juzgar mi encuento caro,
juzgar el día este venturoso.
Vayamos presto a aquel castillo avaro
que nos cela tesoro tan precioso;
que en balde no sará nuestra fatiga,
si no me es la Fortuna hoy enemiga.»
61 «¿Quieres --él respondió-- que cruce el paso
que lleva a aquella mágica azotea?
No es mucho para mí volver el paso,
después que dejé allí mi gloria rea;
mas tú por risco y por barranco acaso
pretendes la prisión. Pues así sea.
No te quejes de mí, si el hierro vieres;
que yo te advierto, e ir allí aún tú quieres.»
62 Dijo así, y el corcel otra vez monta
y a hacer de guía a la dama se dispone,
que por Rogelio se demuestra pronta
a que el mago la mate o la aprisione.
En esto un mensajero tras su impronta
de «¡Espera, espera!» a dar voces se pone,
aquel por el que supo el circasiano
que fue ella quien le hizo tocar llano.
63 A Bradamante trae de la campaña
nuevas de Narbona y Mompelier ciertas,
pues ya tremola allí el pendón de España,
allí y en la marina de Aguas Muertas;
y de Marsella, a la que ahora daña
el moro combatiendo ya a sus puertas.
Con él consejo y protección le pide
y que de nuevo de sus muros cuide.
64 Esta ciudad y cuanto ciñe a ella
que entre el Ródano y Var el mar alcanza,
había Carlos dado a la hija bella
del duque Aimón, en quien tenía esperanza;
pues con pasmo el valor de la doncella
solía mirar, cuando enristraba lanza.
Ahora, como oís, a que la ayude
el mensajero de Marsella acude.
65 La moza dar el sí o el no sopesa,
y hace de regresar muy leve amago:
de una parte el deber y honor le pesa
de otra la aguija el amoroso halago.
Al fin resuelve proseguir la empresa
y rescatar Rogelio de aquel mago;
y, si no es su virtud de tanto grado,
al menos sufrir cárcel a su lado.
66 De modo se excusó que del mensaje
dejó contento al mensajero y quieto.
Volvió entonces la brida a su vïaje
con Pinabel, que pareció muy inquieto
después que supo que era del linaje
al que odia tanto en público y secreto,
pues adivina su cativa suerte,
si ella que es uno de Maguncia advierte.
67 Había entre Montalbán y entre Maguncia
odio y de antiguo enemistad intensa,
y más de una vez de ello hubo pronuncia
y vertieron de sangre copia inmensa.
Por ello el conde a su merced renuncia
y traicionar la incauta joven piensa
o, cuando la ocasion propicia entienda,
dejarla sola, y él mudar la senda.
68 Y tanto divirtió su fantasía
el odio innato, el miedo y la conjura
que distrajo el andar del que era guía
y vino a verse en una selva oscura,
que enmedio tenía un monte que tenía
por cima poco más que piedra dura.
Atrás la hija del duque de Dordoña
lo sigue siempre en su intención bisoña.
69 Cuando en el bosque el de Maguncia viose,
pensó que más su ardid no se postergue.
«Mejor será por que el corcel repose
hallar antes que el día acabe albergue.
Allende el monte --dijo con gran pose--
rico castillo en el lugar se yergue.
Tú espera aquí, que yo de arriba un poco
quiero certificar si me equivoco.»
70 Así diciendo, la montura lleva
del monte aquel hasta la cima monda,
mirando por si arriba hay senda nueva
que el rastro suyo a la mujer esconda.
Mas halla en aquel alto, en cambio, cueva
que estima más de treinta brazos honda.
Tallado a pico y con escoplo el tajo
desciende, y una puerta tiene abajo.
71 Tenía al fondo puerta de amplia facha
que en espacio mayor desembocaba;
y afuera salía luz, como de hacha
que ardiese en medio de la alpestre cava.
Mientras allí el felón se deshilacha,
la dama, que de lejos lo acechaba
(porque perder su rastro se temía)
lo halla a la boca de la cueva fría.
72 Viendo el traidor que en nada se deshace
cuanto antes ideó y le sale a trueco
(ya sea perderla, o ya matarla trace),
un nuevo imaginó raro embeleco.
La asalta y hacia arriba andar la hace,
allá donde era el monte vano y hueco;
y dice que en el fondo allí interpuesto
doncella ha visto de lozano gesto,
73 que en el ropaje y el gallardo busto
de no innoble linaje se antojaba,
mas que encerrada estarse allí a disgusto
según era afligida se mostraba;
y por saber si cuanto piensa es justo
había ya comenzado a entrar la cava,
cuando del fondo había salido afuera
uno que a fuerza allí la redujera.
74 Bradamante, que porque era animosa
incauta la mentira de él no entiende;
por socorrer la dama deseosa
calcula cómo allá abajo desciende.
En esto ve, volviéndose pensosa,
que de un olmo una larga rama pende;
y con la espada súbito la trunca,
y la tiende hacia abajo en la espelunca.
75 La punta que cortó puso en la mano
de Pinabel, y luego la otra prende;
los pies manda en aquel sótano arcano
y toda de los brazos se suspende.
Sonríe Pinabel, e inquiere ufano
cómo salte y la mano luego extiende,
diciendo: «¡Ahí ojalá contigo fuese
toda tu estirpe, y yo la destruyese!».
76 No como quiso a Pinabel avino
de la inocente joven la süerte;
porque de roca en roca a tocar vino
el fondo antes el leño recio y fuerte.
Se astilló todo, mas del mal previno
a la doncella y de sufrir la muerte.
Yació inconsciente la doncella cuanto
pienso decir en el siguiente canto.