Orlando furioso, Canto 4

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Orlando Furioso de Ludovico Ariosto
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Canto IV
Canto 5


1 Por más que sea a menudo el fingimiento
notorio, y dé sospecha de malicia,
resulta muchas veces que hay momento
que hablar con embeleco beneficia,
y ahorra o daño o muerte o perdimiento;
pues no siempre al leal damos noticia
en esta más confusa que serena
vida mortal, toda de envidia llena.

2 Si sólo tras gran prueba y gran fatiga,
se puede hallar amigo verdadero
a quien ya sin sospecha se le diga
y muestre el pensamiento por entero,
¿qué hará del paladín la bella amiga
ante este enano abyecto y no sincero,
mas todo falso y todo encubridizo,
como la maga en su pintura hizo?

3 Ella finge también; que así conviene
hacer con sabandija así engañosa
y, como dije ya, los ojos tiene
puestos sobre sus garras de raposa.
Estruendo en esto a sus oídos viene;
y preguntándose «Oh Madre gloriosa,
oh Rey del Cielo y Dios, ¿qué cosa es ésta?»,
allá donde oyó el ruido marchó presta.

4 Y ve al huésped y ve a la servidumbre,
unos a las ventanas, otros fuera,
alzar la vista al cielo y la alta cumbre,
como si eclipse o si cometa hubiera.
Otra cosa ve fuera de costumbre
que nadie la creería a la ligera:
ve transitar un gran corcel alado
que guía en el aire un caballero armado.

5 Amplias las alas son, de extraña guisa,
y encima de él galopa un caballero
con armadura luminosa y lisa
que hacia poniente enderezó el sendero.
Calarse entre los montes se divisa;
y era (como dijo aquel ventero)
mago, que hacía a menudo, y no por caso,
o más cerca o más lejos aquel paso.

6 Tal vez se alza volando a las estrellas,
y luego cae rapaz en vuelo raso;
raptando en el calar todas las bellas
mujeres con que topa él a su paso;
de suerte que las míseras doncellas
que tienen, o eso creen, belleza acaso
(como sin elección hiciese él preda)
no salen mientras verlas el sol pueda.

7 «Tiene en los Pirineos un castillo
--narró el huésped-- que es todo obra de encanto,
de acero tan hermoso y de tal brillo,
que no conoce el mundo otro así tanto.
Muchos los idos son hasta el rastrillo,
mas nadie regresó con gloria o espanto;
y así temo, señor, que fue su suerte
ser presos o ser dados a la muerte.»

8 La dama que lo escucha se extasía
creyendo hacer, como hará al fin por cierto,
con el mágico anillo obra aquel día
que deje al mago y su fortín desierto;
y dice al huésped: «Hállame una guía
que hasta él me lleve presto y con acierto,
que ya en fuerte deseo me deshago
de hacer batalla singular al mago.»

9 «No ha de faltarte guía --le repuso
Brunelo entonces--, que yo iré contigo:
conmigo traigo mapa, y haré uso
de cosa por que gustes serme amigo.»
Quiso decir anillo; mas no expuso
ni dijo más de cuanto había consigo.
--Grato es, pues, (dijo ella) ir al castillo--
pensado más que en él en el anillo.

10 Cuanto útil era, dijo; y calló aquello
que sintió de más daño con Brunelo.
Y, pues corcel tenía el huésped bello
y apto para hacer camino y duelo,
comprólo; y se partió cuando el destello
primero columbró del día en el cielo.
Senda estrecha siguió entre falda y falda
con Brunelo ora al frente, ora a la espalda.

11 De monte en monte por erial y cieno
llegaron a una cumbre que en redondo
puede mostrar, si el cielo está sereno,
España y Francia y dos mares al fondo;
como Apenino Adriático y Tirreno
muestra sobre Camáldoli bien mondo.
De aquí, por arriscada y fiera calle,
se descendía hasta el profundo valle.

12 En medio se alza roca cuya cima
rodea un muro de acero de gran tajo,
que tanto al celestial azul se arrima
que cuanto tiene entorno, deja abajo.
No intente, quien no vuele, andar encima
que en vano le será todo el trabajo.
«Aquí --dijo Brunelo-- prisioneros
retiene el mago damas y guerreros».

13 En fin en su perímetro tal era
como tallado a escuadra aquel enclave.
Ni senda se veía ni escalera
que acceso permitiese al alquitrabe;
pues más parece nido o madriguera
aquella estancia de animal que es ave.
Supo al fin Bradamante al ver el fuerte
que allí debía a Brunelo darle muerte.

14 Mas le parece vil ensangrentarse
de hombre sin armas y tan baja suerte;
y fácil considera apoderarse
de aquel anillo sin causarle muerte.
Así a Brunelo, ajeno de guardarse,
lo asaltó al fin, y lo amarró bien fuerte
a un pino que había allí alto y señero,
pero el anillo le sisó primero.

15 Nada que llore, gima o se lamente
Brunelo en la mujer piedad provoca.
Después bajó del monte lentamente
hasta llegar al pie de aquella roca.
Y por que a la batalla se presente
el mago, lleva el cuerno hasta la boca;
y después de tocar, con voz bravía
lo llama a la campaña y desafía.

16 No tardó mucho en aceptar la prueba
el mago en escuchando aquel sonido.
El bruto alado por el aire lleva
hasta aquella que cree guerrero ardido.
La dama se sosiega de la nueva
de ver que está sin arma aquél vestido:
no lleva espada, ni lanzón, ni maza
que romper pueda o perforar coraza.

17 Sólo escudo en su izquierda halla acomodo,
cubierto de una seda colorada,
y ase en la diestra un libro con que todo
hace nacer, leyendo, de la nada:
así, aunque no asga lanza en ningún modo,
ofensa hace tal vez como enristrada;
o tal vez con estoque o maza hiere,
aunque esté lejos y a ninguno diere.

18 No es mágico el corcel, sino criatura
que alguna yegua concebió de un grifo:
cabeza y manos son del padre hechura
y el pico y alas y el plumaje grifo;
en todo lo demás de su figura
era la madre, y llámanlo hipogrifo;
que raro cría en sus Rifeos lares,
más allá aún de los glaciales mares.

19 De allí lo atrajo el mago con su ciencia
y en cuanto suya fue la maravilla,
tantó obró con estudio y con paciencia
que en un mes lo montó con freno y silla:
por aire y tierra así sin resistencia
lo hacía discurrir milla tras milla.
No era ficción de encanto como el resto,
mas real, verdadero y manifiesto.

20 Era del mago el resto encantamiento,
que hacía contrahacer lo negro blanco;
mas no para ella fue por el momento,
pues todo aquel engaño le era franco.
Mas finge que fatiga en vano el viento,
y mueve su corcel de tranco en tranco,
y se afana y revira confundida
tal como había sido ya instruida.

21 Y luego de fingir porfía tanto,
se apea ya por que el teatro acabe,
para cumplir puntüalmente cuanto
dijo la maga hacer a mago y ave.
Resuelve el mago obrar último encanto,
que nada de esta industria piensa o sabe:
muestra el escudo y confiado trata
que la encantada luz al fin la abata.

22 Podía darlo el mago de barato
y ahorrar a los guerreros la parada;
pero gustaba el pasatiempo grato
de enristrar lanza o de blandir espada;
como se ve que al cauteloso gato
jugar con el ratón tal vez agrada;
y ya cuando le enfada, en la gatera
hincarle el diente al fin y hacer que muera.

23 Eran ratón, y gato el nigromante
en las lides y asaltos al castillo;
mas no fue más, después que Bradamante
usase la virtud de aquel anillo.
Atenta está a fingir más adelante
a fin que eficaz crea el mago el brillo;
y, en cuanto aquel escudo llegó a verse,
cerró los ojos y dejó caerse.

24 No es que fulgor de aquella catadura
como solía al resto, a ella dañara,
mas hizo así a fin que la montura
hacia ella el vano encantador guiara:
y no se apartó un punto su ventura,
que en cuanto su cabeza en tierra para,
acelerando el volador la pluma,
su vuelo en amplios círculos consuma.

25 Deja otra vez en el arzón cubierto
el mágico metal, y a pie desciende
hacia quien como el lobo de encubierto
en el escobo el cabritillo atiende.
Mas, cuando cerca está del cuerpo yerto,
ella se eleva y con rigor lo prende.
Había el mísero puesto en tierra aparte
el libro con que obró todo aquel arte;

26 y con una correa se venía
que solía ceñir para aquel uso;
puesto que atar no menos presumía
a ella que al resto que en prisiones puso.
Ya Bradamante en tierra lo oprimía:
si no se defendió, yo bien lo excuso;
que es en extremo desigual partida
de flaco viejo contra moza ardida.

27 Cuando ella a desmocharlo se prepara,
alza el acero impío y asesino;
mas luego que lo mira, el golpe para:
tanto aborrece aquel rigor mezquino.
Un venerable anciano era en la cara
aquel que a su poder sujeto vino,
que muestra en canas y en venir a menos
setenta años de edad o poco menos.

28 «Quítame, por Dios, mozo, la vida»
decía el viejo airado y con despecho;
mas tanto es acción de ella aborrecida
cuanto habría al anciano satisfecho.
En vez de usar crueldad, quiso enseguida
saber del nigromante y por qué hecho
edificó en aquel lugar desierto
tal fortaleza, e hizo a todos tuerto.

29 «No inclinación malvada, ¡ay triste suerte!,
--dijo llorando el viejo nigromante--
me llevó a hacer sobre la roca el fuerte,
ni la avaricia a ser ladrón volante;
fue amor quien me movió a ahorrar la muerte
a un esforzado caballero andante
que, según muestra el cielo, en tiempo breve
morir tras ser cristiano a traición debe.

30 »No alumbra el sol desde uno al otro polo
mozo de más belleza o más pujante:
Rogelio es, el cual desde pipiolo
criado fue por mí, que soy yo Atlante.
Deseo de honor y su hado infausto sólo
lo han traído a Francia al lado de Agramante;
y yo que lo amé siempre más que a un hijo,
torcer intento lo que el cielo dijo.

31 »Esta alta torre sólo he edificado
por guardarlo y del mal tenerlo ausente,
que preso lo hice yo, como he esperado
hacerte hoy preso a ti parejamente;
y damas y guerreros, he encerrado,
que luego podrás ver, y aun otra gente,
a fin de que si en vano huir quisiese,
gozando de amistad, menos le pese.

32 »Mas porque huir no quiera sus prisiones
proveerle de placer todo me toca;
que cuanto puede en todas las naciones
del mundo verse, he puesto yo en la roca:
manjares, ropas, cantos, distracciones,
cuanto ansiar puede pecho o pedir boca.
Bien sembré, y bien cogía la cosecha;
mas tú has dejado al fin mi obra desecha.

33 »¡No quieras impedir mi honesta traza,
si espejo es de tu pecho el gentil gesto!
Toma el corcel que alado se desplaza,
tomael escudo (que aun te dono esto);
y no te lleves hombre de esta plaza,
o toma algún amigo, y deja el resto:
o toma todos, si ese es tu deseo,
mas déjame Rogelio arriba reo.

34 »Y si es tomarlo tu intención primera,
antes al menos de llevarlo a Francia,
esta mi afligida alma libera
de su corteza ya podrida y rancia.»
«Déjalo libre --dijo la guerrera--
y tú grazna y lamenta mi ganancia;
y no me ofrezcas dar corcel o escudo,
que ya como botín por míos saludo;

35 »que, aunque tuvieses potestad de darlo,
no es trueque el que me ofreces que conviene.
Dices que lo retienes por librarlo
y que el influjo de los astros frene.
Y o no lo sabes bien, o no esquivarlo
podrás, sabiendo lo que el cielo ordene;
pues si tu mal no ves, cuando es presente,
¿cómo podrás prever el de otra gente?

36 »No ruegues que te mate y que me pliegue
yo a gusto tal; mas si la muerte quieres,
sabe que, aunque por todos se te niegue,
de ti haberla podrás, si fuerte eres.
Mas antes que de aquí tu alma trasiegue,
da libertad a hombres y mujeres.»
Así la dama dice al mago, en tanto
lo lleva preso a aquel sublime canto.

37 Con su propia cadena al viejo Atlante
estrechamente la doncella trajo,
que poco fía del mago Bradamante,
por más que marche el viejo cabizbajo.
La guía pocos pasos él delante,
a una oquedad que el monte tiene abajo,
donde escalón que en espiral se eleva,
hasta la puerta del fortín los lleva.

38 Del umbral una losa tomó Atlante,
con trazos de una estraña algarabía.
Bajo ella había jarrón, siempre humeante,
que dentro de él eterno fuego cría.
Lo rompe el mago; y queda en ese instante
la loma yerma, inhóspita y baldía:
ni muro hay ya ni torre que antes era,
como si nunca allí castillo hubiera.

39 Y desasióse de la dama al punto,
como el tordo a menudo de las redes,
y fuéronse castillo y a él a un punto,
sin más cárcel quedar ni más paredes.
Damas y caballeros vieron junto
volverse humo prisiones y mercedes;
y mucho celebró con ceño adusto
haber, con la prisión, perdido el gusto.

40 Allí Gradaso está, allí Sacripante,
allí Prasildo, el noble caballero
que vino con Reinaldo de Levante,
e Iroldo allí, su amigo verdadero.
Al fin halló la bella Bradamante
allí a su deseado compañero,
que en cuanto certifica su venida
le da con gratitud tierna acogida;

41 como a aquella que él más que al propio pecho,
más que a sus ojos, más aún que a su vida
amó en el día aquel que a su provecho
se alzó ella el yelmo y fue por ello herida.
Largo es el cómo y el por quién fue hecho
y cuánto en la floresta desabrida
día y noche se buscaron y hora a hora
sin jamás rencontrarse, sino ahora.

42 Ahora que allí la ve, y precia a quien ama
por única y por sola redentora,
tanto hinche el gozo el corazón, que llama-
se él ùnico feliz en esa hora.
Bajan del monte caballero y dama
al valle en que fue ella vencedora,
y ven al hipogrifo allí aquietado
con el escudo, aunque cubierto, a un lado.

43 Se acerca ella a tomarlo por la brida,
y espera el ave a que se encuentre cerca,
y abre entonces las alas y hace huida
para alejarse y ver si más se acerca.
La sigue ella otra vez; pero enseguida
se eleva el ave y se le aleja terca;
como hace la corneja con cabriola
saltando del lebrel siempre a la cola.

44 Gradaso, Iroldo, Sacripante y cuantos
caballeros bajaron, codo a codo
aquí y allá se apuestan en los cantos
donde más creen que al fin tome acomodo.
Y el ave, luego de cansar a tantos,
haciéndolos bajar acaso al lodo,
haciéndolos subir al monte acaso,
junto a Rogelio al fin retuvo el paso.

45 Fue industria ésta del anciano Atlante,
en quien nunca el afán piadoso cesa
de ahorrar la muerte a su adorado infante:
sólo en él piensa y sólo ésta le pesa.
Y así le ofrece el volador delante,
por que fuera de Europa haga de él presa.
Lo ase Rogelio en cuanto a él se llega;
aquel se arresta, y a mover se niega.

46 De Frontino animoso al fin desmonta
(que así tiene por nombre su montura),
y sobre aquel que surca el aire monta,
clavando espuelas para dar premura.
Corre éste un poco y al final remonta
con más presteza el vuelo hacia la altura
que halcón al que el cetrero caperuza
levanta y le hace ver qué ave se cruza.

47 La dama, que en jamás pensada huida
lo ve y en alto y grande contratiempo,
de suerte queda absorta y aturdida
que no vuelve en sí misma por un tiempo.
Cuanto conoce del garzón de Ida
que subió al cielo el tronador del tiempo,
piensa a Rogelio que suceda luego,
no menos bello ni gentil que el griego.

48 Lo sigue con los ojos fijos cuanto
la vista alcanza; y luego que se aleja
pues no puede correr la vista tanto,
que el ánimo tras él se eleve deja.
Mas de suspiros, de gemido y llanto
no puede ni desea ahogar la queja.
Después que no fue el ave ya más vista
en Frontino, el corcel, fijó la vista;

49 y al fin determinó no allí dejarlo
ni que otro que hasta él llegue lo oprima;
mas llevarlo consigo y después darlo
a su señor, que aún que vuelva estima.
Sube el pájaro y no puede él frenarlo,
hundirse ve debajo monte y cima,
y tan cerca del cielo pasa y yerra
que no distingue ya prado de sierra.

50 Después de que subió tanto que un punto
lo juzga apenas quien del suelo mira,
toma la dirección hacia aquel punto
en que cae el sol, cuando por Cáncer gira;
y cruza el aire como nave al punto
que sobre el mar propicio viento tira.
Dejémoslo, que hará largo camino,
y hablemos de Reinaldo paladino.

51 Surca Reinaldo el agua largamente
dos días a merced del crudo viento,
que ya contra la Osa o ya a poniente,
no ceja en su agitado movimiento.
A Escocia el barco arriba finalmente
y halla en la selva calidonia asiento,
donde a menudo en sus umbrosos cerros
se escucha el son de belicosos hierros.

52 De Bretaña un sinnúmero de andantes
caballeros famosos a ella llega,
y de reinos cercanos y distantes,
de Francia, de Alemania, de Noruega.
Quien no tenga valor, no pase que antes
tendrá la muerte que al honor se llega.
Ya obró proezas Tristán entre su oscuro,
Lanzarote, Galván, Galaz y Arturo;

53 y otros prohombres de la vieja y nueva
Tabla Redonda ardidos y famosos,
pues quedan que dan de esto larga prueba
aún monumentos y trofeos pomposos.
Las armas y el corcel Reinaldo leva
y entra en aquellos términos umbrosos,
después que al timonel del barco indique
que zarpe y vaya al puerto de Bervique.

54 Sin escudero u otra compañía
cruza el guerrero aquella selva inmensa,
torciendo ya por una u otra vía
donde más aventuras que haya piensa.
Topó al final del día una abadía
que buena parte del haber dispensa
del cenobio feraz que allí se yergue,
a dama o paladín que en él se albergue.

55 De los monjes y abad bien acogido
Rinaldo fue, y por ellos saber quiso
(después de que hubo el vientre complacido
con viandas gratas y excelente guiso)
cómo es que en aquel término escondido
de aventuras se pueda hallar aviso,
con que se logre en hecho de su gremio
mostrarse el merecer oprobio o premio.

56 Respóndenle que errando en la espesura
podría mucha hallar a esto propicia;
mas, como son como la selva oscura,
las más veces no llega a ellos noticia.
«Busca --le aconsejan-- aventura
que dé cuanto tu ánimo codicia,
a fin de que detrás de la fatiga
hable la fama y el aplauso siga.

57 »Y si pretendes del valor dar prueba,
te es concedida la más digna empresa
que ni en la edad antigua ni en la nueva
jamás por caballero ha sido presa.
De quien de infamia y de prisión la mueva
menesterosa está nuestra princesa,
a quien barón que Lurcanio se llama
quiere quitarle a un tiempo vida y fama.

58 »De éste ante el padre ha sido ella acusada
(por odio quizás más que por certeza)
de a media noche haberle dado entrada
por un balcón a un hombre hasta su alteza.
Por ley del reino al fuego es condenada,
si no halla campeón que esta vileza
en el plazo de un mes, que ya se apaga,
al falso acusador desmentir haga.

59 »La ley cruel de Escocia, impía y dolosa,
ordena que a mujer de cualquier suerte
que yazga con varón sin ser su esposa,
si es acusada, se le dé la muerte.
Y no se puede hacer por ella cosa,
si no es que algún guerrero noble y fuerte
su honor defienda y en el campo pruebe
que es inocente y que morir no debe.

60 »El rey, cuitado por Ginebra hermosa
(porque es Ginebra de su hija el nombre)
ha pregonado entre la gente ociosa
que, si responde en su defensa un hombre
y deshace calumnia así oprobiosa,
con que provenga de solar de nombre,
la tendrá por mujer, y en dote un feudo
conforme a dama tal y a ser él deudo.

61 »Mas si en plazo de un mes ninguno viene,
o aun viniendo no vence, será muerta.
Juzga si empresa tal más te conviene
que andar errando por la selva incierta,
pues sobre fama y sobre honor perene
que te promete consumar la oferta,
tendrás la flor de cuanta hermosa Helena
hay desde el Indo a la andaluza arena;

62 »y juntos feudo y oro a estas promesas,
con que habrás siempre de vivir contento;
y la gracia del rey, si le regresas
aquel honor que es casi en perdimiento.
Demás que de la orden que profesas
vengar traición tan cierta es mandamiento
a la que es, en opinión de todos,
flor de la honestidad en hecho y modos.»

63 Pensó un poco el francés, y al fin repuso:
«¿Por qué debe morir la mujer grata
que a su amante dejó con tierno uso
templar la llama que lo esfuerza y mata?
¡Maldito sea quien tal ley propuso
y sea maldito quien después la acata!
Muera quien con crueldad trata a su amante,
no quien da vida a su amador constante.

64 »No paro en si Ginebra amartelada
pagó a su amante, o si invención fue esto:
loaría que le hubiese dado entrada,
mientras no hubiese sido manifiesto.
Resuelto estoy por ella a asir la espada:
un hombre dadme que me guíe presto
y adonde esté el acusador me lleve;
que espero hacer la pena corta y leve.

65 »No afirmo que ella entrar no lo haya hecho,
pues no lo sé, y quizás mal lo reputo.
Digo más bien que semejante hecho
no merece castigo en absoluto;
y aun más añado: que no obró a derecho
quien promulgó primero este estatuto;
y que se debe revocar su exceso,
y dictar nueva ley con mejor seso.

66 »Si un mismo ardor, si una pasión pareja
a un sexo y otro por igual conmina
al suave fin de amor y dicha aneja,
que exceso el necio vulgo se imagina;
¿por qué se da castigo o se moteja
mujer que a hacer con uno o más se inclina
lo que hace el hombre igual cuanto apetece
y queda impune y loor aun se le ofrece?

67 »Con esta desigual norma sufrieron
agravios las mujeres desde antiguo;
y éstos que hasta hoy se consintieron
los quiero ahora mostrar como averiguo.»
Los monjes con Reinaldo convinieron
que fue injusto y fue necio el hombre antiguo,
que tal ley consintió torpe y horrenda;
y hace el rey mal, pues puede y no la enmienda.

68 Apenas la dorada aurora asoma
y dona un nuevo día al hemisfero,
Reinaldo su caballo y armas toma
y pilla en la abadía un escudero,
que junto a él cabalga llano y loma,
siempre en el bosque horriblemente fiero,
hacia el lugar en que tener se debe
la lid que honesta la doncella pruebe.

69 Se habían, por abreviar algo el camino,
desviado del real hacia un sendero,
cuando un llanto se oyó sonar vecino,
que hizo retumbar el bosque entero.
Movió Bayardo uno, otro el rocino
hacia el valle del grito lastimero,
y entre dos malhechores ven doncella
que en lontananza les parece bella;

70 pero llorosa y dolorida cuanto
dueña o doncella u hombre jamás fuera.
Los dos le asen, desnudo el hierro, el manto
por que riegue su sangre la pradera.
Ella va dilatando con el llanto
morir, mientras algún socorro espera.
Llega Reinaldo, y cuando ve aquel brete,
con gritos los bellacos acomete.

71 Volvieron las espaldas los bribones,
cuando el socorro vieron acercarse
y huyeron hacia más densos rincones.
Mas no quiso Reinaldo a ellos llegarse,
sino a aquella por quien de las razones
de tan cruel rigor, quiso informarse;
y, porque apremia el tiempo, al escudero
orden de alzarla da; y vuelve al sendero.

72 Y ve después con más fina mirada
que es bella y que es cortés en toda suerte,
aunque aún se muestra toda demudada
del miedo que cobró de hallar la muerte.
Le pregunta otra vez de qué es culpada
y quién le quiso dar final tan fuerte,
y ella con voz humilde dijo cuanto
quiero que quede para el nuevo canto.