Orlando furioso, Canto 20

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Orlando Furioso de Ludovico Ariosto
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Canto XX


1 Las mujeres antiguas grandes cosas
hicieron en las letras y en la guerra;
y de sus obras bellas y gloriosas
gran luz se difundió en toda la tierra.
Harpálice y Camila son famosas,
por saber cuanto el arte armada encierra;
Safo y Corina, porque doctas fueron,
nunca el oscuro olvido conocieron.

2 Llegó a lograr la hembra la excelencia
en cuanta arte su labor produjo;
y aquel que del pasado haga inferencia
verá con cuán gran fama se condujo.
Si ahora de estos casos hay ausencia,
sabed que no es eterno el mal influjo,
y hurtó quizás sus méritos y nombres
la invidia o la ignorancia de los hombres.

3 Pero sospecho que en el siglo nuestro
con tal pujanza su valor emerja,
que no habrá de faltar obra de estro
que en el futuro su virtud deterja;
y, odiosas lenguas, el desprecio vuestro
con vuestra infamia universal sumerja,
de suerte que el elogio que la espere
con mucho al de Marfisa bien supere.

4 Mas volvamos a ella, que consiente
primero declarar quién ella sea
con que sólo después quién es le cuente
aquel que en huésped serle ahora se emplea.
Saldó su deuda ella prestamente,
pues tanto oír quién es aquel desea.
«Yo soy --dijo-- Marfisa»; y bastó esto,
que por la fama conocióse el resto.

5 Comenzó el otro, cuando el turno copa,
con más preámbulo a hablar de su valía,
y dijo: «Bien sospecho, gentil tropa,
que todos conozcáis la estirpe mía,
pues no ya Francia, España y toda Europa,
mas India, el frío Ponto y Etiopía
conocen el solar de Claramonte,
del que desciende aquel que mató a Almonte,

6 »o el otro que a Clarel y al rey Mambrino
la muerte dió y el reino les deshizo.
Donde el Istro se vierte en el Euxino,
por ocho o nueve bocas quebradizo,
del duque Aimón mi madre a hacerme vino,
cuando él viaje a aquellas tierras hizo.
Y ha un año ya que la dejé doliente
por ir a Francia a estar entre mi gente.

7 »Mas no habiendo acabado mi viaje,
me condujo hasta aquí un violento Noto.
Diez ya los meses son que aquí me traje,
y aún cada día y cada hora anoto.
Por nombre recibí Guitón Salvaje,
que aún es por sus hazañas poco noto.
Aquí maté a Argilón de Melibea
y a nueve más con que trabé pelea.

8 »Satisfice después a las doncellas;
y desde entonces diez tengo a mi lado,
que, elegidas por mí, son las más bellas
y más gentiles que hay en este estado.
Éstas gobierno y las demás; porque ellas
de sí me han dado el cetro y el dictado;
que habrán de dar a aquel al que la suerte
permita que a su vez a diez dé muerte.»

9 Saber quisieron luego los reunidos,
por qué tan pocos hombres allí había,
y si estaban a ellas sometidos
del modo en que al revés pasar solía.
«Llegó más de una vez a mis oídos
--dijo Guitón-- qué causa a esto nos guía;
y os la referiré, pues que os agrada,
del mismo modo en que me fue contada.

10 »Cuando a los veinte años regresaron
de Troya al fin los griegos (que el asedio
duró diez años y otros diez pasaron
cruzando el mar ventoso con gran tedio),
vieron que las esposas que dejaron
habían puesto a su ausencia ya remedio,
y todas, elegido a algún muchacho,
con él daban calor a su capacho.

11 »Hallaron de bastardos y mujeres
llenas las casas todas, mas a unas
perdonan, porque ven que de placeres
no se puede vivir tanto en ayunas;
en cambio, a aquellos infamantes seres
los fuerzan a buscar otras fortunas;
que no quieren sufrir más los maridos
tenerlos a su costa mantenidos.

12 »Expósitos algunos o escondidos
fueron por sus madres y criados.
Por lugares remotos los crecidos
fueron en muchos grupos dispersados.
Dieron a algunos armas, distinguidos
estudios a otros dieron, o cayados:
se emplearon en alto o bajo uso,
según la que nos rige acá dispuso.

13 »Partió entre los demás que hacían viaje
uno que Clitemnestra al mundo diera,
que, fresco como aún rosa en su follaje,
rapaz de dieciocho años era.
El mozo en un bajel a hacer pillaje
se dio y a saquear la costa entera,
junto a otros cien muchachos que así huidos
por toda Grecia fueron escogidos.

14 »Los cretenses, que habían expulsado
poco antes de su reino a Idomeneo,
y para asegurar el nuevo estado
hacían de hombres y armas grande empleo,
hicieron a Falanto su soldado
(que así se llama aquel que hacía saqueo)
y a él y a aquellos que con él vinieron,
a proteger Dictea los pusieron.

15 »Entre las cien ciudades que hubo en Creta
Dictea la más rica y grata era,
de mujeres bellísimas repleta
y fiesta en tanto el sol luciese fuera;
y pues usaba, sin mostrarse escueta,
de agasajar a cuanto allí viniera;
de modo agasajó a éstos sin tasa
que abriéronles la puerta a toda casa.

16 »Bellos y mozos eran (que Falanto
había la flor de Grecia elegir hecho);
así que a toda bella dama, en cuanto
los vio, se le abrasó de amor el pecho.
Y, cuando a su beldad, se unió el encanto
de demostrarse diestros en el lecho,
afectas a ellos fueron de tal modo
que amaron a los mozos sobre todo.

17 »Cuando con pacto concluyó la guerra
que había a Falanto dado su estatuto
y el estipendio militar se cierra,
de suerte que, no hallando allá mas fruto,
quieren partir los mozos a otra tierra,
se entregan las cretenses a tal luto
que lloran más que si, con cuerpo yerto,
su padre hubieran visto ante ellas muerto.

18 »Solicitaron ellas con gran lloro
que allí permaneciesen, mas fue en vano;
y así marcharon todas sin decoro
de padre, madre, esposo, hijo o hermano;
no sin antes vaciar de gema y oro
cuanto cofre en su casa hubiera a mano;
que fue toda la industria tan secreta,
que no sintió la fuga un hombre en Creta.

19 »Fueron tan propicios hora y viento,
que Falanto eligió para la huida,
que, cuando Creta advierte el fletamiento,
muy lejos ya la flota era partida.
Los arrastró después un mar violento
hasta esta playa, entonces aún sin vida;
y aquí sin miedo a nada en absoluto
de su robo mejor vieron el fruto.

20 »Diez días les fue a todos dulce estancia
de amoroso placer la playa amena;
mas, como suele al cabo la abundancia
ahitar al mozo cuando al fin se llena,
juzgando la molicie aquella rancia,
acordaron librarse de tal pena;
que no hay carga de peso más pesada
que la mujer, cuando su amor ya enfada.

21 »Queriendo, pues, volver a sus quehaceres
y siendo en el derroche y gasto parcos,
vieron que a alimentar tantas mujeres
no basta con tener lanzas y arcos;
y, a ellas olvidando y sus placeres,
cargaron los riquezas en los barcos,
y a Apulia fueron donde al cabo asiento
por ellos tuvo el pueblo de Tarento.

22 »Viendo aquellas mujeres que Falanto
y el resto traición tanta les hacían,
quedaron con dolor y estupor tanto
que estatuas en la orilla parecían;
mas, visto que el gritar y el mucho llanto
ningún remedio al daño les traían,
a pensar comenzaron con qué cura
pudiera hallar remedio su amargura.

23 »Y proponiendo cada cual qué hacerse
unas decían de volverse al nido,
que siempre era mejor el someterse
al juicio del cruel padre o marido,
que de hambre y estrechez transidas verse
en fiero bosque o despoblado lido.
Decían otras que era más honesto
tirarse al mar que resolverse en esto;

24 »y que era menos mal como ramera
vivir, como mendiga o como esclava,
que someterse a la sanción severa
que por su indigna acción les esperaba.
Propuestas, cada cual más dura y fiera,
cada una a las demás como estas daba,
hasta que una Orontea allí interviene,
cuyo sangre del rey Minos proviene:

25 »la más moza de todas y más bella,
más discreta y que menos había errado:
había amado a Falanto aún doncella,
y había por él al padre abandonado.
Mostrando ella en el rostro y la querella
todo el corazón de ira inflamado,
después que arguyó todo a aquella audiencia,
logró la aprobación de su sentencia.

26 »Permanecer en el lugar propuso,
que fecundo estimaba y de aire sano,
en ríos y madera muy profuso,
y en la mayor parte de su tierra llano;
con rada, que servía para uso
de refugio cuando el mar fuera tirano,
a cuanto barco del Egipto parta
con la bodega de riquezas harta.

27 »Y por venganza colosal decreta
contra quien las burlaron de consuno,
que, cuanta nave en su ensenada quieta,
se abrigue de algún viento inoportuno,
por fuerza a sangre y fuego allí se meta
sin perdonar la vida a hombre ninguno.
Expuesto así a todas su proyecto,
haciéndose al fin ley, se llevó a efecto.

28 »Y así, cuando arreciaba el viento, armadas
hacían a la costa ellas venida
por la fiera Orontea acaudilladas,
que ley les dio, y por reina fue elegida;
y a cuantas naves eran arrastradas
hacían saqueo y fiera acometida,
no dejando hombre vivo que noticia
pudiese dar al mundo de su ardicia.

29 »Vivieron de este modo más de año,
enemigas del sexo masculino,
mas repararon en que el propio daño
les procura el seguir este camino;
pues, si era con el hombre siempre huraño,
sería de su ley breve el destino,
pues infecundo era aquel gobierno,
cuando era su intención hacerlo eterno.

30 »Templando un poco así el rigor, tomaron
para los cuatro años venideros,
de cuantos hasta aquel lugar llegaron
diez bellos y gallardos caballeros,
que contra aquellas ciento demostraron
ser en la lid de amor grandes guerreros.
Por ser entonces ciento, establecido
quedó que a cada diez toque un marido.

31 »Muchos antes por ser de temple lego
y no satisfacerlas fueron muertos;
mas a estos diez que hicieron bien el juego
colmáronlos muy bien por sus aciertos;
haciéndoles jurar que, que si otros luego
más hábiles llegasen a estos puertos
sin compasión ni cosa asemejada,
igual los pasarían por la espada.

32 »Temieron al quedar después encinta
y dar hombres a luz copiosamente,
que fuesen tantos que de aquella quinta
naciese rebelión contra su gente,
y quedase al final por siempre extinta
la ley que hizo a su sexo preferente;
de suerte que instauraron más preceptos
para que fuesen para alzarse ineptos.

33 »Por que el sexo viril no más las ate,
a cada madre aquella ley horrenda
uno permite, y los demás que mate
dicta, o que los trueque o que los venda;
y así, si no les dan allí remate,
al que los vende ordenan que pretenda
trocarlos por mujer, y, si no puede,
que al menos con ganancia alguna quede.

34 »A ninguno criarían si en su ausencia
pudiesen pervivir; que en todo envite
esta es cuanta piedad, cuanta clemencia
con los propios la inicua ley permite.
Al resto aplican la mortal sentencia,
excepto cuando el hombre se acredite;
que al fin dicta la ley, ya corregida,
que no maten a todos sin medida.

35 »Si llegaban a un tiempo diez o veinte,
a todo el grupo en cárcel hacían reo,
y a uno cada día impíamente
cortaban la cabeza por sorteo,
en templo que Orontea con su gente
a Venganza erigió para este empleo,
sorteando entre los diez el crudo oficio
de hacer aquel salvaje sacrificio.

36 »Muchos años después, a este paraje
vino un bravo mancebo a hacer entrada,
descendiente de Alcides por linaje,
llamado Elbanio, y diestro con la espada.
Preso aquí fue sin advertir celaje,
como el que no sospecha o teme nada;
y, al dictado de aquella ley horrenda,
fue en prisión puesto para ser ofrenda.

37 »Era de cara tan gentil y hermosa,
de porte y ademán tan distinguido,
de habla tan afable y armoniosa
que un áspid con placer le diera oído:
de modo que, por ser tan rara cosa,
fue al cabo a ser su encierro conocido
por Alejandra, hija de Orontea,
la cual vivía aún anciana y fea.

38 »Vivía aún Orontea; aunque ya idas
eran las que llegaron a aquel clima;
mas ya era más del diez tanto nacidas
otras de más valor y más estima;
y, así por cada diez fraguas habidas,
muchas cerraban por faltarles lima.
Cuidaban aún diez hombres de bravura,
de darle al que viniese sepultura.

39 »Deseó Alejandra ver a aquel valiente
muchacho que alabanza tanta incita;
y tanto con su madre fue insistente,
que al fin a Elbanio logra hacer visita;
mas, cuando partir quiere, entonces siente
que el alma queda allí donde halló cuita:
siente que el mozo en su prisión la apresa,
y, al fin del que es su preso, quedó presa.

40 »Dijo Elbanio: --Si acaso aquí existiera
noticia alguna de piedad, señora,
del modo en que hay en parte otra cualquiera
en donde el claro sol luce y colora;
yo osara a esa belleza lisonjera
que todo gentil ánimo enamora,
pedir en don mi vida, porque al cabo
sea vuestra cual lo es la del esclavo.

41 »Mas, pues contra razón no es conocida
aquí la humanidad en pecho humano,
no pediré que me donéis la vida,
que bien sé que mi ruego fuera vano;
mas que pueda morir mientras me mida
a un bravo caballero espada en mano,
y no como animal en sacrifico
o reo condenado en algún juicio.--

42 »La gentil Alejandra, a la que rea
hizo el llanto y los ojos infelices,
repuso: --Por más que esta tierra sea
más cruda que ninguna en sus raíces,
no concedo que sea una Medea
toda mujer aquí, como tú dices;
y, aunque todas lo sean ciertamente,
no quiero más que entre ellas se me cuente,

43 »Y, si otro tiempo fui cruel e impía
como tantas aquí tienes delante,
me disculpa el no haber hasta este día
tenido en quien mostrar suave talante.
Mas ahora una feroz tigre sería
de pecho duro más que es el diamante.
si no hubiesen doblado mi dureza
tu beldad, tu valor, tu gentileza.

44 »¡No fuera, Elbanio, nuestra ley tan fuerte
que contra el peregrino fue dictada,
para que yo pudiese con mi muerte
pagar así tu vida más preciada!
Mas no es posible aquí obrar de suerte
que se pueda mudar tu suerte echada;
y es lo que pides, aunque poco sea.
cosa difícil, pues, que se provea.

45 »Pero procuraré que así te avenga
y tengas al morir este contento,
aunque temo que sólo al fin se obtenga
de un más largo morir mayor tormento.--
--Cuando diez ante mí armados tenga,
tal será mi coraje y ardimiento--,
él arguyó --que, a todos dando muerte,
espero sortear mi cruda suerte.--

46 »No dio Alejandra a aquello por respuesta
más que un sospiro solo, y salió fuera,
llevándose al partir de la ballesta
de amor clavado el dardo adonde fuera.
Llevó al punto a su madre la propuesta
de no dejar que aquel mozo muriera,
si en armas demostraba ser tan fuerte
que a diez hombres él solo diese muerte,

47 »Llamó al Consejo entonces Orontea
y expuso esta razón: --Pues nos conviene
siempre lograr que el de mejor ralea
toda amenaza bárbara nos frene,
y ha de acertase cuál el mejor sea;
prueba ha de hacerse a aquel que hasta aquí viene.
porque, en nuestro mal, no ocurra al cabo
que reine el vil y se dé muerte al bravo.

48 »Y estimo, si estimáis, que establecido
debe ser que el guerrero que aquí llegue,
porque la tempestad lo haya traído;
antes que en sacrificio se le entregue,
solo, si acepta a cambio este partido,
contra los diez a batallar se llegue,
y, así, si a los diez mata que hace frente,
sea él el guardián, y ayúdelo otra gente.

49 »Tal digo, porque hay un prisionero
que a vencer a los diez solo se ofrece;
y, si es cierto que vale el caballero
más que los diez, la concesión merece.
Será, por contra, su castigo fiero
si es sólo un charlatán que se envanece.--
Fin con esto Orontea al sermón puso,
al cual otra harto anciana esto repuso:

50 »--La causa principal que nos condujo
a tratar con los hombres hoy que odiamos,
no es porque a su sombra y su rebujo
el reino defender necesitamos,
que para hacer lo que hasta aquí dibujo
nosotras sin ayuda nos bastamos:
¡oh si también sin ellos asistirnos
pudiésemos vivir y no extinguirnos!

51 »Mas, pues inútil es que esto se espere,
tomamos unos pocos con cuidado
que el ratio en uno a diez no se supere,
por que jamás gobiernen este estado.
Fue engendrar la razón que los requiere,
no el defendernos de enemigo armado.
Les valga su destreza sólo en esto,
y sean incapaces para el resto.

52 »Tener entre nosotras a uno fuerte
contrario es a nuestra ley primera,
pues si él solo a otros diez hombres da muerte,
¿cuánta mujer podrá hacer que muera?
Si fuesen los diez nuestros de tal suerte,
la ley el primer día caído hubiera.
No es discreción poner la espada en mano,
de aquel que puede ser nuestro tirano.

53 »Advierte que si presta a él su ayuda
Fortuna, y a los diez quita la vida,
de cada una de las cien que enviuda
podrás sentir el llanto sin medida.
Si justar quiere, a otra idea acuda
que no sea el de estos diez ser homicida.
Mas, si es que luego a ciento satisfaga
como hacen estos diez, así se haga.--

54 »Fue el parecer cruel de Artemia éste,
que así ella se llamaba, y todo era
que degollado en sacrifio reste
dentro del templo Elbanio y allí muera.
Mas no fue tanto que Orontea se arreste,
y, porque el gusto de su hija fuera,
de modo tal su parecer sostuvo
que el sí de aquel senado al fin obtuvo.

55 »Ser Elbanio de tan bello gracejo
como otro en aquel tiempo no existía,
tanto inclinó a las mozas del consejo,
que al fin se rechazó la idea impía
que instaba con Artemia el sector viejo
de obrar según la antigua ley decía;
de modo que en muy poco fue resuelto
que fuese Elbanio de morir absuelto.

56 »Resolvióse el salvar a aquel valiente,
mas luego que a los diez dé vencimiento,
y luego que en la lid de amor contente
a sólo diez mujeres, y a no ciento.
Sacado de prisión fue al día siguiente;
y, armado ya a su gusto y sentimiento,
vino contra los diez solo en la plaza
y mata a uno tras otro y les da caza.

57 »Fue, llegada la noche, a prueba puesto
en el lecho con diez solo y desnudo;
y, no mostrando en él menor arresto,
medirse con las diez mujeres pudo.
Mostró Orontea luego de hacer esto,
por él materno amor, y no menudo;
y a Alejandra le dio y las otras nueve
a que antes había dado amor no leve.

58 »Y lo dejó con Alejandra bella,
que dio a esta tierra nombre, de heredero,
con pacto de que él y quien su huella
siga tras él observe el dicho fuero,
el cual obliga al que por fiera estrella
aquí ponga su pie en lo venidero,
que elija si entregarse en sacrificio
o dar ante diez prueba de su oficio.

59 »Y, si sucede que a los hombres mate,
la noche con las féminas se pruebe;
y, cuando a esto también dé buen remate
y la victoria en la ocasión se lleve,
como príncipe y rey de ellas se trate
y la decena a su elección renueve,
con la cual reine, hasta que otro arribe,
que sea más fuerte, y de vivir lo prive.

60 »Este costumbre atroz (que en mí contemplo)
durado ha dos mil años y aún hoy dura;
y son pocos los días que en el templo
no se inmole extranjero sin mesura.
Si alguno armarse contra diez, a ejemplo
de Elbanio, pide y combatir procura,
suele en la plaza concluir deshecho,
que no hay uno entre mil que llegue al lecho.

61 »Llegan tal vez, mas es tan raro esto
que pueden con los dedos ser contados.
Argilón uno fue; mas quedó presto
sin la decena y los favores dados;
pues, trayéndome aquí un viento funesto,
los ojos le cerré al justar armados.
¡Mejor me hubiera muerto que ahora esclavo
vivir aquí con tanto menoscabo!

62 »Que amoroso placer, que risa o fiesta
que suelen divertir al que aún es mozo,
que púrpuras, que joyas, que compuesta
riqueza que por ser primero gozo,
contentan poco a aquel que el alma puesta
tiene en perpetuo y fuerte calabozo;
y el que marchar por siempre se me vede,
no es servidumbre que sufrirse puede.

63 »El verse ajar la flor de mi florida
edad en tanta blanda y torpe obra,
de todo gusto del placer me olvida,
y tiene el corazón siempre en zozobra.
Mi sangre, en todo el mundo conocida,
eterno lustre y fama eterna cobra;
y en ella tal vez yo parte tuviera,
si al lado de los míos combatiera.

64 »Estimo que me injuria mi destino
habiéndome a este oficio vil echado,
como es puesto en yeguada aquel rocino
que, porque de pie u ojo esté lisiado
o porque de otra cosa no ande fino,
inútil para noble uso es juzgado;
y yo que, si no es muerto, de aquí creo
que no saldré jamás, morir deseo.»

65 Puso Guitón así fin a su cuento.
y maldijo aquel día en que sin norte,
mostrando en armas y en amor talento,
el rey se coronó de aquella corte.
Sin descubrirse oyendo Astolfo atento,
pudo certificar por gesto y porte
que era Guitón, así como les dijo,
de su pariente Aimón seguro hijo.

66 Después le respondió: «Yo soy tu primo
Astolfo, el duque inglés»; y al cabo de ello,
con cariñoso gesto y dulce arrimo,
vertió gran llanto y abrazóle el cuello.
«No pudo más patente seña, estimo,
poner tu madre en ti del pie al cabello;
pues tu destreza con la espada y asta
para mostrar tu procedencia basta.»

67 Guitón, que en otro caso habría hecho fiesta
por haber dado con un tal pariente,
en cambio gran tristeza manifiesta
haciéndola en el gesto harto evidente.
Si vive, ve que Astolfo esclavo resta
y habrá de serlo así al día siguiente;
si Astolfo queda libre, es porque él muere,
que el bien del uno el mal del otro quiere.

68 Le pesa que, si vence, al grupo todo
a su oprobiosa esclavitud condena;
y, si la lid no sale de este modo,
todos padecerán la misma pena;
pues, si los saca su rival del lodo
y en el segundo al acabar faena,
lo habrá vencido sin ganancia cierta,
pues todos serán siervos, y ella muerta.

69 De la otra parte el brío y cortesía,
y tierna edad del mozo habían hecho
enternecer de amor y simpatía
tanto a Marfisa y a su gente el pecho,
que si a él matar ser libres suponía
miraban el ser libres con despecho;
y quiere, si es forzoso que lo mate,
morir también Marfisa en el combate.

70 Así que dijo: «Con nosotros vente,
y a fuerza escaparemos de esta tierra.»
«Esperas --dijo él-- inútilmente
salir, pierdas o ganes nuestra guerra.»
«Nunca --ella arguyó-- mi ánimo siente
miedo en dar fin cuando a acabar se aferra;
ni sé otra senda más franca y trillada,
que aquella en que me guío por la espada.

71 »Tal valor en la plaza has demostrado,
que no temo emprender acción contigo;
y así, cuando la turba haya llegado
mañana a ser de nuestra lid testigo,
cerraremos de uno y otro lado,
o se defienda o huya a algún abrigo,
y, muertos ya, sus cuerpos demos luego.
a buitre y lobo, y la ciudad al fuego.»

72 Replicóle Guitón: «Estoy dispuesto
a seguirte y morir valientemente,
mas no pienses quedar viva tras esto:
será un poco vengarnos suficiente;
pues son diez mil aquellas que a aquel puesto
van, mientras otra tanta de su gente
guardando muros, puerto y bastión queda
sin dejar vía por que huir se pueda.»

73 «Por más --Marfisa dijo-- que me abones
que son más que hombres Jerjes conducía,
o más que almas soberbias a montones
cayeron desde cielo en rebeldía;
si estás conmigo, o al menos no te opones,
quiero matarlas todas en un día.»
«Sólo --arguyó Guitón-- un medio encuentro
que permita que huyamos de aquí dentro.

74 »Sólo uno, en que ahora caigo, de este envite
puede sacarnos, si la dicha es buena.
Excepto a la mujer, no se permite
poner la planta en la salada arena;
lo cual fuerza a que en una deposite
de mis esposas confianza plena,
cuyo perfecto amor ha hecho evidente
en riesgos aún peores que el presente.

75 »No menos que yo ella de aquí ansía
que salga, mientras yo llevarla jure,
que así espera que yo en su compañía,
sin otra esposa, el matrimonio apure.
Ella en el puerto o fusta o saetía
procurará, mientras la noche dure,
que habrá de hallar dispuesta vuestra gente,
cuando a ella acuda atravesando el puente.

76 »Detrás de mí en pelotón estrecho
caballeros, marinos, mercaderes,
cuantos aquí hoy estáis bajo mi techo
y no queréis serviles menesteres,
tendréis que abriros paso todo el trecho,
si el paso nos impiden las mujeres:
así espero, ayudados por la espada,
poder salir de la ciudad malvada.»

77 «Tú hazlo así --repuso la guerrera--
mas yo en salir confío por mi espada.
Mas fácil es que por mi mano muera
cuanta mujer mañana hay convocada;
que, viéndome escapar, haya manera
de que alguna me estime acobardada.
De día he de salir, y espada en mano,
que toda otra acción juzgo acto villano.

78 »Si a conocer como mujer me diera
sé que recibiría honor egregio,
y que entre las demás como primera
se me estimara en su marcial colegio;
mas, pues llegué con gente forastera,
no quiero sobre ella privilegio.
Vileza fuera ver al resto siervo,
mientras yo vida y libertad conservo.»

79 Mostró Marfisa con razones tales
que sólo anteponer la común suerte
(por cuanto dar de su valor señales
podía al resto ocasionar la muerte)
frenaba sus deseos naturales
de arremeter contra la tribu fuerte:
por esto deja que Guitón los rija
y que la traza que los saque elija.

80 Por la noche Guitón persuadió a Aleria
(que este era el nombre de su fiel esposa)
mas no fue menester mucha materia,
pues dispuesta la halló para tal cosa.
Armó ella nave y, porque duda seria
no hubiese, la cargó de prenda hermosa
fingiendo que era el fin de aquel viaje
salir con otras más a hacer pillaje.

81 Había hecho al palacio llevar antes
lanzas y espadas, petos y aun escudos,
a fin de que marinos y viajantes
no hubiesen de luchar medio desnudos.
Durmieron unos, otros vigilantes
fatiga y ocio compartieron mudos,
aguardando los más, ya incluso armados,
que diese el sol sus rayos colorados.

82 No había todavía el sol quitado
del rostro de la tierra el negro velo,
ni había aún Calisto con su arado
dejado apenas de surcar el cielo,
cuando el femíneo pueblo en el estrado
rodeaba ya de la batalla el suelo;
como enjambre el panal fuera rodea,
cuando en abril cambiar lugar desea.

83 A toques de atambor, cuerno y trompeta
hunde la turba aquella cielo y tierra,
llamando a su señor por que acometa
al fin el fin de la empezada guerra.
Ninguno hay que sin arma allá se meta:
Sansoneto, Marfisa, el de Inglaterra,
Aguilante, Grifón, Guitón y el resto,
vengan a pie o caballo hasta aquel puesto.

84 Informóles Guitón que se debía,
para llegar desde el palacio al puerto,
atravesar la plaza, pues no había
otro camino más recto ni tuerto.
Después de aconsejar cómo se haría,
tomó camino hasta aquel coso abierto,
y, ante la turba allí en la plaza aciaga,
compareció con más de ciento a zaga.

85 Mucho apretando el paso, caminaba
Guitón con los demás a la otra puerta;
mas la gran multitud que rodeaba
la plaza, y siempre a herir estaba alerta,
pensó, al ver cómo a todos se llevaba,
que fuera huida aquello y no reyerta;
y a un tiempo todas toman arco y flecha,
y parte a allá por donde va, se echa.

86 Guitón y los demás nobles gallardos,
y entre todos, la más, Marfisa fuerte,
no fueron en tomar su acero tardos
y van hacia la puerta, mas sin suerte;
pues tanta es la abundancia de los dardos
que, hiriendo a unos y dando a otros muerte,
por todas partes sobre ellos llueve,
que temen que a mal fin su acción los lleve.

87 Traía cada cual sólido peto,
que a no tenerlo alguno más temiera.
Muerto cayó el corcel a Sansoneto;
muerto a Marfisa fue de igual manera.
Pensó Astolfo entre sí: «Si es este aprieto
en que nos valga el cuerno, ¿a qué se espera?
Quiero probar, pues no aprovecha espada,
si el cuerno nos asiste en la escapada.»

88 Como hace cuando en gran riesgo se halla,
se lleva el cuerno mágico a la boca;
y tiemblan tierra y cielo cuando estalla
aquella horrible música no poca.
Infunde tal temor a la canalla
que por salir del sitio se desboca;
y no es ya que no guarde más la puerta,
mas que huye de las gradas medio muerta.

89 Como a veces ningún peligro atiende
y de balcón se precipita luego
la aterrada familia que sorprende
en el resguardo de su casa el fuego,
pues con callado ardor súbito prende
mientras toda dormía con sosiego;
así, sin atender la propia vida,
hacía cada cual del cuerno huida.

90 De aquí y de allí la turba confundida
se pone en pie, y en escapar se afana.
Tapa a un tiempo un millar cada salida;
mas caen, y hacen la huida al resto vana.
Pierde en la confusión mucha la vida,
mucha cae de balcón o de ventana,
y, rota la cabeza, brazo o pierna,
o queda muerta o poco se gobierna.

91 Sube al cielo la grita mujeriega,
mezclándose al derrumbe y al fracaso;
y aprieta, donde el son del cuerno llega,
la temerosa multitud el paso.
Si oís decir que, acobardada y ciega,
muestra la plebe ser de ánimo escaso,
no os espantéis, porque es natural cosa
que esté siempre la liebre temerosa.

92 ¿Mas qué diréis de aquel corazón fiero
que hay en Marfisa o en Guitón Salvaje,
o el par que de Olivier era heredero
y siempre había honrado a su linaje?
No habían cien mil temido más que a cero
y en cambio huyen ahora sin coraje,
cual tímidas palomas o conejos
que algún ruido escuchasen no muy lejos.

93 Así a propios y a extraños acobarda
la fuerza de aquel cuerno por completo;
y tras Marfisa en escapar no tarda
Guitón, los de Oliver o Sansoneto.
Mas ninguno del son la oreja guarda,
por más que lejos huya sin respeto:
Astolfo, puesto en boca el instrumento,
lo toca cada vez con más aliento.

94 La hay que al bosque va y allí se ampara,
quien sube al monte o baja al mar corriendo;
alguna, sin jamás volver la cara,
diez días sin descanso pasó huyendo;
de suerte alguna el reino desampara
que no volvió jamás tras el estruendo;
y es tanta, al fin, de plaza y casa huida
que queda la ciudad casi sin vida.

95 Sansoneto, Guitón, la audaz Marfisa
y ambos hermanos, no menos temblantes,
huían hacia el mar, y de igual guisa
tras ellos marineros y tratantes,
donde hallaron a Aleria que a gran prisa
la nave había armado poco antes.
Apenas el pasaje al barco vino,
dio el remo al agua y a la brisa el lino.

96 Había el duque ciudad y fortaleza
por dentro y fuera todo paseado,
haciendo de mujer total limpieza:
toda se esconde de él y huye su lado.
Mucha se vio después que, por vileza,
se había en inmundas simas arrojado,
y mucha, sin saber cómo ampararse,
entró a nado en el mar y vino a ahogarse.

97 Fue a hallar su gente al acabar el duque,
creyendo que en el muelle la vería;
mas por mucho que playa y mar bazuque
no logra allí encontrar la compañía.
Al fin, alza los ojos, y aquel buque
surcar las ondas ve en la lejanía,
de suerte que el primer intento muda,
visto que el barco ya nada le ayuda.

98 Dejemos, pues, que marche --y no os dé pena
que solo deba hacer la vuelta a casa
por tierra infiel de gente sarracena,
la cual jamás sin riesgo se traspasa:
ninguno sufrirá, si al cabo suena
su cuerno, como habéis visto que pasa--;
y el cuento en los demás dejemos quedo
que huían por el mar llenos de miedo.

99 Después que partió el barco a toda vela
de la cruel y sanguinosa playa
y ya, cuando aquel son no los desvela
ni más por estar lejos los desmaya,
insólita vergüenza los flagela
que en cada uno el rubor harto subraya.
No hubo quien mirar al otro pudo,
y sí quien cabizbajo quedó mudo.

100 Pasa el piloto, a su derrota atento,
Rodas y Chipre, y sobre el agua egea,
dejando tras de sí islas sin cuento,
el peligroso cabo de Malea.
Tras esto con propicio y firme viento
perderse ve la helénica Morea;
rodea Sicilia, y por el mar Tirreno
costea de Italia el litoral ameno;

101 y toma finalmente en Luni puerto,
donde casa y familia había dejado,
a Dios agradeciendo no haber muerto
después de tanto mal haber pasado.
Piloto hallan allí que ha hecho concierto
de a Francia ir y ya la nave ha armado;
y, embarcando aquel día mismo en ella,
en breve se encontraron en Marsella.

102 No hallábase allí entonces Bradamante,
que del país tenía la intendencia,
pues, de encontrarse, habría su talante
a todos disuadido de la ausencia.
No habían puesto allí el pie, cuando al instante
pidió Marfisa a los demás licencia;
y sola, sin el resto del pasaje,
a la ventura prosiguió el viaje;

103 aduciendo no ser loable asomo
ir tantos caballeros en cuadrilla,
del modo en que estornino va o palomo,
o ciervo o animal que teme y chilla;
y así prefiere más imitar como
camina aquel al que el temor no humilla:
águila, halcón, león, leopardo u oso,
que marcha solo y nunca temeroso.

104 Ninguno de los otros pensó esto
de suerte que partió desparejada,
y así fue que por bosque mal dispuesto
anduvo sola y sin topar con nada.
Aguilante y Grifón, siguiendo al resto,
tomaron mientras senda más trillada,
y llegaron a un fuerte al día siguiente,
donde albergados fueron cortésmente.

105 Lo fueron cortésmente en apariencia,
mas presto el trato vieron contrahecho;
pues fingiendo el señor benevolencia
y falsa cortesía, a su despecho,
cuando dormían en total ausencia
de sus sentidos, los prendió en el lecho;
y no los liberó hasta que promesa
hicieron de cumplir costumbre aviesa.

106 Mas quiero antes seguir a otra persona,
la cual Marfisa es, antes que al resto.
Pasó el Duranza, el Ródano, el Saona,
y al pie llegó de un monte al sol expuesto.
Allí, siguiendo arroyo la amazona
vio de negro a una anciana andarse presto;
que, más que del cansancio del camino,
traía de tristeza gran mohíno.

107 Era la vieja que al servicio estaba
de los ladrones en el monte horado,
aquellos a quien dio el señor de Brava
con justa mano muerte allí llegado.
La vieja que ser muerta se pensaba
por causa que os diré ya esto contado,
iba por escondido vericueto,
queriendo huir así con gran secreto;

108 mas, sospechando por arnés y veste,
que fuese el otro caballero andante,
no huyó esta vez, como solía, a este
del modo en que a los propios de portante;
mas piensa que es mejor que al vado reste
y espere allí que llegue a estar delante.
Allí en el vado, pues, donde se encaja,
la vieja el paso de Marfisa ataja.

109 La saluda y le ruega que la lleve
sobre las ancas a la orilla opuesta.
Marfisa, a la que amor piadoso mueve,
no sólo a hacer aquel favor se presta,
mas otro trecho más, que no fue breve
(hasta que el fango ya más no molesta),
la trajo; y al final de aquel sendero.
vieron llegar de frente a un caballero.

110 Marchaba éste con altiva huella,
rico jaez y arnés poco modesto;
y a su lado traía una doncella
y un escudero sólo en servil puesto.
Era la dama que traía bella,
mas de altivo semblante y agrio gesto;
de orgullo y de desdén llena venía,
a par del caballero a quien seguía.

111 Pinabel, conde de Maguncia, era
aquel al que Marfisa halló delante,
el mismo que ha ya meses condujera
a la profunda cueva a Bradamante.
Aquel gemir que tanto lo encediera,
aquel llanto de muy rendido amante
fueron por esta que traía al lado,
y había Atlante entonces encerrado.

112 Mas luego que esfumado al improviso
fue el mágico fortín del nigromante,
y pudo ir cada cual a donde quiso
por obra y por virtud de Bradamante;
ella, que siempre el ánimo sumiso
tuvo a Pinabel y le fue amante,
volvióse a él; y así por esta orilla
juntos marchaban de una a otra villa.

113 Y, como siempre fue mal inclinada,
cuando a la vieja vio junta a Marfisa,
no se pudo tener ni estar callada,
y motejóla con escarnio y risa.
Marfisa, que jamás fue habituada
a que obrase ninguno de esta guisa,
repuso, ardiendo en ira, a la doncella
que era su vieja más hermosa que ella;

114 y habría de probar con asta el fallo
a pacto de quitarle su vestido
y el rico palafrén, si del caballo
fuera su caballero al fin caído.
Pinabel, por no ser gallina, gallo
parecer quiso y demostróse ardido:
asta y escudo toma, el corcel gira,
y acomete a Marfisa con gran ira.

115 Pero también Marfisa lanza aferra
y en ristre a su visera la endereza;
y aquel tan aturdido acaba en tierra,
que tarda un hora en levantar cabeza.
Marfisa, vencedora de la guerra,
a la otra desnudó de su corteza,
y con las ropas que la moza viste
de dama a aquel montón de años traviste;

116 de suerte que del doncellil ropaje
queda en disfraz aquella vil Cumea.
También el palafrén y su utillaje
de moza a vieja pasan cual desea.
Prosiguió con la vieja su viaje,
que, cuanto más compuesta, era más fea;
y tres días recorrieron gran distancia
sin que acaeciese cosa de importancia.

117 Al cuarto día ven, pasado un claro,
que a todo galopar va un caballero.
Si el conocer quién llega así os es caro,
Zerbín sabed que es, regio heredero,
en belleza y virtud ejemplo raro;
al cual la ira abrasaba por entero
a causa de no haber castigo dado
a aquel que el ser gentil le había estorbado.

118 Por la selva Zerbín galopa en vano
detrás de aquel soldado que lo ultraja,
mas sabe el otro huir tan bien su mano,
sabe huyendo tomar tanta ventaja,
y tanto lo socorre en aquel llano
la niebla que el temprano sol ataja,
que a salvo de Zerbín escapó luego
hasta que le salió del pecho el fuego.

119 No pudo, aunque durase aún su enfado
Zerbín tener la risa al ver la vieja;
pues no juzgó que el juvenil tocado
correspondiese a cara tan pelleja;
y así dijo a Marfisa, que iba al lado:
«La prudencia, señor, bien te aconseja;
pues uno que a una dama tal subsidie,
no temerá jamás que alguien lo envidie.»

120 Y es que la rugosa piel abona
que más edad que la Sibila tiene;
y, así compuesta, se parece a mona
cuando por diversión vestida viene.
Más fea ahora está cuando se encona,
cuando con ira tal se desaviene,
que a una mujer no más se la moteja
que cuando se la llama fea o vieja.

121 Fingió enojarse la gentil doncella
por diversión, como después dio muestras;
y dijo: «Vive Dios que es harto bella
mi dama más que tú cortés te muestras;
y aun pienso que ser falso, cuando a ella
motejas de este modo, nos demuestras;
que es el fingir que ignoras su belleza
traza para encubrir tu gran vileza.

122 »Pues ¿quién, viendo que va por la floresta
sin más defensa una beldad tan rara,
tan tierna, tan gentil, tan manifiesta,
hacerla su señora no intentara?»
 «Tu horma es --Zerbín dio por respuesta--,
y haría mal aquel que te la hurtara:
necio no soy, así que no cavilo
tomar tu posesión: goza tranquilo.

123 »Si otra causa te mueve a la pelea,
bien te daré de cuanto valgo muestra,
mas no pienses que tan ciego me vea
que quiera por ganarla armar la diestra.
Sea fea o sea hermosa, tuya sea;
que no quiero estorbar la amistad vuestra.
Buena pareja hacéis, y en nada marro,
que hermosa es ella cuanto tú bizarro.»

124 Marfisa replicó: «Muy a tu despecho
debes por ella hacer que a ti me enfrente,
que no consiento que tan noble pecho
se llegue a ver sin que ganar se intente.»
«No sé --dijo Zerbín-- con qué provecho
me ponga en tanto riesgo y me atormente
por victoria que, al fin, señor cofrade,
premie al vencido, y al que vence enfade.»

125 «Si no es bueno este trato, se concluya
con otro que rehusarme no se puede
--porfió Marfisa--: a mí se me atribuya
la dama, si ante ti mi espada cede;
mas si te venzo yo, por fuerza es tuya;
y así probemos quién sin dama quede.
Quien pierda, al voto firme hoy se acoge
de ir siempre adonde a ella se le antoje.»

126 «Sea así», dijo Zerbín; y al punto vuela
atrás a tomar campo por que empiece.
Se afirma en el arzón, pica de espuela,
y, por que el golpe a diestro se enderece,
procura golpear en la rodela.
Mas monte de metal ella parece,
y otro a trueco hacia el yelmo le encarrilla
que lo echa sin sentido de la silla.

127 Mucho sintió Zerbín haber caído,
pues nunca igual derrota a aquella cuenta,
y, habiendo antes ya mil de esto abatido,
juzgó aquella ocasión por gran afrenta.
Mudo un tiempo quedó en tierra tendido,
y aun sintió más cuando cayó en la cuenta
que por el pacto al que accedió, debía
hacer a aquella vieja compañía.

128 Llegóse a él montada la doncella,
y dijo sonriendo: «Esta presento
que, cuanto más la veo grata y bella,
más de que sea tuya me contento.
Sé en mi lugar el campeón de ella,
y haz que tu fe no se la lleve el viento:
promesa has hecho de guiar su paso
donde ella guste ir según el caso.»

129 Sin esperar respuesta, el corcel pica,
y al punto se perdió en la selva verde.
Zerbín, que por varón la califica,
pregunta que ante qué varón él pierde.
La vieja la verdad toda le explica,
pues sabe que lo roe y que lo muerde:
«Ha sido una mujer la que te humilla,
pues una te ha tirado de la silla.

130 Por su valor desarma diestramente
a cuanto caballero espada ciñe,
y apenas ha llegado ahora de Oriente
para medirse a cuanto a Francia armiñe.»
Al punto tal vergüenza Zerbín siente,
que no sólo el rubor su rostro tiñe,
mas falta poco a que el color se imprima
también en el metal que lleva encima.

131 Sube al caballo, y triste se querella
por no haberse al arzón más afirmado.
La vieja que detrás sigue su huella,
procura darle más pena y cuidado.
Le recuerda que debe andar con ella
y él, que se conoce a ello obligado,
agacha las orejas, cual rendido
corcel que a espuela y freno es sometido.

132 «¡Ay suerte --suspiraba--, ay cruda estrella!,
¿qué cruel mudanza es esta que has obrado?
A la que ha sido entre las bellas bella
y mía debió ser, me la has robado.
¿Piensas ahora que en lugar de aquella,
puedas pagar con esta que me has dado?
Mejor hubiera sido el quitar todo,
que hacer tan dispar trueco y de este modo.

133 »Aquella que en virtud y en bizarría
no tuvo par jamás, ni ahora lo tiene,
la arrojaste a las rocas, suerte impía,
y a ser pasto de peces y aves viene;
esta que ya alimento debería
ser de gusanos, viva se mantiene
y haces que diez o veinte años más viva
sólo porque del mal mayor reciba.»

134 Así hablaba, y no menos afligido
en gesto y en palabras parecía
por este nuevo premio recibido
que por la dama que perdido había.
Oyó la vieja atenta su gemido
y, aunque jamas lo vio, por cuanto oía,
dedujo que era aquel del que noticia
le dio Isabel, princesa de Galicia.

135 Si se os acuerda lo que habéis oído,
la vieja huida de la cueva era,
donde Isabel, la que a Zerbín herido
había de amor, se hallaba prisionera.
Muchas veces le había referido
cómo dejó su patria y la manera
en que, embestida por fatal procela,
salió a la playa al fin de La Rochela.

136 Tanto de Zerbín le había descrito
el amable ademán, el bello gesto
que, ahora al mirarlo bien de hito en hito
oyéndolo execrar su hado funesto,
vio ser aquel por quien en el granito
fue el pecho de Isabel en llanto puesto;
la cual más el no verlo lamentaba
que verse por malvados hecha esclava.

137 Prestando, pues, a aquel lamento oreja
que el buen Zerbín desconsolado echa,
ve que, ignorando la verdad, se queja
de que sea Isabel muerta y deshecha.
Sabe ella la verdad cuánto se aleja
mas, por que su dolor no pierda mecha,
le calla lo que el mal más cauterice
y sólo lo que más le hiera, dice:

138 «Oye --le espetó--, tú que arrogante
tanto me agravias con insultos malos,
si supieses qué sé de esa tu amante
que muerta crees, me harías mil regalos,
mas no fuera a decírtelo bastante
darme al cuchillo ahora o bien de palos:
si me hubieses mostrado más respeto,
quizás te habría dicho este secreto.»

139 Como el mastín que con furor se arroja
encima del ladrón, se aquieta presto,
cuando éste algo de queso o pan le afloja
o maña similar que haya compuesto,
así de sus desdenes se despoja
Zerbín y manso va a saber el resto,
cuando le da a entender aquella vieja
que sabe de aquel bien por que se queja.

140 Y vuelto ahora con cara más amiga
le suplica, le ruega. la conjura
por Dios y por los hombres que le diga,
ya sea buena o mala, su ventura.
«No habrá consuelo que a escucharme siga
--dijo la vieja pertinaz y dura--:
no ha muerto, mas de suerte a vivir viene
que invidia de los mismos muertos tiene.

141 »Cayó, después que de ella nada oyeras,
en mano de unos veinte delincuentes;
de suerte que, si al fin la recuperas,
tomar su flor después siquiera intentes.»
¡Ah vieja infame y cómo le adulteras
lo que es verdad, sabiendo bien que mientes!
Cayó en poder de veinte y fue encerrada,
mas nunca de ninguno deshonrada.

142 Preguntóle Zerbín cuánto más sabe,
cuándo y dónde la vio, si en selva o plaza;
mas, para hacer que aquella vieja acabe
el cuento que empezó, no encuentra traza:
primero lo intentó hablándole suave,
después con degollarla la amenaza;
mas, por más que suplique o que amenace,
nada a la vieja bruja hablar más hace.

143 Dio descanso a la lengua, al fin, rabioso,
Zerbín, viendo que hablar no es de provecho;
mas tanto de lo oído era celoso
que le saltaba el corazón del pecho.
Por hallarla, en el fuego, deseoso.
se habría ido a arrojar dentro derecho;
mas sólo puede ir tras de la vieja,
pues sólo su promesa esto le deja.

144 Y así por solitaria y rara vía
fue, a gusto de ella, el triste conducido;
y no por andar yermo o selva umbría
cruzaron la mirada o parecido.
Mas, no mucho después del mediodía,
fue aquel silencio al fin interrumpido
de un guerrero que ven venir de cara,
tal cual el canto próximo declara.