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Junto á la playa en donde Tiro repartía sus púrpuras á los reyes, y en un templo colocado en la cima de elevada montaña, los habitantes de la comarca alzaban al Señor sus plegarias. La oracion volaba á los pies de su trono, como el perfume de la flor primera: desde allí contemplaba Dios el Universo.

De pronto, el sonido de una campana turba el silencio. Y á esta señal, los corazones de aquellas gentes palpitaron de gozo, cual goza el marinero que en medio de tempestuosa noche vé á la luz de los relámpagos iluminadas las playas.

Como inspirados, todos salen fuera del templo esclamando: ¡Los Catalanes son, son ellos!! al ver jaspeadas las olas con el surco de las flotantes quillas aragonesas. — ¡Respira, oh patria, que si alguna vez cubren las nubes el horizonte, jamás se oscurece el cielo de los buenos!

II.

Cual bandada de golondrinas al contemplar sus montes en lontananza, así bajan corriendo á la ribera para abrazar á los Catalanes. Las madres quedan con sus hijos en la cima para enseñárselos desde allí; que la alegría es á los corazones lo que la lluvia á los campos: reanima las yerbas estenuadas á despecho del huracan. Hasta las aguas, humildes esclavas, corren á besar los bajeles, y las auras que mecieron los penachos de los vencedores, que empujaron las tajantes proas y que trajeron los dulces cánticos de Homero, se disputan juguetonas el momento de acariciar nuestra enseña. Entre tanto, el eco repite los alaridos de guerra que devuelven las rocas con ronco y oscuro sonido.