fáciles, tiernas y con pensamientos superiores á su
edad, en el retiro de su castillo las continuaba, escribiendo también en prosa con estilo terso, en que la claridad de la expresión, la dignidad y el sentimiento, eran un encanto aun para los que no la conocían; pero su modestia no quiso iniciar al público en sus composiciones, que aun con seudónimo las habría aplaudido. Artista por instinto, se consagró
también á la pintura, y de sus manos salían las más
bonitas y acabadas, que su cariño enviaba sólo á su
familia, parientes ó íntimos.
La felicidad en que vivía no la impedía pensar en que fuera de su mórada de paz y de bienestar, había quienes sufrían; y cada vez que besaba á sus niños, que los vestía, que les hacía balbucear una santa oración, que reía con ellos, que les daba de comer, pensaba con dolor y amargura en que en la comarca había huérfanos sin conocer las caricias ni quien los vistiera, sin oír el nombre de Dios, sin quien riera con ellos, sin quien los alimentara, y esto la decidió á consagrarse á la inocencia desvalida. Inspirándose en esas hermosas palabras del Redentor: « Cualquiera que acogiere á uno de estos niñós por amor mío, á mi me acoge, cualquiera que