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JOSÉ MANUEL HIDALGO.


miraba como si quisiera interrogarlas para saber por qué eran lo que eran, y qué goces sentían en su elevada posición. Este fué el primer martillazo que recibió su vanidad, dejando honda lesión en su cerebro. Si su madre era noble, olvidaba que se llamaba Bonnet, que su abuelo fué capataz, y se preguntaba airada en sus adentros por qué estaba allí, en lugar modesto, obscura é ignorada, y las otras en una cumbre radiante cortejadas por nobles caballeros.

Desde entonces empezó a discurrir sobre todo lo elegante con una verbosidad, una volubilidad, que hacían contraste con la serena actitud de Raoul y de Mercedes, que sólo anhelaban los puros goces del afecto, sin preocuparse de grandezas deslumbradoras.

Había pasado mucho más tiempo del convenido, y sus padres la llamaban; pero ella retrasaba la vuelta con mil pretextos, siendo casi siempre la informalidad de los proveedores. Al fin recibió un telegrama diciéndole que su padre había tenido un ataque fulminante, que se temía viviese pocas horas y pedía ver á su hija.

Al acompañarlos á la estación y ver partir el tren, dijo tristemente Mercedes: « Nuestra primita se perderá por la vanidad ».