B. PÉRRZ G ALDOS
viese ya fuera del servicio para esos días. ¡Pobre hijo mío, si le sucede alguna desgracia!
Sólita miró á su futuro esposo. Podía haberse creído que aquella mirada era una saeta, porque Gordón se movió en su beatífico sueño, cerróla boca, y llevándose ambos puños á los* ojos, se amasó los párpados hasta ponérselos ' rojos.
—¿Qué hablaban de mí?— preguntó torpemente.
— Vamos, que no has echado mal sueño.
— Si no dormía... Sentí, es verdad, un pocode sueño, y cerró los ojos; pero no he dejada de oir lo que hablaban.
~A ver, ¿qué decíamos?
—Que yo debía haber sido eclesiástico en vez de militar.
— Hombre, jqué chuscadas tienes!— dijo Cuadra.
— jSi oía perfectamente!
— Por Dios, confiesa que estabas dormido. Si me dejaste á medio juego. Hiciste perfectamente. Ya se ve... Siete leguas á caballo.
— jTodo sea por Diosl
— ¿Sabes que en las habitaciones del señor Naranjo—indicó D. Urbano acercando sus labios á la oreja del alférez,—ahí, poquito más allá de aquella puerta vidriera, están tratando de vuestro levantamiento?
— ¿De nuestro levantamiento?
— Cabal. ¿Quién creerás que ha venido? El Conde de Moy.
— ¡Mi jefe!
—Otro señor comandante de guardias, que*