frecuentes, que el vecindario estaba seguro de» la proximidad del aguacero. Al día siguiente de la reyerta que hemos descrito, el 30 de Junio, S. M. asistió á la clausura del Congreso. Formaron en la carrera tropa y milicianos, y Fernando pasó medroso, pálido, lleno de recelo, revolviendo los negros ojazos en todas direcciones, para escudriñar los semblantes, y sorprender las señales de desamor ó cariño que bu presencia ocasionara.
Mudos y recelosos recibiéronle los diputados de la minoría, fríos los sostenedores del Gobierno. Con habla turbada leyó su discurso el tirano, acentuando las frases de sumisión al sistema constitucional, y no era preciso ser muy lince para reconocer en él un convencimiento seguro de que aquella farsa debía concluir; pero al través de su disimulo no se vela la esperanza de un éxito feliz.
Al volver á Palacio, los milicianos aclama» la Constitución y á Riego, y una voz atrevida grita en favor del Rey neto. Los chicos cantan el trágala; surge en todo el tránsito infernal algarabía, y por entre la multitud, dividida en bandos de netos y zurriaguistas, atraviesa la ultrajada majestad con el corazón oprimido, compartiendo su espíritu entre el miedo y la rabia. El recuerdo del infeliz Capeto viene á su memoria; pero no siente perder el amor popular, que tan poco le interesa, sino el poder ó quizás la vida. Desde que él logra pisar el umbral del Palacio, los tambores de la Guardia abofetean á algunos paisanos, se cruzan palos, puñetazos, coces, y va~