dar tropezones y á veces impulsa hasta los cielos; poseídos de su papel con cierta petulancia, pero al mismo tiempo con la dignidad y firmeza propias de las circunstancias, aquellos honrados vecinos de Madrid esperaban la hora suprema. La idea de arreglo, componen* da ó pastel (era la palabra de moda) les enfu- * recia. El mismo Morillo, que tan bien cumplía su misión, era mirado con recelo. De los Ministros nadie hacía caso, ni Rey ni pueblo» ni ejército ni Milicia. No es posible concebir siete figuras más tristes que las de aquellos abogados ó literatos, que contemporizaban con los guardias á condición de que estableciesen las dos Cámaras y el veto.
Frente al Parque de San Gil había en la tarde del 6 varios milicianos, paisanos del hatallón Sagrado, oficiales del ejército y también algunos de los guardias leales. Formábanse allí diversos grupos de campamento, los unos sentados, en pie los otros, éstos en torno á las aguaderas, aquéllos paseando á lo largo de la plazoleta. Casi todos nuestros conocidos estaban allí, incluso el nunca bien ponderado Sarmiento, que no había soltado el uniforme ni explicado cosa alguna de los Gracos desde el día 30; pero su lengua no podía estar inactiva tanto tiempo, y pasaban de ciento las arengas que en los primeros días de Julio había dirigido á sus compañeros en Platerías, en Santo Domingo y en otros distintos puntos. Aquella tarde del 6 estaba ronco y casi asmático, mas no por eso callaba; y como D. Primitivo Cordero se atreviese ¡nefanda idea! á discal-