xxIv ACTAS DEL CABILDO DE BUENOS AIRES
ordenó que la senda que formaba la acera al raz de las paredes, se guarneciera de tres en tres va- ras con gruesos postes de algarrobo ó de otra ma- dera dura. Y con solo estas ordenanzas podemos ya hacernos una idea del aspecto que tenía entonces aquel que fué el nido de la que es hoy la Capital de la República Argentina y que va en marcha de ser una de las mas grandes ciudades del mundo.
Por lo visto, los médicos ya cuestionaban enton- ces el privilejio esclusivo de ejercer su profesión contra curanderos que pretendian ser mas médicos que los médicos, y no pocas veces el cabildo se en- contró sin saber cómo salir del conflicto al ver que los certificados y títulos procedian de fuentes poco claras. Pero héte aqui que de pronto, el famoso her- rador Navarro á quien por ser hombre necesario se le retenía en la ciudad, asevera y justifica de un modo espléndido que nadie sabía curar lamparones como él; y el mas pintado de los médicos se queda confuso delante de esa competencia que muy pron- to se hizo de opinion pública. Y lo peor de todo es que entre las enfermedades de la época, los lampa- rones, 6 tumores escrofulosos del cuello, eran de una frecuencia aterrante, á causa, como es hoy sabi- do, del ingerto entre razas estremas, de europeos é indias, que favorece esa dolencia de una manera espantosa.
Duró esta mala condicion de la asistencia pú- blica hasta que en compañía del Gobernador Marin Negron vino tambien cuidándolo, un verdadero y hábil médico, Maestre Juan Escalera; que pudo ya notar la frecuencia y el número dé lós que aquí padecian de calentura (tisis), de calentura pútrida (tifus y tifoidea) y de llagas pútridas, que segun