Una fuente de avellanas
que de dia se recojen
i en la noche se esparraman. —Las estrellas.
Recuerdo que cuando era muchacho nos reuniamos en nuestro pueblo natal de Constitucion todos los de nuestra edad, en las noches invernales o de luna «a contar cuentos» i a «echar adivinanzas». Eran nuestros temas favoritos e inagotables, sobre todo el último. Las relaciones maravillosas sobre encantamientos i brujas o las graciosas aventuras del «soldadillo» nos embobaban i las escuchábamos con particular silencio; pero cuando se llegaba al terreno de las adivinanzas, entónces la reunion era inquieta, porque aquello era un verdadero torneo i el que no daba con la solucion a la tercera vez era «metido». «Meter» a alguien era un poco serio, porque se le decia: «Metido sea, metido sea por el hocico de un perro! por el potito de una vieja!» etc., etc. i en seguida era «sacado» por bocas i anos de animales o de jente vieja i fea. Calmados un tanto los nervios i avivados nuevamente los recuerdos, cada uno pensaba i ponia la que creia mas difícil i enigmática. Empezábase nuevamente a razonar i a recitar mentalmente i entre dientes los versos, que a fuerza de tanto repetirlos, se grababan con indeleble tinta en la memoria; i seguian «metiendo» a otros, hasta que alguno «corrido» o «acholado» i queriendo escapar, reclamaba de la hora. Entónces nos acordábamos de nuestras casas i del «chicote» i arrancábamos a escape: ¡las horas habian volado sin sentirlas!
Recuerdo tambien que a veces nos reuníamos niños i niñas, i aquí la cosa era mas seria i mas divertida. El que sabia mas adivinanzas, se sentia orgulloso, porque en vez de «meter» a alguno, se daban «penitencias». El condenado tenia, por ejemplo, que cantar una cancion, o cantar como gallo, o rebuznar, o andar en cuatro pies, u orinar como perro, etc., etc. Todos, chicos o grandes (porque estos torneos se